ANA JEROZOLIMSKI
Hace exactamente un año, el 8 de julio del 2014, comenzaba lo que Israel llamó “Margen Protector”, el operativo militar que se convirtió en una guerra de 50 días entre Israel y Hamas, y que terminó con el cruento saldo de 2 mil palestinos y 72 israelíes muertos.
Los palestinos acusan a Israel de haber matado intencionalmente gran cantidad de civiles, la mayoría de los muertos según alegan, mientras que Israel recalca que por lo menos la mitad de quienes perdieron la vida eran “combatientes”, gente armada que participaba en ataques, agregando además que no habría habido guerra, de no ser por los intensos ataques de cohetes desde Gaza hacia el sur de Israel.
Ambas partes sostienen que no tienen interés ninguno en una nueva conflagración. Así lo dice Hamás y también lo dice Israel. Las autoridades israelíes estiman que realmente parece poco probable una nueva guerra a corto plazo, pero no tienen duda de que Hamas continúa preparándose para una conflagración futura. El Jefe de Inteligencia en el Comando sur declaró que Hamás ha vuelto a cavar túneles, intensifica sus esfuerzos para producir cohetes y para rearmar el arsenal bélico que perdió en la guerra. En el horizonte, Hamás no piensa en paz con Israel sino en una nueva guerra, aunque ahora su interés es preservar la calma para estabilizar su situación en una Gaza muy afectada.
Las poblaciones a los dos lados de la frontera, sienten-y temen- que un nuevo choque probablemente sea sólo cuestión de tiempo.
Por eso nuestro resumen en este primer aniversario de la guerra, pasa por los análisis políticos pero también-ante todo- por rostros y nombres de gente querida.
De no pocos uruguayos israelíes residentes en las comunidades colectivas (kibutzim) aledaños a la frontera, que salen al campo sabiendo que del otro lado pueden estar mirándoles para disparar cuando entren en la mirilla, que la alarma que les da en el mejor de los casos 15 segundos para resguardarse del cohete en camino, los puede encontrar en la oficina, en medio de la ducha, en la carretera, quizás lejos inclusive de un lugar en el que se puedan resguardar.
Cada uno tendrá sus preferencias políticas, pero el común denominador es que su deseo es vivir en paz, que ven la dimensión humana de los vecinos palestinos con los que tenían contacto directo y personal, hasta que el terrorismo los obligó a alejarse.
Y también los rostros y nombres de palestinos de Gaza que no sienten tienen grandes perspectivas de futuro, a menos que logren abandonar la franja gobernada desde hace más de siete años por Hamas.
Están Omar y Suheir Shaaban de Dir el-Balah, en cuya casa, en tiempos mejores, comimos el “maqlube” más delicioso que hayamos probado jamás. Fue en los días de la entonces inminente retirada israelí de la Franja de Gaza, cuando se pensaba que quizás el cambio sería comienzo de una era de crecimiento y desarrollo, hasta que quedó claro que los cohetes perseguirían a Israel hacia su territorio soberano, aunque no estuviera en la Franja de Gaza, por lo cual habría respuestas, operativos, de nunca acabar.
Durante la guerra hablamos con Suheir por teléfono. Contaba con la voz desesperada sobre la cantidad de vecinos que había alojado en su casa, que tanto recordábamos, rodeada de palmeras, por los daños sufridos en muchas viviendas. Y sobre el alivio que sentía porque uno de sus hijos estaba estudiando en Europa. Y se nos estrujaba el corazón. Nuestra convicción de que la guerra había sido impuesta a Israel, en nada aliviaba el dolor por el sufrimiento de quienes discrepaban con el terrorismo pero se veían atascados en medio de la guerra.
Y lo sentimos nuevamente esta semana, cerca de este primer aniversario de la guerra, al reunirnos con un amigo de la Franja, cuyo nombre no revelamos para preservar su seguridad. Lo conocimos hace varios meses en un hospital israelí donde uno de sus hijos había pasado una operación de corazón. Nos ayudó traduciendo del árabe en nuestras conversaciones con pacientes sirios, irakíes y palestinos, y se entabló una relación que rápidamente se convirtió en un vínculo personal. Lamentablemente, es posible mantenerla solamente por teléfono e intercambio de mensajes, por razones obvias, salvo cuando entra a Israel a controles médicos.
Sabíamos que por haber sido en el pasado policía de la Autoridad Palestina, desde que Hamas tomó el poder en Gaza en junio del 2007, él no puede trabajar. Si bien recibe sueldo de la Autoridad Palestina y ello le basta para las necesidades básicas de su familia (casado, tres hijos), claro está que las perspectivas de futuro, de esta forma, nunca pueden ser muy alentadoras.
Días atrás lo llamamos para desearle “Ramadan Karim”, el saludo festivo típico del mes sagrado musulmán. Le aclaramos que desconocemos si es religioso, si reza y ayuna, pero que como la fiesta es una fecha singular, no queremos dejar pasar la ocasión de desearle a él y los suyos lo mejor. Su respuesta fue elocuente: “Ayuno y rezo, soy religioso, pero no como Hamas ni Dáesh”, dijo usando el acrónimo en árabe para el Estado Islámico.
Al día siguiente nos llamó él desde Gaza, informándonos que le acababan de avisar que había llegado el permiso para que al día siguiente entre nuevamente a Israel, al nuevo control médico del hijo operado del corazón. Era una oportunidad de vernos, que no podíamos desperdiciar, por lo que el martes por la tarde, fuimos a su encuentro en el Hospital Wolfson de la ciudad de Holon, y decidimos llevarlo personalmente hasta el puesto de Erez, la frontera entre Israel y la Franja de Gaza, para compartir el viaje conversando y aliviarle un poco la marcha, con su niño pequeño a cuestas. La revisación médica, afortunadamente, fue positivo, el niño está bien, y en unas semanas le llegará el turno a otro de los hijos, que también tiene problemas cardíacos.
Lo que no inspira alivio ninguno sin embargo, es escuchar esa singular combinación de sencillez, de capacidad de contentarse con poco y de falta de horizonte. “Nadie está contento con Hamas”, nos dijo nuestro amigo. “No le importa de la población, nos usa en su guerra, y sólo quiere más fuerza, no buscar nuestro bienestar”. Cuenta que una caja de cigarrillos llega desde el vecino Egipto por 2 ó 3 shekel (la moneda israelí, que también se usa en Gaza), pero que en la Franja se vende a 12 ó 13, por los impuestos de Hamas.
“Queremos vivir tranquilos, esperamos que haya un acuerdo, para que se abra la Franja, porque así, vivimos en una gran prisión”, comentó con rostro serio. Preguntamos si creen que se abrirá el pasaje de Rafah que conecta con Egipto. Hizo un gesto de desprecio: “A Egipto no queremos y allí tampoco nos quieren. La gente quiere que se abran las fronteras con Israel y que se pueda volver a trabajar acá. Era lo mejor”. Le comentamos que recordamos los tiempos en que entrábamos por la mañana a Gaza a cubrir la situación y entrevistar, y por otro lado veíamos miles de palestinos salir a trabajar en territorio israelí, agregando que fue el terrorismo lo que puso fin a eso. “Lo sabemos, la gente lo recuerda bien”.
El pasa sus días sin hacer nada especial, cuidando de sus hijos con su esposa, encontrándose con amigos. “Tranquilo”, dijo con un gesto de “sin preocupaciones inmediatas”, pero agregando de inmediato: “Pero no es vida. No trabajo porque Hamas no me permite, por el solo hecho que estuve con la Autoridad Palestina”. Y después hay quienes se sorprenden cuando se habla de “crisis” en la unidad interna..una unidad que jamás existió.
Abriendo un poco el lente, preguntamos cómo cree que se puede salir de la encrucijada: para que haya un Estado palestino en Cisjordania, Israel se tendría que retirar, pero eso, se estima, puede llevar a que en dos días caiga el gobierno de la Autoridad Palestina, en un ataque frontal de Hamas. Nuestro amigo ríe y se pregunta retóricamente: “¿Por qué dices dos días? ¡No aguantaría ni dos horas! Está claro que Hamas lo quiere derribar”.
Llegamos a Erez… tan corta la distancia y tan distinto el mundo del otro lado de la frontera. “Años luz”, dice él con amargura, aunque del otro lado, está su pueblo.
Nos despedimos con un fuerte abrazo, sintiendo la alegría de haber podido compartir esas horas y la angustia de saber a qué situación retorna. Un rato más tarde mandó un mensaje a confirmar que llegó bien, agregando una hermosa foto de los pequeños luciendo los regalos que habíamos enviado por el Ramadan.
Con todo esto, combinado con la evaluación sobre lo que puede suceder, no nos resulta fácil describir la situación a un año de la guerra…por la gente afectada y por el temor de que en algún momento se confirme, que como tantos temen, no fue la última.
Fuente:cciu.org.uy
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