“El narcotráfico ha convertido a Venezuela en un narcoestado”

GABRIELA ESQUIVADA

 

El venezolano Aquiles Esté, especialista en comunicación política, cree que a su generación le cabe parte de la responsabilidad por la crisis que agobia a los venezolanos: “No nos tomamos la democracia en serio. No la tomamos como un deber, no asumimos que las élites y las instituciones y los ciudadanos tienen un papel. Cometimos un error muy grave, que es haber dado la democracia por descontado.”

-¿Cómo interpretaron el comienzo del chavismo?

Nos cayó esta fuerza encima, y pensamos: “Va a ser parte del proceso”, “La democracia permite esto”. Pero en verdad estaban todas las alarmas prendidas: íbamos a perder el régimen de libertades. Esta generación no supo responder, y no solamente no supo responder sino que en primer término no supo oponérsele a esto, decir “Esto no puede ser”. Todo lo contrario.

-¿Brindaron apoyo?

Claro. Las élites económicas, políticas e intelectuales venezolanas apoyaron al chavismo. Lo apoyaron francamente, muchos de ellos. Por supuesto hay notables y brillantes excepciones, pero las élites apoyaron al chavismo en un gesto que quedará para la historia como una inmensa frivolidad e irresponsabilidad. ¿Cómo es posible que en América Latina y en Venezuela se salga a votar por un militar golpista? Eso es desconocer la historia del país y de América Latina. ¿Qué podía pasar? Ninguna otra cosa que lo que está pasando.

Hace tiempo ya, recordó a Infobae, que las democracias adultas no escogen militares. “Los militares no van al poder, están en su lugar. Hace muchos años se entendió que las dos grandes corporaciones del mundo, la Iglesia y los militares, deben estar cada una en su lugar. No fue una conquista de la noche a la mañana, ni se la regalaron al poder civil. En los Estados Unidos el último militar que intentó llegar al poder fue Collin Powell. ¿Y qué le dijeron los electores? No te vistas que no vas. Y estamos hablando de un general prestigioso, querido, que cae bien, que le habla a todo el espectro político, y no pasó. Los militares, a lo suyo.”

Esté —un asesor de imagen política que ha trabajado en Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Belize y Panamá; enseñó en la Universidad de Nueva York; publicó Cultura replicante y vive en Miami— ha señalado que allí se ve, entre otros aspectos, un gran fracaso cultural de Venezuela.

—Eso no pasa en muchos países de América Latina, que son países con esperanza, que han dejado atrás complejos. Nuestra cultura ha fracasado porque no ha resuelto los problemas de realización de la vida de la inmensa mayoría de los venezolanos. Venezuela es una cultura fracasada, eso no significa que eso sea para siempre. Los venezolanos tenemos que confrontarnos con esa realidad y superarla.

-¿Fracasan las sociedades?

Claro que fracasan. Y no solamente fracasan: se extinguen, incluso. Las sociedades llegan a desaparecer. ¿Que se vuelven otra cosa? Sí, se vuelven otra cosa, pero al extremo en que ya no existen. Cuando digo fracaso cultural me refiero a un fracaso de la cultura en el sentido más simple de la palabra. La manera en que se hacen las cosas en Venezuela fracasó. Y si los venezolanos no nos confrontamos con eso, no vamos a superar ese fracaso. Si un equipo de fútbol pierde, pierde y pierde, pues cambiamos el director técnico, el arquero, los volantes…

-¿Por dónde comenzaría?

Hay un fracaso de las ideas que nos guían, que nos informan. Tenemos que confrontarnos con eso y darle paso a otras ideas, sin miedo. Porque en Venezuela hay mucho, muchísimo miedo a las nuevas ideas. Porque no aceptamos que esas ideas en las que creíamos no sirvieron.

-¿Por ejemplo?

La idea de sembrar el petróleo fracasó. Que es la idea —la única— que comparten cuatro generaciones de venezolanos. Hugo Chávez y el opositor más acérrimo estaban de acuerdo en esa idea, que ha gobernado la vida venezolana durante los últimos 80 años. Hay que confrontarse con ese fracaso para poder avanzar.

-¿Es posible?

Estoy casado con una alemana. Vamos mucho a Alemania. Creo que esa sociedad tiene los niveles de prosperidad y de felicidad actuales porque se ha dicho la verdad a sí misma. No se han encubierto con las barbaridades del nazismo; no lo han tapado. No es como los rusos, que no se echan el cuento a sí mismos y siguen con el mismo Estado represivo y totalitario, y hace veinticinco años que cayó el Muro de Berlín… En cambio los alemanes se dicen la verdad. Y dicen “esto, nunca más”. Pero los venezolanos no queremos aceptar que hemos cometido un gravísimo error que va a ser castigado en los libros de historia. Si los venezolanos no nos echamos el cuento como es, vamos a repetir otro capítulo de totalitarismo. Yo creo que se puede y que estamos cerca de una ruptura con este trauma.

-Es optimista.

Parezco pesimista, pero soy optimista. Porque conozco la naturaleza del venezolano. Somos muy volcados al placer, somos un pueblo caribeño. Y no nos gusta que nos fastidien, que nos joroben. No jorobes a un venezolano porque se te va. Lo llamamos ladillar. No ladilles a un venezolano porque se para y se va. Y creo que el venezolano se ladilló de esto. No quiere más esto. No lo quiere y lo desprecia pero no por motivos económicos o ideológicos: porque se hartó. Le arruina su sentido del placer. El venezolano va a decir: “¿Sabe qué, señor Maduro? Me ladillé. Me ladillé de su comunismo, de su ignorancia, de su patanería… Me ladillé de que no sepa hablar, de que se ría de nosotros, de cómo se viste… ¡me ladillé del rojo!”. Hugo Chávez, con todo, no era una ladilla; por lo menos no era este fastidio enciclopédico, que nos está matando.

Esté no cree que la crisis venezolana se pueda resolver sin trauma. “Lamento expresarme así”, advirtió. “Pero veo difícil que haya una salida ordenada en Venezuela dadas las fuerzas que están ya disparadas.”

Una de ellas: el narcotráfico. “¿Cómo va a ser la negociación con ese sector en un eventual cambio de gobierno?”, se preguntó.

-Ese problema se extiende al continente. ¿Cuál es la particularidad del narcotráfico en Venezuela?

Lo vemos en México, en República Dominicana… está desinstitucionalizando a los países de América Latina, y no hay correctivos para detenerlo ni un sentido de urgencia. En el caso de Venezuela, el narcotráfico la ha convertido en un narcoestado. Es muy problemático: enfrentamos casi la anomia, la carencia total de instituciones, y entonces eso es posible. Lo digo responsablemente, porque que yo sepa sólo puede ser un narcoestado un país donde se trafican 60 maletas de droga por el aeropuerto principal. Que yo sepa eso no pasa ni en Chile, ni en Costa Rica… Y además no hay culpables, porque los militares que están en el poder controlan el negocio de la droga. Ese componente le añade complejidad a la salida venezolana.

-¿Qué papel cumple la prensa?

En un país donde todo está en crisis el periodismo no podría dejar de estarlo. El chavismo se vio reflejado en la prensa cuando los principales periodistas se pasaron a sus filas, al comienzo. Ahí empezó a sufrir el periodismo venezolano. Los propios periodistas no entendieron su función: el periodismo es y será un antipoder. El periodista que no sepa eso es propagandista. Yo le reclamo a mi generación de colegas periodistas. Se nos olvidó que el periodismo está para hacer antipoder. La gente que habla del fin del periodismo, con Twitter y WikiLeaks, se equivoca: eso no es periodismo, eso son variaciones de la libertad de expresión, que están perfectas pero no son periodismo. Hay una generación que se volcó al chavismo y cuando fueron a ver, encontraron que la institución estaba liquidada. Y no hay otro contrapoder. El último paso fue comprar los medios con sus periodistas y todo adentro.

-¿Y los países de la región?

Los estados latinoamericanos han hecho la vista gorda con Venezuela. Ojo, el problema de Venezuela no lo van a resolver fuerzas internacionales, pero en verdad los venezolanos hemos tenido muy mala suerte porque nos ha tocado vivir en una época de liderazgo muy blando y desconocedor del origen de sus propias democracias liberales.

-¿A qué se refiere?

Cuando Michelle era Michelle, y no Michelle Bachelet; cuando Pepe era Pepe, y no José Mujica, los persiguieron y no había instituciones a las que acudir. Ahora que conquistaron la democracia liberal en sus países desconocen cuál fue la lucha que ellos mismos padecieron. ¿Porque Rousseff se olvida de cuando era Dilma? Venezuela hizo un enorme aporte a la conquista de la democracia liberal en América Latina: la Doctrina Betancourt. Eso lo saben esos gobernantes, pero han sido muy mezquinos con mi país.

Es llamativo que el obispo Desmond Tutu haya expresado exactamente lo mismo en una columna reciente:

“Venezuela debe asumir la responsabilidad de sus violaciones a los derechos humanos. Podemos comenzar por manifestarnos contra el encarcelamiento de numerosas figuras de la oposición. Lamentablemente, voces importantes —por ejemplo, los vecinos de Venezuela en América Latina— han permanecido calladas.

(…) Los líderes latinoamericanos se han escondido detrás de excusas. Cuando en marzo los Estados Unidos impusieron sanciones a los que cometieron violaciones a los derechos humanos en Venezuela, los países latinoamericanos respondieron con una resolución de apoyo al país, citando ‘el principio de no intervención’

Comprendo el trauma del colonialismo. Sin embargo, sin la comunidad internacional mi patria, Sudáfrica, hubiera sufrido un derramamiento de sangre aún mayor.”

Uribe vs. Chávez

Rómulo Betancourt gobernó Venezuela entre 1959 y 1964. Es su discurso de asunción ante el Congreso anticipó este instrumento que, en años de oleadas de golpes militares en América Latina, se proponía romper relaciones con gobiernos de facto y defender los regímenes democráticos de representación. Durante su gobierno lo desarrolló y lo aplicó. Betancourt rompió relaciones con las dictaduras militares de derecha de Perú, Argentina, Guatemala, Haití, Ecuador y Honduras; también con la Revolución Cubana, por presión de los Estados Unidos. Más importante, consiguió que la Organización de Estados Americanos rompiera en pleno con República Dominicana, bajo el dominio de Rafael Leónidas Trujillo.

Dijo Esté:

-La Doctrina Betancourt es una de las piezas estelares de la diplomacia latinoamericana. Tiene muchos aspectos, pero el más importante es que no se tiene relación con gobiernos dictatoriales, países donde no hay instituciones democráticas. Esa pieza fue cardinal, pivotal para los orígenes de la diplomacia en el continente. Y con Maduro no ha pasado nada.

-¿Por qué?

-Porque los liderazgos políticos actuales se han convertido en gestores de negocios: les interesa hacer un negocio con Venezuela, y entonces Bachelet se olvida de cuando era Michelle. Conciben el Estado como una empresa simplemente; no es que el Estado no tenga algo de empresa, pero no es esencialmente una empresa. Donde está el negocio, no tienen posiciones políticas. En esta época la dimensión del líder político está reducida. Y eso lo ha pagado Venezuela. Hay excepciones: los que han sido políticos, centrados en el poder y no en los negocios, han enfrentado al chavismo.

-¿Quiénes?

—El ejemplo más notable es Álvaro Uribe. El ex presidente de Colombia es un político: su tema es el poder y enfrentó al chavismo con poder. En cambio, Juan Manuel Santos es más una mezcla de empresario con político: quiere preservar su negocio, no lo ve como un tema de postura política. Es una mala época para Venezuela, porque no hemos contado con el entorno internacional que nos ayude; no que nos resuelva el problema, pero que nos ayude como Venezuela ayudó en la época de la dictaduras, en particular al recibir a los perseguidos del Cono Sur. Además, aprendimos muchísimo de esas gente que fue allá a vivir en libertad y le elevó el nivel a los medios y a las universidades.

 

 

Fuente:infobae.com

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