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lunes 25 de noviembre de 2024

¿Religiones de guerra o de paz?

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ESTHER SHABOT

 

Se ha vuelto común la discusión acerca de si está o no en la naturaleza misma del Islam la propensión a imponer su dominio y sus valores a los otros por cualquier medio, por más aberrante que éste sea.

La impactante multiplicación de actos terroristas y de violencia extrema por parte de yihadistas a nombre del Islam ha vuelto muy común, la discusión pública acerca de si está o no en la naturaleza misma de esa religión la propensión a imponer su dominio y sus valores a los otros por cualquier medio, por más aberrante que éste sea. Y por supuesto, ante las atrocidades cometidas a diario por el Estado Islámico (EI), por Boko Haram, los talibanes, Al-Shabab, Hezbolá o cualquiera de sus pares y asociados, la tendencia es a afirmar sin lugar a dudas que el Islam, más que cualquier otra religión, está marcado por una intolerancia y niveles de agresión particularmente intensos. Sin embargo, el asunto no es tan sencillo.

Sostener la hipótesis de la belicosidad del Islam es, en la actualidad, relativamente fácil. No sólo están los hechos de insólita violencia circulando por los medios alrededor del mundo, sino también las declaraciones de altos clérigos musulmanes quienes desde universidades y mezquitas refrendan esa  postura legitimándola mediante citas y alusiones a textos sagrados y fatwas. Un solo ejemplo entre muchos posibles: Maher al Houli, profesor de ley islámica de la Universidad de Gaza, acaba de expresar hace unos días que “… en el Islam, Ramadán es el mes de la yihad, de la resistencia y de las victorias… durante este mes la gente está dispuesta a sacrificarse y su fuerza y energía despiertan… la fe aumenta y con ello la disposición a  multiplicar las acciones de yihad contra los enemigos de Alá”.

Pero así como existen miles de declaraciones parecidas a la anterior, no debe soslayarse que dentro del mundo islámico existen también —como lo demuestran muchas de las voces de musulmanes que se expresan en diversos medios de comunicación— condenas a tal belicosidad y denuncias de que se está traicionando el verdadero espíritu de paz y generosidad inherente al Islam, el cual se puede apreciar con claridad en numerosas suras del Corán y “hadiths”, que forman parte de la tradición oral de esa religión. ¿Quién tiene la razón entonces, los belicosos o los conciliadores?

Hay posibilidad de acercarse a la respuesta si con un espíritu comparativo y con cierta perspectiva histórica se intenta ver qué ha pasado en otros tiempos y qué pasa aún ahora con otras religiones si se les mira con el mismo prisma. Por ejemplo, en el pasado y presente del cristianismo y el judaísmo, las lecturas e interpretaciones de los respectivos textos sagrados han sido y pueden ser tan diversas e impregnadas de matices tan distintos, que en ocasiones las posturas y acciones resultantes de ellas pueden ser, tanto de un desprecio e indignante crueldad contra sus presuntos enemigos como, en el otro extremo, de una generosidad y disposición a la convivencia con los ajenos, respetuosa y pacífica. Los textos sagrados de las religiones, al igual que cualquier otro texto, ineludiblemente están sujetos a interpretación —como ocurre aún con cualquier simple frase. Contienen, además, tal cantidad de expresiones y mensajes, que su riqueza permite seleccionar a modo, aquello que cuadra con la causa específica con la que se pretende militar, lo mismo que descartar en contraparte, lo que incomoda y obstaculiza las intenciones concretas del intérprete o lector. No existen las lecturas puras, ni la objetividad total ni tampoco los mensajes verdaderos únicos. Por eso hay una variedad de cristianismos, de judaísmos y de modalidades de Islam, por eso ninguna de tales religiones es un monolito, ni es susceptible tampoco a ser calificada a rajatabla con un solo adjetivo. Y, sin embargo, la desgracia para el Islam actual es que las lecturas e interpretaciones de sus cuerpos doctrinales están cada vez más en manos de sus exégetas más extremistas, quienes simplifican en un sentido virulentamente agresivo sus mensajes con el fin de justificar y legitimar un salvajismo cuyas raíces están en buena medida, en otra parte.

Fuente:excelsior.com.mx

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