TAMARA TROTTNER PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO.
Me pregunto: ¿En que momento los seres humanos se cargan de odio, de altivez, de presunción? En qué momento la soberbia prevalece sobre la humildad y nos sentimos superiores a otros, creemos que merecemos más, que podemos exigir con palabras ríspidas y miradas frías…
Cada vez que voy a una fiesta (de esas en las que hay muchas personas y un banquete, música y alguna excusa para celebrar, y eso implica gastar mucho dinero) me entra una profunda tristeza por la humanidad, y mientras más elegante y caro es el evento más veces me topo con paredes de realidad que me enoja.
Mujeres enjoyadas, maquilladas, con peinados elegantes y vestidos costosísimos, que alrededor de la mesa critican, juzgan, bajan la voz para despedazar a otras iguales a ellas que, probablemente, hacen lo mismo desde sus propias trincheras. El mesero se acerca y las mujeres exigen que se les sirva rápido, que se les atienda sin ni siquiera voltear a ver la cara de la persona que las está atendiendo. Si, la persona, que deja de serlo porque sin una mirada ni una palabra de agradecimiento se convierte tan sólo en algo que está ahí para servir.
Y, no vaya a ser que al mesero se le caiga sin querer un poco de refresco o salsa que ensucie la manga de la camisa carísima de un señor que de inmediato parece desinflarse en un ashshshshshsh y un bufido, mientras que el nervioso mesero trata de limpiar el accidente. El hombre se siente superior, porque resulta que tiene más dinero, cree que por su cuenta de banco tiene el derecho a insultar a otro hombre, a otro ser humano, tan humano como cualquiera que por cuestiones fuera de su control no tiene una cuantiosa cuenta de banco.
Me enfrento con amigos, sí cercanos amigos, que piden las cosas sin decir por favor… y como si fueran mis hijos, me dan ganas de decirles “se dice gracias” y me callo, porque finalmente, ¿quién soy yo para andar educando a cincuentones pelados?… pero a veces creo que si todos los que nos damos cuenta de esto levantáramos la voz, quizás se generaría más conciencia.
Me parece precioso celebrar, me parece que cada quien tiene derecho de hacerlo como mejor le plazca, estoy segura que mi modo es diferente al tuyo y no por ello menos válido. No estoy criticando el costo de las fiestas, ni de los atuendos, cada quien tiene derecho a gastar su dinero en lo que más alegría le dé… pero las bolsas Hermés y los zapatos Louis Vuitton, las mancuernillas de zafiro y los trajes de Brioni no nos hacen superiores. Parece evidente… parece tan obvio, tan claro, tan simple y, sin embargo, día a día las personas me demuestran que creen lo contrario.
Me pregunto… ¿se darán cuenta lo triste que es su actitud?
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