IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Cuestión de décadas para que el mundo y la geopolítica, tal y como los conocemos, colapsen. Colapsaron en la antigüedad, colapsarán otra vez. Menos un pequeño país que entendió que en ese extraño libro de visiones y oráculos fallidos había una soberbia lección de Historia de la cual se podía aprender mucho: El libro de Daniel.
Hagamos un resumen de todo lo que hemos visto a lo largo de las nueve notas anteriores.
El Libro de Daniel ha ejercido siempre una poderosa fascinación, logrando que mucha gente verdaderamente viva obsesionada con la idea de un “fin inminente”, y eso desde el año 164 AEC. En el contexto original en el que fue escrito -el Judaísmo Apocalíptico- fue parte de toda una ideología que realmente creía en revelacione sobrenaturales acerca del fin de los tiempos. Tras el colapso y desaparición de este tipo de Judaísmo, fue adoptado por la tradición rabínica aunque NO COMO LIBRO PROFÉTICO, pero sí como un libro de visiones en el que ciertamente hay una clave “secreta” para entender cómo serán los acontecimientos futuros, sobre todo los relacionados con la venida del Mesías.
¿Por qué no se le aceptó como libro profético? En primer lugar, porque sus predicciones no están planteadas en el contexto de una crítica social, elemento fundamental de los verdaderos libros de profecía como Isaías, Jeremías y Ezequiel. Pero también porque la realidad es que sus oráculos son predicciones fallidas. Además, contiene muchas imprecisiones históricas.
La versión original del libro de Daniel, elaborada hacia el año 164 AEC, daba por sentado que el “fin de los tiempos” y la llegada del Reino Mesiánico sucederían ese mismo año, justo después de la repentina muerte de Antíoco IV Epífanes (la “bestia” del capítulo 8). Ante el fracaso de la predicción, hay elementos para asumir que en el año 73 se hicieron “correcciones” para demostrar que las predicciones fallidas tendrían su cumplimiento cuando los rebeldes judíos derrotaran a Vespasiano (la “bestia” del capítulo 7).
Estos autores -el del año 164 AEC y el del año 73 EC- no dispusieron de la información suficiente para describir correctamente el ambiente del siglo VI AEC, en el que supuestamente vivió el protagonista. Por ello, se equivocaron en la identidad de los gobernantes babilónicos, medos y persas. Mencionan a Belsasar como rey, cuando en realidad apenas si fue regente (el rey fue su padre, Nabonido); confunden el orden cronológico de reinado de Ciro el Persa y Darío el Grande, y además confunden a Darío I (el Grande) con Darío II.
El resultado, objetivamente hablando, es un libro inverosímil en su narrativa anecdótica.
Esa es razón suficiente para deducir que la clave de Daniel que nos muestra cómo será el futuro no está en sus predicciones. No se trata de buscar una nueva interpretación que nos descifre lo que viene por delante.
¿Dónde está la clave? En algo más sutil, más difícil de percibir, pero más claro y contundente una vez que se tiene bien enfocado: el libro de Daniel es una soberbia lección de Historia, bajo la premisa típicamente rabínica de que la Historia es un proceso cíclico. Por lo tanto, para conocer el futuro no hay más alternativa que conocer el pasado, porque “lo que ha sido es lo que será”, como bien lo señala el Eclesiastés.
¿Cuánta Historia está implicada en el libro de Daniel? Entre sus elementos narrativos y visionarios, unos 650 años. El relato se ubica en la época del exilio en Babilonia, que comenzó con la destrucción de Jerusalén y el Primer Templo en el año 587 AEC, pero se proyecta hacia la época del levantamiento armado contra Roma entre los años 66 y 73, cuando fue destruido el Segundo Templo. Es decir, abarca un ciclo completo desde la destrucción de un Templo hasta la destrucción del otro.
El tema clave para desenmarañar esta lección de Historia es la independencia de la nación judía. Sorprendentemente, el proceso mediante el cual el antiguo Reino de Judea logró emanciparse es muy parecido, casi idéntico, al proceso mediante el cual renació el moderno Estado de Israel.
El punto más importante en esto es la relación que hubo, en su momento, entre Judea y Roma, repetida casi al detalle por la que ahora hay entre Israel y Estados Unidos.
Al analizar las características de cada nación y de cada pueblo, se hace evidente que el pueblo judío pudo aprovechar esta titánica lección de Historia y cambiar muchos de los aspectos que, en el pasado, fueron decisivos en la provocación de una catástrofe. En cambio, los Estados Unidos no han logrado ningún cambio en relación a la antigua Roma. Uno a uno, siguen los mismos pasos del mismo Imperio, por lo que están destinados a repetir su suerte: el colapso. En cambio, Israel tiene hoy por hoy la posibilidad de escribir una Historia muy diferente a la que se escribió en el siglo I.
Hay que hacer una aclaración: cuando hablamos de “destino” no nos referimos a algo escrito en los cielos que no se pueda evitar. En realidad, se trata de procesos históricos, dinámicas sociales y culturales que, por la dimensión que tienene, una vez echadas a andar YA NO SE PUEDEN DETENER.
¿Qué aspectos pudo cambiar el pueblo judío?
El más importante tiene que ver con su gobierno. En el año 66, cuando estalló la guerra contra Roma, Judea estaba gobernada por un grupo abiertamente aliado con el Imperio. Por lo tanto, la guerra fue, en realidad y más que nada, una guerra civil, judíos contra judíos. Esta situación se dio porque la ruptura entre Judaísmo tradicionalista y helenista se había reflejado también en la ruptura entre proyectos y lealtades políticas.
Hoy en día no es así. El gobierno de Israel es eminentemente laico y hasta podría identificarse con las modernas tendencias del Judaísmo liberal, pero de todos modos es parte del Judaísmo Rabínico. Por ello, su lealtad no está con el moderno Imperio, con los Estados Unidos -pese a que, especialmente durante la administración de Barack Obama, se han dado todo tipo de presiones para que se dé este tipo de cambio-. Por el contrario, el gobierno israelí está completamente comprometido con su nación y su pueblo. Este simple detalle ha garantizado una mayor fuerza de Israel, y una mayor consistencia y capacidad de enfrentar por sí mismo los retos a los que se ha visto sometido.
En el aspecto religioso, la época posterior a la destrucción de los dos templos fue, sin duda, la de mayor creatividad intelectual en el Judaísmo. Las dos catástrofes obligaron a los líderes espirituales del pueblo judío a plantearse soluciones importantísimas. En un segundo plano, la época posterior a la liberación de Judea del yugo sirio-seléucida permitió el florecimiento de las escuelas clásicas del Judaísmo antiguo: Saduceos, Fariseos, Helenistas y Apocalípticos.
El Judaísmo de hoy se encuentra en una coyuntura muy similar, aunque esta vez no es por causa de una catástrofe, sino por los retos de la modernidad. Lo sorprendente es que en esta ocasión la cohesión religiosa (sí, cohesión religiosa, aunque no lo parezca) es infinitamente mayor que en el ciclo histórico anterior.
Ante el embate de Antíoco IV Epífanes, el Judaísmo tal y como se conocía se vio irremediablemente afectado. El Sumo Sacerdocio, institución suprema de la religión judía en aquel entonces, perdió su sucesión dinástica y se volvió un coto de poder que se obtenía por medio de negociaciones. Luego de la derrota de los sirios, se fusionó con el poder político -algo que no sucedía desde casi un milenio atrás- y una misma persona -de la dinastía Hasmonea- fue al mismo tiempo rey y Sumo Sacerdote.
Eso provocó una redefinición muy compleja de las posturas religiosas, y las antiguas formas de helenismo y tradicionalismo evolucionaron para que apareciesen los grupos ya mencionados: Saduceos, Fariseos, Helenistas y Apocalípticos.
En cambio, después del Holocausto -el evento que ocupa el lugar de la persecución de Antíoco en el ciclo histórico actual- el Judaísmo no se tuvo que reorganizar. Se vio afectado por la muerte de 6 millones de judíos y por la destrucción de sus grandes centros de enseñanza en Europa, pero no hubo cambios decisivos en la organización de los grupos modernistas, liberales y tradicionalistas. La ortodoxia siguió siendo la misma, el jasidismo también, y las tendencias liberales siguieron representadas por los movimientos reformista y conservador. Acaso, lo único nuevo fue la aparición del movimiento reconstruccionista, que en esencia no propone nada distinto a lo que ya habían propuesto reformistas y conservadores.
¿Por qué esta vez no hubo cambios sutanciales? Porque durante los quince siglos anteriores, el Judaísmo Rabínico se dedicó a construir una estructura religiosa prácticamente perfecta, indestructible, resistente a cualquier cambio histórico precisamente por lo flexible y adaptable que es. Por ello, el Judaísmo de hoy está organizado exactamente igual que el de hace 200 años, aunque adaptado a las nuevas exigencias.
En cambio, el mundo occidental no pareció entender ninguna lección, y vive sumido en los mismos problemas que hace 2 mil años agobiaban al Imperio Romano. La decadencia política, social y moral es la misma; el afán militarista es el mismo; la crisis de una economía globalizada pero mal llevada es la misma. Por lo tanto, la suerte de los Estados Unidos tendrá que ser la misma que Roma: la debacle (aunque todavía falta para ello).
En el plano religioso, los retos del Cristianismo son -hoy por hoy- exactamente los mismos que hace 2 mil años empezaron a cercar a la religión helénica. Curiosamente, las grandes transformaciones se dieron porque repentinamente apareció en el panorama una singular secta, tan helenística como las demás, pero fascinada con muchas ideas judías. Este grupo tuvo un éxito inusitado, y poco a poco fue asentándose en todo el Imperio. Al final, su adaptabilidad permitió que el propio gobierno decidiera convertirlo en religión oficial, intentando con ello salvar la cohesión política de un reino que se desmoronaba.
Actualmente, los grupos tradicionales del Cristianismo están contemplando con una mezcla de estupor y miedo el éxito que están teniendo los grupos “judaizantes”, tales como Judíos Mesiánicos, Nazarenos o Efraimitas. Es la misma dinámica: una religiosidad plenamente occidental, en la que surge una tendencia obsesionada con el Judaísmo y que pronto empieza a sacudir las formas religiosas a las que se estuvo acostumbrado durante siglos.
Hasta este punto, el Cristianismo no ha sido capaz de contener esta dinámica. Lo más seguro es, por lo tanto, que a la larga corra la misma suerte que la antigua religión helénica: evolucionar en una nueva forma que la deje irreconocible. Por su parte, los grupos judaizantes sólo van a lograr lo que logró el Cristianismo en su momento: institucionalizarse.
Pero tal vez el tema más interesante de todos sea el de “el Mesías”. Efectivamente, en los estertores del ciclo anterior apareció un personaje que tuvo todos los elementos para ser considerado el Mesías.
El personaje en cuestión fue Simeón bar Kojba, líder militar que logró independizar a Judea por 2 años, y que estuvo a punto de derrotar a los romanos, que tuvieron que movilizar a la mitad de todas sus tropas para poder aplastar esta rebelión que se alzó durante los años 132 y 135.
Las condiciones de hoy son sensiblemente diferentes, pero el proceso es el mismo, y es probable que no falte mucho para que el Judaísmo redefina sus expectativas mesiánicas.
Es lógico: el largo exilio y el sufrimiento vivido durante casi dos mil años provocó que el Judaísmo asimilara la idea de que la redención habría de venir como obra de un redentor fuera de serie, casi sobrenatural. Pero no sucedió así: en 1948, Israel fue recuperado por el pueblo judío sin “el Mesías”, y en los años siguientes se consolidó como una nación fuerte y capaz de defenderse, nuevamente sin “el Mesías”.
Pero es un hecho que no será igual que en el ciclo histórico anterior. En aquel entonces, Judea estaba ya inmersa en un conflicto abierto con el Imperio Romano, y Bar Kojba fue el líder militar que dirigió el último intento por sacudirse de ese yugo.
Hoy hay muchas diferencias, pese a las tensiones que se han dado con Estados Unidos, provocadas por la abierta postura anti-israelí de Barack Obama. En primer lugar, Estados Unidos no domina a Israel, como Roma sí dominó a Judea. En segundo, es muy probable que las relaciones entre ambos países se reconstruyan cuando Obama terminé su gestión, en un poco más de un año. En tercera, las opiniones religiosas de hoy dentro del Judaísmo son de lo más variadas, pero de ningún modo se comparan a la discordancia y enemistad abierta que hubo entre las tendencias del Judaísmo antiguo (hoy es impensable una guerra civil a muerte entre el Judaísmo tradicional y el liberal; hace dos mil años no se pudo evitar).
En consecuencia, es muy probable que el ambiente de excitación en el que se declare la realización de las esperanzas mesiánicas (como lo que sucedió con Bar Kojba en el año 132) sea muy distinto en esta ocasión.
Para darnos una idea de qué es lo que puede suceder, las enseñanzas del Rav Itzjak Kaduri sobre el Mesías son muy sugerentes. El Rav dio a entender, claramente, que la manifestación del Mesías resultaría algo poco convencional y bastante diferente a lo que han sido las expectativas tradicionales, al punto que sería más fácil para los judíos no religiosos aceptar al Mesías, y que los ortodoxos tardarían un poco más de tiempo.
Personalmente, no creo que esa idea del Rav Kaduri haya sido resultado de una revelación misteriosa. Simplemente, el Rav fue un sabio de proporciones descomunales, y fue testigo de cómo se transformó el Judaísmo durante todo el siglo XX.
Según sus enseñanzas, el Mesías comenzará su oficio sin saber que es el Mesías, y sólo con el paso del tiempo tomará consciencia de lo que es. Eso sólo puede ser posible si por “Mesías” entendemos al Primer Ministro de Israel en funciones, porque el oficio del Mesías es gobernar, guiar y proteger a Israel.
¿Eso significa que un Primer Ministro de Israel será “el Mesías”? No lo creo. Más bien, lo veo en otra dimensión.
¿Qué es, a fin de cuentas y en términos prácticos, la restauración mesiánica a nivel de institucionalidad en el pueblo judío? No es otra cosa sino el pueblo judío LIBRE Y SOBERANO EN SU PROPIA TIERRA, GOBERNADO POR UN JUDÍO y no por una potencia extranjera.
Eso es una realidad desde 1948. En términos objetivos, YA NO ES NECESARIO ESPERAR AL MESÍAS. Dicha espera significó, durante siglos, el anhelo de que llegara ese gran líder que dirigiera al pueblo judío de nuevo a Eretz Israel para liberarlo allí de sus enemigos.
Eso ya sucedió. Eso es el Estado de Israel.
Lo que sigue pendiente es todo aquello que caracteriza al Reino Mesiánico -paz y justicia en Israel y en todo el mundo-, pero que en la Biblia NUNCA aparece como resultado de lo que hace el Mesías, sino como resultado de que el pueblo judío viva conforme a las ordenanzas de la Torá.
Entonces, el objetivo de la religión judía sigue siendo EXACTAMENTE EL MISMO DE SIEMPRE: enseñar Torá, obedecer Torá, y con ello iluminar al mundo entero.
¿Y el Mesías? Su imagen se va diluyendo poco a poco, perdiendo su perfil mitológico y épico, y cobrando por fin una forma humana, verosímil, objetiva y -sobre todo- POSIBLE EN NUESTRA REALIDAD. Deja de ser “el Mesías”, y simplemente se convierte en el Primer Ministro del Estado de Israel, sea quien sea.
Él, y nadie más, tiene las responsabilidades que la tradición judía le construyó al Mesías: guiar a Israel, protegerlo, hacerlo prosperar, defendero de sus enemigos.
Una cosa es definitiva: hoy, más que nunca en la Historia, Israel tiene las mejores posibilidades de lograr eso. El Medio Oriente se está moviendo en una dirección bastante clara: al igual que hace más de 2 mil años, los enemigos de Israel -las naciones que lo rodean y el Imperio- están cometiendo los mismos errores de siempre. Por eso, correrán la misma suerte de siempre: su colapso, su derrota.
En ese panorama confuso y sin pies ni cabeza, Israel es el único país que ha llegado a la nueva cita con la Historia en una condición diferente. Aprendió la lección. Hizo buen uso del Libro de Daniel y de sus otros recursos, y tiene los medios para enfrentarse con Hizballá, Irán, Hamás e ISIS. Ellos, en cambio, están en una violenta guerra sin cuartel, destrozándose entre ellos mismos.
Al mismo tiempo, la era del petróleo va llegando a su fin. Ya no son los combustibles fósiles los que marcan el rumbo, sino la innovación tecnológica (rubro en el que Israel está a la vanguardia en el mundo entero).
Cuestión de décadas para que el mundo y la geopolítica, tal y como los conocemos, colapsen. Colapsaron en la antigüedad, colapsarán otra vez. Menos un pequeño país que entendió que en ese extraño libro de visiones y oráculos fallidos había una soberbia lección de Historia de la cual se podía aprender mucho.
El libro de Daniel.
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