REUEL MARC GERECHT Y MARK DUBOWITZ
Una vez que sea alcanzado un acuerdo, se volverá más probable y más rápida una confrontación entre Estados Unidos e Irán.
En Washington están trazadas claramente las líneas sobre el plan del Presidente Obama para un acuerdo nuclear con Irán. A medida que las negociaciones continúan bastante más allá de su fecha de expiración del 30 de junio, la mayoría de los republicanos se oponen al acuerdo y los demócratas no lo bloquearán.
Muchos críticos afirman creer que todavía es posible un “buen acuerdo,” que desmantelaría en forma permanente la capacidad del régimen clerical de construir armas nucleares, si Obama aumentara la diplomacia con la amenaza de más sanciones y el uso de la fuerza. Aunque estos críticos destacan en forma precisa las fallas serias del marco, también cometen un error: más sanciones y amenazas de operativos militares ahora es improbable que frustren los planes nucleares de los mulas. Nosotros nunca sabremos si sanciones más paralizantes y la fuerza podrían haber agrietado al régimen clerical. Sabemos que el presidente buscó el camino opuesto, incluso antes que los diplomáticos estadounidenses e iraníes comenzaran a negociar en Europa.
Pero los halcones que creen que los ataques aéreos son la única opción posible para detener un arma nuclear iraní deben dar la bienvenida a un acuerdo tal vez más que nadie. Esto se debe a que el Plan de Acción Conjunto Exhaustivo está hecho a la medida para poner a Washington en curso de colisión con Teherán. El plan deja a la República Islámica como un estado en el umbral de las armas nucleares y en el corto plazo aísla el comportamiento regional de los mulas del reproche estadounidense serio.
Imaginar tal acuerdo funcionando es imaginar a la República Islámica sin su fe revolucionaria. Entonces la factura del acuerdo por parte de Obama está estableciendo, en efecto, las condiciones necesarias para la acción militar después de enero del 2017, cuando asuma el cargo un nuevo presidente.
Ningún presidente estadounidense destruiría los sitios nucleares iraníes sin agotar primero la diplomacia. Los intentos por parte de Barack Obama y el Secretario de Estado John Kerry por llegar a un compromiso con Teherán—sobre enriquecimiento de uranio, verificación y alivio de las sanciones, entre otras preocupaciones—son comprensibles, aunque nada más. Si el próximo presidente eligiera atacar después que los iraníes eludan o violen en forma repetida el acuerdo de Obama, sin embargo, el recién llegado estaría sobre terreno político mucho más firme, en casa y en el exterior, que si lo intentara sin este acuerdo fallido.
Sin un acuerdo probablemente se repetirá el pasado: Washington aumentará en forma gradual las sanciones mientras los iraníes avanzarán gradualmente en sus capacidades nucleares. Sin un acuerdo, la diplomacia no morirá. Episódicamente esta ha continuado desde que un grupo opositor iraní divulgó en el año 2002 el programa nuclear entonces clandestino. A través de esta ruta de meandros diplomáticos, Teherán ha logrado que el Occidente acepte su progreso nuclear.
Los críticos del presidente que sugieren que un acuerdo mucho mejor está al alcance con más sanciones están cometiendo el mismo error analítico que Obama: Ambos asumen que el régimen iraní dará prioridad a la economía por sobre la ideología religiosa. El presidente quiere creer que el “líder supremo” de Irán, Ayatola Ali Khamenei y el Presidente Hasan Rouhani pueden ser desprendidos de la bomba a través del comercio; los igualmente entusiastas de las sanciones cansados de la guerra esperan fervientemente que el dolor económico por sí solo pueda obligar a los mulas a poner a un lado su fe. En sus pensamientos, Irán es una nación a la que Estados Unidos, o incluso Israel, pueden intimidar y contener.
El problema es que la República Islámica sigue siendo, como reconoce orgullosamente en su biografía el ministro del exterior iraní Javad Zarif, un movimiento islámico revolucionario. Tal régimen por definición no se inclinaría nunca ante la coerción económica de Estados Unidos y nunca desguazaría la pieza central nuclear de su planificación militar durante 30 años o permitiría a los occidentales acceso total y transparente a sus secretos y personal nucleares. Este es el estado islámico revolucionario que está repitiendo versiones del Hezbolá libanés militante entre los chiitas árabes, siempre temeroso en casa de la cultura occidental sediciosa y preparado para utilizar el terrorismo en el exterior.
Por sobre todo, el régimen clerical no puede ser comprendido sin apreciar la centralidad del anti-americanismo para su identidad religiosa. La elección de un gobierno republicano podría revigorizar el temor iraní al poder militar estadounidense, como lo hizo la invasión estadounidense de Irak en el año 2003 durante uno o dos años. Pero ésta no detuvo la marcha nuclear de Irán, y no hay razón para creer ahora que el Sr. Khamenei y los Guardias Revolucionarios, quienes supervisan el programa nuclear, traicionarán todo lo que sostienen como santo.
Pero un acuerdo nuclear no va a evitar el conflicto tampoco. La presidencia del llamado mula pragmático, Ali Akbar Hashemi Rafsanjani, desde 1989 a 1997, fue un período agresivo de terrorismo iraní. Si el Presidente Rouhani, ex mano derecha del Sr. Rafsanjani, puede extraer un acuerdo nuclear, probablemente veremos una variación de la agresión iraní de la década de 1990.
Tal agresión ya ha comenzado. Los Guardias Revolucionarios están luchando en Siria e Irak, y la ayuda iraní fluye a los huzíes chiitas en Yemen. Donde quiera que crece la influencia de la República Islámica entre los chiitas árabes, empeora más el conflicto entre sunitas y chiitas. Con mayor hostilidad interna musulmana, el régimen clerical intensifica inevitablemente su propaganda y acciones contra Estados Unidos en un esfuerzo por competir con los sunitas radicales y sus afirmaciones rivales de liderar un mundo musulmán anti-occidental.
El aventurerismo iraní, especialmente si incluye terrorismo anti-estadounidense, provocará finalmente una respuesta más enérgica de parte de los Estados Unidos. Las probabilidades que Teherán respete cualquier acuerdo nuclear mientras presiona para aumentar su influencia regional—no controlada por Washington—no son buenas. El Sr. Obama puede pensar que él puede volver las sanciones inmediatamente a su lugar y un frente occidental unido para contrarrestar un comportamiento nuclear iraní nefasto, pero los pronósticos no son buenos una vez que las empresas europeas comiencen a regresar a la República Islámica. Washington tiene un historial débil de utilizar las sanciones extraterritoriales contra nuestros aliados más ricos y cercanos y socios comerciales. Los franceses solamente pueden unirse a los estadounidenses nuevamente para frenar a Irán y las ganancias europeas.
Con un acuerdo fallido, ninguna alternativa pacífica posible, y Barack Obama ya no más en el cargo, los republicanos y demócratas pueden entonces debatir, más seriamente que antes, si la fuerza militar sigue siendo una opción. Las probabilidades son que ya no lo será. Cuando se contempla la posibilidad que los ataques militares preventivos contra el régimen clerical no serán un caso de una vez, inclusive un presidente republicano intransigente puede caer bien por defecto en la contención. Pero si Washington ataca, será porque el Sr. Obama mostró que los medios pacíficos no funcionan contra las ambiciones nucleares y regionales de los clérigos.
Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México
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