MICHAEL STEPHENS
La estrategia militar a secas no será suficiente para vencer al Estado Islámico. Solo funcionará una combinación de paciencia y trabajo en común con grupos rebeldes locales.
La coalición creada para luchar contra el Estado Islámico (EI) tiene dificultades para lograr victorias: tan pronto como expulsan a los combatientes de una zona de Siria e Irak, estos se reagrupan y cambian el blanco de sus ataques. El EI está mostrando una extraordinaria mezcla de resistencia y capacidad de adaptación táctica que le ha permitido consolidar su posición en gran parte de esos dos países, a pesar de los nueve meses de incursiones aéreas de la coalición.
Los mensajes de los aliados se apresuran a destacar los elementos positivos: desde el comienzo de la Operación Determinación Inherente, han muerto alrededor de 10.000 militantes del EI, sus actividades de contrabando se han reducido a la mitad y el territorio que controlan en la actualidad es un 40% inferior al de su momento de apogeo, en agosto de 2014. Pero los principales centros del EI siguen intactos, aunque las operaciones militares han disminuido la dimensión del problema.
Por más que se hable del declive del poder de Estados Unidos, es importante recordar que sigue siendo una superpotencia militar hegemónica: si EE.UU. quisiera hacer una demostración de fuerza en Irak y Siria, podría expulsar rápidamente al EI de sus guaridas.
Ahora bien, para cualquier ejército invasor, lo difícil llegaría después, con la probable oleada de atentados y guerra asimétrica que seguramente duraría años y tendría enormes costes.
Además, suponer que el EI constituye el mismo tipo de amenaza que un Estado regional es no entender en absoluto por qué se ha vuelto tan poderoso. El EI está sobreviviendo y expandiéndose porque se alimenta de un potente cóctel de sentimientos antioccidentales muy arraigados, odio a los musulmanes chiíes y debilidad de los Estados que lo rodean. Ninguno de estos factores puede alterarse con una intervención militar exterior.
Las operaciones militares tienen un papel importante en esta lucha, que es el de apoyar a los actores que están dedicando grandes esfuerzos a combatir al EI sobre el terreno. Pero la forma de resolver el problema en Siria tiene que ser muy distinta de la de Irak. Mientras que, en este último país, la presencia de un gobierno legítimo permite a Estados Unidos abastecer de material a las fuerzas que luchan contra el EI, en Siria no existe ese mecanismo.
Por consiguiente, EE UU tiene que buscar socios locales, pero estos escasean. Entre ellos, están las Unidades de Protección Popular (YPG) de los kurdos de Siria, cuyo avance en el norte del país ha hecho retroceder al EI en cientos de pueblos desde hace seis meses. Pero contar exclusivamente con los kurdos es una estrategia complicada. Fuera de sus bases territoriales, las YPG despiertan pocas simpatías, y carecen de la voluntad necesaria para adentrarse en las zonas de mayoría árabe que albergan los bastiones del EI.
El resto es una combinación variopinta de grupos rebeldes. Durante los tres últimos años, ninguno de ellos ha sido capaz de ponerse de acuerdo con ninguna agrupación política reconocida internacionalmente que pueda representar sus intereses. Una estrategia militar que depende del éxito de grupos así está condenada al fracaso, y lo más probable es que, a medida que Siria se fragmente cada vez más, los países de su alrededor busquen aliarse con facciones de su misma tendencia dentro del país.
Abundan los rumores sobre la creación de tierras de nadie: una zona jordana de seguridad en el sur, una zona turca en el norte, otra iraní y de Hezbolá alrededor de Damasco y un enclave druso de influencia israelí en el suroeste. De hacerse realidad, el EI quedaría rodeado por potencias externas, lo cual permitiría contenerlo en Siria y, poco a poco, estrangularlo, pero supondría el fin de la Siria que conocemos.
Irak requiere de la ayuda occidental para apuntalar las instituciones de seguridad del Estado, débiles y muy politizadas. El ejército iraquí ha sido incapaz de dar la respuesta adecuada a la amenaza del EI, y han sido más bien las milicias chiíes, bajo el control iraní, las que se han encargado de hacerlo. Lo que queda del aparato de seguridad iraquí está cada vez más dominado por Irán, y es inevitable que eso haga pensar a los suníes de las áreas en manos del EI que tienen mejores perspectivas con ellos que con Bagdad.
En el norte, los kurdos han logrado triunfos, pero, como en Siria, les interesa, sobre todo, defender su patria, más que luchar por el Irak árabe. La clave es encontrar algún grupo iraquí que esté dispuesto a luchar, no por su identidad étnica, sino por todo el país.
¿Cuáles son, pues, los parámetros realistas para que una estrategia militar contra el EI obtenga resultados? El primero es la paciencia; el problema no puede resolverse de la noche a la mañana, y debemos aceptar que pueden pasar años antes de que la ideología que proyectan muestre sus carencias y pierda su atractivo. El segundo es ser conscientes de que los actores locales son fundamentales para derrotar al EI de manera definitiva. El tercero es comprender que por ahora, seguramente, Occidente puede hacer poco más que ofrecer su poder aéreo y proporcionar formación. Podemos indignarnos ante los atentados cometidos en nombre del Estado islámico en Túnez, Egipto, Kuwait y Francia, pero eso no debe impedirnos reconocer que, a largo plazo, este es un problema que no tiene una solución militar.
Michael Stephens es investigador de Estudios sobre Oriente Próximo en RUSI (Royal United Services Institute) y director de RUSI Qatar. Pueden seguirle en Twitter @MStephensGulf.
Fuente:elpais.com
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