BENJAMÍN LANIADO
Cd. de México. Martes 28 de abril, 2015.
Una vez más, nos encontramos abordando un avión para cruzar el mundo. En esta ocasión, somos siete voluntarios; siete personas que parten a Katmandú con la esperanza de poder salvar aunque sea una sola vida, de ayudar a mejorar las condiciones de muchos, de hacer lo que debamos, haciendo todo lo que podamos.
Esta vez, como siempre que partimos hacia alguna zona de desastre, nos encontramos con gente que, al observarnos cargar equipo y suministros, nos pregunta: “Pero, ¿por qué van?”.
En esta ocasión, como en otras, compartí tres respuestas: “yo voy, porque me empuja mi propio ser; voy, porque me motiva mi ser judío; y voy, porque me impulsa mi ser mexicano”.
Como ser humano, atiendo emergencias de desastres porque no puedo desestimar la desventura ajena y porque mi naturaleza me incita a poner mis esfuerzos al servicio de aquellos que están pasando por un momento de sufrimiento.
Durante los últimos diez años, mis experiencias han provocado que el compromiso con la ayuda humanitaria permee todo mi ser, penetrando cada vez más profundamente conforme más conozco y aprendo. Ahora siento que soy parte de ese equipo de personas que comparten ese sentimiento de entrega y un sentido del deber que nos dicta que no podemos fallarle a las víctimas.
Para mí es como si cada una de ellas me conociera y me estuviera esperando. Por eso, las distancias y los tiempos para llegar a ellas se convierten en fuentes de frustración; también por eso, mi instinto y mi personalidad me dicen que no puedo dejar de acudir a esa cita.
Como judío, atiendo emergencias de desastres porque creo que brindar ayuda humanitaria de manera activa es cumplir plenamente con los preceptos encomendados por el Creador y las Sagradas Escrituras, es servir a Dios sirviendo al hombre; es amar al prójimo como a uno mismo.
A veces pienso que estas tragedias ocurren para recordarnos la misión pura del monoteísmo: comprender y reconocer que todos somos hermanos y que nos necesitamos mutuamente. Esta premisa, que el mundo suele olvidar con gran frecuencia, se torna una realidad en las adversidades, terreno fértil donde afloran los valores humanos universales y se fortalece el sentido de unión que debe prevalecer entre los hombres tanto en las buenas como en las malas, pues el ser humano, sin sus congéneres, difícilmente es capaz de prevalecer y desarrollarse.
Para mí, todas las personas que nos dedicamos a brindar ayuda, a salvar vidas y proveer socorro en casos de desastre, nacional o internacional, somos parte de un comando especial creado por Dios para trasmitir el mensaje de la corresponsabilidad, la dignidad y la unión que la humanidad puede, y debe, alcanzar como su máximo propósito colectivo.
Como mexicano, atiendo emergencias de desastres porque creo que es un deber prestar mi ayuda, es una manera de agradecer y responder con reciprocidad a la ayuda internacional que no escatimó ningún esfuerzo para socorrer a México tras el terremoto de 1985. Aún recuerdo el gran orgullo y la emoción que sentí al ver al equipo de rescate de Israel y al observar a los voluntarios de tantos países que trajeron sus mejores recursos para salvar vidas mexicanas.
Precisamente, la palabra es reciprocidad: hoy por ti, mañana por mí. El terremoto ocurrido en Nepal pudo haber tenido lugar en nuestro país y estoy seguro que, una vez más, el apoyo internacional se hubiera movilizado para brindar a México ayuda y esperanza.
La fuerza de la naturaleza nos enfrenta con la vulnerabilidad del hombre y su civilización y nos recuerda que para contrarrestarla es necesario que los seres humanos estemos unidos. La ayuda humanitaria internacional manifiesta que, si bien dividida en culturas y naciones, toda la especie humana conforma una sola familia.
Cada vez que parto a una misión confirmo que la ayuda humanitaria brinda la mejor oportunidad para que la magia de la hermandad surja, rebasando incluso el desastre mismo. Cada cual suma dentro de su propio papel y alcance el ejercicio de hacer por los demás y esta experiencia me permitió reconfirmarlo.
En la impaciente espera para partir a nuestra misión en Nepal, el supervisor de la aerolínea Emiratos Árabes observó la kipá colocada sobre mi cabeza y me dijo: “Shalom”. “Salam alekom”, le respondí.
“Te voy a ayudar, porque sé a lo que vas”, me dijo y agregó: “además, somos primos, ¿qué no?”, y arregló todo lo necesario para realizar un buen descuento por el sobrepeso que llevábamos en medicinas y otros suministros.
Los medios de comunicación cubrieron la noticia de nuestra partida hacia Katmandú, ante lo cual nos sentimos muy halagados y con la gran responsabilidad de cumplir con nuestros objetivos en esta primera misión:
- Salvar el mayor número posible de vidas, para lo cual llevamos el detector de vida israelí.
- Abastecer de agua potable a miles de personas con 200 filtros.
- Establecer una brigada médica.
- Realizar levantamiento y análisis de necesidades para la recuperación y la reconstrucción.
Katmandú, Nepal. Miércoles 29 de abril, 2015.
Una vez en Katmandú, la magia de CADENA comenzó a manifestarse. Pradwal, amigo de Ilán, amigo de Karen, nos recogió en el aeropuerto con dos camionetas todo terreno y nos dijo que ya teníamos un lugar para dormir en casa de sus amigos Zweta y Adrián, donde había suficiente espacio para alojarnos y guardar el equipo y todos los suministros.
Llegamos a la casa, donde nuestros anfitriones nos recibieron con un afectuoso “namaste” y todo listo para hospedarnos.
Katmandú, Nepal. Jueves 30 de abril, 2015.
Comenzamos nuestro trabajo uniéndonos al equipo de búsqueda y rescate de IsraAid. Nos adentramos en los escombros de un edificio colapsado, donde todo parecía indicar que sólo nos dedicaríamos a recuperar cadáveres, labor triste y un tanto desalentadora, pero sumamente importante pues, al igual que en nuestra tradición, para los nepalíes es de gran trascendencia honrar los cuerpos de sus difuntos, en su caso, mediante rituales de cremación.
Tras recuperar el primer cadáver, escaneamos los escombros en búsqueda de cualquier rastro de vida, tarea a la que se unió el equipo francés con su propio sonar. De pronto, con gran asombro, pudimos escuchar una voz. ¡Seis días después del terremoto, encontrábamos un sobreviviente!
“¡Milagro!”, gritamos a una sola voz. Inmediatamente, el equipo noruego puso en acción a sus perros entrenados, reduciendo así el perímetro y facilitando la búsqueda. Comenzamos a cavar y a perforar en medio de diversas opiniones sobre qué hacer primero, cómo hacerlo más rápido o con mayor seguridad; todo ello en seis idiomas diferentes: la personificación misma de la Torre de Babel. Coordinar una operación de este tipo supone un gran reto, pues además de mantener la concentración en la tarea de rescate, es necesario conciliar continuamente entre los equipos y voluntarios, ya que los ánimos se encuentran muy exaltados.
Por fin, después de seis horas de ardua tarea, encontramos a una muchacha, pero aún faltaba sacarla de entre los escombros. En coordinación con el equipo noruego, nuestros médicos y paramédicos comenzaron a atenderla. Había que penetrar cinco o seis metros bajo los apretados bloques de cemento, cascajo y fierro retorcido para hacerles llegar todo lo necesario a fin de canalizarla y medicarla.
Tres horas más tarde, finalmente, logramos sacarla y de inmediato fue trasladada en ambulancia al hospital militar israelí.
Creo que todos los que participamos en el rescate siempre recordaremos la imagen del momento en que logramos sacarla; la sensación y el sentimiento; los abrazos, las risas, las fotografías, la alegría, la celebración… ¡Qué suerte!, ¡qué bendición! Más de 70 rescatistas, provenientes de lugares tan alejados en el mundo, unidos en un solo sitio, remoto y desconocido, para salvar una vida.
En ese momento, se tiene la certeza de que todos los esfuerzos han valido la pena, se experimenta la gran satisfacción de sentir que se está participando en un evento de gran impacto, porque como afirma la famosa frase judía, que muchas veces repetimos en CADENA: “Quien salva una vida, salva al mundo entero”, lo cual pude confirmar y a lo cual agrego: a veces, para salvar una vida, se necesita al mundo entero.
Al mismo tiempo, me hago un sinnúmero de preguntas, como: ¿quién es esta joven mujer que rescatamos?, ¿qué será de ella?, ¿podrá reconstruir su vida?, ¿qué certezas y esperanzas puede encontrar en el futuro?… No lo sabremos y esta ignorancia me conduce a cuestionar: entonces, ¿para qué tanto esfuerzo?
Y encuentro la respuesta al darme cuenta que ella representa la máxima expresión de la dignidad humana; que ella es, y será por siempre, un símbolo del elevado y sublime concepto de la hermandad universal, la cual muy raras veces podemos experimentar de manera tangible en la vida cotidiana. Esta muchacha nepalí rescatada de la devastación es la imagen viva de la única familia humana a la que todos pertenecemos sin importar nuestra nacionalidad, cultura, raza, sexo ni religión.
El esfuerzo personal y colectivo realizado para rescatarla, y las fuerzas, habilidades y capacidades reunidas en torno a la causa común de salvarla constituyen una expresión manifiesta del tikún olam, de la ‘reparación del mundo’ que la Biblia alude en el episodio de la Torre de Babel: la humanidad, unida para alcanzar un mismo propósito, es sumamente poderosa. Por ello, debemos cuidar que nuestros objetivos sean positivos, que construyan y no destruyan, que propicien la vida y no fomenten su aniquilación.
Creo que ese jueves en Katmandú, reparamos el error de la Torre de Babel. Logramos hacer de lado nuestras diferencias para entregarnos a un único propósito: salvar una vida.
Después de celebrar un rato, pregunté a Erán, líder del equipo israelí: “¿Y, ahora qué?”. Me respondió: “¿Ahora qué? ¡A seguir buscando!”.
Sanku, Nepal. Viernes 1 de mayo, 2015.
Nos dirigimos a la totalmente devastada ciudad de Sanku, a una hora de Katmandú, donde sus construcciones tradicionales de ladrillo habían sepultado a más de 100 personas.
En medio de la destrucción, nos encontramos con una madre cuyo hijo de 12 años estaba desaparecido. Dedicamos muchas horas a establecer una hipótesis sobre su posible ubicación, por lo que la noche cayó y nos vimos obligados a detener nuestras labores. Las cuales reanudaríamos al día siguiente en conjunto con el equipo de Turquía.
Sanku, Nepal. Sábado 2 de mayo, 2015.
Arribamos de nuevo a Sanku y reiniciamos nuestras tareas. Parte de nuestro equipo se movilizó hacia todos los pozos de agua para instalar filtros, los cuales, realmente, hicieron la diferencia.
Yoel y yo nos dirigimos al perímetro establecido para la búsqueda del niño. Llegamos y encontramos ya trabajando a un numeroso grupo de japoneses. Se repitió la escena de la Torre de Babel, esta vez con los equipos de Japón, Turquía, Nepal y nosotros.
Una y otra vez escaneamos la zona, reestablecimos hipótesis de localización, pero todo era en vano.
Alrededor de las cuatro de la tarde, la madre se acercó a mi y me dijo: “Te suplico que lo encuentres. Sé que es casi imposible que esté vivo, pero encuéntralo”.
Sus palabras fueron para mí una inyección de adrenalina. Los japoneses cerraron el caso y se retiraron; a pesar de saber que era como tratar de encontrar una aguja en un pajar, los turcos y nosotros decidimos continuar con la búsqueda hasta hallar al pequeño.
Tras remover toneladas de escombros, a las siete de la noche, prácticamente en penumbras, percibimos el distintivo olor… Lo habíamos encontrado.
Se encomendó a Macarena la dura tarea de informarle a la madre que posiblemente se trataba de su hijo, lo cual quedó confirmado poco después. El dolor y el llanto de los padres estremeció a todo el pueblo.
Todos nos siguieron en nuestro camino hacia el centro, adonde llevamos el pequeño cuerpo para que la policía se encargara de lo necesario.
¡Qué diferentes emociones a las vividas apenas un par de días atrás! Lágrimas, un dolor clavado en la garganta.
Los turcos, que fuertes e incansables honraron el nombre de su nación, permanecieron con nosotros hasta el final. Estábamos a punto de retirarnos, dándonos un abrazo fraternal de despedida y consuelo, cuando el líder turco se me acercó y me dijo: “Benjamín, cuando quieras llámanos e iremos a trabajar con ustedes”. Luego, con un dejo de humor agregó: “Por cierto, ¿qué no es hoy Shabat?, ¿qué haces aquí?”
“En el judaísmo, lo primero es la vida”, le respondí. A lo que él añadió: “I know my friend, just kidding”.
Nos dimos un abrazo, pero su comentario sobre Shabat me hizo sentir el vacío, que hasta ese momento había olvidado, por no haber realizado ningún ritual sabático. Entonces, le dije a mi equipo: “Ya salieron tres estrellas. Vamos a la base israelí a bendecir la avdalá”.
Partimos hacia allá. Visitamos a la chica nepalí que habíamos rescatado, seguía en terapia intensiva. Después fuimos a la sinagoga de la base y junto con los soldados y médicos recitamos la avdalá.
Mientras nos encontrábamos allí, no pude dejar de observar el despliegue impresionante que realiza Israel; su equipo de ayuda humanitaria no es solo un gesto de buena voluntad, no es simbólico, es un hospital en toda la extensión de la palabra y, aunque es temporal, en ocasiones cuenta con mayor capacidad y recursos que los hospitales locales. Un cuarto de millar de soldados, médicos expertos, directores hospitalarios… Israel envía lo mejor que posee y eso lo dice todo.
Nepal. Domingo 3 mayo, 2015.
Parte del grupo partió con un equipo de la ONU a algunas de las poblaciones más alejadas con el fin de instalar filtros de agua. Son lugares muy afectados donde las condiciones sanitarias son prácticamente inexistentes. La destrucción fue total y hay muchos poblados que jamás serán reconstruidos. Las carreteras que conducen al Tíbet presentan elevaciones de cuatro metros de altura, por lo que es muy probable que, dadas las precarias circunstancias del país, los caminos queden cerrados para siempre. En las poblaciones de los distritos del norte, 5,000 personas están durmiendo en la montaña, a la intemperie y con muy poca ayuda, pues solo es posible llegar a ellos por aire.
A pesar de que la ayuda y los esfuerzos internacionales son buenos, los problemas de logística complican la situación. Nepal es un país que, aún antes de esta catástrofe, se encontraba en proceso de desarrollo y crecimiento. Hoy, la devastación lo obliga a recomenzar prácticamente de cero.
Otros integrantes de nuestro equipo, apoyados por la Cruz Roja de Nepal, salieron a instalar filtros en el sur de Katmandú. Mientras algunos más nos presentamos en la junta general de ONU – Watch Cluster (NO SÉ SI EL NOMBRE ESTÁ ESCRITO CORRECTAMENTE), para reportar y recibir información sobre los avances y necesidades.
Antes de salir hacia el aeropuerto, hicimos una vista a la casa de la organización Chabad para reclutar más voluntarios que dieran continuidad al trabajo que nosotros habíamos realizado. Varias personas se integraron al equipo; Shira y Dafna recibieron capacitación de Jorge, nuestro médico, para trabajar siguiendo nuestra misma línea y con la misma metodología, pues hemos podido comprobar que nos da buenos resultados.
El final de la primera misión
Escribo estas líneas en el avión. Voy camino a Dubai donde tomaré la conexión a Dallas, Texas, para de ahí dirigirme a Guatemala, donde participaré en la Cumbre de Ayuda Humanitaria Regional de Centro América. Espero poder compartir mis experiencias y perspectivas con el fin de aportar al mejoramiento de las políticas mundiales en materia de reducción de riesgos y manejo de emergencias. Creo que la información reciente con la cuento puede ser muy útil.
Una vez más, CADENA cumple con su deber y razón de ser. Me pregunto cómo logramos cumplir con nuestros objetivos y la única respuesta que encuentro es que a Dios le complace lo que hacemos y por ello nos coloca en el sitio adecuado, en el momento preciso y con la gente indicada para que nuestros esfuerzos se maximicen y nuestros impetuosos deseos de ayudar se potencialicen.
Gracias a todo el equipo: Macarena, Raúl, Darío, Yoel, Jorge, Eloísa, Sweta, Pradwal y Santos. Gracias a las organizaciones IsraAid, Cruz Roja, ONU y Global Rescue; y a los equipos internacionales de rescate de Francia, Noruega, Turquía, Nepal y Japón. Y gracias a los miembros de CADENA: todos somos eslabones y cada uno debe sentirse muy orgulloso de saber que juntos salvamos una vida y ayudamos a muchos seres humanos en el que quizá sea el peor momento de sus vidas.
El desastre y el sufrimiento todavía prevalecen. Continuemos apoyando; sigamos iluminando, sigamos reparando, sigamos re-uniendo aquello que se ha roto; y sigamos dando, pues solo así podemos trascender y trascender es lo único que da valor a nuestras vidas, que las transforma en sagradas y en dignas de ser recordadas en la posteridad.
¡Kol hakavod, CADENA!
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