Uno de los temas más discutidos en Israel y en la Diáspora es el tema de la hasbará (esclarecimiento). Ante la creciente imagen denigratoria de las políticas de Israel y los intentos de deslegitimar e incluso de estigmatizar al Estado judío, en los más diversos círculos israelíes y diaspóricos surge una pregunta reiterativa: ¿por qué Israel no se explica mejor ante el mundo?
Desde que los judíos empezaron a abandonar el gueto a fines del siglo XVIII, desde Moses Mendelssohn en adelante, los líderes de las comunidades judías del occidente europeo se esforzaron por proyectar una imagen positiva del judaísmo y de los judíos, en sus respectivos países. Este propósito se transfirió a principios del siglo XX a los Estados Unidos, donde como respuesta al linchamiento de un judío falsamente acusado de crimen ritual se fundó la Liga Antidifamatoria.
En Alemania el esfuerzo de presentación benévola del judaísmo fue extraordinario. Una constelación de escritores e intelectuales eruditos generó un movimiento cultural denominado “Ciencia del Judaísmo”. Las investigaciones de sus cultores pusieron de manifiesto la riqueza de la teología, filosofía, literatura y ética judía antigua y medieval hasta los tiempos modernos. La finalidad era fundamentalmente apologética: mostrar la valiosa espiritualidad del aporte judío a la civilización, abogando por el derecho de los ex habitantes del gueto a ser reconocidos como conciudadanos en pie de igualdad con la población mayoritaria. El objetivo era la emancipación legal, civil y política. Y a menudo la antesala de la asimilación.
La lucha contra los estereotipos tradicionales se transformó en la tarea principal de las colectividades hebreas organizadas. No se escatimaron esfuerzos para demostrar las bondades de sus miembros y la falsedad de acusaciones aberrantes como el deicidio, el crimen ritual, la contaminación de las aguas y en general las influencias maléficas que les eran atribuidas. Básicamente se trató de una empresa racional, aunque lamentablemente dirigida contra odios irracionales.
A fines del siglo XIX una mitad de la judeidad mundial vivía bajo el régimen de la Rusia Zarista. Desde el Zar al último campesino el antisemitismo era feroz. En 1881 estallaron pogromos que pusieron en movimiento a millones de judíos hacia tierras menos hostiles, Europa Occidental y las Américas en primer lugar. Aunque un pequeño y afluente grupo de judíos rusos había pensado que el régimen cambiaría con el incremento de la asimilación, un médico que había creído en los resultados de una tarea esclarecedora, experimentó una epifanía. Era el Doctor León Pinsker que de pronto advirtió que por más veraces y lógicos que fueran los argumentos opuestos al antisemitismo, convencer a los judeófobos era una imposibilidad. Escribió entonces un formidable documento titulado “Autoemancipación” en el que afirmó que el antisemitismo es un atavismo y se encuentra, virulento o larvado, en la genética de los pueblos con que conviven los judíos. Para él no había solución para el problema del antisemitismo que azotaba incluso a las comunidades ya emancipadas. Los judíos tendrían que emanciparse a sí mismos.
El siglo XX asistió a una notable participación judía en todos los órdenes de la ciencia dura, medicina, tecnología avanzada, artes, literatura, industria y comercio. Como iniciadores y creadores enriquecieron grandemente la vida y el bienestar general en los países que los integraron. De nada les valió: se aceptaron sus contribuciones pero los prejuicios no desaparecieron: eran y son más poderosos que las verdades fácticas. Ni el patriotismo más apasionado – el ejemplo de los judíos alemanes es patético – abolía la división entre “el nosotros y ustedes”.
Los pretextos del antisemitismo son múltiples, inconsistentes y contradictorios entre sí: no resisten el menor análisis racional. Se trata de un fenómeno que está totalmente fuera del reino de la razón. Ninguna explicación, ninguna demostración, es relevante para extirparlo de raíz. El antisemita no escucha ni discute argumentos. Simplemente resiente, sospecha y denigra. La razón es impotente para combatir al odio.
Vivimos hoy en una época en que existe y se desarrolla el Estado judío. Su propósito en todos los terrenos es la excelencia. Rodeado de un océano de hostilidad, debe defenderse día a día, con el esfuerzo y la sangre de su población de severos peligros existenciales. La capacidad que demuestra para hacerlo es ahora fuente de resentimiento en una no insignificante parte de la opinión pública internacional. Cuando Israel era un país naciente, frágil y vulnerable, despertó simpatías. No bien demostró autosuficiencia, comenzaron primero las reticencias, que después se transformaron en críticas acerbas.
No es cierto que Israel y el liderazgo diaspórico se hayan desentendido de la finalidad de hasbará, como sostienen algunos. Con elocuencia y honestidad voceros de la causa israelí la han expuesto y explicado mil y una veces. Nunca hubo un déficit en el esfuerzo de esclarecimiento. Pero la enemistad y los intereses en contrario no se atenúan con buenas presentaciones, por más contundentes que sean. El antisionismo es hoy el antisemitismo dirigido contra Israel, sin que el antisemitismo enfocado sobre el pueblo judío se haya evaporado. En definitiva el Estado de Israel está recibiendo el tratamiento que las comunidades judías venían recibiendo desde tiempo inmemorial. El problema no es la hasbará, es la judeofobia que no quiere desaparecer.
Fuente:cciu.org.uy
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