KAREN ELLIOTT HOUSE
El acuerdo nuclear con Irán avivará más la violencia entre sunitas y chiitas, y los sauditas pueden salir a comprar armas nucleares.
Incluso cuando el Presidente Obama espera que su acuerdo nuclear con Irán dé brillo a su legado presidencial como un gran pacificador, la consecuencia a corto plazo será más violencia sectaria en el Medio Oriente—e incluso más sangrienta. En particular, las amenazas para la seguridad se intensificarán para Arabia Saudita e Israel, hasta ahora los dos principales aliados meso-orientales de Estados Unidos.
Los israelíes y los saudíes, adversarios de largo tiempo, en los últimos años se han unido en la oposición vehemente a los intentos de Obama por negociar un acuerdo nuclear con Teherán. Para los israelíes la preocupación se trata enteramente de un arma atómica iraní; pero para los sauditas el temor es más sobre la futura capacidad nuclear que sobre la amenaza real y presente que un acuerdo realzaría más el tamaño regional de Irán y la capacidad por parte de su régimen para aumentar la explotación de las divisiones sectarias regionales.
Ha llegado esa pesadilla. La amenaza inmediata para Arabia Saudita excede por mucho a la amenaza para Israel, la cual (sin decirlo) ya posee armas nucleares y en una crisis real puede casi con seguridad estar más confiada del apoyo estadounidense—de presidentes estadounidenses futuros, si no del actual—que lo que puede estar Arabia Saudita. Además, la Arabia Saudita sunita, no el Israel judío, es el principal rival del Irán chiita para la hegemonía regional.
En virtud del acuerdo anunciado el martes, Irán está a punto de tener descongelados u$s100000 millones de activos para fines de este año. Eso, emparejado con la extraña decisión estadounidense de descongelar la prohibición de vender a Irán armas convencionales y misiles balísticos significa que Teherán puede utilizar esos miles de millones de bienes nuevamente disponibles no para realzar su economía, como prometieron los negociadores iraníes, sino más bien para comprar nuevas armas letales para sus socios nefastos a lo largo de la región. Estos incluyen a las milicias chiitas en Irak, a Bashar Assad de Siria, a Hezbolá en Líbano y Siria, y a los rebeldes huzíes en Yemen.
Un Irán engreído y armado convencionalmente, haciendo cada vez más travesuras regionales, pone a Arabia Saudita en su mira, pero también en la del Estado Islámico en Irak y Siria (ISIS). A medida que los chiitas respaldados por Irán a lo largo de la región incrementan las campañas para aprovechar la agitación en estados meso-orientales fallidos para beneficio de Teherán, así también lo harán sus oponentes sunitas en ISIS, quienes no son amigos de los saudíes.
La expansión de Irán e ISIS significa también cada vez mayores amenazas internas para la estabilidad saudí. Un 60% de la población saudí se encuentra por debajo de los 30 años de edad, y el desempleo entre esos jóvenes es de alrededor del 30%. Arabia Saudita considera un delito que sus ciudadanos se unan a ISIS, pero el Ministerio del Interior saudita ha reconocido que en los últimos años unos 2200 jóvenes han ido a Siria para luchar. En la medida en que los sunitas saudíes ven a sus correligionarios sunitas siendo asesinados por chiitas respaldados por Irán a lo largo de la región con poca oposición de alguna fuerza a no ser ISIS, aumenta el atractivo de esa organización terrorista, especialmente entre los jóvenes sauditas profundamente religiosos.
¿Pero cuáles son las opciones de Arabia Saudita? La declaración de esta semana, breve y suavizada, de la embajada de Riad en Washington pidiendo nuevamente inspecciones “estrictas, sustentables” habla bastante sobre la posición precaria del reino y su falta de buenas opciones. El acuerdo obviamente no llega en forma sorpresiva para los sauditas, quienes han observado a la administración Obama cortejar fervientemente a Irán a costa de ellos. En vista de que el reino ya ha emprendido un número de acciones para tratar de protegerse, quedan pocas. Entonces no esperen ninguna acción saudita significativa en el corto plazo, ni siquiera para presionar en forma abierta al Congreso contra el acuerdo.
Riad ya ha alcanzado a una gama más amplia de países, enviando a sus más altos funcionarios a China el año pasado y a Rusia el mes pasado. Apenas la semana pasada, el joven príncipe, segundo en la línea para la corona, abordó un portaaviones estadounidense en el Golfo Pérsico para mantener viva la impresión, aunque dudosa, de que Arabia Saudita todavía puede contar con Estados Unidos para su protección.
Los intentos sauditas por confrontar a Assad de Siria han sido en su mayoría infructuosos, y a medida que Irán obtenga, en virtud del acuerdo nuclear, la libertad para comprar y compartir nuevos armamentos convencionales, derrocar al régimen de Assad será cada vez más difícil. La campaña de bombardeos de Riad contra lo que ve como una insurgencia respaldada por los iraníes por parte de los miembros de las tribus huzíes en Yemen ha matado a más de mil civiles, pero no logró el objetivo saudí de restablecer al depuesto presidente.
Una acción semi-exitosa por parte de los sauditas: aumentar su producción petrolera para poner presión sobre una economía iraní ya tambaleante bajo las sanciones económicas de Estados Unidos y Europa. Este mes los sauditas han estado bombeando 10,6 millones de barriles de petróleo diarios, un récord histórico.
Una opción final para ellos es obtener un arma nuclear tan pronto como sea posible. El Príncipe Turco al Faisal, ex jefe de inteligencia, prometió en la primavera que “lo que sea que tengan los iraníes, nosotros lo tendremos.” El reino no tiene la capacidad tecnológica para construir su propio programa nuclear y es más probable que presione a Pakistán—cuyo desarrollo nuclear ayudaron a financiar los sauditas—para establecer un programa de armas en suelo saudita. Pero los compromisos de no proliferación de Pakistán hacen menos probable esa solución.
Entonces, mientras el acuerdo nuclear está siendo aclamado en Teherán, mientras los asistentes de Obama están apretando los puños en la Casa Blanca, mientras los europeos están tragando saliva ante la perspectiva de hacer negocios en Irán, y mientras los israelíes están tratando de presionar al Congreso de Estados Unidos contra el acuerdo, los sauditas son dejados apretando sus dientes en Riad, sondeando un futuro desolado y sin ninguna buena opción para cambiarlo.
*Karen Elliott House, ex editora de The Wall Street Journal. Ganó un Premio Pulitzer como periodista por su cobertura del Medio Oriente, es autora de “Arabia Saudita: Su Pueblo, Pasado, Religión y Futuro” (Knopf, 2012).
Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México
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