TERESA DE JESÚS PADRÓN BENAVIDES
“Escucha, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no abandones la enseñanza de tu madre”
Proverbios, 1:18
A mi esposo, Héctor Islas Azaïs, papá de José Emilio.
Hace poco más de un mes, la euforia colectiva se apoderaba de las calles, los restaurantes, los centros comerciales y los parques. Todos querían “festejar a mamá” en su día. Las florerías, las zapaterías y las tiendas de ropa y accesorios hacían su “agosto en mayo”. Y cómo no, si “madre sólo hay una”, reza el refrán. En México, el culto guadalupano se entrelaza con la devoción a la figura materna y entre ambos forman una simbiosis única, sólo equiparable a lo que ocurre en países como Italia, por ejemplo.
La madre mexicana (con sus salvedades, por supuesto) es el centro de la mayoría de las familias y en torno a ella transcurre la vida. Pero no sólo eso, la gran influencia de la madre en el carácter y en la personalidad de los mexicanos (y de todas las culturas), es innegable. Los hijos somos, en gran medida, producto de lo que nuestras madres han hecho de nosotros. Sin embargo, esto no siempre es así.
A pesar de que hoy en día la figura paterna goza de poco prestigio gracias a gran parte del discurso feminista (o más bien, del discurso machista femenino), y al machismo exacerbado de muchos “hombres”, para quienes el concepto de masculinidad se rige por las conductas machistas, el vocabulario soez, el comportamiento violento y los chistes fálicos, aun hay culturas que consideran al padre una figura central para el desarrollo emocional y afectivo de los hijos y, sobre todo, para la formación de su carácter, de su personalidad y de lo que llegarán a ser de adultos.
Tal es el caso del judaísmo, una tradición patriarcal que a lo largo de muchos siglos de historia ha sufrido modificaciones considerables en torno al papel que desempeña el padre en el seno familiar. Si bien es cierto que a Yahvé se le menciona como “Él”, en la Torá, jamás se nos dice que el artículo utilizado corresponda con el género de Di_s, pues éste es todo y lo abarca todo. También podemos pensar en las figuras de nuestros patriarcas como Abraham, Isaac o Moisés, todos ellos varones y creer que son ellos quienes sirven de modelo a esta milenaria tradición, sin embargo no es así.
La Torá está llena de mujeres ejemplares que destacaron por su coraje, su valentía y su amor a Di_s y que arriesgaron su vida a favor de su pueblo, y son por eso consideradas nuestras “madres”, como Ruth, Sara, Rebeca, Nohemí y Miriam, entre otras. Cada una de ellas, en diferentes momentos y de formas distintas, se equipararon a los hombres y éstos les concedieron el crédito que merecían y las consideraron como sus iguales.
Pero volviendo a la figura paterna, el judaísmo hace énfasis en que hay ciertas actitudes ante la vida, ciertos preceptos, ciertas formas de concebir el mundo que sólo un padre puede transmitir. Por ejemplo, el padre, en el judaísmo, es quien ha de servir como modelo de trabajo y de proveedor para su familia, pero también ha de ser quien aconseje a sus hijos e hija en cuestiones prácticas, como evitar a ciertas personas nocivas, o ciertas conductas riesgosas. Pero, además, es el padre quien (apoyado siempre y en común acuerdo con la madre), guiará a sus hijos e hijas en el estudio de la Torá.
Es él quien, con su experiencia y con amorosa paciencia, irá explicando a los hijos e hijas cómo es que los preceptos de la Torá se transforman en “acción”, en “práctica”, para llevar una vida buena en todos los sentidos.
Es el padre además, muchas veces apoyado por su esposa, quien también trabaja fuera de casa, el responsable de procurar a su familia todo lo necesario para una vida sin carencias, que les permita a sus hijos e hijas poder dedicarse al estudio de la Torá y de la profesión que hayan escogido hasta que llegue el momento de que puedan ser independientes económicamente. En ese sentido, es el padre la figura masculina que más influencia ejercerá sobre ellos. Con su fortaleza física, su ánimo, su carácter, su sentido del humor y su esfuerzo para bienestar familiar, el padre demuestra su amor por ellos, por los suyos.
La madre, por su parte, es la gran fuente de ternura y de amor de la que los hijos e hijas abrevan. Ella, aunque muchas veces se desarrolle también profesionalmente o trabaje fuera de casa, es la responsable del cuidado del hogar, en todos los aspectos y es la transmisora de los afectos, las emociones, los sentimientos que acompañarán a sus hijos en su trance por la vida y que serán los que definan en gran medida su personalidad. Ella también habrá de servir de ejemplo de cómo se debe servir a Di_s. El amor que profese a su esposo será referente suficiente para que los hijos e hijas aprendan que ambos, padre y madre, son igualmente importantes en su vida y en lo que ellos y ellas llegarán a ser.
Por eso, debemos festejar al padre igual que como lo hacemos con la madre y no precisamente obsequiándoles con regalos costosos o comidas fuera, sino manifestándoles nuestro amor y respeto por sus enseñanzas, por su compañía y por su dedicación y devoción a nosotros.
¡Felicidades papás!
#DiadelPadre
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