ESTHER SHABOT
Se han desatado las evaluaciones, tanto negativas como positivas del trato, el cual desde su estado embrionario era objeto de polémicas.
Finalmente, tras meses de incertidumbre, el G5+1, encabezado por Estados Unidos, llegó a un acuerdo con el gobierno de Irán en el intrincado tema del desarrollo nuclear de este país. ¿Cuál es el meollo de tal acuerdo? Aunque la complejidad del tema hace casi imposible captar o vislumbrar una buena parte de sus potenciales alcances y riesgos, los principales puntos visibles, por ahora, se podrían sintetizar en lo siguiente: en abril de este año el G5+1 e Irán anunciaron que habían llegado a un acuerdo, marco para ponerse en práctica a lo largo de un lapso de diez años. Tal acuerdo contemplaba que Irán no enriquecería uranio a más de 5%, tendría que desmantelar 75% de sus 19 mil centrifugadoras en Natanz, eliminar materiales fisibles de Fordow y desmantelar piezas esenciales del reactor de Arak para así imposibilitar la producción de plutonio. Teherán no podría producir centrifugadoras avanzadas y permitiría inspecciones intrusivas de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), incluso en locaciones militares sospechosas. La AEIA igualmente quedaría a cargo de la estricta inspección del equipo desechado. A cambio de esto, todas las sanciones que pesan sobre Irán serían gradualmente levantadas, con la advertencia de que si durante esos diez años Irán viola alguna de sus obligaciones, el Consejo de Seguridad de la ONU decidirá la reimposición de las sanciones, cuestión que, tanto Rusia como China aceptaron.
Desde abril hasta hace pocos días hubo sesiones de negociación maratónicas a fin de discutir todos los detalles pendientes, con lo que la incertidumbre se prolongó hasta que al fin se anunció el acuerdo. A partir de ello se han desatado de manera mucho más intensa las evaluaciones, tanto negativas como positivas del trato, el cual desde su estado embrionario era objeto de severas polémicas. Desde la narrativa de la administración del presidente Obama y del G5+1 se trata de un logro histórico al neutralizar de manera bastante segura y por un lapso considerable, la peligrosidad implicada en la obtención de armamento nuclear por parte de Teherán y/o el estallido de una pavorosa confrontación militar a fin de contener las ambiciones iraníes.
Del mismo modo, el gobierno del presidente Rohani ha presentado el acuerdo como un triunfo en la medida en que el levantamiento de las sanciones y el alivio que eso significa, aunado a la omisión o atenuamiento en el discurso público de las renuncias pactadas, se ha prestado para un regocijo popular ante la percepción de inminentes beneficios derivados del fin, tanto de las sanciones como del aislamiento internacional sufrido por Irán.
Por otra parte, y en sentido contrario, se han recrudecido las posturas críticas que desaprueban y condenan el acuerdo. Prácticamente la totalidad de los políticos republicanos de Estados Unidos y sus simpatizantes —siempre demoledoramente descalificadores de todas y cada una de las decisiones políticas y económicas de Obama— lo mismo que los gobiernos de Israel y Arabia Saudita, han denunciado el trato como un error gigantesco que pone en peligro al mundo entero. Para ello resaltan los riesgos no suficientemente contemplados y el historial de engaños y truculencias propio del régimen de los ayatolas, menospreciando de paso las opiniones de muchos profesionales expertos en el tema de desarrollo nuclear que ven buenas posibilidades de una implementación del acuerdo en los términos convenidos. No cabe duda que en este caso las visiones optimistas y pesimistas acerca del acuerdo derivan mucho más de preexistentes divergencias políticas fundamentales, que de una evaluación medianamente objetiva de los pros y contras de la nueva situación.
Ciertamente hay que celebrar que en contraste con el Irán belicoso al que estábamos acostumbrados, la imagen proyectada hoy por el régimen iraní es de una novedosa propensión a la conciliación. Sin embargo, no hay que perder de vista que por los antecedentes del caso iraní será necesario no aflojar un ápice en la vigilancia y en las exigencias de modo tal que no corra riesgos el cumplimiento de los compromisos signados.
Fuente: Excelsior
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