ANA PAIS
En 1982 la cristalografía era una ciencia madura. No por su edad, porque ese año estaba festejando su joven 70° aniversario. Era madura porque se encontraba en un momento de consenso sobre las teorías y procedimientos claves. La vida en la cristalografía era estable y crecía en una única dirección.
Pero en 1982, Dan Shechtman vio algo que cambiaría los paradigmas de la cristalografía. Lo que el investigador israelí descubrió obligaba a reescribir los libros de una disciplina científica que, mediante el estudio de la estructura de los cristales, había permitido desde descubrir la estructura del ADN hasta fabricar chips.
Con el microscopio electrónico de transmisión que había en el instituto israelí de tecnología Technion donde trabajaba, Shechtman observó un cristal que violaba la estricta definición de la Unión Internacional de Cristalografía. Según sus investigaciones, esa materia ordenada, con periodicidad y rotación simétrica también podía tener un patrón que no se repitiera con exactitud en cada dirección. Eran, entonces, cuasicristales.
Uno podría pensar que un cambio radical de paradigma es siempre algo excitante y bienvenido por la comunidad científica. Pues no para todos. Shechtman tuvo que soportar que durante más de 10 años lo ridiculizaran por su descubrimiento y hasta lo expulsaran de su equipo de investigación por ser una “vergüenza” para sus integrantes.
No obstante, lo más doloroso fue la abierta oposición de Linus Pauling. El estadounidense no solo ganó dos veces el premio Nobel (uno de Química y otro de la Paz), sino que además, según la revista New Scientist, se trata de uno de los 20 científicos más grandes de la historia, lista que comparte con personalidades de la talla de Isaac Newton, Charles Darwin y Albert Einstein. Esa eminencia llegó a decir: “Shechtman está diciendo disparates. Los cuasicristales no existen, solo hay cuasicientíficos”.
El problema del “mayor químico del siglo XX”, según Shechtman, es que “no era humilde”. “Creía entender todo sobre los cristales, pero déjenme decirles algo: nadie lo sabe todo”, dijo el investigador en una conferencia que brindó el lunes en Jerusalén, frente a cientos de jóvenes científicos de más de 70 países del mundo, en el marco de la World Science Conference Israel (WSCI). El evento, que se desarrolló del 15 al 20 de agosto, contó con una delegación de cuatro estudiantes de química uruguayos que pudieron concurrir a las charlas y paneles dictados por 15 premios Nobel.
La historia y Alfred Nobel terminaron dándole la razón a Shechtman. En 2011, ganó el premio más prestigioso de la ciencia y pasó de ser un paria a convertirse en una celebridad de la química. En estos días de WSCI, por ejemplo, no podía caminar por los pasillos de la Universidad Hebrea de Jerusalén sin que algún estudiante lo parara para sacarse una selfie con él.
Un mundo pequeño
Mucho antes de trabajar con un microscopio electrónico de transmisión y descubrir los cuasicristales o materiales cuasiperiódicos, Shechtman ya amaba la microscopía. “Cuando tenía 7 años, mi padre me regaló una lupa. Me pasaba mirando flores, insectos y así me enamoré del mundo de las cosas pequeñas”, contó el investigador de 74 años a El Observador.
“Cuando tenía 10 años –continuó–, la maestra de la clase anunció que habían comprado un microscopio. Yo pregunté alborotado si lo podía traer a clase. Finalmente lo trajo y fui el primero en probarlo. Y no podía abandonarlo. La maestra me decía: ‘Dan, otros compañeros quieren usarlo’, y yo le respondía: ‘Un minuto más, un minuto más’. Estaba tan fascinado.”
Esa fascinación por el mundo pequeño lo acompañó toda su vida. “Trabajando, estudiando y enseñando microscopía, me convertí en un experto”, dijo. A lo largo de la entrevista, Shechtman repitió varias veces la palabra “experto”. Para él, es la clave en su historia de vida.
Shechtman afirmó jamás haber dudado de los cuasicristales a pesar de la oposición de Pauling y muchos otros colegas “porque estaba seguro de que tenía la razón”. “¿Y sabes por qué?”, agregó. “Porque era un experto en mi campo”.
A pocos meses de visitar Uruguay, probablemente en el próximo noviembre y con una agenda aún por definir, el Nobel dio un consejo a los más jóvenes: “Si quieres convertirte en científico, hazte experto en un tema que te guste. Y te prometo que, si lo haces, tendrás una excelente carrera”.
El mejor regalo para un niño
Dan Shechtman le ha dado el mismo regalo a sus diez nietos: un estéreo microscopio para “alentar su curiosidad por el mundo de las cosas pequeñas”. Pero no solo en su familia incentiva la ciencia. Además de trabajar como investigador, Shechtman encabeza dos proyectos educativos infantiles. El primero consiste en enseñar ciencia a maestras de preescolar para que ellas transmitan el conocimiento a los pequeños. El otro es un programa de televisión que se emite todos los días a nivel nacional llamado “Ser científico, con el profesor Dan”.
“En cada programa me traen tres niños de 6 años que no saben cuál es el tema que trataremos. Solo me aseguro de que representen a la sociedad israelí: rubios y morenos, judíos y árabes, niñas y niños. Después de una presentación, hablamos sobre un tema de física. Es maravilloso”.
Para Shechtman lo más importante que consigue el programa es que padres e hijos se sienten juntos a ver y hablar de ciencia: “Hay más oportunidades de que a los niños les guste la ciencia y quizá se conviertan en científicos. Pero si no lo hacen, quizá se vuelvan políticos, lo cual está bien por mí, si es que igual aprecian la ciencia”.
Congreso Mundial de Ciencia en Israel
Unos 400 estudiantes de ciencia de todo el mundo participan de una semana intensiva de contacto con la ciencia. Los jóvenes tienen la oportunidad de asistir a conferencias e interactuar con científicos que ganaron el Nobel, así como como con otros galardonados con el premio Wolf y la Medalla Fields.
Fuente:cciu.org.uy
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