AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Un nuevo documental sobre Amy Winehouse explora la vida- y la muerte, que aún nos sigue pareciendo injusta- de la cantante.
Por Rachel Shukert
Hay una trayectoria estereotipada de un cierto tipo de chica judía en el mundo del espectáculo, que está más o menos esbozada en la trama de Funny Girl (y el ascenso simultáneo de su estrella, Barbra Streisand, aunque se puede aplicar a cualquier número de actrices judías, desde Sophie Tucker a Joan Rivers o a Bette Midler). Aquí, el mundo inicialmente la rechaza, diciéndole que es demasiado gordita o demasiado simple o que su nariz es demasiado grande. En otras palabras, ella es demasiado para lo que sea que los mandamases del negocio del espectáculo estén buscando. La joven judía responde dando rienda suelta a la fuerza del vendaval de su talento, obligándolos (sean quienes sean) a sentarse y prestar atención: se trata de una voz que no se puede ignorar.
Después, tiene un meteórico ascenso a la cima, la cual, si bien puede estar llena de sacrificios personales dolorosos- un divorcio aquí, un hijo distanciado allá- y reveses profesionales, en última instancia termina con la heroína en algún castillo de Malibú o en un departamento en Manhattan, como la dueña de todas las encuestas. A ella todavía le pueden molestar las primeras sugerencias de los productores que le dijeron que cambiara su nombre, se alaciara el cabello o se operara la nariz. Y tal vez nunca encuentre el amor duradero de un par que realmente la entienda pero, al final del día, sigue siendo una leyenda.
Por un breve momento a principios de 2011, parecía que la difunta y grandiosa Amy Winehouse podría, aunque improbablemente, seguir el mismo camino. Se veía muy bien, más saludable de lo que se había visto en años. Había aumentado de peso. Su piel se veía muy clara. Estaba de vuelta en el estudio. Su largo folie-à-deux (trastorno psicótico compartido) con el sinvergüenza drogadicto Blake Fielder-Civil parecía que finalmente se había terminado. En su lugar, empezó a salir con un joven que parecía bastante serio, que utilizaba trajes de Saville Row y que no tenía marcas visibles del pasado. Por supuesto que ella no se iba a autodestruir- las buenas chicas judías del Norte de Londres nunca lo hacen. Tenía su vida en orden y la nueva Amy- más madura, más sabia- ardería más intensamente en las décadas venideras.
En cambio, se murió, y todavía parece injusto.
Ese sentimiento, que su muerte era una inevitabilidad que de alguna manera parecía todo menos inevitable, es precisamente el sentimiento que Asif Kapadia pretende interrogar en su nuevo documental “Amy”, el cual recibió varias aclamaciones en Cannes en mayo y ahora está rompiendo récords de taquilla en Reino Unido. ¿Por qué murió Amy? ¿Lo podría haber evitado alguien? Sí- y no. Ésa es la respuesta a la que Kapadia llega, a través de una vasta exhibición de videos caseros, imágenes de conciertos, la cobertura sensacionalista, y entrevistas exhaustivas con sus amigos y seres queridos. Amy tenía voluntad. Era una drogadicta que estaba irremediable y obsesivamente enamorada de un hombre que no era absolutamente nada bueno para ella. Pero, ¿dónde podría haber estado si su madre hubiera tomado más en serio su bulimia? ¿O si los tabloides no la hubieran perseguido tan incesantemente? ¿O si su padre, que vio una oportunidad en su dotada hija para tomar una pequeña porción del éxito que se le había escapado como músico aficionado, no le hubiera dicho a su famosa hija que no tenía necesidad de ir a rehabilitación porque estaba bien? ¿Le hubieran salido las cosas de otra manera? ¿Habría sido la música igual?
Porque la música, al final, es lo que realmente importa. Como Amy misma dice en una entrevista al principio de la película: “Cuanto más vea la gente de mí, más se dará cuenta de que para lo que soy buena es para hacer música”. Es el tipo de declaración falsa de autocrítica a la que estamos habituados, las cuales hacen las celebridades para parecer “auténticas”. Pero Amy lo dijo en serio. Amy era auténtica y, en última instancia, era la autenticidad- su inhabilidad para convertirse en una mercancía envasada capaz de compartimentar su vida con el fin de enfrentar con éxito la celebridad- la cual la mató. Pero fue la música (¡y tan poquita de ella!) la que la mantenía con vida, la que le dio un motivo para vivir y, finalmente, la que recordaremos.
En la escena más conmovedora de la película, Amy graba un dueto con Tony Bennett. Se le ve temblorosa y asombrada mientras él le decía, humilde y dulcemente, que se encuentra en la liga de Ella Fitzgerald. “Hay muy pocos de nosotros”, dijo, una declaración llena de advertencias como de elogios.
Puede que nunca haya otra y eso es lo que hace que la muerte de Amy duela una vez más.
Fuente: Tablet / Traducción: Miriam Baley.
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