Y, pese a todo, Irán no lo tiene nada fácil

IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Si me piden una predicción, creo que el país que en este momento está más lejos de tener que involucrarse en una guerra abierta con alguien, es Israel. Me parece más factible que se llegue a una guerra devastadora entre sunitas y chiítas, porque, en realidad, los países más afectados en lo inmediato a causa del pésimo arreglo firmado con Irán, son los países árabes. Especialmente, Arabia Saudita.

La noticia del momento para todos los que estamos pendientes de la situación de Israel es, fuera de toda duda, el desastroso acuerdo que Estados Unidos y las potencias europeas firmaron con Irán.

Pero hay que aclarar varias cosas alrededor de esto, porque el arreglo no lo es todo. Es demasiado lo que está en juego, y mucho de ello está fuera del alcance de los términos de ese arreglo tan inútil como nocivo.

A juzgar por muchas de las opiniones que van y vienen, pareciera que Irán ha sido el que salió ganando de todas todas. En teoría es cierto: si nos atenemos a los contenidos concretos del acuerdo, Irán logró los beneficios, y Estados Unidos y Europa hicieron las concesiones. O, mejor dicho aún, se rindieron.

Pero decía: la situación en Medio Oriente no es sólo el acuerdo, e Irán tiene demasiados problemas. Es necesario mencionarlo para intentar entender un poco la retorcida mente de Barack Obama y las motivaciones de su absurda estrategia.

Durante décadas, Irán ha ejercido un control absoluto en un corredor que comienza desde su propio territorio (enorme, es uno de los países más grandes del mundo), y se conecta con la costa del Mediterráneo por Siria y Líbano. Aparte de ello, se dedicó a financiar a muchos grupos chiítas rebeldes o terroristas, para mantener una presencia decisiva en lugares lejanos (como en Argentina o Venezuela).

El objetivo siempre fue crear una pinza que rodeara a Israel, y de ese modo facilitar un eventual ataque contra el Estado Judío. En otras palabras, poner el conflicto en las fronteras del propio Israel.

El gran estorbo para Irán en su meta de crear otro corredor hacia Israel, pero por el sur, fue Arabia Saudita, otra nación con una ideología profundamente hegemónica, y que además es la sede de los lugares más sagrados para el Islam. Esta situación intensificó los conflictos entre chiítas y sunitas, mismos que sólo lograron desgastar al propio Islam, y eso –indirectamente–, benefició a Israel.

Cuando comenzó la llamada “Primavera Árabe”, Irán quiso aprovechar el descontrol que se dio en muchos países para extender sus redes de influencia. Sin embargo, su proyecto fracasó: Libia cayó en el caos absoluto, en Egipto primero se impuso la Hermandad Musulmana –un grupo no muy afecto a Irán–, y luego el gobierno militar de Al-Sisi, más cercano a Israel que incluso a los Estados Unidos. Donde estuvo a punto de lograr el éxito fue en Yemen, pero la intervención saudí –apoyada por otros países árabes– lo evitó.

Lo que Irán nunca previó, o no lo previó en su magnitud real, fue que esas “primaveras” iban a poner en jaque su corredor de control: Siria se levantó en armas contra Bashar el Assad, y comenzó una guerra civil brutal que ya se ha extendido casi cuatro años y ha dejado cerca de 300 mil muertos.

Assad es fundamental en el plan de Irán. Es un presidente pobre e inepto que, por lo mismo, no puede poner resistencia al control y manipulación iraní. Depende de las finanzas persas, así que se somete sin recato alguno a todo lo que se le ordena desde Teherán. Por ello, Siria siempre sirvió como ruta terrestre para mantener bien financiado, equipado y entrenado a Hizballá, una guerrilla chiíta creada con la única meta de destruir a Israel, y que hace mucho que se hizo con el control político y económico del Líbano.

Por ello, desde un principio, Irán tuvo claro que no podía permitir la caída de Assad. El problema fue que alrededor de esa guerra civil se empezaron a mover muchos intereses externos que, muy pronto, empezaron a afectar gravemente a Irán.

Para ese momento, el régimen de los Ayatollas ya estaba en una severa crisis como consecuencia de las sanciones económicas impuestas por Occidente. La situación se recrudeció porque además tuvieron que empezar a invertir mucho dinero –principalmente, gasto militar– en apoyo de Assad.

Fue una situación bien aprovechada por Occidente y por Rusia: mientras que Estados Unidos y Europa comenzaron a financiar y apoyar a los rebeldes, Rusia se convirtió en el soporte de Irán y de Assad. Muchos temían que eso pudiera convertirse en una tercera guerra mundial, pero la realidad es que no era para tanto: sólo era negocio. Vulgar y rudimentario negocio. Desde entonces, hace unos tres años, en algunos artículos en este espacio señalé que las potencias perpetuarían lo más posible el conflicto en Siria. Estados Unidos y Occidente, porque de ese modo obligaban a Irán a desgastarse; Rusia, porque allí se compra y paga todo el armamento y asesoría militar que Irán está usando. Y recuérdese que a Rusia le urge ese dinero, ya que es otro país enorme en una profunda crisis económica.

En ese panorama estancado, vino algo que tomó por sorpresa a todos menos a Israel (que lo advirtió con más de medio año de anticipación): la aparición del Califato Islámico (ISIS), que aprovechó los vacíos de poder dejados por Assad, pero también la pésima estrategia seguida por Estados Unidos y Europa.

Curiosamente, ISIS se convirtió en un problema mayor para Irán. En primer lugar, porque el choque es frontal: el Califato e Irán tienen una amplia zona fronteriza. En segundo, porque el Califato ha desplazado a Irán de su rol de liderazgo islamista. Las juventudes musulmanas más proclives a fascinarse con los extremismos optan por el Califato, no por Irán, y eso evidencia que el islamismo iraní ya está viejo y ha dejado su lugar a una nueva tendencia. Y, en tercera, porque ISIS se convirtió en el principal reto para Hizballá, arrastrado a una guerra que –se supone– no es suya, pero en la que ha perdido una gran cantidad de arsenal y de combatientes.

La influencia iraní en la zona norte de Israel y Jordania, simplemente, está colapsando. En estos momentos, es un hecho que Assad no va a conservar el poder. Actualmente sólo controla una quinta parte de lo que fue (recalco: FUE) Siria, y es cuestión de tiempo para que tenga que huir del país. Con ello, queda roto el corredor de poder iraní.

Además de la pérdida de influencia, Irán va a perder todo el dinero que invirtió en esa guerra. Al final habrá sido un gasto inútil, y quedará terriblemente endeudado con Rusia.

Por eso a Rusia le urgía un acuerdo benéfico para Irán. De lo contrario, no habría modo de cobrarle.

Lo que sigue siendo un enigma es qué tiene en la cabeza Barack Obama (a veces sospecho que nada, absolutamente nada).

La forma tan simplona y torpe en la que se rindió deja muchas dudas. En realidad, Occidente era quien tenía todo para presionar a Irán y obligarlo a renunciar a sus políticas criminales y terroristas, ya que Irán es quien tiene todos los problemas del mundo.

Pero no. Simplemente, claudicaron.

Pareciera que la idea es permitir que Irán se reposicione un poco para evitar que toda la zona de Mesopotamia quede bajo control del ISIS. A lo largo de los últimos dos años, Barack Obama ha manifestado síntomas de realmente estar convencido de que el equilibrio geopolítico en la zona necesita un Irán más fuerte. Al principio de la guerra civil en Siria parecía buen momento para minar la influencia iraní, pero desde la irrupción del Califato Islámico, todo indica que la administración actual estadounidense prefirió apostar por reconciliarse un poco con la nación persa.

Naturalmente, lo hicieron del peor modo posible, el mismo modo que en su momento permitió el encumbramiento de Saddam Hussein o de Osama bin Laden.

Cada determinado número de años, los gringos cometen errores severos que, a mediano plazo, los meten en más y peores problemas.

Con todo esto, Irán recibe un beneficio inicial –y no sé si vaya a ser el único–, que es una buena bocanada de dinero, que ya le debe a Rusia en su mayor parte. Eso, naturalmente, pone de buenas a Putin, que seguramente se comportará razonablemente en los próximos meses. Con un poco de suerte, en los próximos años.

Para Israel la situación no creo que sea más grave. Sólo es distinta, pero la intensidad no cambia. El problema sigue siendo Irán, pero ahora es directamente Irán. Hizballá cada vez se va eclipsando más (es evidente: Hassán Nasrallah ha aparecido muchas veces a presumir que están más listos que nunca para atacar a Israel; presunciones que nadie le estaba pidiendo y que están fuera de lugar, por lo que es evidente que son un síntoma de que está sucediendo justamente lo contrario: Hizballá se está colapsando). Siria ya no tiene la capacidad de ayudar en absolutamente nada a los intereses geopolíticos iraníes. Al contrario: seguirá siendo el campo de batalla donde Irán y Hizballá sigan gastando dinero y enterrando combatientes.

Israel lo sabe. Entiende perfectamente que Hizballá no está en condiciones de entrar en un tercer conflicto (ya tiene uno con los rebeldes sirios y otro con ISIS), y menos con quien sería su peor enemigo. Entonces, la preocupación directa ya no viene del norte, de la frontera con Líbano.

Ahora la preocupación directa está otra vez en Irán, y por ello Netanyahu fue muy directo en sus observaciones: no importa el tratado firmado con Irán; ese país nunca va a tener armas nucleares.

Como si todo esto no fuera extraño –y me refiero a cómo han cambiado las cosas apenas en el lapso de cinco años; creo que nunca en la historia del moderno Israel, el panorama había sufrido tantas transformaciones en tan poco tiempo–, Israel ahora cuenta con un apoyo tácito en dos países que en otro tiempo fueron enemigos implacables: Egipto y Arabia Saudita, tan preocupados por Irán como Israel. Además se tiene el apoyo de Jordania.

Si me piden una predicción, creo que el país que en este momento está más lejos de tener que involucrarse en una guerra abierta con alguien, es Israel. Me parece más factible que se llegue a una guerra devastadora entre sunitas y chiítas, porque, en realidad, los países más afectados en lo inmediato a causa del pésimo arreglo firmado con Irán, son los países árabes. Especialmente, Arabia Saudita.

Parece mentira, pero en realidad todo ha salido al revés, y ahora es Irán quien tiene al enemigo en su propia frontera.

Quien lo dijera…

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Irving Gatell: Nace en 1970 en la Ciudad de México y realiza estudios profesionales en Música y Teología. Como músico se ha desempeñado principalmente como profesor, conferencista y arreglista. Su labor docente la ha desarrollado para el Instituto Nacional de Bellas Artes (profesor de Contrapunto e Historia de la Música), y como conferencista se ha presentado en el Palacio de Bellas Artes (salas Manuel M. Ponce y Adamo Boari), Sala Silvestre Revueltas (Conjunto Cultural Ollin Yolliztli), Sala Nezahualcóyotl (UNAM), Centro Nacional de las Artes (Sala Blas Galindo), así como para diversas instituciones privadas en espacios como el Salón Constelaciones del Hotel Nikko, o la Hacienda de los Morales. Sus arreglos sinfónicos y sinfónico-corales se han interpretado en el Palacio de Bellas Artes (Sala Principal), Sala Nezahualcóyotl, Sala Ollin Yolliztli, Sala Blas Galindo (Centro Nacional de las Artes), Aula Magna (idem). Actualmente imparte charlas didácticas para la Orquesta Sinfónica Nacional antes de los conciertos dominicales en el Palacio de Bellas Artes, y es pianista titular de la Comunidad Bet El de México, sinagoga perteneciente al Movimiento Masortí (Conservador). Ha dictado charlas, talleres y seminarios sobre Historia de la Religión en el Instituto Cultural México Israel y la Sinagoga Histórica Justo Sierra. Desde 2012 colabora con la Agencia de Noticias Enlace Judío México, y se ha posicionado como uno de los articulistas de mayor alcance, especialmente por su tratamiento de temas de alto interés relacionados con la Biblia y la Historia del pueblo judío. Actualmente está preparando su incursión en el mundo de la literatura, que será con una colección de cuentos.