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martes 05 de noviembre de 2024

La cuestión judía: respuestas de Gabriel Albiac a Antonio Escudero

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GABRIEL ALBIAC

 

1 –  ¿Le parece contradictorio que un pueblo tan definido como el judío se haya constituido sobre unos caminos hechos al andar?

El judío es el pueblo de la escritura, con y sin mayúscula. Y la escritura es el rigor de una sintaxis, en función de cuyas aritméticas todas las combinaciones son posibles. Si hablamos de escritura en sentido propio, por supuesto. Y de lectura. Esas prácticas de la distancia interrogativa que, en filosofía, codificara Platón como la primacía absoluta de lo interrogativo; como el arrobamiento ante preguntas frente a cuya primordial hondura, cualquier atisbo de respuesta se hace, de inmediato irrisorio. Como pueblo de la escritura, Israel es interrogación. Y el pueblo judío, la cegadora certeza de que toda respuesta es nada. Y de que toda identidad que pretenda asentarse sobre respuestas es sólo y necesariamente homicida. El judío es el hombre de la incertidumbre: el que sospecha que el mal no es sino el nombre propio del ser idéntico. Ni hay camino, ni hay llegadas. Sólo la desazón en la cual habla –y cuestiona cada palabra que sale de su boca– el hombre libre.

2 – —Teniendo en cuenta que no hay pueblo como el judío que se haya constituido sobre las Escrituras como ley y mandato divino, ¿serían los profetas los primeros constructores de la historia –tal como la entendemos–no solo empujada desde atrás, sino reclamada desde delante, desde el futuro?

Los “profetas”, esto es, “los sabios” otorgaron un texto sobre el cual constituir a su pueblo en un modo extraordinario. No ya el de las leyes. No sólo. Aún más que sobre las leyes, sobre el destello de un relato. El mundo es hostil y sin sentido. El relato, de ser tan sólo rito repetitivo, reduplica la muerte en la cual el mundo se atrinchera. El relato judío es una superposición interpretativa, casi inextricable. En la antípoda exacta de la recitación repetida en voz alta e inalterable que define el Corán, la Escritura es un material abierto a las interrogaciones, cada uno de cuyos desarrollos abre a otras, que abren a otras… Es la estructura en enredadera que prolonga el Libro Sagrado en las sucesivas capas de las interpretaciones orales a las cuales llamamos cábala. No hay cierre para esa permanente interpretación de la interpretación de la interpretación de la interpretación… Ni hay autoridad sacerdotal última que pueda saldarlas definitivamente. La profecía no se cumple más que en la proposición continua de enigmas y paradojas nuevos. Eso nos hace el judaísmo tan cercano a los filósofos.

3 -—Parece que el pueblo judío, más que la reivindicación de un espacio, ha estado buscando el tiempo, su tiempo, su historia, ¿es también ése su parecer?

Da usted en una clave muy profunda. El tiempo, la historia… Tomados como un absoluto identificable, a la manera en que lo hiciera el idealismo clásico alemán, son expresiones desasosegantes de una patología peligrosísima: la imposición de sentido a todo, a todos. El tiempo y la historia son para el judío una herida, sobre la cual reflexionar. Con esa lucidez que sólo los milenios de dolor sobrevivido conceden. Es la lección que hace de la tragedia judía una certeza universal.

4- —¿No cree que la historia, en el caso de los judíos, más que una historia basada en el progreso es una historia sagrada, es una historia ucrónica de la divinidad en los hombres, de la palabra de Dios hecha escritura, una y otra vez?

Es exactamente así. Muy poco tengo que añadir a su tesis. Y la ceguera de ese antisemitismo que, desde el final del XIX centroeuropeo hasta el fingido izquierdismo español contemporáneo, se expresa en el reproche contra la supuesta pretensión judía de imponer su sentido propio a la historia, no es más que coartada para justificar las miríficas ensoñaciones de paraísos mundanos que sólo se asientan sobre la aniquilación ajena: el progresismo. La historia, como palabra y escritura, como interrogación en suma, no mata. Demasiado tiene ya con cuestionarse a sí misma. La historia del progresismo mundano es la de las sucesivas tentaciones genocidas.

5 -—¿Cómo se combina según usted la depurada individualidad judía con el sentimiento de colectividad de este pueblo?

El Libro, una vez más. La red de las palabras, que no construyen otra identidad que la de interrogarse. Lo cual, puede que sea la única identidad verdadera: la que horada de continuo todos sus fundamentos.

 6 -—Hay una ambivalencia contradictoria entre las gentes respecto al judío. Por una parte es un pueblo respetado y temido, por otra parte hay una actitud de rechazo hacia él, que se manifiesta en expresiones populares y despectivas, por ejemplo «perro judío», «hacer una judiada», «ser un fariseo», etcétera. ¿Qué opina de ello?

Ambas son, en realidad, lo mismo, como usted muy bien sabe. Lo esencial es construir al judío como “el otro”, aquel que no participa en la comunión de lo humano. Que sea más brillante o más repulsivo, da lo mismo. Lo único esencial es que, al ser construido como lo ajeno, como lo esencialmente ajeno, infrahumano o suprahumano, permite a cualquier poder despótico usar de esa fantasmagoría como pantalla sobre la cual proyectar todos los odios. Hacer de él el enemigo del cual sólo una intervención quirúrgica radical puede salvarnos. Bajo la asesoría de Carl Schmitt (a quien, por cierto, los penenes de podemos consideran hoy su inspiración teórica), Hitler puso en práctica un principio sencillo y de eficacia demoledora: demonizado el judío, convertido en fuente de todas las desdichas populares, cualquier actuación depurativa del Führer, por más brutal que fuera, habría de aparecer como filantropía o aun como higiene. Que nadie piense que esa mitología ha cambiado mucho. Hace sólo un par de años, al final de una conferencia en cierta ciudad castellana, un joven de estética enternecedoramente izquierdista y discurso complacidamente pacifista me interpeló: “los judíos son la causa de la guerra en el mundo”, me dijo. “Mire, Hitler decía exactamente lo mismo”, le respondí. “Sí. Pero es que en ese aspecto, sólo en ese aspecto, que quede claro, lo único que yo tengo que reprocharle a Hitler es que dejara la tarea sin acabar”.

7 -Existe una penetración de lo judío en lo sagrado –incluso en el pensamiento de sus prohombres más modernos y racionalistas– como temor de Dios, como acatamiento del mandato divino, como escritura sagrada. Es curiosa, ¿no cree? Esa mezcla entre racionalismo científico y acatamiento de la divinidad.

Lo sagrado no es lo religioso. Lo sagrado es la añoranza del animal que es mortal y que lo sabe. Una herida incurable. Que se vive a través de desplazamientos religiosos muy diversos. Pero que rige también toda la red de inmensos monumentos alzada por el espíritu humano: en arte como en literatura o música. La sagrado es el consuelo del animal inconsolable. Y no hay en eso distinción entre sabios e ignaros.

Fuente:abc.es

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