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jueves 14 de noviembre de 2024

Varian Fry, el Schindler de los intelectuales europeos

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INÉS MARTÍN RODRIGO

 

Se publican las memorias del periodista estadounidense que ayudó a Hannah Arendt, André Breton, Marc Chagall, Max Ernst o Alma Mahler.

El 22 de junio de 1940, hace ahora setenta y cinco años, Francia y Alemania firmaron el armisticio que sellaba el cese de hostilidades en el marco de la Segunda Guerra Mundial. El artículo 19 del tratado decía lo siguiente: «El Gobierno francés se encuentra obligado a entregar cuando se le solicite a cualquier nacional designado por el Gobierno del Tercer Reich». Este punto, suscrito por el mariscal Pétain, provocó la indignación de gran parte de la opinión pública norteamericana, que no podía creer que la República diera la espalda, de ese modo, a la cultura y los derechos humanos.

Tres días después de la firma en Rethondes, el American Friends of German Freedom organizó un desayuno en el hotel Commodore de Nueva York para reunir fondos para ayudar a los refugiados europeos. La voz de un joven periodista se impuso al resto. Se trataba de Varian Fry, estudiante de Harvard y licenciado en Periodismo en Columbia. Director, primero del periódico «Scholastic Magazine», y después de la revista semanal «The Living Age», en 1935 Fry pasó un tiempo viviendo el Alemania. Durante su estancia en Berlín, el periodista pudo comprobar, en primera persona, el creciente odio alemán hacia los judíos y, desde entonces, tuvo claro que no podía mantenerse al margen. Aquella mañana, ante decenas de sus compatriotas, Fry se ofreció para ir a Francia y establecerse allí, como enlace y ayuda.

El 13 de agosto de 1940 el periodista estadounidense llegó a Marsella, con tres mil dólares en efectivo y una primera lista de unas doscientas personas a las que debía auxiliar en su huida del régimen nazi. Fry permaneció en la ciudad francesa poco más de un año, durante el que socorrió a casi dos mil intelectuales europeos, que lograron escapar del infierno fascista. Una experiencia que plasmó por escrito en «La lista negra», obra que se publicó por primera vez en 1945 bajo el título de «Surrender on demand» (algo así como «Entregar cuando se le solicite, en alusión al tristemente famoso artículo del armisticio) y que estos días ve la luz, por primera vez, en España gracias a la editorial Confluencias. El libro se presenta, además, con los prólogos de Mercedes Monmany, crítica literaria de ABC, y del economista Albert O. Hirschman, y con un valioso anexo que recoge un puñado de artículos periodísticos escritos por Varian Fry a su regreso a EE.UU.

Los miembros de la lista

El Centro Norteamericano de Socorro, dirigido por Fry desde Marsella, permitió la supervivencia de, entre otros, Marc Chagall, André Bretón, Hannah Arendt, Heinrich Mann, Marcel Duchamp, Alma Mahler, Franz Werfel, Arthur Koestler, Jean Malaquais, Víctor Serge, Anna Shegers, Claude Lévi-Strauss o Wilfredo Lam. Una lista integrada por lo más granado de la cultura del siglo XX. Personalidades que se vieron obligadas a abandonar el viejo continente, ya fuera por su origen judío o por sus actividades y opiniones contrarias al nazismo.

Todos ellos pusieron sus destinos en manos de un hombre que, como él mismo reconoció después, «jamás había tenido experiencia alguna en la clandestinidad». Varian Fry nunca supo por qué lo hizo, aunque siempre pensó que lo que hicieron por los refugiados en Francia era muy parecido «a la obligación de los soldados de traer de regreso a los heridos desde el campo de batalla, incluso a riesgo de sus propias vidas». Para ello contó, fundamentalmente, con donaciones privadas y el sacrificio personal de un sinnúmero de colaboradores. Sin embargo, en el ámbito político, la actitud del Gobierno estadounidense fue ambigua; si bien Eleanor Roosevelt se quedó con una copia de la primera lista de Fry para seguir el avance de las gestiones junto al secretario de Estado, finalmente el periodista, considerado sospechoso por el régimen de Vichy, tuvo que abandonar Francia con el aval de Estados Unidos.

Los primeros refugiados se presentaron en el Splendide dos días después de que Varian Fry se registrara en el hotel marsellés. Entre ellos, el matrimonio formado por el novelista checo Franz Werfel y la compositora Alma Mahler. A finales de octubre, la pareja cruzó la frontera por los Pirineos, junto a Heinrich Mann –hermano de Thomas–, su mujer, Nelly, y su sobrino, Golo. Los Werfel llevaban una docena de maletas, en cuyo interior se encontraban la Novena Sinfonía de Mahler y el manuscrito inacabado de «La canción de Bernadette».

Para conseguir la documentación falsa, Fry recurrió a Vladimir Vochoc, diplomático «de la vieja escuela» que «acepta conceder un pasaporte checo a todo antinazi que le envíe». Pero había intelectuales que se mostraban reticentes a pasarse a la ilegalidad. «¡Imagine que me cogen mientras estoy huyendo del país clandestinamente con un pasaporte falso! ¡Sería la vergüenza del movimiento obrero italiano al completo!», llegó a gritarle Giuseppe Modigliani a Fry en la recepción del hotel.

Los documentos de identidad falsos eran obra de Bill Freier, un caricaturista vienés de origen judío reclutado por uno de los colaboradores de Fry. Willi compraba «carnés de identidad vírgenes en los estancos», los rellenaba y luego imitaba «el sello de la prefectura para darles un sello oficial». Muchos de los perseguidos escaparon a pie, por la frontera franco-española (la ruta más conocida fue la «F», creada por la judía Lisa Fittko por encargo de Fry y utilizada por Walter Benjamin para llegar a Portbou, donde se suicidó) y, los más afortunados, se embarcaron en el puerto de Marsella con destino al norte de África y Martinica (entre ellos André, Jacqueline y Aube Breton, André Masson y su familia o Wilhelm Herzog).

Al cabo de unos meses, Varian Fry alquiló la villa Air-Bel, que se convirtió en la mítica sede del Centro Norteamericano de Socorro. Situada a media hora del centro de Marsella y sin teléfono, por ella pasaron Víctor Serge (éste la denominaba «Chateau Espère-Visa», porque la mitad de sus ocupantes esperaban visado, y colgaron una pancarta a la entrada con el nombre) André Breton, Danny Bénédite, Óscar Domínguez, Wilfredo Lam, Max Ernst, Kay Boyle o Peggy Guggenheim, que se instaló en la habitación de Mary Jayne Gold cuando ésta partió hacia Nueva York. En las largas horas de charla (y espera) el vino ayudaba «mucho», sobre todo cuanto más escaseaba la comida, y terminaban cantando viejas canciones francesas. Unida al recuerdo de Varian Fry, que murió, olvidado, en un pueblo de Connecticut en 1967, quedó, para siempre, «Passant par Paris».

Fuente:abc.es

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