SAL EMERGUI
A sus 31 años, Gill Rosenberg ha vivido ya varias vidas llenas de adrenalina y pólvora.
Bailando con el peligro y desafiando al destino, se ha librado en los últimos meses de algo peor que la muerte: caer en manos del grupo terrorista Estado Islámico (IS, en inglés). Escasamente recomendable para una joven judía, canadiense-israelí, ex soldado de Israel y luchadora a favor de los kurdos, cristianos y yazidíes en Siria e Irak.
Tras su odisea en países árabes en sangrienta desintegración,Rosenberg acaba de llegar a Israel donde intenta sin éxito desconectarse del frente de combate contra el IS. La primera extranjera en la milicia kurda YPJ ha decidido poner punto final -¿o sólo punto y aparte?- a su aventura militar y humanitaria. Ahora no luchará con fusiles sino con los micrófonos.
“La dinámica en la guerra me hizo volver a casa. La mayor intervención de Irán y los avances de Daesh (IS en árabe) me convencieron para irme“, cuenta a EL MUNDO tras un acto de homenaje de la comunidad kurda en Jerusalén. Rosenberg es hoy su embajadora más famosa.
“El pueblo kurdo tiene muchas simpatías hacia Israel y los judíos.Aman la vida igual que nosotros. Somos como hermanos. Estoy feliz por volver a casa pero me ha costado mucho abandonar mis compañeros en el frente”, prosigue mientras se agrava el tono de voz: “El drama humanitario en Siria e Irak es terrible. Niños muertos, niñas y mujeres violadas y forzadas a la esclavitud sexual…”. ¿IS es tan brutal como consigue demostrar con sus videos? “Sí”, contesta la chica, que parece una turista en Tierra Santa y no la valiente guerrillera cerca del infernal Califato Islámico.
Antes de adentrarse en el complejo laberinto regional, su vida ya era digna de crónica. Nacida en Canadá, se trasladó a Israel en el 2006. Las fotos de su etapa en el servicio militar israelí como miembro de una unidad de rescate le acompañaron hasta las tiendas de campaña de las posiciones kurdas. Su ex oficial en Israel reconoce no estar sorprendido en verla luchando en Siria.
En el 2009 fue detenida en un caso de fraude. Extraditada a EEUU, pasó varios años en la cárcel. De vuelta en Israel y desechado su sueño de ser espía del Mosad, Rosenberg quedó atrapada por el drama sirio.En noviembre del 2014 ya estaba tragando polvo con el uniforme militar kurdo.
“Sentía que debía ayudar a los que sufrían. Es nuestra obligación como judíos que tanto hemos sufrido a lo largo de la historia. Al enterarme que los kurdos tenían luchadoras, me puse en contacto con su grupo a través de Facebook”. Y viajó.
Hace unos meses desapareció cerca de las líneas de IS. Al no dar señales de vida, su muro de Facebook se llenó de preguntas y rezos mientras los servicios secretos israelíes y canadienses se pusieron en alerta. La incertidumbre terminó con un mensaje de Rosenberg en la Red: “Chicos, estoy totalmente protegida y segura. Ignorad las informaciones de que fui capturada“. “No era consciente del lío montado por mi supuesto secuestro. Estuvimos sin comunicación para no caer en la red de IS”, explica ahora.
“Los oficiales kurdos sabían que era judía e israelí y no tenían problema alguno pero me aconsejaron ocultarlo por precaución“, reconoce. Fuentes de YPG y de la milicia cristiana Dwekh Nawsha confirmaron a Reuters su presencia en la lucha contra IS.
En Israel, está acompañada por su ángel de la guarda, Moti Cahane. “Estando en la casa de la familia de Steven Sotloff, el periodista estadounidense judío secuestrado y decapitado por IS, me enteré de la presencia de una israelí-canadiense en Siria. Fui a la zona para sacarla de allí. Ella quería seguir allí para defender a los niños”, cuenta este empresario que define como “gran estupidez” que el grupo proiraní Hizbulá le acuse de “ayudar a crear IS”. “Más de 250.000 personas han muerto en Siria. Tanto Asad como IS son brutales pero desde el punto de vista de número de muertos gana Asad con la ayuda de Hizbulá e Irán. Asad es el mayor asesino de la región”, sentencia.
Rosenberg ha abandonado la guerra pero la guerra nunca la abandonará. Los rostros perdidos de los refugiados, la mirada sin esperanza de los niños, el sufrimiento de las mujeres convertidas en mercancía y el miedo colectivo que vieron sus ojos no lo permiten.
Fuente:elmundo.es
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