El horror del Holocausto nos compró 70 años de vacaciones

AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO Publicado originalmente con el nombre de América ya no es lo que era para los judíos. (All is not as it was for Jews in America)

Por Rich Cohen*

Probablemente la frase más aterradora de la Biblia, y tal vez de toda la literatura occidental, aparece temprano en el Éxodo. “Entretanto, se levantó un nuevo rey sobre Egipto, que no conocía a José”. Sugiere cómo se pasa de una era a otra, un camino conduce a otro, la tarde se convierte en noche y el hogar se vuelve siniestro y mezquino. Por supuesto, en nuestra época, no es el faraón quien se sienta en el trono, sino el estado de ánimo, la tendencia, la moda. Y la computadora es su espada, los medios de comunicación social su cetro. Todo eso para decir, ya no es lo que fue ser judío en América.

Los judíos comenzaron a llegar en números significativos en la década de 1880. Hubo judíos sefardíes en el país desde el comienzo, judíos alemanes desde el siglo 19, pero éstas eran masas de los shtetl de Polonia y Rusia, nuestros abuelos con sus ojos oscuros y anhelos. En 1910, había cerca de un millón sólo en Nueva York, hacinados en casas de vecindad, llenando calles y escuelas, lo suficiente para rehacer la ciudad. La Nueva York de Benny Leonard y Al Jolson era una metrópolis judía donde todo era posible, y de muchas maneras, América tal como la conocemos, el sueño y la promesa imaginados por judíos en casas de vodevil de la ciudad. “Río de Ol’ Man” y “High Hopes”. Abraham Cahan y Benny Goodman. Irving Berlin de “God Bless America”, con sus montañas y praderas y océanos blancos con espuma.

Había prejuicios, por supuesto, comentarios sarcásticos y puertas cerradas, cuotas en las escuelas de la Ivy League y empresas de zapato blanco**. Pero al final, había algo útil incluso en el odio. Obligaba a pensar y adaptarse, mantenerse alerta, sobrio, sensato.

Para la década de 1930, los judíos habían reinventado la nación. Es el don del forastero: ver con nuevos ojos. Sus hijos fueron impulsados ​​por la ambición, el optimismo, la alegría. Los judíos habían escapado no sólo de los guetos y la pobreza, sino de la historia en sí. Esa primera generación tenía libertad de trabajar y orar, incluso también de dejar de ser judíos. A diferencia de Alemania o Inglaterra, no hay población de acogida en los Estados Unidos, ninguna raza única puede ser amenazada. Estados Unidos es una nación de naciones, una nación de perros callejeros. La Constitución se creó como una serie de controles contra la formación de una mayoría semejante. La libertad hallada aquí no dependía del encanto o la especial relación de José con lo que mi padre llamaba “los chicos clave”. Fue construida en los documentos fundacionales del país. La importancia de la palabra escrita se hizo eco de la mente judía. En los días de letras rojas***, uno está junto al rabino cuando abre el arca y en el interior qué se encuentra … un libro! Así riman la historia de América y la historia judía. Por eso, para muchos de nuestros abuelos, el sionismo tuvo poca influencia. Como los mejores bagels, el teatro, y la comida china, tierra santa no estaba en las arenas olvidadas del imperio otomano. Estaba aquí.

El momento dorado se produjo después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la población judía de América alcanzó su apogeo – la población como porcentaje de la totalidad. Tal vez cinco de cada 100 estadounidenses eran judíos, puede no parecer mucho, pero para nosotros era como una cosecha abundante, el remanente de un remanente. Había más judíos en el mundo antes de la destrucción del Segundo Templo en el año 70 que los que hay hoy en día. Si la población judía, censada en tiempos de Jesús, hubieran ido a la par con el resto, hoy seríamos 100 millones. En su lugar, tenemos 13 y somos felices por todos y cada uno de ellos.

Después de la destrucción de los judíos europeos, los judíos americanos eran realmente lo que quedaba de la Diáspora. Hizo que nuestra vida pareciese valiosa, importante. La supervivencia se convirtió en triunfo, la vida cotidiana en un pulgar en el ojo de Hitler. Antes de la aparición del Israel moderno, la filosofía de los judíos de América llegaba a caracterizar al judío por defecto. De ahí la era del New Deal Judío, la Liberación de la Mujer y la Libre Circulación Judía. Este judío había elegido Nueva York a Jerusalén. Su sueño era secular. Sus profetas eran Lenny Bruce y Mort Sahl. Su lema era “la tragedia de mañana, comedia esta noche”. Su momento cumbre fue el estreno en Broadway de El violinista en el tejado, que convirtió el sufrimiento en canción y un pogrom en un baile de patadas en alto.

El mal inimaginable del Holocausto parecía matar el antisemitismo, incluso la clase educada del club de campo que aparece en la obra de F. Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway. Después de la guerra, Hemingway desautorizó los chistes judíos, pareció darse cuenta de que estaban relacionados, de alguna manera, a lo que sucedió. Se creó una burbuja, una zona de seguridad no sólo para los judíos, sino para otras minorías. No es ninguna coincidencia que los movimientos de derechos civiles llegaran a raíz de la Segunda Guerra Mundial. El antisemitismo seguía existiendo, por supuesto, pero en los Estados Unidos se convirtió en socialmente inaceptable. Se retiró a los dormitorios y salones, en los que se expresaba a la manera de ciertas religiones misteriosas, en secreto, a puerta cerrada, por lo que tranquilamente se podía pensar que se había desvanecido.

Esta es mi infancia, el mundo en el que crecí. El horror del Holocausto nos compró unas vacaciones de 70 años de historia, aunque no lo conocimos. Creímos que el mundo había cambiado, al igual que la naturaleza humana. Los judíos seguían siendo distintos en la nueva administración, pero en el buen sentido – algo exótico que se tenía a mano, un símbolo del exilio, que nos dijeron que era el estado natural del hombre moderno. Quizás como única vez en la historia, se podía de hecho querer ser judío. Por las familias unidas y los buenos esposos y bla bla bla. Saul Bellow, Phillip Roth, Mel Brooks. Para aquellos de nosotros que nos hicimos mayores en estos años, el futuro parecía que iba a ser más de lo mismo, el presente por siempre.

Estábamos equivocados.

Si uno se conecta y lee los comentarios sobre cualquier historia de Israel o George Soros o busca ciertos términos en Twitter, empieza a sentir que la época dorada de los judíos de América fue un momento en el tiempo. Tal vez despierte en mí la vieja paranoia, pero veo signos ominosos en todas partes: En un artículo sobre obstinados judíos, con sombreros negros que se niegan a sentarse al lado de mujeres en los aviones, un fenómeno que no creo que suceda de manera estadísticamente significativa se hace eco de las representaciones de la Rusia Ausjuden (fuera judíos), forasteros del Este condenados por hacer que se nos vea mal al resto de nosotros; en una revisión de una biografía de Ezra Pound, que hace que las diatribas del poeta suenen como digresiones pintorescas. (“Ataques virulentos del poeta sobre el sistema bancario … tienen una resonancia particular para los lectores del siglo XXI, y por muy inviables que fueran las soluciones [énfasis añadido] que Pound ofrecía, su ira volcánica en el dolor causada a hombres y mujeres comunes durante la Depresión por codicia y la mala conducta de las entidades financieras nos permite, sostiene Moody, ver al poeta furioso como un idealista imperfecto’ cuya búsqueda para lograr sistemas más equitativos de gobierno [léase: fascismo] era, en el fondo, basada en principios y decente, sin embargo empañada por el antisemitismo”). En embrollos de la UCLA y Stanford, donde se pidió a los estudiantes que explicaran su afiliación con grupos judíos. Según un estudio del Trinity College, el 54 por ciento de los estudiantes judíos informó experimentar o presenciar antisemitismo en el campus.

¿El presidente Obama? No lo culpo, pero sí creo que su rechazo a Benjamin Netanyahu, que parece casi físico, como repelido por el hedor del hombre, ha dado a ciertos practicantes el sentido de que es prudente salir a la luz. Es un tema frecuente de conversación entre mis amigos: ¿Crees en el enfriamiento? ¿Esa caída repentina de la presión barométrica?“Esa chica de UCLA, el judío ortodoxo del avión… el mensaje está llegando poco a poco, estamos ahora en el post post-holocausto”, escribe un amigo en un correo electrónico. “Es como hojas en ciernes o animales que salen de madrigueras o niñas sin abrigos; todos estos síntomas de que todo va bien, retroceden provisionalmente a otras épocas. “Es como si los judíos fueran abrigos acampanados o con flecos. Érase una vez, que estuvimos de moda, pero ya no. Lo que tenemos ahora es una vuelta al odio, que, como la malaria, sube y baja, pero nunca desaparece.

¿Qué ha cambiado? Bueno, para empezar, somos menos, en proporción a la totalidad. Mientras que los judíos una vez constituimos el cinco por ciento de América, y como mucho el cuarenta por ciento de Nueva York, esos números se han reducido. Estamos quizá en el trece por ciento de Nueva York y alrededor del dos por ciento de la nación. En este sentido, los judíos americanos están viviendo con los resultados de su éxito. Esta es de hecho la tierra prometida. Es el lugar donde los judíos cumplieron el sueño que, para muchos, ha sido dejar de ser judíos y convertirse en parte de un todo imaginado. Al igual que el furgón de cola de un tren, somos cada vez más pequeños a medida que aumenta la distancia.

Lo que nos lleva a la segunda cuestión, el Holocausto, que es una de las razones por las que hay tan pocos judíos. Hemos perdido casi la mitad de nuestra población no hace mucho tiempo. “Nunca olvidar” es una de las advertencias que hemos escuchado en la escuela dominical. Pero la gente olvida. Todo, todo el tiempo. Así como los eventos salen de la memoria viva, tanto las personas que sobrevivieron, como los que liberaron los campos, mueren, así la tragedia se desplaza de la memoria a la historia. A medida que la memoria se desvanece, vuelve lo antiguo, a llenar las cisternas subterráneas.

Luego está el acuerdo de Irán: Para lograr que se firmen los papeles, el presidente debe distanciarse de Israel. Para hacerlo, ensucia la marca. Así es como él siempre ha hecho campaña, en la atención médica, en los acuerdos de libre comercio, contra la derecha y la izquierda por igual: demoniza al adversario y enmarca el tema. Estás a favor de este acuerdo, o estás en guerra. En el proceso, el presidente Obama con intención o sin ella, ha dado cobertura a la normalización de los viejos tropos de doble lealtad judía y belicismo.

Es doloroso para aquellos de nosotros que amamos a Obama. Lo votamos y lo volvimos a votar. A lo sumo, el acuerdo con Irán parece equivocado. Destinado a evitar el conflicto, pondrá a los proxies iraníes en las fronteras norte y sur de Israel, haciendo la guerra inevitable.

Para mí, quienes siguen siendo tan judíos como siempre, que son tan judíos es absurdo, la pregunta atormenta: ¿Qué significa este retorno del viejo odio? En primer lugar, significa perder la capacidad de definirse uno mismo. Significa ser definido por quienes creen que te conocen aún antes de haberte conocido. Tu nombre les dice todo lo que importa de uno.

Esta identidad exteriormente impuesta está conformada por una representación particular de Israel, que, convenientemente, coincide con la imagen antediluviana del judío tan insistente y agresiva, si no tremendamente comprometida con rituales venenosos. Siempre me intrigó cuando algún fanático mata a un judío, digamos, en París. Quiero decir, ¿qué quiere este fanático? ¿La destrucción del Estado de Israel? Así que, ¿qué hace? Mata a un judío que, habiendo elegido París sobre Tel Aviv, vive justo donde el fanático quiere que viva. Pero cada vez más, no se hace distinción entre Israel y el exilio. Un judío es un judío es un judío.

Algunos atribuyen el odio a las políticas de Israel. (“Bibi tiene la culpa”). Pero esto confunde causa y efecto. Israel no es la fuente del antisemitismo, sino el resultado. Antes del Holocausto, se dijo que los judíos en su condición de apátridaa eran causa de guerras y disturbios, la piedra en el zapato de la humanidad, el fantasma en la máquina del arte de gobernar. Después del Holocausto, se dice que Israel, el Estado judío, es la rebaba bajo esa silla. A pesar de que la condición ha cambiado, no hay un Estado versus Estado, la conclusión sigue siendo la misma: Son los judíos. Para mí, el mundo se está asentando de nuevo en el equilibrio judeofilia y judeofobia que fue inestable, por un tiempo, por la Shoá. A fin de cuentas, el sueño de los primeros sionistas no era ni ser odiados ni ser amados, era ser normales, tratados como individuos, como todos los demás.

Durante mucho tiempo, soñé ser libre. Hacer una paz separada, de pie en mi balcón, viendo la puesta de sol en la ciudad sin mayor reflexión que “esta es mi ciudad en la oscuridad”. Pero no puedo dejar de preocuparme. No puedo dejar de discutir. Sé que soy libre de tomar mis propias decisiones y elegir mi propio camino, pero siento que estoy siendo definido por algo más grande que yo. Sé algo que sabían mis abuelos. Mis preocupaciones son más viejas que yo – ancianas, la vieja historia acercándose. Marea de reflujo. Por la tarde, uno nada por encima de la arena en el agua clara, pero por la noche los tiburones vienen a alimentarse en los océanos, blancos de espuma.

***

*Rich Cohen es el autor de diez libros, incluidos Judíos difíciles y Los peces que comió la ballena.

**Firma de zapato blanco es una frase que se usa para describir las principales firmas de servicios profesionales en los Estados Unidos, en particular las empresas que han estado en existencia desde hace más de un siglo y representan a las 500 empresas Fortune. Por lo general, pero no siempre se refiere a la banca, la contabilidad, el derecho, y empresas de consultoría de gestión, especialmente con sede en Nueva York y Boston. [N.Ed.]

*** días de letras rojas: cualquier día de especial significación.

Fuente: Tablet

Traducción: Silvia Schnessel para Enlace Judío México

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Silvia Schnessel: Silvia Schnessel es corresponsal de Enlace Judío en España. Docente y traductora, maneja el español, el hebreo, el francés, el inglés y el catalán. Es amante del periodismo, del sionismo y de Israel.