Entrevista con Amos Oz :El laberinto de la identidad

JOSÉ GORDON

Considerado el novelista vivo más importante de la literatura israelí contemporánea, Amos Oz ha explorado las formas de vida de su sociedad desde una óptica intimista y con notable penetración psicológica. Su propósito ha sido dar una imagen de la existencia humana que permita al lector adentrarse en la sensibilidad ajena para ver el mundo desde nuevas perspectivas.

 A las 9:30 de la mañana el novelista Amos Oz nos recibe en su departamento de Tel Aviv. Llegamos al piso doce. Él mismo nos abre la puerta. A los 74 años tiene el cabello casi plateado. Su cuerpo denota un ligero cansancio; sin embargo, sus ojos grises mantienen la alerta y la agudeza de un maestro exigente y riguroso que no puede esconder del todo su calidez. Estamos reanudando un diálogo que comenzó en 1998 en Arad, un poblado en medio del desierto. En esa ocasión hablamos de su literatura y de sus perspectivas en torno al conflicto en Medio Oriente. Amos Oz fue el fundador del Movimiento Paz Ahora. En sus ensayos y novelas retrata la complejidad de un mundo que no se ajusta a nuestros deseos y en donde es fundamental abrirse a la mirada del otro. Al terminar esa entrevista para Canal 22, me invitó a tomar un café. Atardecía. Las luces de su estudio estaban apagadas. La oscuridad nos envolvió lentamente. Le dije que me parecía que tarde o temprano subrayaría el registro literario de una de sus primeras novelas en donde la vida se encuentra sutilmente interconectada. Amos Oz simplemente sonrió. Nunca habla de las obras en las que está trabajando. Un año después, publicó la novela El mismo mar, que describe la interrelación que trenza a todos los objetos con la luz y también plantea la conexión invisible de pensamientos que se da a pesar de la distancia. Al leer el libro en la Ciudad de México me tocó el turno de sonreír.

Mientras mi amigo y productor Froylán López Lavín instala las cámaras de Canal 22, nos asomamos al gran ventanal del departamento que hace que una pantalla delgada de televisión, de color negro —colocada en una pared aledaña—, se convierta en una especie de pecera ante el reflejo de la luz de un sol radiante que le da una sensación de agua oscura y verde. Le obsequio el libro Manual de zoología fantástica de Borges, ilustrado por Toledo, traducido al inglés. Me dice que conoce ya del trabajo de Toledo. Borges le apasiona. Al hablar de la exactitud de las palabras del escritor argentino, cita a un poeta israelí: “Natan Alterman dijo alguna vez que si por algún embrujo las matemáticas desaparecieran del mundo, la poesía sería llamada a sustituir las matemáticas”.

Hablamos de Rulfo. Por azar me encontré unos días antes con el íncipit de la novela Pedro Páramo en hebreo: “Bati el Komala ki amrú lí she bemakom hazé gar aví, ejad Pedro Páramo”. Se ríe con los ojos, con la musicalidad de la traducción. Me dice que la obra de Rulfo es inigualable. Amos Oz se levanta a buscar un libro en la pared opuesta a la televisión. Está llena de libros desde el piso hasta el techo. Vuelve con la traducción al inglés de El naranjo o los círculos del tiempo, de Carlos Fuentes. Me enseña con orgullo el epígrafe que seleccionó Fuentes: “Como los planetas en sus órbitas, el mundo de las ideas tiende a la circularidad”. Es una frase de Amos Oz de la novela Amor tardío.

Froylán termina de instalar el equipo. Nos sentamos ante las cámaras para reanudar un diálogo en torno a los poderes de la literatura. Conversamos sobre el laberinto de la identidad, sobre algunas claves de su cultura. ¿Es posible una espiritualidad secular? Me brinda sus apuntes sobre el trabajo que realiza como escritor para sumergir al lector en un mundo y lo que significa la mirada del arte.

 El poeta Octavio Paz escribió un libro llamado El laberinto de la soledad en donde describe algunos rasgos de la identidad cultural mexicana. En el libro Los judíos y las palabras, escrito junto con su hija Fania Oz-Salzberger, ustedes hacen lo mismo de cara a la cultura judía e israelí. Hablemos de las sensibilidades que se revelan mediante la literatura.

Pienso que leer literatura es la mejor forma de viajar. Si tú compras un boleto y vas a París, ves los edificios y los museos, los parques y los bulevares. Si tienes suerte, conversas con algunas personas en un café. Luego compras algunas tarjetas postales, tomas fotografías y regresas a casa, pero si en lugar de ir a París lees a Marcel Proust, entonces eres invitado no tan sólo a los monumentos y a los bulevares: eres invitado a pasar dentro de las recámaras de otra gente, dentro de sus cocinas, de sus cuartos; te vuelves parte de la otra cultura. Eso es lo que hace la literatura cuando está en su mejor expresión. Cuando leo a García Márquez soy de Macondo, de Aracataca, y cuando leo a Dostoievsky soy de San Petersburgo y cuando leo a Kafka, estoy en Praga. Así que, para mí, la mejor forma de viajar es leer un libro sobre otra cultura, otra gente, otro país y además es más barato.

Si realmente queremos conocer la cultura israelí, ¿qué es lo que nos revelaría la literatura?

Yo escribo —dice Amos Oz luego de internarse en su mundo— de manera muy cercana sobre lo que conozco mejor y lo que mejor conozco es la historia del pueblo judío y la historia de Israel. Soy hijo de inmigrantes que apenas pudieron escapar de Europa en los años treinta. Trajeron consigo una cultura europea y una cultura judía secular, no religiosa. En el libro Los judíos y las palabras hablamos exactamente sobre estas mezclas que ha tenido la cultura judía con el secularismo europeo, con influencias árabes, arameas, griegas y latinas, de este conglomerado que es la bendición del judaísmo.

 De hecho, en lugar de hablar sobre vínculos sanguíneos, ustedes proponen que se trata de una cultura de vínculos textuales.

Fania y yo creemos que la línea de secuencias judías no es una línea sanguínea. No se trata de genes, no tiene que ver incluso con la sinagoga. Está relacionada con una gran colección de textos escritos a través de miles de años. Estos textos se vinculan entre sí de la misma manera que mis propias novelas y relatos se vinculan con la Biblia y con la Mishná y con todo el legado. Los textos son las pirámides judías, los textos son las catedrales judías, los textos para los judíos son lo que la Muralla China es para los chinos. Son lo que los judíos se han dado a sí mismos y al mundo: textos. Somos un pueblo de textos. Hablamos sobre textos, leemos textos en las fiestas cuando nos sentamos a cenar, leemos textos y discutimos los textos y cuando los judíos tuvieron que escapar de los progromos y de las persecuciones de un país a otro, en medio de la noche tuvieron que dejar todo pero se llevaron consigo a los niños y a los libros.

 Los tesoros reales.

Sí.

 De esta manera hay ciertas sensibilidades que son enfatizadas en esta cultura: una de ellas es la de proponer un juego de múltiples interpretaciones de estos textos. No se quedan fijos.

En los buenos tiempos la vida judía espiritual era un juego abierto de interpretación, contrainterpretación y reinterpretación. Todos tenían derecho a interpretar. Se esperaba de todo muchacho que cuando llegara a la edad de trece años y celebrara su bar mitzvá [su confirmación], dijera en la sinagoga un jidush [una novedad], algo original sobre el texto. No algo aprendido de memoria, no algo que se memorizó sino algo inventado. Esto era un tremendo aliento a la creatividad y a la originalidad.

 Esto es lo que usted subraya cuando habla de esa posibilidad llevada al límite en el relato de Borges “Pierre Menard, autor del Quijote”: uno reinterpreta el texto de tal suerte que uno escribe el mismo texto, pero es propio.

Se vuelve original porque uno no tan sólo lo reescribe. Cuando uno lo reescribe lo reinventa, lo vives de nuevo. Ves las imágenes con tus propios ojos, no con los ojos de Cervantes; escuchas los sonidos con tus propios oídos no con los oídos de Cervantes; percibes los olores con tu propia nariz no con la nariz de Cervantes. Recreas el Quijote. Esta es la idea de Pierre Menard de Borges y pensamos que esto es una buena forma de entender de qué trata la tradición judía.

 Hay algo muy importante que usted dice: estas sensibilidades son enfatizadas en la cultura judía y en la cultura israelí, pero no son chovinistas porque pertenecen a todos. Son universales, pero son enfatizadas en esta cultura.

Son accesibles a todos porque son textos. No son templos ni monasterios, no son claustros. Son textos, y todos pueden acercarse a ellos, los pueden leer directamente en hebreo o en su traducción, pero también están llenos de argumentaciones. Nuestra civilización es una civilización de duda y debate. La idea es que todos son rabinos. No es por nada que los judíos nunca han tenido un Papa, ni podrían tenerlo. Si cualquier ser humano se llamara a sí mismo o sí misma el Papa de los judíos, todos se le acercarían, le darían una palmada en la espalda y le dirían: “Hola, Papa, yo no te conozco y tú no me conoces a mí, pero mi abuelo y tu tío solían hacer negocios juntos en Minsk o en Casablanca y por lo tanto por favor guarda silencio por sólo cinco minutos y déjame decirte de una vez por todas qué es lo que realmente Dios quiere de nosotros”.

Todos tienen derecho a expresar duda y todos son alentados a debatir. Aquí en Israel, cada fila para tomar el autobús en Tel Aviv, o en Jerusalén, puede fácilmente prender una chispa y volverse un apasionado seminario callejero con completos extraños que esperan el camión debatiendo sobre política e historia y moralidad y religión y el verdadero propósito de Dios. Mientras están en desacuerdo entre sí sobre la política, y el bien y el mal metafísico, se meten a codazos al primer lugar de la fila. Esta es la cara mediterránea de Israel. Como lo he dicho en muchas ocasiones, esta sociedad viene de una película de Fellini y no de una cinta de Ingmar Bergman. Podrán hallar un reflejo de ello en mis novelas, en mis relatos.

 Otra de las sensibilidades que son enfatizadas es un olfato que detecta rápidamente lo justo y lo injusto al mismo tiempo.

Sí. El sentido de la justicia es lo que hace que Abraham, en la historia sobre el destino de la pecadora ciudad de Sodoma, esté en desacuerdo con Dios. Primero negocia con Dios como un astuto vendedor de carros de segunda mano: cincuenta hombres justos, tal vez cuarenta hombres justos, treinta, veinte, tal vez diez. Cuando pierde el debate, no cae de rodillas y pide perdón por el atrevimiento de haber discutido con Dios, no; gira los ojos hacia el cielo y dice: “¿Puede el juez de toda la Tierra no hacer justicia?” —Amos Oz pronuncia en hebreo esas palabras—: “Hashofet kol haaretz lo yaasé mishpat”. Esto quiere decir que tal vez tú seas Dios, el señor del universo, pero no estás por encima de la ley; podrás ser el legislador pero aun así no estás por encima de la ley; podrás ser el ejecutivo principal del universo pero aun así no estás por encima de la ley. La ley está por encima de ti. Este es un concepto básico de la tradición judía en los buenos momentos. El judaísmo ha tenido malos momentos, tiempos de estancamiento, de aislamiento, tiempos de jerarquías y autoritarismos, pero en los buenos tiempos había este debate perpetuo sobre la justicia y demanda de justicia, acompañada de sentido del humor.

 Desde la Biblia hasta Woody Allen.

La literatura judía —Amos Oz sonríe— en todas las generaciones está llena de humor y frecuentemente se trata de un humor que se muerde a sí mismo. Nos reímos de nosotros mismos, de lo que somos. La naturaleza del chiste judío es frecuentemente: “Yo soy raro pero tú también eres raro”.

LA MÚSICA Y LA LUZ DEL LENGUAJE

Hablamos del hebreo, de la continuidad milenaria de este idioma y de las claves que tienen los lenguajes para abrir ciertos territorios de experiencia:

Comparo a los lenguajes con instrumentos musicales. Todo lenguaje es un instrumento musical diferente; la maravillosa sinfonía que es la civilización humana consiste de cientos y cientos de diferentes instrumentos musicales por lo cual yo siempre digo que traducir una obra poética o de literatura de una lengua a otra es como interpretar un concierto de violín en un piano. Se puede hacer, incluso se puede hacer con éxito, con una estricta condición: nunca trates de forzar al piano para que produzca los sonidos del violín. Podría ser grotesco. Por eso siempre le digo a las personas que me traducen en muchas lenguas, incluyendo lenguas que nunca podré leer: “Por favor, por lo que más quieran, sean infieles para poder ser leales”.

 El escritor tiene que tener “oído” de la música del lenguaje. Por ejemplo, en su novela La pantera en el sótano, usted plantea que en inglés, en el presente continuo, cada verbo termina en un sonido que es como el choque de una copa con otra: “ing”.

Sí —los ojos de Amos Oz sonríen cálidamente y abre una confesión—. Soy esencialmente un músico frustrado. Si pudiera componer música no escribiría libros. La literatura, para mí, es lo segundo mejor. Escribo libros y relatos, algunas veces poemas, únicamente porque soy incapaz de componer música. Soy un músico frustrado.

¿Es también un pintor frustrado? En sus obras hay también esta cualidad de describir el mundo con tal detalle que es como pintar con palabras.

Gracias. Es un gran cumplido. Yo quisiera pensar que soy un escritor muy sensual. Escribo con mis sentidos, con mis ojos, con mis oídos, con mis orejas. Cuando describo un cuarto quiero que mis lectores estén en el cuarto, que huelan los olores del cuarto, que escuchen los sonidos del cuarto, que vean los escenarios del cuarto. Lo mismo ocurre cuando llevo a mis lectores al desierto o cuando los llevo al mar o cuando los llevo al bosque. Adonde los lleve, quiero llevarlos allá con todos los sentidos.

 De esta manera también conecta algunos paisajes entre sí mediante elementos muy sutiles, por ejemplo la luz que va a tocar a una servilleta y a un espejo y se refleja en otro lugar y viaja a través de todos los mundos.

Sí, ese es uno de los grandes retos de la escritura: describir en palabras lo que la luz puede hacer a los objetos y cómo la luz puede conectar diferentes objetos o separarlos o cambiarlos. Aun más, es todavía más difícil mostrar con palabras que los objetos no tienen existencia sin la luz. La luz les da su existencia. Un tipo de luz, otro tipo de luz, un tercer tipo de luz, pero es la luz la que da la existencia al objeto y cada mueble en un cuarto es realmente una interacción entre el material y la luz.

 Esta interrelación entre todas las cosas da una sensación de asombro al ver algo tan vasto, que viaja tanto, hacia cualquier sitio del mundo.

Cuando era un niño pequeño estaba convencido de que cada vez que dejaba un cuarto y cerraba la puerta detrás de mí, los objetos en el cuarto, los muebles, los jarrones de las flores, se comunicaban entre sí a mis espaldas, murmuraban entre sí. Incluso el día de hoy no estoy totalmente convencido de que este no sea el caso.

 En su novela El mismo mar esto lo lleva a conectar no tan sólo a los objetos sino también los pensamientos: los pensamientos de una madre y un hijo y cómo todos están realmente intercomunicados en una forma invisible.

En El mismo mar, aunque cada uno de los personajes estén dispersados en los cuatro rincones del mundo (el hijo está en el Tíbet, en los Himalayas, el padre está en Bat Yam, la novia está en Tel Aviv y la madre está muerta), todos están siempre juntos en el mismo cuarto e incluso en la misma cama. Así que El mismo mar no es realmente un libro, es una orgía. Todos están juntos con todos los demás en la misma cama todo el tiempo. Hay una completa transparencia. El hijo lleva a una prostituta a su cama en el Tíbet e inmediatamente —en tiempo real— su padre lo critica en Bat Yam, pero su madre lo defiende enseguida. Ella está muerta, pero ¿desde cuándo estar muerto es un obstáculo para una madre judía que quiere defender a su hijo?

 Este es un tema de poesía, por supuesto, pero quiero preguntarle si hay en cierta forma una percepción de ello, de que eso realmente pasa en la vida, que no es tan sólo un producto de la imaginación. ¿En verdad estamos interrelacionados? Yo sé que la literatura, la novela puede ser lúdica, puede tener maravillosos guiños en este marco, pero esto viene también, me parece, de una aguda observación.

Gracias. En algunos momentos, no en todo el tiempo, pero en algunos momentos casi todos nosotros estamos vinculados con otras personas que no están presentes en el cuarto. Están en nuestros pensamientos. Cuando amas a alguien o cuando odias a alguien (es lo mismo), no puedes dejar de pensar qué es lo que él o ella están haciendo en este momento, dónde él o ella están pasando el tiempo, ¿son él o ella felices? (Dios no lo quiera) y felices con quién. No puedes mover al otro de tu pantalla de radar. Esto nos ocurre la mayor parte del tiempo: tenemos a otras personas en nuestras pantallas de radar: nuestra familia, nuestros seres queridos pero a veces también a extraños o casi extraños, a nuestro jefe, nuestra competencia, a nuestro enemigo. Los mantenemos dentro de nuestro ser y caminamos por el mundo preñados con toda esa gente.

 Nos habitan.

Nos habitan. Sí. En algunos momentos, algunas personas están en nuestro interior. Tengo muchas dudas y soy muy escéptico sobre el concepto cristiano de amor universal; Jesús nos dijo que todos tenemos que amar a todos. Yo lo dudo. Pienso que somos capaces de amar a diez personas, quizá quince personas si tienes suerte. Algunas personas llegan a amar a veinte, pero si alguien me dice que él ama al Tercer Mundo o Latinoamérica, ¿qué es lo que quiere decir? Eso es muy superficial. No es realmente amor, es una especie de vaga empatía. El amor es una emoción personal, directa, y tiene que mantenerse personal, si no ya no es amor.

 Albert Camus dijo alguna vez: “Conozco algo peor que el odio, el amor abstracto”.

Sí —se ríe.

 EL MILAGRO DE LA LITERATURA

 Y usted explora esos amores en sus novelas, sondea las contradicciones, los deseos que están ahí pero que no sabemos exactamente que están ahí y entonces nos encontramos con el poder de la literatura y su capacidad de revelar mundos.

La literatura te puede hacer ver cosas que has visto miles de veces como si las vieras por primera vez. Es una experiencia maravillosa ser capaz de ver algo por primera vez de nuevo, porque fuera del territorio del arte —la literatura, la pintura, la escultura, el teatro y el cine—, únicamente vemos todo por primera vez una sola vez. En este terreno, algunas veces, obtienes la oportunidad asombrosa de ver algo que has visto un millón de veces por primera vez de nuevo.

Y esto tiene que ver con la poesía. Asumimos algunas veces que la poesía sólo opera así en un determinado formato, pero las novelas cuando están en plena marcha describen el mundo con una gran viveza de imaginación.

Nunca he estado convencido de los límites rígidos entre la poesía y la prosa, entre la poesía y el relato breve y la novela. Estas son fronteras muy artificiales. Hay secciones y oraciones en muchas novelas que he leído, que son pura poesía. Hay secciones muy prosaicas en algunos poemas que he leído. Así que las fronteras son muy artificiales y como en las presentes fronteras de Europa se están desvaneciendo gradualmente.

Al construir a sus personajes puede notar su mundo interno con tan sólo un gesto. Cuando describe por ejemplo cómo el cuerpo de una mujer es balanceado, registra un retrato de sus emociones. Quisiera preguntarle si eso también se traduce en lo que observa en la vida cotidiana. Yo sé que usted juega viendo rostros en el aeropuerto a los que les inventa historias.

Espío a la gente todo el tiempo. Tengo que confesar que espío a la gente. Tal vez sus espectadores tendrán mucho cuidado de mí cuando me encuentren porque yo espío a la gente con frecuencia. Veo sus zapatos por ejemplo. Los zapatos siempre me cuentan historias. Observo el lenguaje corporal, veo los rostros y recojo fragmentos de conversaciones entre extraños. Hago esto cuando estoy en el cuarto de espera del dentista o en una estación del tren o en el aeropuerto. Es un maravilloso pasatiempo. Lo recomiendo no tan sólo para los escritores sino para todo ser humano: observar extraños y tratar de adivinar de qué se tratan. El mundo está lleno de historias. Si tienes el ojo y el oído regresarás a casa lleno de tesoros.

 ¿Es posible leer a la gente como se lee un libro?

No puedes leer a un extraño tan fácilmente como puedes leer un libro porque un libro se abre para ti y un extraño no. Pero puedes ser curioso. Soy un gran creyente en la curiosidad. Pienso que la curiosidad es una virtud moral; una persona curiosa es una mejor persona que alguien no curioso. La persona curiosa incluso es mejor amante. Ser curioso es ser humano porque te pones en los zapatos de otras personas, bajo la piel de otra persona. Te preguntas a ti mismo: ¿qué pasaría si yo fuera él o si fuera ella? Esta pregunta implica empatía. Leer literatura es una forma maravillosa de meterse en la piel de extraños, en lugares extraños, en tiempos remotos, en civilizaciones desconocidas, en diferentes familias.

Algunas veces lees y te dices a ti mismo: “Pero este es exactamente como yo, exactamente el mismo. Podría ser mi casa, podría ser yo”. Y algunas veces lees y tienes la fascinación opuesta: “Este no podría ser yo bajo ninguna circunstancia. Nunca, ni en un millón de años”. Ambas excitaciones contradictorias son el deleite de la lectura.

 Usted como novelista tiene que habitar a un personaje con las subcorrientes que lo atraviesan y que usualmente no están abiertas.

D. H. Lawrence dijo alguna vez que para escribir una novela uno requiere identificarse con tres o cuatro o cinco o seis perspectivas contradictorias, puntos de vista contradictorios, tipos de justicia contradictorios, con el mismo grado de empatía y entusiasmo. Y esto es de lo que se trata narrar historias. Si no puedes hacer eso, estás en un área incorrecta. Deberías ser juez, no narrador de historias.

 Si hacemos el retrato del artista adolescente, del narrador en potencia, ¿cuándo comenzó a sentir que sería escritor?

Tan pronto como me enseñaron el alfabeto empecé a componer pequeños poemas, la mayoría de ellos eran poemas patrióticos malos, pero tal vez eso empezó incluso antes de que me enseñaran el alfabeto, porque a la edad de cuatro o cinco años yo estaba ya inventando pequeñas historias en mi cabeza y narraba a mis amigos relatos de suspenso, historias de aventuras, de espías, de horror. Esta fue tal vez la manera que tenía para impresionar a las chicas. Yo no era apuesto, no era bueno en deportes, no era bueno en ninguna otra cosa así que fue mi manera de impactar a las chicas cuando era niño pequeño y tal vez esta es mi forma de impresionar a las mujeres incluso hoy.

 Quisiera preguntarle sobre una obra seminal, la novela Tocar el agua, tocar el viento. En esa obra tal vez ya está una zona importante de la visión artística que va a explorar. Usted está interesado en formular algo que llama “matemúsica”, ¿podríamos hablar de ello?

En esta novela yo experimenté con borrar la línea entre las matemáticas y la música. Quería crear un personaje, un visionario, un soñador, que pudiera combinar e integrar las cualidades de las matemáticas y la música, que son muy cercanas entre sí. Pertenecen a la misma familia. Pienso que lo que vincula a las matemáticas con música es el ritmo y la armonía.

 Y en esta novela usted se interna en la piel de un físico teórico. Esto es muy interesante porque hoy en día se ha descubierto el bosón de Higgs. Le ha de haber “sonado”.

Me suena vagamente familiar porque mi personaje resuelve una de las paradojas del infinito matemático que yo nunca he soñado en resolver, por supuesto, pero él lo resuelve en una forma que no entiendo cómo lo hace.

 Esto quiere decir que usted también tiene interés en temas relacionados con la ciencia o por tratar de entender, por ejemplo, que en la física se está tratando de atrapar la unidad del universo. Lo que su personaje trata de hacer es entender un profundo nivel del universo que podría explicarlo todo. Hoy en día eso sigue siendo una tentación en física, pero todavía no está vinculada con la música.

Esta ha sido la tentación por un largo tiempo. Ciertamente, Einstein tuvo esta tentación: descubrir una teoría que lo abrace todo, que lo explique todo. Realmente no tuvo éxito. ¿Existe una teoría tal o no? Realmente no lo sé, pero me encantaría pensar que la hay. ¿La encontrarán en mis días? Probablemente no. ¿La encontrarán alguna vez? No lo sé, pero me gusta la idea de que tal teoría que lo abarque todo sea posible, porque es una idea reconfortante. Es esencialmente una idea religiosa. No tiene que ver con Dios, ni con la sinagoga, ni con la Iglesia, pero es una idea religiosa.

 Es una espiritualidad secular en cierto sentido.

Sí —se abre la sonrisa. Amos Oz contesta rotundamente.

 Cuando usted explora estos temas, algo que le asombra es que pueda comunicarlos porque usted está penetrando en unos estratos tan profundos de su vecindario, de sí mismo, de sus sentimientos, que bien podría decir: “Tal vez yo estoy solo en este tipo tan peculiar de percepción”. Sin embargo, comienza a ver que algunas personas pueden también vincularse con lo que usted está escribiendo.

Sabes. Es un milagro. Cuando uno de mis libros me regresa con una carta cálida de un lector, quien a veces entendió mi libro mejor que yo mismo o por lo menos lo entendió en una forma que yo no entendí, es una experiencia maravillosa (incluso si él o ella tienen razón). No ocurre a diario, no ocurre cada semana, pero cuando sucede es una celebración para mí.

 Es llegar a algo que podríamos nombrar como lo universal dentro de lo parroquial.

Es exactamente sobre lo parroquial que contiene lo universal.

 Y de esta manera, podemos ser israelíes.

Cualquiera de nosotros puede ser israelí, o mexicano; cualquiera de nosotros puede ser otro. Todo hombre puede ser mujer, toda mujer puede ser un hombre y cada niño puede ser un viejo y cada hombre viejo puede ser un niño. Hasta cierto punto, hasta cierto punto, no de manera completa pero hasta cierto punto. No es completamente satisfactorio. Nunca, pero es valioso experimentarlo hasta cierto punto.

 Y en esta forma, por ejemplo, usted ha experimentado ser mexicano. En su novela No digas noche, usted tiene un personaje llamado Teo que habla sobre Nuestra Señora de Guadalupe. ¿Cómo se encontró con este sentimiento mexicano en su novela?

Simplemente a través de la lectura, nada más por leer las novelas de otras personas. Nunca he estado en México, excepto en mis fantasías y en mi imaginación. En mi imaginación he estado ahí varias veces porque leí literatura mexicana, pero este personaje, Teo, va a México por mí y lo que experimenta ahí tal vez es México o tal vez es mi fantasía. No me importa. Realmente no me importa. No siento que tengo que ser literalmente preciso sobre los detalles de la vida mexicana. No lo puedo hacer. No he estado ahí, pero le doy a Teo una probada para que desarrolle un México de mi propia imaginación.

 Finalmente, cuando estamos hablando del laberinto de la soledad —que creo toda cultura tiene—, Octavio Paz dijo que podemos quitarnos nuestras máscaras para realmente entendernos uno con otro. Hablemos de ello en el contexto de lo que la literatura puede hacer.

Hay momentos, momentos pasajeros, en donde se caen las máscaras y podemos vernos uno al otro. Algunas veces a través de la literatura, algunas veces a través del amor, algunas veces mediante la curiosidad. Son solamente momentos. No hay forma en que podamos meternos dentro de la piel de otra persona por siempre, por mucho tiempo, por un mes, por una semana, por un día. Este milagro sólo ocurre por unos instantes y es una comunión entre una persona y otra persona. Al leer libros, algunas veces me ha pasado como lector que un personaje se vuelve por un rato, por un momento, en una página, se vuelve totalmente una parte de mí. Me envuelve. Este es el milagro de la literatura.

 Al finalizar la conversación, Amos Oz nos invita un café que él mismo prepara. A pleno sol pero dentro de la frescura de su departamento nos quedamos platicando durante dos horas y media mientras transpira el misterio de la comunión.

Fuente:revistadelauniversidad.unam.mx

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