LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO
El espectáculo debe continuar
El concepto de la muerte históricamente ha estado vinculado a una etapa del final de la vida, que implica una ruptura del individuo con el ámbito cotidiano en el que había existido. En la mayoría de las culturas la gente ha manifestado temor a la muerte, angustia de su desaparición física; generalmente causa dolor a los individuos que han tenido relaciones afectivas con quien fallece. Si bien la muerte implica el final físico de un individuo, no así su existencia.
En este contexto, la noción de la muerte en el mundo prehispánico de los indígenas de lo que hoy en día es México era diferente: vida y muerte se asociaban a una relación de continuidad, se sucedían de manera indisoluble y no daban lugar a la existencia de rupturas. En un artículo de Mariana Reyes Bello considera que para los indígenas la muerte representaba la continuidad de la vida y la finalidad última de esta concepción era el mantenimiento del orden cósmico vital.
En los indígenas la muerte no se concebía como un suceso doloroso, sino que se recibía con alegría, se preparaban toda la vida para ese “instante”; en el que el muerto se transformaba en Dios, la vida se prolongaba en la muerte; representaba la inmortalidad de la vida en una constante resurrección. La llegada del cristianismo al mundo indígena a través de la Conquista Española cambió la alegría de la muerte, arraigando de manera paulatina el temor “al más allá”.
Todo lo anteriormente comentado viene a colación porque en el entorno de la senectud en el que vivo, los decesos de amigos y conocidos son frecuentes, y de alguna manera me causan inquietud, no angustia, porque el horizonte de mis planes de vida se ha estrechado de manera significativa, sobre todo en el ámbito familiar, porque tengo pendiente restaurar la deteriorada relación que mantenemos; además, quisiera disfrutar más a mis nietos; sobre todo a la más pequeña de 6 meses.
En este contexto, la semana pasada murió un compañero de primaria y un mes y medio antes su hermano, a quien también conocí en esa escuela; esto no influye positivamente en mi ánimo, empero, me ha causado un mayor impacto el deceso reciente de un hijo de un compañero del Banco en el que trabajé, tendría alrededor de 50 años ; el año pasado murieron los hijos de otros dos compañeros, también de 50 años, creo que difícilmente sus padres, de más de 70 años, podrán superar sus muertes.
La vida tiene que seguir adelante y en este sentido, junto con mi esposa, hemos mantenido nuestras inquietudes en el ámbito cultural. Así, el 30 de mayo pasado asistimos al Centro Cultural Universitario a la proyección digital del National Theatre de Londres, en este espacio he comentado otras presentaciones. La obra transmitida en la fecha mencionada fue Panorama desde el Puente, del dramaturgo y ensayista estadounidense Arthur Miller (1915-2005), hijo de inmigrantes judíos polacos; es figura prominente en la cultura de EUA del siglo XX. Entre sus obras más populares se encuentran Todos Eran Mis Hijos (1947), La Muerte de un Viajante (1949) y las Brujas de Salem (1955); esta última referida a la cacería de brujas que registró en EUA entre 1950-1956 contra los comunistas; él mismo fue acusado de simpatías comunistas por Elia Kazan. Miller también escribió varios guiones cinematográficos, entre los que destaca The Misfits (1961).
Panorama Sobre el Puente, versión de un acto, fue estrenada en Broadway en septiembre de 1955; la de dos actos se estrenó al año siguiente en el West End de Londres. En 1955 Miller recibió el Premio Pulitzer por esta obra; este galardón se otorga en el presente en el periodismo impreso y en línea, así como en la literatura y la composición musical en EUA. La obra fue seleccionada por The Evening Standard, The Guardian y The Independent, como una de las mejores obras de teatro de 2014. El director de Panorama Sobre el Puente, Ivo van Hove ganó tres premios por esta obra; como el mejor director en el 2014 y en el 2015, respectivamente y, como la mejor readaptación en el 2015.
Desde sus primeros títulos Miller dejó entrever lo que sería el elemento fundamental de toda su obra; la crítica social. En el Panorama desde El Puente hace frente al sueño americano en una “oscura y apasionante historia”. Ciertamente, el personaje central, Eddie, estibador de Brooklyn, Nueva York, da la bienvenida a sus primos sicilianos “que han llegado de manera ilegal a la tierra de la libertad”, empero, cuando uno de ellos se enamora de su bella sobrina, emergen los celos que lo llevan a cometer una traición y denuncia a sus parientes con las autoridades para que lo expulsen de EUA.
El reparto estelar está encabezado por Mark Strong (42 años) que tiene una actuación soberbia. El resto del elenco también es muy bueno.
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