ESTHER SHABOT
En síntesis, pocas cosas más dañinas para la convivencia social que las certezas inamovibles y absolutas.
Hoy, como en el pasado, abundan las muestras de los peligrosísimos niveles de agresión que pueden desplegar individuos, grupos y poblaciones enteras impregnados de ideologías que exaltan los valores propios como los únicos válidos y los absolutamente legítimos y verdaderos. Por doquier se puede observar cómo los extremismos inherentes a convicciones férreas de estar “en el lado correcto” de la moralidad, de la comprensión cabal de los designios divinos o de las inevitables consecuencias de una presunta superioridad naturalmente obtenida, desembocan en la instalación de estructuras sociales pletóricas de prejuicios, odios y dosis aterradoras de violencia contra los elementos que no concuerdan o forman parte del “modelo dominante”. Tres situaciones recientemente registradas en distintos espacios ilustran, a manera de ejemplos, lo antes señalado:
1.- Una vez más, las huestes del Estado Islámico operantes en Siria han secuestrado centenares de cristianos de una aldea, sin que se sepa por ahora el destino que tendrán esos rehenes. Así, estos secuestros se suman a un sinnúmero de asesinatos brutales por decapitación y ahogamiento perpetrados por estos terroristas a nombre de la superioridad del islam, tal cual ellos lo interpretan. En cierta forma, se puede afirmar que esta clase de fanatismo que percibe como amenazante —y, por tanto, merecedor de desaparición— a todo aquello distinto a lo propio, ha constituido un gen con fuerte potencial de desarrollo en todas las religiones que logran en ciertas circunstancias convertirse en hegemónicas. Más o menos lo mismo ha ocurrido con determinadas ideologías políticas de matriz laica, que han caído en esquemas de pensamiento y acción similares —léase el nazismo, los fascismos y las épocas negras del estalinismo, de la Camboya de Pol Pot, o de la pesadilla macarthista en Estados Unidos—.
2.- Los ataques violentos por motivos homofóbicos que durante mucho tiempo permanecieron velados y, poco o nada, registrados en función de una complicidad social que avalaba tácitamente tales ataques. Hoy, cuando la aceptación social de la opción homosexual ha tenido notables avances en una parte del mundo, las agresiones se han vuelto mucho más visibles, mostrando así el grado de brutalidad a la que puede conducir esa veta de intolerancia a la diferencia. El acto de apuñalamiento de seis participantes de la marcha del orgullo gay en Jerusalén, perpetrado por un religioso ultra ortodoxo, revela en este caso la aberración a la que se llega cuando se combina una patología sicológica personal con la convicción de conocer con precisión y sin lugar a dudas qué es “impuro” y, por tanto, merecedor de ser eliminado y/o castigado.
3.- Los millones de casos de mujeres reprimidas, acosadas, mutiladas, forzadas a la reclusión y a un sometimiento humillante en muchos espacios del mundo musulmán —aunque no sólo ahí—. Recientemente se volvieron virales en las redes sociales en Arabia Saudita imágenes de acoso sexual registrado en ese reino. Ello dio pie a que algunas voces locales progresistas denunciaran que aunque se presentó hace un año al consejo de la “shura” (especie de parlamento asesor del rey) una propuesta de ley para castigar el abuso y acoso sufrido tan frecuentemente por las mujeres, tal propuesta se desechó “por considerarla potencialmente alentadora de encuentros entre hombres y mujeres, lo cual los pone en riesgo de caer en infracciones a la moral religiosa”. Aquí también es evidente el uso de los presuntos “valores supremos” para continuar con una aberrante tradición de control del género femenino y su mantenimiento en calidad de objeto de placer y de servicio de los varones. En síntesis, pocas cosas más dañinas para la convivencia social que las certezas inamovibles y absolutas. O, como dijera alguna vez Jorge Luis Borges, “la duda es otro nombre de la inteligencia”.
Fuente:excelsior.com.mx
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