VALENTINA ALAZRAKI
El primer regalo de Jacobo lo recibí hace 40 años cuando aún, no sé por qué, nunca me lo quiso decir, me pidió que fuera su corresponsal en Roma.
El último regalo lo recibí el pasado mes de abril cuando aceptó grabar un mensaje para mis 40 años de carrera, a petición de Jovel Álvarez, mi ahijado periodístico quien preparó un video para este aniversario, lo cual fue otro gran regalo.
Quiero compartirlo una vez más con ustedes porque habla de su generosidad, de su gran calidad humana y de cómo quería a sus reporteros.
A los que hoy quieren ser periodistas, les deseo que encuentren en su camino a una persona como Jacobo, no sólo porque era un gran maestro, sino sobre todo porque era un gran señor. Sé que me quería, aunque nunca me lo dijo.
Nuestra relación fue marcada por un gran pudor. Siempre le hablé de usted y comí con él y Sarita, su esposa, que siempre estuvo a su lado, sólo en dos ocasiones.
Una vez en Roma con su familia y la mía y otra en Madrid con mi amiga Patricia Alvarado, su corresponsal para la radio, Sarita y mi hija Carolina.
Fue un encuentro muy emotivo porque mi hija tenía 19 años, la misma edad en la que yo conocí a Jacobo y decidió aventarme al océano sin que yo supiera nadar, al pedirme que en Roma fuera “sus ojos” y que “le contara lo que veía”, lo cual fue una gran lección periodística.
Hace años aceptó participar en la presentación de mi libro México siempre fiel, junto con mi compañero Joaquín López-Dóriga, dedicado a las cinco visitas de Juan Pablo II y a la visita del ahora papa emérito Benedicto XVI.
Fue un momento muy emotivo y Joaquín dijo públicamente que si nos encontrábamos ahí contando esa historia, era gracias a él.
A Jacobo le debo que se me ocurriera acercarme a Juan Pablo II con un sombrero de charro en la víspera de su primera visita a México, para poder entrevistarlo, porque él no aceptaba el “no se puede”.
No había alternativas, si te pedía algo había que conseguirlo. Cuando le dije que los papas no daban entrevistas, lo cual había sido cierto hasta ese momento, sólo me dijo:” luego me cuentas cómo lo resolviste”.
Fue la primera gran lección de periodismo que recibí y nunca la olvidé.
Ese primer encuentro con Juan Pablo II, propiciado por él, marcó mi relación con el papa polaco y representó el inicio de una historia extraordinaria.
De él recuerdo la serenidad, la inteligencia, la cultura, la educación, el sentido del humor, pero ante todo la humanidad.
El principio de mi carrera coincidió con la enfermedad de mi mamá que moriría poco después de cáncer. Jacobo me hizo regresar a México del cónclave del que saldría elegido Juan Pablo II al decirme: “te tocarán muchas elecciones papales más, ahora debes de estar al lado de tu mamá (que se encontraba en México).
El día de la elección de Juan Pablo II yo estaba en su oficina, por un lado con la frustración profesional por no estar en El Vaticano, por el otro con la convicción de haber hecho lo justo, gracias a la humanidad de mi jefe.
Recuerdo que en ocasión de mi primer embarazo me dijo que podía tomarme el tiempo que quisiera. No le hice caso, me tomé menos tiempo del establecido, pero no olvido su gesto. Por eso he dicho que para él, sus reporteros no eran números, sino personas.
Recuerdo que en ocasión del establecimiento de relaciones diplomáticas entre México y la Santa Sede, logré entrevistar a Juan Pablo II. El licenciado Zabludovsky me envió un arreglo de flores precioso. Son gestos que se aprecian.
Como mujer, no puedo olvidar a Sarita. Dicen que detrás de los grandes hombres, siempre hay una gran mujer. Este es el caso.
Recuerdo que durante mis prácticas, en la Ciudad de México, Sarita siempre estaba sentada, tejiendo, fuera de su oficina. Con el pasar de los años, la fui viendo, siempre con él, con sus hijos, entre ellos Abraham con el que tuve el gusto de colaborar durante muchos años, y sus nietos. La veía y siempre pensaba en una roca, que mantenía unida a su familia.
En estos últimos años, he seguido a Jacobo, aunque de lejos y he quedado impactada por el entusiasmo con el que se dedicaba a su programa de radio, por su disciplina, por el cariño que tenía a sus colaboradores, todas personas que siempre trabajaron con él.
Me queda también el comentario de muchas personas que gozaban con su programa de radio, en el que Jacobo no sólo daba noticias, sino que compartía recuerdos y vivencias con un extraordinario amor por México y por su ciudad, porque era el más “chilango” de los chilangos.
Fuente:noticieros.televisa.com
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