GABRIEL ALBIAC
Con Mussolini primero, después con Hitler, el éxito del populismo fue el de una solución quirúrgica en la Europa fragmentada tras la Gran Guerra de 1914. El espejismo de los populistas griegos, como el de los españoles, está en aplicar fórmulas de arrastre popular protofascista sobre un mapa europeo en el cual la nación-Estado ha perdido parte esencial de sus atribuciones y va camino de perderlas todas.
El desenlace griego era previsible: bancarrota. Desde el instante mismo en que la gran ola populista barriera a los tradicionalmente corruptos partidos turnantes, vino a sustituirlos una banda instalada en las oscuras epopeyas patrioteras de los años treinta. Funcionó, porque eso es parte de la anacronía de ese Estado fallido que, desde su escisión del imperio turco, ha sido Grecia.
Antes, dos mil quinientos años atrás, cuando Grecia quería decir algo, un griego de inteligencia fastuosa avisaba cautamente de cómo con unas y las mismas palabras pueden ser escritas una tragedia o un sainete. Y de cómo en la sabiduría milimétrica que acota el deslizarse entre lo uno y lo otro, se juega el abismo que separa lo grandioso de lo ridículo. Que, en los malos autores –Varufakis ayer, Iglesias mañana–, acaban siempre por amalgamarse.Grecia lleva ahora algo más de seis meses gobernada por una banda de irresponsables listillos. Hijos de la buena sociedad, formados en universidades extranjeras y convencidos de que todo les es debido: la juventud dorada. A tal título comparecieron ante un país roto. Eran gestores de un cuidadísimo manejo publicitario de los medios. Y, a través de ellos, blindaron su simpática imagen de sabios jóvenes, modernos y compasivos. Y una población encenagada en el desbarajuste de corrupción e improductividad tragó el anzuelo. Tan desesperada estaba. Está.
¿Hizo alguna vez Syriza política? ¿La hará Podemos? ¿Qué es política? Si es masiva producción de afectos –y, con ello, de almas a medida–, nadie tenga dudas: en eso, es el populismo maestro. Con la misma maestría con que el Partido Obrero Socialista Nacional Alemán descubrió la potencia homogeneizadora de la radio, éstos de ahora son maestros de los televisores. Representar es proyectar imagen seductora: el poder, piensan, se juega en eso; tal vez, no se equivocan. ¿Qué es política? Si por política se entiende administrar los recursos –escasos– con los que un país cuenta, entonces nada ha habido tan lejano a la política cuanto los populistas griegos y españoles. Dotados con brillantez para la escena, la prosaica gestión de lo económico se les hace humillante. Y en la tragedia a la cual Syriza ha conducido a Grecia se prefigura la que Podemos –puede que junto al PSOE– otorgará a España.
El sábado, el sainete griego viró a tragedia. Un plebiscito para preguntar a alguien arruinado si prefiere pagar sus deudas o no pagarlas, es sólo una agria tomadura de pelo. Que obliga a evocar lo que Aristóteles juzga segura condena a muerte: “ser una pieza suelta en un juego de damas”.
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