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lunes 25 de noviembre de 2024

El Schindler japonés

AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Con una montaña en el fondo, iluminada por el sol poniente, experimenté lo que significaba ser un judío y un sionista.

Por Brian K. Rizen.

La mayoría de los judíos se consideran a sí mismos como sionistas, y yo soy uno de ellos; estoy a favor de Israel como patria judía, ahora y siempre. Más fugaz, sin embargo, es el espíritu del sionismo.

Algunos experimentan ese espíritu cuando el tren de aterrizaje llega al aeropuerto Ben-Gurión en su primera visita a Israel. Otros prueban lo que significa ser un judío en Israel en el Muro Occidental en Shabat, o en el desierto de Araba.

Para mí, la primera vez que experimenté ese espíritu del sionismo fue- ni más ni menos- en Japón.

La mayoría de las veces, soy un médico de pista en Parx Racing, donde el trabajo implica, con demasiada frecuencia, hacer frente a las lesiones sufridas por los jinetes. Es un trabajo duro y peligroso, y tengo un gran interés en mantenerlos a salvo. En ese lugar y en ese momento, soy el “doc deportista”.

Mi compromiso con su bienestar llevó a que hace años acudiera a una conferencia en Tokio con médicos de todo el mundo que tratan a los jinetes y que comparten m compromiso con su seguridad. Fueron dos fantásticos días de aprendizaje y de compartir.

Conocido como el “Schindler japonés”, Chiune Sugihara había ayudado a unos 6.000 judíos polacos a escapar de la máquina de exterminio nazi durante 29 días en 1940. El acto de valor de Sugihara fue contado por uno de los judíos que salvó, el fallecido académico de la Universidad Johns Hopkins, Samuel Iwry, en el libro “To wear the dust of war: from Bialystok to Shanghai to the Promised Land”.

Como Cónsul de Japón en Lituania, Sugihara escribió y firmó las cartas de tránsito que les permitió a los judíos viajar a través de Rusia en su camino hacia Shanghái. Lo hizo por conciencia y en contra de las órdenes explícitas del Ministerio de Relaciones Exteriores japonés.

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Memporial de Chiune Sugihara | Foto: Brian Rezen.

Yo estaba decidido a decir Kadish en su tumba (murió en 1986), y durante año antes del viaje mantuve una imagen de Chiune Sugihara y su esposa, Yukiko, pegada a mi monitor de la computadora como un recordatorio de mi compromiso.

De hecho, se requirió un compromiso.

El Sugihara Memorial Museum se encuentra en su lugar de nacimiento, Yaotsu en la Prefectura de Gifu, lejos de las luces brillantes de Tokio. Las conexiones de tren para mi viaje a Yaotsu fueron arregladas por el conserje asistente en mi hotel, pero llevaba varias cargas: enía todo mi equipaje, y sabía sólo unas pocas palabras de japonés.

Tal vez lo peor de todo es que no tenía ni idea de cómo iba a llegar de Yaotsu a Osaka, la siguiente parada en mi viaje.

Después de un viaje de seis horas, llegué al museo de la memoria, que está en lo alto de la Colina de la Humanidad. Pasé la siguiente hora, más o menos, entre lágrimas al visitar el museo de dos pisos, donde la progenie de “La Lista de Sugihara” había enviado cartas de agradecimiento y fotos.

Una exposición reproduce fielmente su oficina en Kaunas, Lituania, y me permitió imaginarlo escribiendo y firmando incansablemente los visados de tránsito durante apenas 29 días. Con un nudo en la garganta, escribí los nombres de la esposa e hija de mi mentor, el Dr. Marco Nahon. Ambas perecieron en las cámaras de gas nazis.

Al salir del museo, noté un pequeño puesto de suvenires que vendía folletos describiendo la saga de Sugihara, la cual ha sido traducida a muchos idiomas. Ahí, vi a una mujer que había comprado la versión en hebreo.

Nunca tímido, le preguntó si era israelí. “Sí”, me dijo, y era parte de un tour que venía en autobús. Los autobuses la estaban esperando para partir hacia su próximo destino: Osaka.

Tenía que ser beshert, o divina providencia.

Afuera de los autobuses había tres hombres fumando y tomando café negro. “Shalom aleijem (la paz sea con ustedes)”, les dije. “Aleijem shalom”¸ contestaron.

Uno de ellos, Shauli, era el jefe del grupo israelí, y le pregunté si podía darme un aventón a Osaka. Después de que la chaperona japonesa protestara un poco por cuestiones de responsabilidad, me invitaron a formar parte del grupo. (NOTA CULTURAL: Los israelíes viajan pidiendo aventón como una forma de vida; los japoneses, no).

Me invitaron a bordo y me dieron la bienvenida con calidez, amor y un profundo sentido de pertenencia. La alegría que experimenté durante seis horas de viaje con mis compañeros judíos es uno de los mejores momentos de mi vida, y, aunque solo alrededor de la mitad del grupo hablaba inglés, nuestra comunicación era significativa y espiritual. Me senté en un feliz asombro mientras me alimentaban en cuerpo y alma, compartiendo salami, fruta, galletas y whiskey. Mis nuevos amigos cantaban canciones israelíes populares y algunos, incluso, bailaban en el pasillo.

¿Cómo fue que nuestros caminos se cruzaron en este vasto universo en ese mismo momento? Tenía que ser beshert. Para mí, fue volver a casa, un retorno a Sion. Con una montaña en el fondo, iluminada por el sol poniente, experimenté lo que significaba ser un judío y un sionista. Esto fue verdaderamente una epifanía- experimentar el espíritu del sionismo por primera vez y, sorprendentemente, en Japón.

Fuente: The Jerusalem Post / Traducción y adaptación: Miriam Baley.


El escritor vive en el centro de Filadelfia con su esposa, Alice, y continúa trabajando como el “doc deportista” en Parx Racing.

El Cónsul de Japón en Lituania, Chiune Sugihara, escribió y firmó las cartas de tránsito que permitieron a los judíos viajar a través de Rusia en su camino hacia Shanghái. Así lo hizo fuera de la conciencia y en contra de las órdenes explícitas del Ministerio de Relaciones Exteriores de Japón.

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