PROFESORA IRIT GREEN
De entre los personajes fascinantes de la Biblia, Elías de Tesbe es uno de los que más honda huella han dejado. De manera inesperada aparece en el Libro Primero de los Reyes sin que se hable de sus orígenes ni filiación.
Su nombre procede del hebreo Eliyahū: ‘Dios es el señor’, uno de los apelativos que contiene el Tetragrammaton referido al nombre de Dios. Vivió este profeta, uno de los llamados mayores, en el siglo IX y de él hablan los capítulos décimo séptimo al vigésimo primero del Libro Primero de los Reyes, y los capítulos iniciales del segundo. Había nacido en la ciudad de Tishbé, por lo que era conocido como ‘el Tisbita’, en la región de Galaad, al Este del Jordán. Según cierta tradición piadosa, pertenecía a la tribu de Gad.
Fue hombre ascético, de exagerada sobriedad a veces: su atuendo, una vestimenta hecha de pelo de camello que se ceñía con un cinto de cuero, llamaba la atención. Su prédica o aparición como hombre del Señor fue debida a que Acab, séptimo rey de Israel, sucesor de Omrí, abrazó el culto al dios Baal de Tiro influenciado por su mujer Jezabel, hija de Itobaal, rey de Sidón. No solo Acab se desvió de los preceptos de Dios, sino que todo el pueblo con él se prosternó ante el ídolo sidonio, lo que fue causa de que la mayoría de los profetas de Israel fueran asesinados. En aquel momento comienza el magisterio del profeta a quien Dios envió a la Corte para anunciar que como castigo a su adoración idolátrica sobrevendría sobre el país una sequía; era lógico que a aquello siguiera una época de hambruna.
Tras las advertencias hechas al rey, Elías se retiró primero a las riberas del arroyo de Querit, donde se escondió, ya que esta corriente de agua discurre abarrancada entre profundas hoces al Este del Jordán, en Galaad. Allí fue alimentado por cuervos, y cuando el arroyo se secó el profeta marchó a Serepta, al norte de Tiro, y se alojó en casa de una viuda. Dios se acordó de su siervo, pues hizo que una vez consumidos los alimentos en aquella casa, ni la harina ni el aceite se agotaran. Allí realizó el profeta un milagro: habiendo muerto el hijo de la viuda, consiguió mediante la oración que Dios lo resucitara, como se relata en el capítulo décimo séptimo del libro primero de los Reyes. Pasados tres años ordenó Dios a Elías que acudiera a la Corte y se presentara ante el rey Acab.
Elías se enfrentó a Jezabel, que había mandado matar a los profetas del Señor, y desafió a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal a que aceptasen el sacrificio de un buey en un altar preparado para ser incinerado; Elías hizo preparar el mismo altar y además mojó la madera tres veces hasta que se llenó un foso alrededor de este. El Dios de Israel aceptó el altar de Elías ante la confusión de los profetas de Baal, a los que degolló en el monte Carmel con la ayuda del pueblo, terminando así la pertinaz sequía. Elías era humano sujeto a pasiones. Tras su victoria teme la venganza de la reina y huye al desierto, Allí lo consuela el Ángel del Señor, que asimismo le da de comer y beber; anduvo hasta el monte Horeb donde encuentra una cueva y se refugia en ella; Dios se le manifiesta y le habla con voz apacible y suave en medio de grandes vientos, temblores y un fuego. Iba a empezar la segunda gran misión del profeta. La maldad de Acab y Jezabel no eran la única causa del enfrentamiento del profeta con la Corte; no era sólo la idolatría del monarca, sino la injusticia atroz con la que despojaba a su pueblo. El episodio de la viña de Nabot del que se habla en el capítulo vigésimo primero del Primer Libro de los Reyes, muestra cómo el despojo de sus tierras a los campesinos era uno de los graves problemas del reino. Elías expresa en sus admoniciones la sentencia divina contra Jezabel y la descendencia de Acab. Muerto éste por las tropas del rey de Aram, le sucedió Ococías, su hijo, que siguiendo los pasos de sus progenitores cayó en la idolatría e hizo caer en ella a Israel. Ococías murió pronto, siendo su reinado de sólo dos años, y como carecía de hijos, el trono pasó a su hermano Joram. Muerto Ocozías, en el 852 Dios transfiere el oficio de profeta a Eliseo, testigo de cómo su maestro es abducido en un carro con caballos de fuego. Eliseo toma el manto de Elías y de este modo es reconocido por Dios como su profeta. El Libro Segundo de Reyes dice en su capítulo segundo versículo onceno:
Y he aquí que apareció ante ellos un carro de fuego con caballos de fuego…y Elías subió al cielo en un torbellino.
Elías y Eliseo habían estado poco antes en Jericó donde Eliseo se encargó más tarde de sanear las aguas del lugar. Véase lo que se dice en el capítulo segundo del Libro de los Reyes acerca del famoso pasaje en el cual el profeta es subido al cielo ante el asombro de su discípulo Eliseo:
Aconteció que cuando quiso el Señor Dios alzar a Elías en un torbellino al cielo, Elías venía con Eliseo de Gilgal. Y dijo Elías a Eliseo: Quédate ahora aquí, porque Dios me ha enviado a Bet-el. Y Eliseo dijo: ¡Vive el Señor, y vive tu alma, que no te dejaré! Descendieron, pues, a Bet-el, y saliendo a Eliseo los hijos de los profetas que estaban en Bet-el le dijeron: ¿Sabes que Dios te quitará hoy a tu señor de sobre ti? Y él dijo: Sí, lo sé; callad. Y Elías le volvió a decir: Eliseo, quédate aquí ahora, porque el Señor Dios nuestro me ha enviado a Jericó. Y él dijo: ¡Vive Dios y vive tu alma, que no te dejaré! Vinieron, pues, a Jericó y se acercaron a Eliseo los hijos de los profetas que estaban en Jericó, y le dijeron: ¿Sabes que (Dios) te quitará hoy a tu señor de sobre ti? El respondió: Sí, yo lo sé; callad. Y Elías le dijo: Te ruego que te quedes aquí, porque el Señor me ha enviado al Jordán. Y él dijo: Vive Dios y vive tu alma, que no te dejaré. Fueron, pues, ambos. Y vinieron cincuenta varones de los hijos de los profetas y se pararon delante a lo lejos, y ellos dos se pararon junto al Jordán. Tomando entonces Elías su manto, lo dobló, y golpeó las aguas, las cuales se apartaron a uno y a otro lado, y pasaron ambos por lo seco. Cuando habían pasado, Elías dijo a Eliseo: Pide lo que quieras que haga por ti, antes que yo sea quitado de ti. Y dijo Eliseo: Te ruego que una doble porción de tu espíritu sea sobre mí. Él le dijo: Cosa difícil has pedido. Si me vieres cuando fuere quitado de ti, te será hecho así, pero si no, no. Y aconteció que yendo ellos hablando he aquí un carro de fuego con caballos de fuego los apartó a los dos y Elías subió al cielo en un torbellino. Viéndolo Eliseo, clamaba: ¡Padre mío, padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo! Y nunca más le vio; y tomando sus vestidos, los rompió en dos partes. Alzó luego el manto de Elías que se le había caído, y volvió, y se paró a la orilla del Jordán. Y tomando el manto de Elías que se le había caído, golpeó las aguas, y dijo: ¿Dónde está el Dios de Elías? Y así que hubo golpeado del mismo modo las aguas, se apartaron a uno y a otro lado, y pasó Eliseo. Viéndole los hijos de los profetas que estaban en Jericó al otro lado, dijeron: El espíritu de Elías reposó sobre Eliseo. Y vinieron a recibirle, y se postraron y dijeron: He aquí cincuenta varones fuertes, vayan y busquen a tu señor; quizá lo ha levantado el Espíritu de Dios y lo ha echado en algún monte o en algún valle. Y él les dijo: No enviéis. Mas ellos le importunaron hasta que avergonzándose dijo: Enviad. Entonces ellos enviaron cincuenta hombres, los cuales lo buscaron tres días, mas no lo hallaron. Y cuando volvieron a Eliseo, que se había quedado en Jericó, él les dijo: ¿No os dije yo que no fueseis? Y los hombres de la ciudad dijeron a Eliseo: El lugar donde está colocada esta ciudad es bueno, como mi señor ve; mas las aguas son malas, y la tierra es estéril. Entonces él dijo: Traedme una vasija nueva, y poned en ella sal. Y se la trajeron. Y saliendo él a los manantiales de las aguas echó dentro la sal, y dijo: Así ha dicho el Señor Dios: Yo sané estas aguas, y no habrá más en ellas muerte ni enfermedad. Y fueron sanas las aguas hasta hoy, conforme a la palabra que habló Eliseo. Después subió a Bet-el, y por el camino salieron unos muchachos de la ciudad y se burlaban de él, diciendo: ¡Calvo, sube! ¡Calvo, sube! Y mirando él atrás, los vio y los maldijo en el nombre de Dios y salieron dos osos del monte y despedazaron a cuarenta y dos muchachos. De allí fue al monte Carmelo, y de allí volvió a Samaria.
Fuente:radiosefarad.com
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