Hasta principios del siglo XX, la presencia judía en España era minúscula. En 1816, regresado Fernando VII de su cautiverio en Francia, se publicó un decreto que prohibía la entrada de judíos en España sin permiso real y sin previo aviso al fiscal de la Inquisición. En el censo de 1877, según recuerda José Antonio Lisbona (Retorno a Sefarad), aparecían 406 judíos, de los que 276 eran hombres y 130 mujeres. La ciudad con más presencia judía era Cádiz (125 hombres y 84 mujeres); Madrid tenía 31 judíos de ambos sexos y Barcelona 21.
La colonia judía aumentó en las décadas siguientes, debido a traslados desde Marruecos y a la Primera Guerra Mundial. En 1910 Gustavo Bauer, descendiente de una familia de banqueros que ejercían como representantes de los Rothschild, consiguió ser el primer diputado judío. Su padre, Ignacio Bauer y Landauer, amigo del rey Alfonso XIII (se decía que participaba en sus juergas), también ganó su acta de diputado en 1923, poco antes del pronunciamiento del general Primo de Rivera, y fue concejal del Ayuntamiento de Madrid entre ese año y las elecciones del 12 de abril.
La dictadura de Primo Rivera dictó en diciembre de 1924 un famoso real decreto que permitía a los judíos sefardíes, descendientes de los expulsados de España, reclamar la nacionalidad española. Aunque caducó en 1930, el régimen franquista recurrió a él para proteger a miles de judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
La Constitución republicana de 1931 autorizaba la libertad de cultos; además, se redujo a dos años el plazo a los sefardíes –y a los hispanoamericanos– para la consecución de la nacionalidad. Con motivo del ascenso al poder de Adolf Hitler, los Gobiernos de centro-izquierda españoles ofrecieron asilo a los judíos centroeuropeos, incluso se pensó en captar a Albert Einstein. Los Gobiernos posteriores de centro-derecha mantuvieron estos proyectos, que tuvieron muy poco éxito, pues los judíos perseguidos preferían emigrar a América.
La Guerra Civil
En este ambiente, cuando estalla la guerra abierta en España el 18 de julio, gran parte de las comunidades judías, sobre todo las más politizadas, se puso del lado del Frente Popular. Hay que recordar que en la época de entreguerras del siglo XX el movimiento sionista, que proponía la emigración de judíos al Hogar Nacional en Palestina, era mayoritariamente de tendencia socialista y laica.
La participación de los judíos en las Brigadas Internacionales, la fuerza internacional de apoyo al Gobierno del Frente Popular movida por los comunistas y que apareció en el frente de Madrid en noviembre de 1936, fue numerosa. En su libro La guerra civil española (1961) el historiador británico Hugh Thomas dio la cifra de unos 3.000 judíos entre los 45.000 brigadistas.
Josef Toch, judío austriaco y veterano de las Brigadas, dio la cifra de 7.758: 2.250 polacos, 1.236 estadounidenses, 1.043 franceses, 274 palestinos, 214 británicos, 53 soviéticos, etcétera. El español Alberto Fernández, oficial del Ejército Popular de la República, eleva la cantidad a 9.000. Este investigador asegura que el número de judíos procedentes de Rumanía se ha disminuido mucho; según testimonios personales recogidos por él, de los 500 voluntarios eran judíos unos 450, es decir, el 90%. Fernández añade que hubo judíos en una columna militar catalana y en grupos de la CNT que Toch no incluyó en su lista.
El número total de internacionales se acerca a los 60.000 (el de los italianos enviados por Benito Mussolini al bando nacional, el Corpo Truppe Volontarie, fue de 50.000, y el de los españoles que sirvieron en la División Azul fue de 48.000), con lo que de aceptar los datos de Alberto Fernández aproximadamente el 15% de los efectivos habría sido judío. La nacionalidad más representada fue la francesa, con en torno a 10.000 hombres, entre los que había también judíos. De los 1.000 médicos de las Brigadas Internacionales eran judíos más de 125; entre los médicos polacos casi había unanimidad: de 48 eran judíos 47.
Investigadores posteriores han aumentado las cifras anteriores, aunque hay que tener en cuenta que los alistados no solían hacer referencia a su religión o raza al alistarse y también, como señala el historiador Arno Lustiger, que muchos de ellos “fueron asesinados por los esbirros de Stalin o (…) sus nombres han desaparecido en el agujero negro de la identidad judía reprimida”.
La guerra civil española fue la ocasión en que se formó la primera unidad militar judía en siglos. Se trató de la Unidad Judía Botwin, una compañía (centenar y medio de hombres) que recibió el nombre del comunista polaco Isaac Naftalí Botwin, ejecutado en 1925; se encuadró en la Brigada Dombrowski, la 13º.
La compañía duró sólo unos nueve meses, ya que fue deshecha en septiembre de 1938, al final de la Batalla del Ebro. Según Lustiger, los supervivientes judíos fueron fusilados por los nacionales (acción que fue muy frecuente en la guerra cuando los españoles capturaban extranjeros que combatían a las órdenes del bando enemigo) y los españoles, con los que se sustituían a los extranjeros que abandonaban España, fueron internados en campos de prisioneros.
Después de la caída de Barcelona, en enero de 1939, los voluntarios que no podían o querían ser repatriados a sus países (Austria había sido anexionada por Alemania, Polonia colaboraba desde el principio con los nacionales…), entre los que había muchos judíos, formaron la última unidad internacional del bando rojo.
Einstein habla y Ortega le manda callar
Igualmente abundó el apoyo periodístico y propagandístico. La prensa sionista, generalmente escrita en yidish y de izquierdas, aseguraba que el triunfo de los rebeldes supondría la expansión del antisemitismo, que no se limitaba al III Reich, sino que se extendía ya a otros países como Polonia y Rumanía, aunque sus regímenes no fueran de carácter fascista (en Italia la legislación antihebrea se aprobó en el verano de 1938, aunque en el mismo Partido Nacional Fascista militaban judíos). El mismo Einstein escribió en apoyo de la República, lo que le acarreó una réplica de José Ortega y Gasset, y los periódicos de EE.UU. publicados en yidish enviaron una corresponsal a cubrir la guerra en el bando rojo, la periodista Gini Medem.
Para justificar las leyes raciales, el fascismo italiano hizo publicar en el verano de 1938, poco antes de la promulgación del primer decreto, fragmentos de un libro editado en Inglaterra, Spanish Arena, en el que se describe la confluencia del judaísmo y el comunismo en una campaña común contra la España nacional, incluso se citan los nombres de adineradas familias inglesas de origen judío que había donado dinero a los gubernamentales.
La presencia judía en las Brigadas Internacionales animó la recuperación del orgullo dentro de esta comunidad. Aunque numerosos judíos habían combatido en los dos bandos de la Gran Guerra (los militares judíos en el ejército alemán ascendieron a 100.000, de los que murieron unos 12.000) y dieron muestras de valor, la propaganda antisemita aseguraba que los judíos como pueblo estaban incapacitados para la profesión de las armas después de siglos dedicados a profesiones burguesas como la medicina, el funcionariado, la abogacía y las finanzas.
El comportamiento de muchos judíos en la guerra de España fue motivo de orgullo para sus hermanos del resto del mundo, como aparece en varios artículos en el periódico escrito en yidish que publicó la Unidad Botwin.
La semana que viene hablaremos de los judíos que apoyaron al bando nacional.
Fuente:libertaddigital.com
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