ARNOLDO KRAUS
Los judíos fanáticos han atestado un nuevo, duro, e irreversible golpe a los judíos no fanáticos y al judaísmo. En tres días acabaron con la vida de Ali Dawabsha y de Shira Banki. Ali tenía año y medio. Su pecado era ser palestino. Shira tenía 16 años. Su pecado fue marchar durante la Marcha del Orgullo Gay. El primero fue asesinado en tierras ocupadas por Israel. La segunda en su casa, en Jerusalén.
Ambos fueron víctimas de fanáticos judíos. El bebé por no ser como ellos, como los matones. Shira fue por apoyar el derecho de cualquier persona a vivir como lo desee. Ali y Shira se hermanan y nos hermanan: los judíos ultras, ciegos, aborrecibles, acabaron con sus vidas en un santiamén. Matar en nombre de Dios es válido. El canceroso Estado Islámico lo hace en gran escala. Aunque los ultras judíos asesinan poco, de cuando en cuando lo hacen.
Me gusta una frase del Talmud. El Talmud es una obra llena de sabiduría; sus páginas recogen discusiones rabínicas sobre tradiciones, leyes, parábolas e historias. La he leído en las paredes de algún museo para rememorar el Holocausto: “Quien salva una vida salva a toda la humanidad”. Reescribo la frase: “Quien asesina a un inocente asesina a toda la humanidad”. Eso hicieron los religiosos fanáticos: acabaron con Ali, con Shira, con sus familias. No acabaron con los librepensadores judíos pero si ahondaron el desprecio hacia Israel y hacia los judíos, israelíes o no.
Sus manos asesinas pesan más que todo lo que pueda escribirse y decirse. Una bomba incendiaria y un puñal son suficientes para demostrar el poder del fanatismo y cuán poco puede la razón. Dos asesinatos cometidos por fieles de Dios sepultan en un santiamén siglos de reflexión.
Cobijados por Benjamin Netanyahu, la derecha israelí, religiosa o no, sigue pensando que los palestinos son infrahumanos. Continúa construyendo asentamientos y vigorizando a los colonos. Ese binomio, colonos fuertes y sordos, y palestinos aplastados por israelíes, por ellos mismos y por otros países árabes ha acabado con miles de vidas. De las tierras colonizadas salen los terroristas religiosos que lanzan bombas contra rostros desconocidos. Por la colonización surge el descrédito mundial y el amargo y creciente aislamiento, incluso intelectual, contra Israel.
Netanyahu acudió al hospital para visitar a la familia y extenderles el pésame. Un pésame que no debería existir porque Ali no tenía por qué morir abrasado. Una visita sincera y a la vez hipócrita. Sincera “por humana”, hipócrita por lo que sucede en la realidad: Netanyahu y sus colaboradores siguen permitiendo levantar asentamientos en Cisjordania. Cuarenta y ocho años de ocupación y guerras interminables deberían ser suficientes para saber que ese esquema, deshumanizar a los palestinos y sumirlos en la desesperación no sirve. Si no siguiese creciendo la ocupación Ali no hubiese muerto. Cuarenta y ocho años son muchos años.
Junto a Shira seis personas fueron heridas. El autor, Yisahi Shlissel un ultraortodoxo, había apuñalado hace diez años a varios participantes en un evento similar organizado por el colectivo gay. Shlissel permaneció en la cárcel durante diez años. Al salir, recientemente, publicó en las redes de un medio ultraortodoxo que “…haría todo lo posible para evitar que en la ciudad sagrada tenga lugar el desfile de pervertidos”. Al igual que Netanyahu en el affaire Ali, los dos principales rabinos de Israel mostraron su consternación por el affaire Shira. Si el asesino avisó, ¿por qué no actuaron antes los rabinos?, ¿por qué no actuaron en nombre de Dios sus compañeros para evitar sus acciones?
En el New York Times, el tres de agosto, Etgar Keret, afamado escritor israelí, publicó un artículo cuyo título resume su sentir: Do Israelis Still Care About Justice? (¿Sigue preocupándoles a los israelíes la justicia?). Keret, alarmado, describe su desasosiego tras acudir a la plaza Rabin para unirse a la marcha convocada contra los asesinatos. Una hora y media después de la cita había mucho menos gente que la que usualmente se concentra cuando se trata de protestar contra los altos costos de la vivienda. Agrego: a Rabin lo asesinó otro ultra. Quizás Rabin hubiese conseguido la paz con los palestinos.
Israel debe impulsar la creación del Estado Palestino y debe tratar a los terroristas israelíes como trata a sus símiles palestinos. Si lo consigue, los principios rectores del viejo Israel y del judaísmo, justicia, ética y humanismo, podrían renacer en esas tierras bañadas de sangre(s).
Notas insomnes. El fanatismo es el cáncer del siglo XXI. De poco ha servido para contenerlo razón, conocimiento y “humanismo”.
Médico
Fuente: El Universal
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