LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO
Una Nueva Familia
El domingo pasado se celebró la boda civil de mi hijo mayor, Natán, con Vicky; de acuerdo al rito judío, previamente Natán fue llamado a la sinagoga (en este caso Shaar Hashamaim del Centro Comunitario Sefaradí, ubicada en el poniente de la Ciudad de México) para que en el rezo del sábado por la mañana diera lectura de algunas secciones de la Haftara (fragmentos de los libros de los Profetas en Shabat y en diversas fiestas) u otros versículos de la Torá (el libro sagrado de los judíos). El oifruf (llamamiento para la lectura) constituye un honor que se otorga al convocado; este rito tiene una antigüedad de 500 a 600 años, según me informó un rabino de la comunidad judía.
También fuimos distinguidos el padre de la novia y el del novio; la lectura la hicimos en el sitio donde se ubica el oficiante principal del rezo. A mí me concedieron un honor adicional al ser designado para abrir el Aron Hakadosh; armario donde se guardan los pergaminos de la Torá, ubicado en la pared de la sinagoga orientada hacia Jerusalén. Entregué una Torá a Natán y otra a un feligrés, quienes se dirigieron con ellas al sitio del oficiante; en el camino los feligreses se acercaron a la Torá para besarla directamente o a través de sus dedos. La veneración de la Torá me parece muy emotiva, no obstante, y con el debido respeto, creo que es una acción de idolatría que la esencia del judaísmo monoteísta niega. Asimismo, en este trayecto la novia, sus amigos y familiares arrojan dulces al novio y a sus acompañantes en señal de que el matrimonio sea dulce.
Finalizado el rezo, los novios y unos 20 familiares de ambos tuvimos un almuerzo en un restaurante de la colonia Bosques de las Lomas. Allí comenzó una relación entre ambas familias que me tiene muy entusiasmado. Creo que de manera auténtica y cariñosa nos están integrando a su núcleo. La familia de Vicky es de origen sirio; es mi percepción de que los judíos de esa zona han sido muy unidos y sus celebraciones se dan intensamente en el ámbito familiar.
El convivio de la boda, llevado a cabo en el salón y jardín de fiestas de Cecilia, la alegre tía de Vicky, fue de primera. Linda, la madre de mi nuera Vicky; mostró dones de una extraordinaria anfitriona. El cariño que la familia nos dio fue espontáneo, nos expresaron repetidamente que ya somos parte de ellos. Yo, que provengo de una familia reducida y poco expresiva; salvo mi esposa que es muy dicharachera y entusiasta, me sentí muy halagado y con grandes expectativas de que verdaderamente las familias nos integremos.
La decoración del salón fue espectacular: árboles y flores que generaban un clima de quietud. La comida y las bebidas fueron de primera y súper abundantes, para satisfacer a un buen gourmet o a un compulsivo freser (tragón en el idioma Idish). El festejo civil me dio oportunidad de convivir con mis nietos. Por lo demás, Natán invitó a la boda a su prima Natalia, hija de mi finada hermana Julieta, a su esposo y a sus tres hijas, que viven en EUA; prácticamente estuvimos todos los Opalín presentes en el regocijo de la fiesta de Natán y Vicky, quienes en todo momento se mostraron muy felices.
Día del Padre
Por la celebración de la boda de Natán y Vicky pasó desapercibida la del día del padre, que siempre me festejan mis hijos, aunque Natán me dio un regalo. El día del padre cada vez más se vincula con despertar sentimientos de amor hacia el padre; alentados artificialmente por los comerciantes para impulsar sus ventas. Para mí esta festividad no me es del todo indiferente, porque me da la oportunidad de convivir con mis hijos y nietos, principalmente.
En este contexto, la figura del padre en México se vuelve inexistente, se le ve dentro de la familia básicamente como un proveedor material, en vez de un factor de seguridad, bienestar sicológico, afectivo y de formador social. La presencia del padre en el hogar es de vital importancia para los niños como elemento para construir la noción de masculinidad.
La creciente ausencia del padre en los hogares de la clase media y baja en México se relaciona, en buena medida, con el abandono de los mismos para buscar medios de vida para apoyar a la familia; la ausencia paterna afecta negativamente a la estabilidad emocional y a los lazos afectivos de los hijos, sean estos hombres o mujeres. El involucramiento del padre en la educación de los hijos y en tareas del hogar no significa negar su masculinidad. El padre puede equilibrar el entorno familiar, generalmente dominado por la madre; los niños necesitan modelos masculinos y femeninos para fijar su comportamiento y sus límites.
La ausencia de un padre en la casa frecuentemente es reprochada por los hijos cuando se convierten en adultos. La falta de un padre suele ser suplida con lazos sanos con un abuelo, un tío, un líder de un grupo juvenil o un amigo varón que asuma un papel protector; sin embargo, existe el riesgo que los hijos construyan vínculos con personas que los “desvíen del buen camino”.
Ser padre no solo implica un vínculo sanguíneo con los hijos, sino una fuerza creadora de vida y amor. Esto último se dice fácil, empero, demanda gran sensibilidad y esfuerzo permanente para apoyar sanamente a los hijos.
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