MAURICIO MESCHOULAM
Cuando los titulares de los medios globales indican que Estados Unidos acaba de bombardear Libia, y parece haber liquidado al prominente terrorista Mokhtar Belmokhtar, probablemente las primeras preguntas que surgen tienen que ver con la identidad de esa persona y con qué interés tenía Washington en eliminarlo.
La verdad, responder esas preguntas no es demasiado difícil: se trata de un argelino veterano de la jihad, un terrorista ligado a Al Qaeda, autor de numerosos ataques en contra de intereses occidentales. El problema es que esas preguntas terminan encerrándonos en los círculos de siempre, porque al cabo de década y media de combatir al terrorismo mediante métodos similares, sin implementar estrategias alternativas de fondo, los grupos combatidos terminan sobreviviendo, mutando, o incluso fortaleciéndose, y la violencia terrorista no disminuye; aumenta año con año. Creo que podríamos empezar por cambiar las preguntas. Por ejemplo: ¿Qué estaba haciendo en Libia Belmokhtar, un argelino que normalmente operaba en otras regiones? Gracias al ataque que lo mata, ¿la jihad en Libia o en el Magreb ha sido impactada de fondo? O en todo caso, ¿qué se está haciendo para evitar que ésta siga creciendo? Es decir, ¿qué acciones están siendo puestas en marcha de manera paralela al descabezamiento de células o grupos terroristas?
Belmokhtar era, efectivamente, uno de los terroristas más buscados en el planeta. Debo advertir que su muerte ya había sido anunciada varias veces en el pasado, por lo que varias de las cosas que indico acá, están condicionadas al hecho de que su muerte se confirme. Lo conocían como el “Príncipe” de la jihad. Había recibido entrenamiento en Afganistán y sus ligas con Osama Bin Laden y su red, datan de los años noventa. Había sido uno de los principales operadores de la rama magrebí de Al Qaeda, aunque en los últimos años había tomado distancia con esa red. Brincó a la fama en 2013 pues comandó un terrible atentado terrorista en Ain Amenas, Argelia, en el que los atacantes secuestraron una planta internacional de producción de gas natural. Durante cuatro días, el grupo terrorista tomó como rehenes a 685 trabajadores argelinos y 107 extranjeros, de los cuales 39 resultaron muertos. La cuestión es que las operaciones de Belmokhtar se habían centrado en la zona del Sahel de Mali, Mauritania, Níger y Argelia. Ahora, en cambio, estaba en Libia. Y ese es justamente el tema.
Lamentablemente -y para ser honestos, como era previsible-, la caída de Gaddafi en Libia no resultó en el arribo de la democracia, las libertades y la paz para la sociedad de ese país. El arsenal del coronel quedó a la deriva. Las milicias que habían luchado en su contra, se negaron a deponer las armas. La guerra civil se materializó desde entonces con dos bandos principales en combate, pero con múltiples frentes y milicias luchando entre ellas, muchas asistidas por potencias regionales como Qatar de un lado, o EAU y Egipto del otro. Ese caos ha sido el escenario ideal para la operación de grupos extremistas islámicos, quienes ya desde el debilitamiento del antiguo régimen de Gaddafi empezaron a sacar provecho de la situación. Ciertas células locales anunciaron su afiliación a Al Qaeda. Una de ellas fue la autora del asesinato al embajador estadounidense en ese país.
En ese entorno caótico, el grupo ISIS o “Estado Islámico”, -el cual opera en Irak y en Siria – también ha sacado partida de las circunstancias libias y ha establecido lazos con células locales para fundar lo que ya se conoce como la “provincia tripolitana del Estado Islámico”, es decir, la filial libia de ISIS, autora ya de muchos ataques que han tenido resonancia mundial.
Así, parece casi natural que un veterano de la jihad se encontrara ahora mismo trabajando justo en ese país. La pregunta que podría surgir es si estaba operando en favor de ISIS, en favor de Al Qaeda, o a nombre de sus propios intereses o los de su propia célula.
Lo más importante: La muerte de Belmokhtar puede haber golpeado sus células o círculos más inmediatos, pero no hace nada por la paz en Libia, y difícilmente reducirá las operaciones del jihadismo en ese país. Es decir, los descabezamientos tienen el potencial de mermar o quebrar el liderazgo de grupos o células determinadas, pero si esas estrategias no vienen acompañadas de acciones que resuelvan las causas en su raíz, entonces terminamos retornando a los mismos círculos que han movido al terrorismo en las últimas décadas. El problema no es Belmokhtar, sino los diversos conflictos, como el libio, que favorecen su operatividad y que probablemente verán nuevos Belmokhtars emergiendo en su seno, lo mismo que el problema de fondo no es ISIS o su líder Bagdadi, sino los conflictos – en Siria e Irak- de los cuales emergen, en los cuales aprenden a sobrevivir, a mutar y crecer. Eso dice la historia reciente. Urge aprender de ella.
Fuente:tiempoenlinea.com.mx
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