En defensa de la libertad de expresión

AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Este texto es una versión del discurso pronunciado por Geert Wilders en el Gatestone Institute de Nueva York el pasado 12 de mayo de 2015.

por Geert Wilders

Traducido por El Medio del Texto original: Defending Freedom of Speech

La libertad de expresión está amenazada. No sólo en Europa, que es de donde procedo, también en América.

La última vez que estuve en Estados Unidos fue hace menos de dos semanas. Estuve en Garland, Texas, dando el discurso de apertura en un concurso de caricaturas de Mahoma.

El concurso tuvo lugar en un centro de congresos donde, después de los asesinatos Charlie Hebdo en París, una organización islámica se reunió para exigir que se restrinja la libertad de expresión y se prohíban las caricaturas de Mahoma. El concurso de Garland se organizó para plantar cara a esta demanda. Nunca deberíamos dejar que nos intimidaran.

El ganador del concurso de Garland fue un exmusulmán. Hay algo muy simbólico en el hecho de que se tratara de un apóstata. Según la ley islámica, la apostasía se castiga con la muerte. Bajo la misma ley, hacer ilustraciones del profeta Mahoma también está penado con la muerte.

El ganador del concurso dibujó un Mahoma feroz blandiendo una espada y diciendo: “¡No puedes dibujarme!”. En la parte inferior del dibujo, el artista escribió: “¡Por eso te dibujo!”.

Ese es el auténtico espíritu americano. Este caricaturista es un ejemplo para todos nosotros.

Según la ley islámica, representar a Mahoma es un crimen. Pero este artista americano no vive en un país islámico. Vive en América, donde usted puede hacer retratos y dibujos con independencia de lo que diga la ley islámica. Y también puede cambiar de religión y convertirse en apóstata. No deberíamos permitir que nadie nos privara jamás de estas libertades. Si América se rindiera ante la ley islámica, ya no sería América. Sus valores judeocristianos se perderían. Su civilización se perdería. Sus libertades se perderían.

Los enemigos de nuestra civilización intentan imponernos la sharia. Apenas unos minutos después de que pronunciara mi discurso en Garland, dos yihadistas atacaron el certamen. Dispararon a un policía en la pierna, pero afortunadamente los mataron antes de que pudieran hacer más daño. Mediante la violencia y el terrorismo, esos dos yihadistas intentaron imponer la sharia en América. Gracias a unos valerosos policías americanos, no lo consiguieron.

Jamás deberíamos permitir que los terroristas venzan. Si ante las amenazas dejamos de hacer caricaturas, los terroristas habrán ganado. Pero si, por el contrario, dibujamos y exhibimos aún más caricaturas, la señal será clara: el terror no nos afecta. No seremos intimidados por el terror y la violencia, haremos exactamente lo contrario de lo que quieren los terroristas. De tal forma, perderán.

Es por esto que he propuesto que la muestra de Garland sobre Mahoma se exponga en el Parlamento de los Países Bajos. Deberíamos exhibirla en todo el mundo libre. En Europa y en América, Canadá, Australia, en todo el Occidente libre debemos defender la libertad y plantarnos ante el islam.

Antes de continuar, déjenme hablarles un poco de mí.

Soy un político electo, miembro de la Cámara de Representantes de los Países Bajos. Soy el líder del Partido por la Libertad. En las últimas elecciones generales obtuvimos el 10% del voto nacional. Hablo en nombre de casi un millón de personas. Mi partido no es un fenómeno marginal. Incluso es el partido más grande según un reciente sondeo televisivo.

Sin embargo, estoy letalmente marcado. Me encuentro en la lista negra de Al Qaeda y otras organizaciones islámicas, como el Talibán pakistaní y el ISIS. Desde hace diez años vivo bajo protección policial las 24 horas del día, los siete días de la semana. He vivido con mi mujer en barracones del ejército, en celdas y casas refugio, simplemente para poder estar a salvo. Dondequiera que vaya, me acompañan policías armados para protegerme.

Los yihadistas quieren matarme, pero otros quieren silenciarme. No asesinándome, sino acosándome judicial y políticamente. Pretenden condenarme o proscribirme. Todo esto que les cuento no está pasando en dictaduras del Tercer Mundo, como podrían ustedes suponer, sino en democracias occidentales.

En mi país, los Países Bajos, hace unos años tuve que comparecer ante los tribunales porque di mi opinión en contra del islam y de la islamización de mi país. Afortunadamente, fui absuelto. Pero ahora he sido acusado de nuevo. Y la única razón es que he expresado mi opinión. Llaman a mi discurso “discurso del odio”, pero no hago nada más que defender los valores judeocristianos de mi civilización y decir la verdad sobre el islam.

Hace dos meses estaba en Austria, donde hablé –en el Hofburg de Viena– sobre la amenaza de la islamización de Europa. Organizaciones musulmanas pidieron que las autoridades austríacas me persiguieran por mis palabras. El mes pasado estuve en la ciudad alemana de Dresde, donde me dirigí a 15.000 personas que participaban en una concentración pública. El fiscal envió gente al mitin para saber lo que decía, por si pudieran acusarme de incitación.

¿Hay algún espía o fiscal en la sala? No creo. América no silencia a la gente.

Hace dos semanas estaba en Washington DC para un encuentro con miembros del Congreso, invitado por congresistas que querían informarse sobre la situación en Europa. Dos congresistas musulmanes, Keith Ellison y André Carson, sin embargo, quisieron silenciarme. Trataron de prohibirme la entrada en el país, pero no lo lograron. Porque en América la gente aún es libre para expresarse. No tengo dudas de que los americanos jamás entregarán esa libertad.

¡Porque es la esencia de lo que hace a América ser lo que es! Lo que la hace única.

Hay más cosas en juego, aparte de nuestra libertad de expresión. Es nuestra mera existencia lo que está en peligro. Si nos censuramos a la hora de hablar sobre el islam, pronto empezará el islam a decirnos cómo vivir, vestir y respirar.

Perderemos incluso el derecho a la vida si no nos sometemos a los mandatos de la sharia. Si sucumbimos ante el totalitarismo, perderemos todo, incluso nuestras vidas. Así es como las civilizaciones se hunden. Así es como las democracias perecen.

Es nuestro deber asegurar que esto no suceda jamás.

Por supuesto, me doy cuenta de que, aunque hoy en día la gran mayoría de los terroristas son musulmanes, no todos los musulmanes son terroristas. Evidentemente, entiendo que los terroristas son sólo una minoría. Pero son muchos.

Un estudio de la Universidad de Ámsterdam mostró que el 11% de los musulmanes de los Países Bajos están dispuestos para emplear la violencia a la mayor gloria del islam. Como son un millón en total, estamos hablando de 100.000 personas en un país de 17 millones de habitantes.

La Haya – Geert Wilders. ANP PHOTO MARCEL ANTONISSE

Puede que los terroristas sean sólo una minoría, pero los sondeos sugieren que tienen el apoyo de la mayoría.

Según sondeos, el 73% de la población musulmana de los Países Bajos considera unos héroes a los musulmanes que van a Siria a librar la yihad. Y el 80% de los jóvenes turcos residentes en los Países Bajos piensa que no es mala la violencia de grupos como el Estado Islámico contra los no creyentes. Cuatro de cada cinco.

Pregunto: ¿dónde están las manifestaciones de los musulmanes que no están de acuerdo con la violencia en nombre del islam y su profeta? No he visto ninguna, ¿y usted? La mayoría no ejerce la violencia, pero tampoco se opone a ella.

No podemos esconder la cabeza bajo el ala y hacer como si estos hechos no existieran. Tenemos que afrontar la realidad.

En la Alemania nazi también era sólo una minoría la que cometía las atrocidades. Pero la mayoría permitía que sucedieran. En la Unión Soviética era sólo una minoría la que cometía los crímenes horribles, pero la mayoría dejaba que así fuera.

Edmund Burke, el gran filósofo de la libertad, dijo en una ocasión: “Lo único necesario para que el mal triunfe es que los hombres buenos no hagan nada”.

Este es el primer paso para proteger nuestras libertades: asumir los hechos, decir la verdad, sacar las conclusiones pertinentes y obrar en consecuencia. Si no actuamos, estamos condenados a sucumbir.

En estos tiempos, en los que nuestros débiles líderes cierran los ojos ante la peligrosa amenaza del islam totalitario, en los que la tarea de dar la señal de alarma ha recaído sobre el ciudadano común; en tiempos así, la libertad de expresión es más importante que nunca.

George Orwell dijo en una ocasión: “Cuanto más se aleje una sociedad de la verdad, más odiará a los que la digan”. Por eso la Primera Enmienda es tan importante. Es especialmente necesaria para proteger la libertad de expresión de quienes dicen la verdad y son odiados por ello.

Las palabras “discurso del odio” tienen hoy un significado muy específico. Hoy, criticar el islam es considerado incitación al odio. Puede usted sumergir un crucifijo en un orinal o calificar a Israel de Estado nazi. Eso no se considera incitación al odio. Pero si dibuja una caricatura de Mahoma, expresa una opinión contraria a la islamización o dice la verdad sobre el islam, se le tendrá por un extremista, un agitador o un provocador.

La cuestión es que cuanto más islam tenemos, menos libres son nuestras sociedades. En las últimas décadas nuestros políticos permitieron que millones de inmigrantes musulmanes se asentasen en nuestros territorios. Vinieron con su cultura y su sharia. Y ahora intentan imponérnosla. En lugar de “Si viene a nuestro país, tendrá que adaptarse”, nuestros líderes políticos dijeron: “Preserven su cultura, nosotros respetamos el islam y sus sensibilidades”. En ningún sitio se pidió que los inmigrantes se asimilaran.

Ahora, las naciones europeas han caído tan bajo que imponen los tabúes islámicos en sus propias legislaciones. Hablan de delitos de odio cuando los amantes de la libertad rechazan los tabúes islámicos. Criticar al islam se ha convertido en incitación al odio, algo penado por nuestras propias leyes.

No sólo nos enfrentamos a la islamización, también a la estupidez del relativismo cultural y a la feble mentalidad apaciguadora de nuestros líderes políticos. Esta cobardía tiene que parar. Si esta situación continúa, nos llevará directos a la catástrofe.

Por eso hago lo que hago. No me quedaré de brazos cruzados, dejando que nuestra civilización y nuestra democracia perezcan. Hablo contra el islam y contra nuestros débiles líderes. Amo mi país, amo la libertad, no quiero vivir en la esclavitud, y es por eso por lo que expreso mis opiniones.

Sin una Primera Enmienda, las consecuencias derivadas de pronunciarse son peores. No obstante, nuestro deber sigue siendo el mismo: en nombre de la libertad, tenemos que pronunciarnos, sin que nos importen las consecuencias. Porque estamos por la libertad y la dignidad.

La verdad es nuestra única arma. Debemos usarla. La libertad de expresión es muy frágil y debe ser defendida con valentía. Así que, mientras tengamos libertad de palabra, podremos decir a la gente la verdad y hacer que se dé cuenta de lo que está en juego. El establishmentpolítico, académico y mediático de Occidente está ocultando a la gente el verdadero alcance de la amenaza islámica. Debemos expandir el mensaje. Es nuestro primer y más importante deber.

Si los inmigrantes asumen nuestras leyes y valores, son bienvenidos para que se queden y disfruten, como cualquier otra persona, de los derechos que nuestra sociedad garantiza; incluso les ayudaremos a que se integren. Pero si cometen delitos, actos en contra de nuestras leyes, nos imponen la sharia o libran la yihad, debemos expulsarlos.

Tenemos que dejar de fingir que el islam es una religión. El islam es una ideología totalitaria que pretende conquistar Occidente. Una sociedad libre no debería garantizar la libertad a aquellos que quieran destruirla. Como dijo Abraham Lincoln: “Quienes nieguen la libertad a otros no la merecen para sí”.

El islam considera cada tienda halal, cada mezquita, cada escuela musulmana y cada burka un paso más hacia el gran objetivo de nuestro sometimiento.

Por último, debemos recordar que, al tener el islam ambiciones globales, estamos todos en peligro. Deberíamos apoyar a cada país y cada pueblo amenazado por la yihad. Esto incluye a Israel, la única democracia de Oriente Medio, cuyo conflicto con los árabes no es por el territorio; es un conflicto entre la libertad y la tiranía. Debemos apoyar a Israel porque todos somos Israel. Y no debemos confiar en regímenes criminales como el de Irán. Un acuerdo con el Estado islámico de Irán sobre armas nucleares es una farsa y una gran amenaza para la seguridad de Israel y de todo Occidente.

Soy europeo y ustedes, americanos; pero todos estamos en el mismo barco. Deberíamos unirnos contra el adversario común. La oleada islámica es fuerte, pero Occidente ya la ha rechazado antes, y podemos hacerlo de nuevo.

Ronald Reagan dijo: “El futuro no pertenece a los cobardes, sino a los valientes”. Seamos valientes, pues. Aseguremos nuestro futuro.

Nota: Este texto es una versión del discurso que pronunció Geert Wilders en el Gatestone Institute de Nueva York el pasado 12 de mayo de 2015.

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Silvia Schnessel: Silvia Schnessel es corresponsal de Enlace Judío en España. Docente y traductora, maneja el español, el hebreo, el francés, el inglés y el catalán. Es amante del periodismo, del sionismo y de Israel.