IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Que uno se encuentre a gente en Facebook que apela a los Protocolos de los Sabios de Sion para “demostrar” que los judíos estamos intentando dominar al mundo tiene cierta lógica. Bien ha dicho Umberto Eco que las redes sociales le han dado voz a muchos idiotas. Pero que lo haga un Diplomático, respresentante de un pretendido Estado, es escandaloso. Automáticamente queda rebajado a ese nivel de inopia, absoluta miseria intelectual, apenas entendible en las hordas de tarugos que creen que con Google han logrado descubrir el secreto complot de los judíos, pero del todo injustificable en alguien que ostenta el rango de representante diplomático.
En una reciente entrevista en español, el Embajador Palestino en Chile, Imad Nabil Jada’a, hizo una serie de afirmaciones que exhibieron, de manera precisa y contundente, la postura de fondo que impera en la política palestina y, más aún, el nivel intelectual en el que se desenvuelve.
En resumidas cuentas, es escandaloso. En primera, por la frivolidad con la que intenta tergiversar la realidad. En segunda, por la manera sesgada con la cual cita argumentos pretendidamente académicos y, en tercera, por la manera desenfadada en la que apela a fraudes literarios como base para sustentar sus ideas.
Comencemos por la tergiversación de la realidad.
EL ODIO
Jada’a dice “sobre el odio que tenemos contra el pueblo judío, como palestinos, primero, no tenemos odio”.
Es increíble el nivel de demagogia que contiene semejante afirmación. En la última semana, varios palestinos armados han sido arrestados en los puestos fronterizos de control. Su objetivo era ingresar a Israel para cometer atentados y matar judíos. Otros sí lograron infiltrarse: son varios los casos de soldados atacados y apuñalados, y hubo dos atentados donde palestinos armados abrieron fuego contra judíos por el puro hecho de ser judíos. El saldo fue de un muerto en cada atentado.
Además de eso, está sobradamente demostrado por quienes se dedican a analizar la prensa palestina, que el problema empieza desde la educación que dan a los niños. En sus libros de texto escolares se refuerza la idea de que los judíos no tienen derecho a tener un Estado propio -lo que implica el compromiso moral e histórico de destruir a Israel-, y en los programas televisivos infantiles es frecuente la aparición de versiones árabes de personajes como Mickey Mouse invitando a los niños, cínica, abierta y descaradamente, a matar judíos.
Es la escuela de Yasser Arafat: presentarse en los foros internacionales como gente que no quiere la guerra o que no “odia a los judíos”, pero en los discursos internos promover la peor versión de ese odio y fomentar el terrorismo.
Los hechos desmienten contundentemente al Embajador Palestino. Si esos ataques contra judíos no son odio, ¿entonces que son?
El discurso no se queda allí; llega a un nuevo nivel demagógico. Jada’a afirma que no se puede odiar al “pueblo judío”, porque el pueblo judío no existe. Y para sustentar su postura, apela a los trabajos publicados por el profesor Shlomo Sand.
Hay varios defectos, severos todos ellos, en el planteamiento de Jada’a.
SHLOMO SAND
El primero es que no menciona que las posturas de Sand han sido duramente criticadas y ampliamente refutadas por todo tipo de investigadores, especialistas y científicos, y que sólo goza de popularidad en los círculos abiertamente antisemitas. Es decir: son ideas que están muy lejos de ser consideradas como correctas o precisas, aún en el mundo académico. Lejos de lograr una aportación en materia de Historia, Sociología o Antropología, Sand sólo contribuyó con material incendiario que sólo se usa en los ambientes con una agenda anti-israelí y antisemita.
Otro severo defecto es que se hace evidente que el Embajador Palestino ni siquiera entiende los planteamientos de Sand. Digamos que le queda grande, intelectualmente hablando, el trabajo de este controvertido investigador.
En términos generales, Sand no pone en duda la existencia de un grupo identificable como “pueblo judío”, ni ahora ni en el pasado. Lo que Sand dice es que la identidad de ese pueblo se vio radicalmente alterada por los procesos de conversión que se llevaron a cabo en siglos anteriores, y que el grupo actual no se puede considerar como la continuidad directa del grupo ancestral. O, dicho de otro modo, que los judíos de hoy no somos descendientes directos de los judíos antiguos.
En realidad, todo el discurso de Sand se enfoca en la identidad judía, más que en la existencia de un “pueblo” como tal.
Pero Jada’a no lo entiende y dice que “no existe el pueblo judío”.
Semejante afirmacion es un desastre. Si no existe el “pueblo judío”, ¿a quién se refieren todas las referencias que de manera ININTERRUMPIDA se han escrito sobre “los judíos” desde hace, por lo menos, VEINTISÉIS SIGLOS?
De hecho, es una característica que -curiosamente- los hoy llamados “palestinos” no disfrutan. De ellos apenas se habla desde 1967. No antes.
Lo peor del caso es que Jada’a no se da cuenta de las contradicciones en las que cae: él mismo menciona el “complot” (que analizaremos más adelante) que en 1896 comenzaron a fraguar un grupo de “intelectuales, académicos y financieros” judíos para constituir un Estado Judío. Bien: si no existe el pueblo judío, ¿entonces bajo qué términos se definían esos intelectuales, académicos y banqueros como “judíos”?
Volvemos al punto mencionado sobre Sand: la discusión se trata sobre la evolución de la identidad judía, no sobre la existencia del grupo como tal.
“UNA RELIGIÓN NO PUEDE SER UN PUEBLO”
Jada’a apela frívolamente a que “una religión no puede ser un pueblo”. Es increíble el nivel de ignorancia que hay en esta afirmación. Evidentemente, Jada’a cree que TODAS las religiones funcionan exactamente igual que funciona la suya, el Islam. Pero no es así.
En realidad, a lo largo de la Historia son muy pocas las identidades religiosas que han trascendido a los marcos de una identidad nacional. La norma, a lo largo de los siglos, fue que cada nación desarrolló su propia religión, y el fenómeno de religiones “internacionalistas” es relativamente reciente. Apenas hacia el siglo II y en adelante fue que en el contexto del Imperio Romano se empezó a diluir la vinculación directa entre “nación” y “religión”, y el grupo que al final logró el éxito en ese aspecto fue el Cristianismo. Siglos después, dicha expansión transnacional de una religión fue lograda en la misma escala sólo por el Islam. Después de ellos, sólo en los últimos dos siglos hemos visto que otras religiones como el Hinduísmo, Budismo o Sintoísmo han traspasado sus fronteras nacionales originales, pero más como fenómenos de moda que por la naturaleza intrínseca de esas religiones.
Entonces, en el caso del Cristianismo y del Islam podemos decir que ciertamente una “religión” no puede ser considerada lo mismo que “un pueblo”. Pero semejante afirmación no aplica en la aplastante mayoría de los otros casos.
¿Qué es “un pueblo”? En términos muy concretos, se trata de una expresión muy ambigua. En este caso, la dualidad se entiende cuando comparamos lo que es una NACIÓN con lo que es un ESTADO.
Un Estado es una entidad jurídica que no se define ni por etnias ni por culturas, sino por un reconocimiento legal del Estado como autoridad hacia sus ciudadanos. Por ejemplo, un mexicano puede ser de cualquier origen étnico-cultural, tener cualquier tipo de costumbres y practicar cualquier religión. Su identidad como mexicano no se define por ninguno de esos elementos. Se define simple y sencillamente porque disfruta de un Acta de Nacimiento extendida por el gobierno de México, o un documento válido de nacionalización.
Una nación es algo distinto. Aquí sí hablamos de un grupo que comparte una serie de elementos en común, que se remiten eminentemente al SENTIDO DE IDENTIDAD. Es decir: en general, pertenecen a un mismo grupo étnico y, por lo tanto, hablan el mismo idioma. Paralelamente, han desarrollado una serie de hábitos culturales (que pueden ir desde la gastronomía hasta el folclor artístico) claramente similares. En consecuencia, comparten una misma narrativa histórica que les hace creer que tienen un origen común.
Como puede verse, la actual división política en continentes como América, Europa o Asia no necesariamente se basa en una correspondencia entre naciones y Estados. Una misma nación puede estar distribuida a lo largo de muchos Estados, y dentro de un mismo Estado pueden coexistir como ciudadanos personas cuyos ancestros pertenecieron a diferentes naciones.
Está claro que Jada’a desconoce todo esto, y por eso puede afirmar que “no existe” el pueblo judío (o, en términos correctos, entiéndase “la nación judía”.
Ya mencionamos un primer argumento contundente en contra de semejante disparate: desde hace veintiséis siglos existen múltiples referencias a un grupo llamado “judío”, identificable por su lugar de origen, su religión, su idioma, su cultura y su sentido de identidad remitido a una misma narrativa histórica (“los descendientes del grupo que salió de Egipto bajo la guía de Moisés”).
Las evidencias documentales al respecto sobran, tanto originadas en el propio Judaísmo como fuera de él. Entonces, afirmar que no existe esa identidad a lo largo de la Historia sólo puede ser un gesto de grotesca ignorancia. O maldad. O ambas cosas.
En contraparte, quisiera que el Embajador Jada’a me hablara de la identidad palestina en esos términos. Que me enseñara un corpus literario -poético, religioso, épico, artístico- que se refiera de manera clara y directa al “pueblo palestino” EN LOS TÉRMINOS EN LOS QUE HOY SE USA EL APELATIVO.
La cruda realidad es que no podría hacerlo. Nadie ha podido.
Hasta 1946, lo que existía en el terreno era una entidad jurídica (similar a un Estado, aunque al ser parte de un esquema colonial no calificaba como tal) llamada Protectorado Británico de Palestina, que abarcaba lo que actualmente es Israel, los territorios Palestinos y Jordania, y en donde había ciudadanos (o, más bien, súbditos) judíos y árabes respecto al “pueblo”, o judíos, musulmanes y cristianos respecto a la religión (y nótese como en el caso de los judíos había un clara relación entre “pueblo” y religión).
Desde 1946 y hasta el final de la guerra con la cual se fundó el moderno Estado de Israel, los árabes -musulmanes y cristianos por igual- quedaron divididos en dos territorios: el que se consolidó como el Reino Hachemita de Jordania y el que tenía que haber sido un Estado Árabe-Palestino conforme al trazo del Plan de Partición que la ONU definió en 1947.
¿Qué diferencia había entre los árabes palestinos que quedaron en uno y en otro territorio? Es decir, entre los que hoy son llamados “palestinos” y los que hoy son “jordanos”.
Ninguna. Absolutamente ninguna. Pertenecían en su abrumadora mayoría al mismo grupo étnico, hablaban en el mismo idioma, comían lo mismo, practicaban el mismo tipo de Islam o de Cristianismo, y compartían exactamente la misma narrativa histórica-mítica. Además, en ninguno de estos rasgos eran particularmente diferentes a los árabes de alrededor.
Por eso, EN VANO se intentaría mencionar a un “sabio” palestino anterior a 1967, o a un importante líder político, religioso, intelectual, moral, gastronómico, deportivo, militar o artístico. La narrativa histórica-mítica de los Palestinos remite, invariablemente, a la de los árabes. Y me refiero a los árabes de Arabia (por si quedaban dudas).
Si nos atenemos a lo que significa “nación”, quienes menos argumentos tienen para demostrar su existencia histórica como nación son precisamente ellos, los Palestinos. Existen como grupo sólo porque estamos hablando de entre 4 y 5 millones de personas viviendo allí, en lo que hoy llaman “territorios palestinos”, y si acaso tienen un sentido de identidad en común, es sólo porque son los descendientes de los árabes que, después de 1949, fueron reducidos a la condición de refugiados por los gobiernos de Egipto, Líbano, Siria y Jordania (hay que recalcar que los árabes que quedaron en el territorio que se convirtió en Israel, fueron asimilados como ciudadanos israelíes, condición que disfrutan hasta la fecha).
Por ello insistimos: si acaso hay algo que discutir, sería la evolución de la identidad judía y la hipótesis de Sand respecto a que hubo una interrupción, por lo que el moderno grupo “judío” no sería la continuidad del grupo ancestral, el original.
Sand recurrió a la conocida hipótesis Jázara en sus explicaciones, apelando a que al igual que este grupo turco-eslavo que -se supone- se convirtió al Judaísmo en el siglo X, otros muchos conversos habrían terminado por trastornar la identidad judía por completo, al punto de generar un grupo completamente nuevo y distinto al original.
Pero semejante postura es insustentable. De hecho, es fácilmente refutable desde una perspectiva de la que no estoy enterado que Sand haya analizado, y es la lingüística. Olvídense de las pruebas genéticas que han demostrado que sí hay una continuidad biológica desde el antiguo Israel haste el moderno Judaísmo. El detalle realmente revelador tiene que ver con el modo de hablar del pueblo judío.
La idea de Sand es, en resumen, esta: el Judaísmo sí fue una religión proselitista, y en un momento dado la identidad del grupo fue redefinida por los conversos y sus descendientes.
Tendríamos que imaginar un fenómeno demográfico de lo más complejo, porque estamos hablando de que para el siglo I EC -cuando todavía existía el grupo “original”, según Sand-, las comunidades judías estaban dispersas desde el extremo occidental (España y Marruecos) hasta el extremo oriental (Persia, India y tal vez hasta China), lo mismo que desde Inglaterra hasta Egipto.
Entonces, hablar de una sustitución paulatina no es cualquier cosa. Implica la movilización de muchísima gente en todos lados para que esto se dé.
En estricto, es complicado pero no imposible: bastaba que cada comunidad en su propia sede se dedicara a hacer muchos conversos. Muchos, muchos. Tantos que en un momento dado superasen en número a los judíos “originales”.
Pero semejante posibilidad tiene dos severas objeciones: la primera es que no existe ninguna fuente documental que sustente la idea (y les recuerdo, queridos lectores, que para proponer ideas respecto a Historia se tienen que usar fuentes documentales; si no se tienen, no tenemos una propuesta real, sino sólo una especulación); la segunda es que este tipo de conductas son características del Cristianismo y del Islam (buscar conversos, conversos y más conversos), no del Judaísmo.
¿Se puede demostrar lo que digo? Me refiero a eso de que no fue una conducta propia del Judaísmo.
Sí. Se puede. De eso se trata, justamente, el argumento lingüístico, que es fácil de resumir: el pueblo judío SIEMPRE HA TENIDO UN MISMO IDIOMA PARA HABLAR: EL HEBREO.
El Hebreo fue el idioma del antiguo Israel. A partir del exilio en Babilonia, el idioma coloquial para los judíos pasó a ser el arameo, y el Hebreo fue siendo relegado paulatinamente al uso religioso. Para la época en la que se organizó el Judaísmo Rabínico -siglo II EC-, el Hebreo prácticamente había sido abandonado como idioma coloquial, y su usó quedó limitado a la liturgia sinagogal y a los asuntos internos de las comunidades judías,, especialmente para la elaboración de documentos religiosos (responsas, tratados, explicaciones, etc.). Estos últimos son los que se tienen que analizar en un tema como este.
¿Por qué? Porque estamos hablando de documentos elaborados desde el siglo VI y hasta la fecha, en cualquier rincón del mundo en donde hubiese judíos.
Y aquí hay una regla simple y sencilla: las lenguas evolucionan si siguen usándose. Si hablamos de procesos que se extienden durante siglos (y aquí estamos hablando de milenio y medio), las transformaciones en las lenguas son inevitables.
Por ello, si bien el Hebreo litúrgico no sufrió cambio alguno porque sólo eran rezos ya escritos que se repetían y repetían, el Hebreo de los documentos rabínicos sí refleja la evolución lógica y previsible del idioma.
Ahora bien: si realmente hubiese existido una intromisión masiva -o, por lo menos, mayoritaria- de conversos provenientes de otros grupos étnicos o nacionales que, en algún momento dado, se hubiesen convertido en los grupos mayoritarios en cada comunidad judía, eso DEBERÍA REFLEJARSE EN LA EVOLUCIÓN QUE EL HEBREO TUVO EN CADA REGIÓN. Es decir: el Hebreo que se siguió usando como lenguaje de comunicación religiosa tendría que ser diferente -notoriamente diferente- entre judíos ucranianos y judíos marroquíes, o entre judíos persas y judíos holandeses.
Pero no lo es.
De hecho, un documento religioso escrito por un rabino egipcio en el siglo XI podía ser perfectamente leído y entendido por un judío polaco del siglo XIX.
Eso sólo es posible SI SE TRATA DEL MISMO GRUPO Y, por lo tanto, DEL MISMO IDIOMA.
Comparemos la situación con el latín: como idioma coloquial, se impuso en todas las provincias del Imperio Romano. Sin embargo, con el paso de los siglos la gente no siguió hablando en latín. Cada grupo lo transformó, algo que era inevitable. De ese modo surgieron las llamadas Lenguas Romances. En el otro extremo, el latín se fosilizó como idoma académico-eclesiástico, y así se conservó en los reductos intelectuales europeos, distanciado de las masas poblacionales que, aunque tenían contacto con los clérigos que hablaban latín, NUNCA se comunicaban con ellos en ese idioma.
Por eso, la situación del latín fue totalmente polarizada: en un extremo, se mezcló y evolucionó para dar paso a las Lenguas Romances; en el otro, se mantuvo intacto en el ostracismo absoluto de los medios intelectuales del medioevo.
Con el Hebreo pasó algo parecido, pero sólo en el caso del Hebreo litúrgico. Al igual que el latín académico-eclesiástico, no sufrió cambios al quedar fosilizado en la sinagoga. Pero hay una diferencia enorme entre ambos casos: mientras que las poblaciones que empezaban a hablar Lenguas Romances NO TENÍAN NINGÚN USO COTIDIANO DEL LATÍN, las poblaciones judías SEGUÍAN HACIENDO USO COTIDIANO DEL HEBREO, aunque limitado a su ámbito religioso pero más allá de su mera función litúrgica.
Entonces, el otro extremo que sí se dio en el latín -la mezcla con otras poblaciones y el surgimiento de las Lenguas Romances- no se dio con el Hebreo. No surgió NINGÚN idioma que fuese el resultado de la mezcla del Hebreo con otro lenguaje, y eso habría sido lo lógico si estuviésemos hablando de una sustitución paulatina de la población. Inevitablemente, cada grupo habría traído su propio modo de hablar y, aún en su calidad de conversos, lo habrían fusionado con el Hebreo de sus preceptores judíos.
Pero no sucedió. EN NINGÚN LUGAR DEL MUNDO.
En todo oriente, las comunidades judías simplemente se acoplaron a hablar en los idiomas locales (árabe, farsi, hindú, etc.), mientras a su interior siguieron hablando en Hebreo. Y en Europa desarrollaron dos variantes dialectales que, eventualmente, se convirtieron en idiomas por derecho propio: el Ladino y el Yiddish. Pero ninguno de estos dos es “una mezcla de Hebreo con otro idioma”. El Ladino es español y el Yiddish es alemán, ambos en versiones antiguas.
Un caso interesante: la comunidad judía de Marruecos sí desarrolló un idioma propio que es una mixtura, y se le llam Jaquetilla. Pero es una mixtura de árabe con español. El Hebreo lo siguió hablando como se habla el Hebreo.
El asunto llega todavía más lejos: ni siquiera se dieron casos de “nuevos idiomas” surgidos de la mezcla del Ladino o el Yiddish con cualquier otro lenguaje, lo que refuerza la idea de que ambos grupos -el Sefardita y el Ashkenazí, respectivamente- no experimentaron una mezcla que pusiera en riesgo su identidad original.
Entonces, la evidencia lingüística demuestra que no hubo ninguna intromisión de ningún grupo sustituto. En los miles y miles de documentos judíos en Hebreo elaborados desde finales de la era Talmúdica (siglo VI) hasta la fecha, se puede rastrear perfectamente la genealogía del grupo hoy conocido como “judío”. Y no deja lugar a la menor duda: es la continuidad directa de los antiguos judíos.
La hipótesis Jázara zozobra exactamente por las mismas razones. De hecho, cae en una inconsistencia grave que nadie me ha podido explicar: se supone que un grupo turco-eslavo -los Jázaros- que vivían en un país eslavo -Jazaria- se convirtieron al Judaísmo hacia el siglo X, y de allí migraron hacia otro territorio eslavo -Crimea-, luego a otro territorio igualmente eslavo -Ucrania-, de allí a otro territorio también eslavo -Rusia-, y finalmente se extendieron en otro territorio siempre eslavo -Polonia-. De ese modo, los Jázaros le dieron forma al Judaísmo Yiddish.
Semejante afirmación es una tontería, porque el Yiddish es un idioma germánico. ¿Cómo puede un grupo eslavo originario de un país eslavo y que migra por otros tres territorios eslavos, desarrollar una cultura que se expresa en alemán antiguo?
ES IMPOSIBLE. El Yiddish es la marca indeleble de que TODO EL JUDAÍSMO de Europa Oriental es la continuidad directa del grupo de judíos que se estableció en la zona del Rhin hacia el siglo III, y que hasta el siglo X vivieron allí y se acostumbraron a hablar en el alemán de ese tiempo. Y nótese: nadie ha negado la indudable identidad israelita ancestral de ese grupo. Se supone que la sustitución vino, justamente, a partir del siglo X.
Aparentemente, demasiada información, o demasiado sofisticada, para el Embajador Jada’a.
Respecto al asunto Jázaro, basta agregar un dato: no existe evidencia documental alguna que demuestre que hubo una conversión masiva de Jázaros. Se sabe que la aristocracia se convirtió al Judaísmo, pero no hay modo de sustentar la idea de que toda la población hiciera algo semejante. Lo que sí hay son pruebas documentales de conversiones masivas de Jázaros al Cristianismo y al Islam.
LOS PROTOCOLOS DE LOS SABIOS DE SIÓN
El último error severo del Embajador Palestino es apelar a los Protocolos de los Sabios de Sión como “fuente documental” para afirmar que los judíos -que no existen- están desarrollando un plan -que sí existe- para dominar al mundo -que ya no nos atrevemos a afirmar si existe o no-.
Dicho libro se publicó en la Rusia zarista en 1902, pero desde 1921 quedó completamente demostrado que se trataba de una vulgar falsificación.
Se supone que dichos protocolos “revelan” una serie de reuniones secretas mantenidas por líderes judíos, en las cuales se exponen los pasos que habrán de seguirse para que se logre el control de todo: los medios de comunicación, la economía mundial, etc. Una idea relevante -y Jada’a la menciona- es la estrategia de corromper a las sociedades no judías.
La genealogía literaria de los Protocolos está bien clara: originalmente, el escritor Maurice Joly elaboró en 1864 un panfleto para atacar a Napoleón III (su célebre Diálogo en los Infiernos entre Maquiavelo y Montesquieu), que luego sirvió como base para una novela antisemita llamada Biarritz, escrita por Herman Goedesche en 1868. En 1890, Piotr Rachkovski, jefe de la policía secreta del Zar (la famosa Ojrana) ordenó que se preparase un texo para responsabilizar a los judíos por las crisis de Rusia, y el resultado fueron los Protocolos, publicados en 1902 por Pavel Krushevan, un declarado antisemita que incluso participó en asesinatos colectivos de judíos (Pogromos). Su éxito fue mínimo y casi nadie les puso atención hasta 1917, cuando se republicaron para responsabilizar a los judíos de la revolución bolchevique (recuérdese que Marx y Trotsky, entre muchos otros socialistas, fueron judíos).
Es muy fácil demostrar que se trata de un plagio. Por ejemplo, un párrafo original de Joly en su Diálogo en los Infiernos entre Maquiavelo y Montesquieu, dice lo siguiente:
“¿Cómo son los préstamos? Por la emisión de obligaciones, que implica para el Gobierno la obligación de pagar intereses proporcionales al capital que ha pagado. Así, si un préstamo es del 5%, después de 20 años, ha pagado una suma igual al capital prestado. A los 40 años ha pagado el doble, y el triple después de 60 años: sin embargo, sigue siendo deudor de todo el capital”.
Los Protocolos dicen lo siguiente:
“Un préstamo es un asunto del papel del Gobierno, que conlleva la obligación de pagar intereses que ascienden a un porcentaje de la suma total del dinero prestado. Si un préstamo está en el 5%, entonces en 20 años, el Gobierno habría pagado innecesariamente una suma igual a la del préstamo con el fin de cubrir el porcentaje. En 40 años se ha pagado el doble, y en 60 tres veces esa cantidad, pero el préstamo continúa como una deuda no pagada”.
Otro ejemplo: Joly, en su Diálogo, menciona dos veces a la diosa Vishnu:
“Al igual que el dios Vishnú, mi prensa tendrá un centenar de brazos, y esos brazos se dan la mano con todos los diferentes matices de opinión en todo el país… ahora entiendo la figura del dios Vishnú: tienes un centenar de brazos, como el ídolo de la India, y cada uno de los dedos toca un resorte…”.
Los Protocolos también:
“Estos periódicos, al igual que el dios de la India Vishnú, serán dotados de cientos de manos, cada una de las cuales se sentarán en el pulso diferente de la opinión pública… nuestro gobierno se asemeja al dios hindú Vishnú. Cada una de nuestras cien manos activará un resorte de la maquinaria social del Estado…”.
Otro detalle interesante es que los Diálogos de Joly citan Proverbios 8:15, aunque en latín: PER ME REGES REGNANT (“por mí los reyes reinan”). Los Protocolos usan la cita, pero también en latín. Inverosímil, porque si se trataba de rabinos judíos -valga la redundancia- citando un texto judío, lo lógico es que lo hubieran hecho en Hebreo.
Por todo ello, a ningún investigador medianamente serio le quedan dudas respecto a que los Protocolos son una vulgar falsificación, además mal hecha (es evidente que Krushevan estaba muy lejos de ser una lumbrera literaria).
Que uno se encuentre a gente en Facebook que apela a los Protocolos para “demostrar” que los judíos estamos intentando dominar al mundo tiene cierta lógica (aunque estemos hablando del peor complot posible: lleva más de un siglo y sigue sin lograr su cometido). Bien ha dicho Umberto Eco que las redes sociales le han dado voz a muchos idiotas. En ese espacio tan democrático donde cualquiera puede opinar, no sorprende que aparezca gente de nula formación intelectual, nulo criterio y absoluta ignorancia citando un texto tan mal hecho y sobradamente refutado.
Pero que lo haga un Diplomático, respresentante de un pretendido Estado, es escandaloso. Automáticamente queda rebajado a ese nivel de inopia, absoluta miseria intelectual, apenas entendible en las hordas de tarugos que creen que con Google han logrado descubrir el secreto complot de los judíos, pero del todo injustificable en alguien que ostenta el rango de representante diplomático.
De ese nivel son los argumentos de un Embajador Palestino que ha dicho que los judíos no existimos como pueblo.
Por si no faltaran elementos grotescos, resulta que lo dijo en una jornada “por la paz” entre Israelíes y Palestinos.
Imagínense: y resulta que ese señor es del ala “moderada”, con la que quieren que nos sentemos a negociar y, preferentemente, a la que quieren que les presentemos nuestra rendición.
Quédense con las ganas.
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