JULIÁN SCHVINDLERMAN
A fines de junio, el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas emitió un reporte sobre la guerra acaecida a mediados del año pasado entre Hamás e Israel en el que concluyó que ambas partes cometieron crímenes de guerra.
Para el observador despistado, la equivalencia moral entre una democracia y un movimiento fundamentalista feroz puede pasar desapercibida y ser leída en clave de presunta equidistancia: así como la ONU condena Israel, también lo hace con el Hamás. Esa lectura es ostensiblemente superficial. ¿Qué tal un reporte sobre la guerra de Estados Unidos contra Al-Qaeda que arribe a similares conclusiones? ¿O uno sobre Francia y su lucha contra islamistas en Mali? Un organismo internacional que se muestra incapaz de distinguir entre un acto de agresión y uno de defensa, y entre un grupo terrorista y una nación democrática, estará viciado de parcialidad por definición.
Y el CDH lo está enteramente. E irremediablemente. En términos generales, un Consejo que reúne entre sus miembros a las peores tiranías del planeta y les confiere legitimidad para juzgar a las democracias carece de autoridad moral alguna para emitir opinión básicamente sobre cualquier tema global. Específicamente, el récord de tendenciosidad anti-israelí es tan cristalino que ya ha superado el umbral del escándalo. Según la ONG suiza United Nations Watch ha documentado, en los últimos nueve años el CDH ha condenado más veces al estado judío que al resto del mundo combinado; 61 resoluciones de condena a Israel y 55 contra el resto de las naciones en conjunto. Cuba, China, Somalia e Irak no fueron jamás sancionadas. Sobre Israel el CDH realizó siete sesiones de urgencia, en contraste con Irán, Afganistán, Venezuela o Rusia sobre las que convocó exactamente cero sesiones. Israel es el leitmotiv -la obsesión recurrente- del Consejo. Esto lo admitió el actual secretario-general Ban Ki-Moon en el 2007: “Estoy decepcionado por la decisión del Consejo de distinguir a Israel como el único elemento específico del orden del día, teniendo en cuenta la variedad y el alcance de las denuncias de violaciones a los derechos humanos en todo el mundo”.
El CDH encargó el reporte inicialmente a un profesor canadiense, William Schabas, que había sido también asesor legal remunerado de la Organización para la Liberación de Palestina, sin ver en ello inconveniente alguno por, digamos, conflicto de intereses. Lo cual es consistente con el patrón de afinidad que el Consejo ha venido mostrando por décadas con la agenda de la OLP. Ahora probó además ser un fiel portavoz del Hamas, su némesis histórica.
Dramáticamente, al abrazar la narrativa del movimiento de resistencia islámico palestino, el CDH eligió ignorar los hechos factuales incómodos que hubieran llevado a conclusiones muy diferentes. Hamas inició la guerra y decidió luego no atenerse a ningún cese de fuego durante las siguientes siete semanas de contienda. La primera de tales treguas fue propuesta por Egipto el 7 de julio; Israel la aceptó, Hamas no. Para entonces habían muerto cerca de doscientos palestinos. Hamas aceptó el último de los ceses de fuego propuestos, el 27 de agosto. Entre una y otra fecha murieron otros dos mil palestinos. ¿No es acaso Hamas el responsable de estas muertes?, se preguntaron en un estudio académico Hirsch Goodman y Dore Gold. No para el Consejo. Hamas disparó más de seis mil quinientos cohetes contra Israel, de los cuales 875 cayeron en la Franja de Gaza. ¿Sabe el Consejo cuántas bajas palestinas este fuego “amigo” provocó? No lo sabe, y mucho menos le importa.
A otros, más profesionales y objetivos, sí les importa. Richard Kemp, ex comandante de las fuerzas británicas en Afganistán e Irak declaró ante el propio CDH que “durante el conflicto de Gaza en 2014, Hamas, para su eterna vergüenza, hizo más por infligir deliberada y sistemáticamente muerte, sufrimiento y destrucción a su propia población civil, incluyendo a sus niños, que cualquier otro grupo terrorista de la historia”. Michael D. Jones, ex jefe de estado del Comando Central de los Estados Unidos, aseguró ante el mismo plenario que “Hamas violó habitualmente la ley al atacar objetivos civiles sin valor militar y al deliberadamente colocar a los habitantes de Gaza en riesgo sin necesidad militar”. El general Martin Dempsey, jefe del Estado Mayor Conjunto de EE.UU. observó el pasado noviembre: “De hecho, creo realmente que Israel fue a extremos extraordinarios para limitar los daños colaterales y las víctimas civiles”. Una delegación de once militares de alto rango de siete naciones que también investigó esta guerra, afirmó: “Ninguno de nosotros es consciente de otro ejército que tome tales medidas tan extensas como lo hizo el ejército israelí el verano [boreal] pasado para proteger las vidas de la población civil [enemiga]”.
Por eso la tasa de bajas civiles en relación a los combatientes irregulares ha sido en esta confrontación la más baja del mundo en guerras asimétricas. Tal como recopiló el Jerusalem Center for Public Affairs, el ratio entre bajas colaterales civiles y terroristas abatidos en Afganistán fue de 3-1, en Irak de 4-1, en Kosovo de 4-1, en tanto que en Gaza fue de 1-1; por debajo de la media global, 3-1. (El ratio 1:1 surge de las cifras indicadas por el ejército israelí cuyas mediciones han probado ser más confiables que las de las Naciones Unidas, pero aún si tomamos las cifras contenidas en el reporte del CDH el ratio es 2.27-1, cercano al promedio global).
El viernes pasado, el Consejo adoptó una nueva resolución de condena contra Israel -aunque no contra Hamás- ésta vez apoyándose en su propio reporte sesgado. Estados Unidos fue el único país que votó en contra, cinco se abstuvieron y 41 naciones -incluyendo a la Unión Europea- votaron a favor. Un año atrás, Hamás atacó a Israel con cohetes. Ahora la ONU lo hace con reportes y resoluciones.
Fuente:cciu.org.uy
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