Una necesaria reacción contra el extremismo

GEORGE CHAYA

 

No es casualidad que en varios países occidentales, cuyas Constituciones estipulan claramente la protección de la libertad de expresión y de afiliación política, los grupos neo-nazis están prohibidos, sea en términos de adherencia como en la práctica, y que quienes violan esa ley son sancionados.

El nazismo está prohibido por ser una ideología nacionalista, extremista y fascista que representa una amenaza directa a la humanidad. Su historial sangriento es relativamente reciente y el odio de su fuego aún quema bajo las cenizas de la destrucción y los crímenes que generó en el siglo pasado.

En Oriente Medio, la versión del fascismo nacionalista es el extremismo religioso, que es igual de peligroso y destructivo. Muchas personas que pertenecen a movimientos religiosos extremistas son engañadas o ignoran el daño causado por el nacionalsocialismo alemán, y creen verdaderamente que el extremismo eleva el estado de su propia religión por encima de todas las demás tanto igual como los nazis creían en la elevación de la raza aria por encima de todas las otras.

La locura del nazismo dio lugar a la destrucción de gran parte de Europa con 60 millones de personas muertas en ese proceso. Después de ese desastre, la mayoría de los países se encargó de que nunca más esa ideología extremista pueda dominar sus sociedades. Y ello es muy simple, una persona puede ser religiosa y/o nacionalista, sin embargo, ello no habilita el compromiso con la eliminación de los demás.

En este tiempo, en Oriente Medio se percibe el comienzo de un camino hacia un tipo similar de destrucción porque la comunidad internacional y muchos gobiernos árabes han permitido que los extremistas impongan sus agendas en sus sociedades. Años atrás, éramos pocos los que alertábamos sobre este fenómeno. Hoy, el mundo es plenamente consciente de la gravedad de la situación a la que los extremistas islamistas nos están arrastrando.

Tomando las lecciones que aprendimos de Al-Qaeda no hace mucho tiempo. En la década del 90 y durante la primera década de este siglo, era muy claro que no se podía permitir que Al-Qaeda y sus grupos satelitales difundieran sus ideas, reclutaran jóvenes y dominaran los aspectos culturales y políticos de las sociedades árabes islámicas mediante su dogmatismo y el uso de consignas sectarias.

Lo que está ocurriendo en Siria e Irak representa grandes logros tanto para sunitas como chiitas extremistas. El asesinato colectivo, el saqueo, los desplazamientos que estamos presenciando es diferente y más extremo a todo lo visto en la historia del mundo árabe, y la destrucción masiva que se lleva a cabo está más allá de la imaginación de cualquiera.

También somos conscientes de los intentos de motivación política por parte de algunos gobiernos en aprovechar esta situación para lograr sus propios objetivos valiéndose de los grupos extremistas aliados que operan en la región. Luchar y rechazar estos grupos es una responsabilidad colectiva de los gobiernos y los individuos.

Los extremistas han tenido éxito en las percepciones de personas confundidas respecto a lo que es justo y lo que es injusto, sobre quién es amigo y quién enemigo. También están tratando de dividir a las gente de acuerdo a su secta, grupo étnico y pertenencia, así definen las cosas entre el bien y el mal en la medida en que las ideas de la identidad alternativa supera la lealtad a su país, algo que se supone que debe tener prioridad sobre la propia fidelidad incluso a la tribu o a la secta, y que debería asegurar que todo el mundo tenga los mismos derechos e iguales responsabilidades.

En medio de esta atmósfera ponzoñosa, el concepto del nacionalismo, el patriotismo y la religiosidad son las mayores amenazas, y no grupos individuales o minorías como algunos piensan. La destrucción de las estructuras civiles para dividir las sociedades quiebra la columna vertebral del Estado y su estructura general. Los Estados se han derrumbado, pero los grupos terroristas han perdurado a lo largo de los años en Oriente Medio.

La peligrosa expansión del radicalismo islamista requiere la toma de decisiones y medidas severas. No es posible para un profesor universitario o un predicador de la mezquita cambiar esto en soledad. Tanto como no es aceptable que un empleado de gobierno, un predicador o un profesor inciten contra ciertas categorías sociales y religiosas. Es la comunidad internacional la que tiene la responsabilidad de que esto no suceda

Mientras tanto, los gobiernos niegan y evitan cualquier medida para evitar que se violen las leyes locales, internacionales y, fundamentalmente, los Derechos Humanos de las víctimas de este desquicio.

De ese modo y partir de sus divisiones y disputas internas, los extremistas, quienes los apoyan y justifican, lo sepan o no, están destruyendo la estructura general de la milenaria cultura árabe desde su propia base. Así, esas personas son más peligrosas para las sociedades árabes que cualquiera a quienes denominan enemigos extranjeros.

A mi juicio, este escenario hace necesario una ley que tipifique como delito al racismo y al sectarismo de la postura colectiva de muchos clérigos, religiosos, intelectuales y líderes sociales que expresan su apoyo a grupos como ISIS, Al-Nusra, Hezbolá, Hamás y muchos otros grupos terroristas que ejecutan ataques suicidas y asesinatos colectivos y expresan su odio contra otras religiones. Y espero que decenas de colegas, escritores, pensadores y gente de conciencia se pronuncien en la misma dirección ante esta demencial situación.

Fuente:infobae.com

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