RAFAEL L. BARDAJÍ, JOSEPH RASKAS
Cada vez más, las organizaciones de derechos humanos tratan de hacer a las fuerzas militares que operan bajo las leyes de la guerra objeto de persistentes denuncias en la esfera civil. Históricamente, los soldados israelíes han sido objeto de crítica, como ahora lo son en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Sea como fuere, esas denuncias enmascaran una agenda más amplia que debería preocupar a todo Occidente.
El pasado verano, por cortesía de Irán, el grupo terrorista radicado en Gaza, Hamás, perpetró el secuestro y brutal asesinato de tres adolescentes israelíes, machacó a Israel con más de 450 cohetes y planeó lo que pretendía fueran unos ataques estratégicos con bajas masivas lanzados desde túneles que desembocaban en Israel, en algunos casos cerca de escuelas. En respuesta a la ilegal agresión de Hamás, Israel se vio obligada a librar una guerra que no deseaba y que trató de evitar durante meses; pero aun así fue rotundamente condenado y altamente presionado para que detuviera su campaña antiterrorista.
Un informe elaborado recientemente por un grupo de expertos de alto nivel, integrado por ex diplomáticos y altos mandos militares, concluyó que si Israel quiso matar civiles deliberadamente en Gaza, o no se empeñó lo suficiente o tuvo mala suerte, porque fracasó espectacularmente en lograr ese supuesto objetivo. Los hallazgos preliminares del grupo internacional –entre cuyos once miembros se contaban el general Klaus Naumann (Alemania), ex jefe del comité militar de la OTAN; Giulio Terzi, ex ministro italiano de Asuntos Exteriores; Pierre-Richard Prosper, ex embajador del Departamento de Estado para cuestiones relativas a los crímenes de guerra, y el coronel Richard Kemp, ex comandante de las fuerzas británicas en Afganistán– demostraron que la proporción de muertes de combatientes y civiles fue 1:1, significativamente mejor que el 3:1 que la ONU estima para este tipo de conflictos en todo el mundo.
Al poner el foco exclusivamente en el recuento de víctimas civiles, en vez de en las circunstancias estratégicas, las supuestas campañas pro derechos humanos enmascaran su objetivo ulterior: minar fundamentalmente el imperativo moral sobre el que se asientan ciertas guerras de Occidente.
Al amparo de una ciudadanía socialmente comprometida, esos grupos dan una singular importancia a que las guerras se libren con las normas que tratan de imponer, a costa de que se pueda obtener en ellas una victoria contundente.
Este activismo no sólo da el imprimatur pro derechos humanos a agendas erróneas. Además socava la necesidad y justeza de esas guerras, mientras tratan de procurar justificaciones a campañas ideológicas aún más desafortunadas. Por otro lado, el miedo a las acciones legales iniciadas o promovidas por esas organizaciones supone un obstáculo al desarrollo de las mismas.
Tanto Israel como el resto de Occidente están inmersos en guerras legítimas y necesarias frente a fuerzas guerrilleras que deliberada e indiscriminadamente atacan a civiles y libran sus batallas en zonas civiles, con la expectativa de que la consecuente matanza provea material a los activistas pro derechos humanos para que intervengan en ellas.
Los Ejércitos democráticos –especialmente los de Israel y Estados Unidos– se esfuerzan por mantener en mínimos las muertes civiles. Pero cada vez encuentran más obstáculos para combatir.
Los ciudadanos de Occidente necesitan comprender que las agendas de sus países y las campañas de sus Ejércitos están siendo minadas por ideologías e individuos que son anatema para la cultura occidental. Ignorarlo o negarse a enfrentarse a los agresores perpetradores por miedo a prestarles legitimidad es comprensible, pero la contracultura no hará sino crecer.
Necesitamos no dar cuartel al enemigo cuando se trata de destruir su perniciosa propaganda. Los líderes mundiales necesitan seguir condenando tantas veces como sea necesario las violaciones a los derechos humanos cometidas por actores no estatales que luchan contra Estados democráticos. Las organizaciones –gubernamentales o de otro tipo– que airean su preocupación por el trato dado a esos actores malévolos deben ser señaladas y calificadas como lo que son: apologetas de los terroristas.
Las normas que las sedicentes campañas pro derechos humanos tratan de fijar no tienen que ver con el tipo de fuerza que Israel pueda imponer a Hamás, sino con si los Ejércitos democráticos tienen derecho a hacer uso de la fuerza.
Las naciones occidentales van a la guerra luego de cuidadosas deliberaciones que llevan a la conclusión de que es justa y necesaria. Cuando llegan a tal conclusión, la guerra debe librarse para vencer en ella.
Fuente:elmed.io
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