La Biblia antes de la Biblia: la saga de los Patriarcas en su contexto original

IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – ¿Qué sucedió con los hebreos que quince siglos antes de la invasión babilónica tampoco quisieron entender el mensaje de la no violencia? Parece mentira, pero sobrevivieron.

La historia del Texto Bíblico es fascinante. Y no me refiero a la historia allí narrada, sino a la Historia de cómo se formó la Biblia.

Muchos tienen la idea simplona y equivocada de que ciertos autores se sentaron a escribir, y luego sólo fue cosa de conservar esos escritos. Nada más lejos de la realidad. El proceso mediante el cual se le dio forma a los libros que conforman el Tanaj fue largo y complejo, y es obvio que los primeros hebreos e israelitas que empezaron a compilar historias no se imaginaban cuál habría de ser el resultado final.

El Texto Bíblico, tal y como lo conocemos, es resultado del trabajo de los escribas del siglo V AEC, que se encargaron de recuperar, reintegrar y restaurar el acervo escritural israelita que había sido afectado por la invasión de los babilonios unas décadas antes. No fue una labor fácil. La gran mayoría del material escrito debió estar registrado en tabletas de arcilla, porque esa era la costumbre en todas las culturas de Medio Oriente de la época. Es un hecho que muchas de esas tabletas debieron ser destruidas o severamente dañadas por los babilonios. De una manera escueta pero sorprendentemente precisa, el Talmud lo sabe y dice que la Torá estuvo a punto de perderse, pero Ezra el Escriba la devolvió a Israel. Un libro apócrifo muy posterior, conocido como IV Esdras, recupera una añeja tradición en donde también se preserva esa idea. Según este curioso texto, Ezra llega a Jerusalén y encuentra todo destruido, pero recibe una revelación que le muestra cómo se recuperarán las Escrituras perdidas. Junta a todo su grupo de escribas, bebe de un caliz que contiene un líquido con color de fuego, y entra en un trance profundo durante el cual habla y habla sin parar. Cada escriba anota lo que escucha, y de esa manera milagrosa, son recuperados todos los libros perdidos.

Es evidente el carácter legendario del relato, pero también es evidente que se preserva la memoria de que Ezra fue el principal responsable de recuperar el patrimonio escritural. El hecho histórico casi seguro es que las Escrituras hebreas no se habían perdido por completo, pero sí estaban sumamente dañadas. Ezra y su generación de escribas las recuperaron, reorganizaron, editaron, y les dieron el formato definitivo que sigue vigente hasta hoy en día.

De todos los temas que se pueden derivar de este hecho, hoy quiero centrarme en uno: ¿de qué se trataba lo que podríamos definir como “la primera Biblia”? Es decir: la primera colección de relatos que se debió hacer en el antiguo Israel.

No queda mucho de ello. Apenas 39 capítulos del Génesis (a partir del 12) dedicados a los patriarcas Abraham, Itzjak, Yaacov y Yosef, alrededor de quienes aparecen Ismael, Esav y los otros once hijos de Yaacov.

Todos esos relatos tienen un objetivo evidente: ofrecer un marco histórico (claro, con las limitantes de lo que en aquel entonces se podía entender por “histórico”, algo muy rudimentario en comparación a nuestro entendimiento actual de la Historia) sobre el origen de la nación de Israel. Dicho objetivo es perfectamente coherente con las necesidades sociales, culturales y religiosas del pueblo judío en el momento en que -como ya señalamos- se elaboró la versión definitiva de estos relatos, hacia el siglo V AEC después del exilio en Babilonia.

Pero lo que sabemos de Historia sobre los hebreos de la antigüedad y lo que se preserva en esos 39 capítulos nos permiten asomarnos a un panorama muy distinto.

Pongámonos en contexto: los antiguos hebreos fueron algo más que una sola familia -la de Abraham- en el antiguo Medio Oriente. Su presencia en la zona se remonta al siglo XXII AEC, aproximadamente, dos siglos antes que Abraham. Según las descripciones -casi siempre en tono de queja- por parte de los Sumerios y los Acadios de ese entonces, eran hordas de gente rapaz y violenta, siempre al margen de la sociedad, seminómadas y dedicados a la rapiña y el pillaje, aunque también a la ganadería y el comercio.

Estuvieron presentes desde el antiguo Elam (actualmente, Irán) hasta Canaán, en la frontera con Egipto. No eran una etnia en particular. Todos los registros que hay muestran, inequívocamente, que los clanes hebreos estaban integrados por gente de origen muy diverso, principalmente acadios, elamitas, gutúes, mitanios y amorreos. Es decir, habían semitas y cananeos por igual, e incluso mitanios (también llamados hurritas), que fue un grupo sin parentesco con unos u otros.

La referencias a los hebreos se extienden durante un período de casi mil años, y es en el siglo XIII AEC cuando se dan las últimas referencias en torno a las campañas militares de Ramsés II en Canaán.

¿Qué sucedió con ellos? La mayoría, evidentemente, desapareció, seguramente asimilados a los reinos que se fueron consolidando durante esa etapa, o exterminados por las potencias militares con las que entraron en conflicto (principalmente, los asirios).

Pero es un hecho que un grupo sobrevivió y fue quién, eventualmente, se consolidó como un reino en forma, el del antiguo Israel. Allí se preservó la memoria histórica de los antiguos hebreos.

Hablar de un grupo de hebreos que llegan al punto de consolidarse como un reino es hablar de una evolución social radical. Sabemos que los hebreos originales eran personas abiertamente opositoras los modos “civilizados” de organización social, y preferían la vida anárquica del nomadismo en la periferia de las grandes ciudades.

Y aquí está el detalle interesante: de eso tratan los 39 capítulos de Génesis dedicados a los patriarcas hebreos, de cómo se transformaron como grupo social nómada y se volvieron sedentarios.

De hecho, esa es la consigna en el caso de Abraham. Tal y como conocemos el relato -reconstruido quince siglos después de Abraham-, el llamado de D-os de “sal de la tierra de tu casa y de tu parentela y ve a una nueva tierra que yo te daré a ti a tu descendencia” es el inicio, la gestación de un nuevo pueblo. Ese es el enfoque. Pero en su contexto original, el enfoque debió ser otro: deja la vida nómada y vuélvete sedentario.

Esa fue la gran diatriba de los hebreos después de la destrucción de Ur (hacia el año 2000 AEC), el último gran centro urbano de los Sumerios. Tras el colapso de la que fue la primera gran civilización humana, el epicentro económico y político del mundo pasó al antiguo Egipto.

La saga de Abraham trata, en esencia, de un grupo de hebreos que entiende que hay que migrar hacia una zona con más futuro, pero además de que ya es tiempo de dejar la vida rapaz y nómada para establecerse en un solo lugar y abordar otras actividades, como el comercio y el pastoreo.

Abraham no desconoce la vida violenta y belicosa de los hebreos. Del hecho, el primer pasaje de la Biblia en donde se le llama “Abram el Hebreo” (Génesis 14) es un relato bélico, en el que Abraham y sus cómplices -cananeos amorreos todos ellos- atacan a los ejércitos que llevaban preso a Lot. La victoria es contundente, y eso hace evidente que Abraham y Mamre el amorreo no son novatos en el arte de la guerra. Gracias a ello, consiguen un cuantioso botín y regresan victoriosos a sus tiendas de campaña.

Pero Abraham ya tiene en mente otro objetivo. Es el arquetipo del hebreo antiguo que entendió que ese modo de vivir no era el mejor posible, e incluso que no era sustentable. Que, tarde o temprano, reinos más grandes y mejor organizados tendrían los recursos para aplastar a esas tropas irregulares de renegados sociales.

La historia de los hijos y nietos de Abraham lo confirma. Es, en pocas palabras, la tensión entre los dos tipos posible de hebreos: Ismael es el violento y rapaz, Isaac es el pacífico y sedentario; Esav es el agresivo y belicoso cazador, Yaacov es el amable campesino que sólo quiere vivir en paz.

Es muy significativo que en esta narrativa la bendición de D-os, patrimonio que se debe heredar de padre a hijo, sea siempre para los hijos amables y pacíficos, Itzjak y Yaacov. Es el deseo de una Voluntad Superior: los hebreos, para sobrevivir, tienen que civilizarse.

¿Cuántos relatos debieron existir, originalmente, sobre Abraham, Itzjak, Yaacov y los demás personajes que los rodearon?

Una gran cantidad, sin duda. Originalmente, preservados como tradiciones orales -exactamente igual que en todas las culturas-, y finalmente registrados en tablillas de arcilla para preservarlos como patrimonio nacional, una vez que la experiencia hebrea ya se había consolidado como un reino a partir del siglo X AEC.

La gran mayoría de ese acervo fue destruido por los asirios y los babilonios. Por eso, lo único que llegó a nuestras manos fueron 39 capítulos del Génesis, de los cuales 23 están concentrados en Yaacov y su hijo Yosef.

Pero nuestros conocimientos actuales de Historia nos permitan imaginar la idea original de esos relatos, vista desde una perspectiva religiosa: la revelación dada por D-os a Abraham para que los años nómadas de los hebreos terminaran. El futuro estaba en la vida sedentaria en un lugar de la tierra, Canaán.

¿Cuál era la otra opción? La violencia, algo que nunca puede dejar cosas buenas.

Por ello, todo el esfuerzo educativo que encontramos en el texto bíblico se resume, básicamente, en la búsqueda de cómo acabar con la violencia, especialmente la violencia social. Todas las normas de la Torá están claramente enfocadas a construir una nación estable y ordenada, donde las causas que generan violencia hayan sido controladas e incluso suprimidas.

Si hay algo magnífico en el Tanaj, es el registro de cómo poco a poco, y no sin contratiempos, esas normas fueron consolidándose hasta convertirse en algo todavía más depurado y bien pensado que el antiguo Israel: el Judaísmo.

En el camino, los propios israelitas que se rehusaron a entender está dinámica, este reto, este compromiso, quedaron en el camino y desaparecieron en la violenta historia del Medio Oriente.

Pero ¿qué sucedió con los hebreos que quince siglos antes de la invasión babilónica tampoco quisieron entender el mensaje de la no violencia?

Parece mentira, pero sobrevivieron. Siguen entre nosotros. Y es curioso porque parece que la única explicación razonable para ello es de índole religiosa, no histórica: también son hijos de Abraham. También se prometió que ellos serían grandes naciones.

Desde hace varios siglos, a esos hebreos donde todavía se practica el nomadismo, violentos y que no dudan en sacar el cuchillo para resolver problemas rutinarios, entre quienes todavía se viven grados extremos de explotación y los gobernantes viven en la ostentación, mientras millones pasan escacez y hambre, los llamamos de un modo muy particular.

Árabes.

Así como los judíos somos los hebreos que apostamos por construir nuestra personalidad como nación en torno a una Ley -la Torá-, una tierra -Eretz Israel- y una identidad bien definida, los árabes son los hebreos que apostaron por seguir la vida rapaz y belicosa.

Hoy, al igual que antaño, es lo mismo: los hebreos violentos queriendo quitarle a los hebreos pacíficos lo que tienen. Los árabes buscando despojar a Israel.

Pero, al igual que hace siglos, los hebreos que aceptaron seguir la revelación dada a Abraham, estamos varios pasos adelante de los otros hebreos, los hijos de Ismael y Esav.

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Irving Gatell: Nace en 1970 en la Ciudad de México y realiza estudios profesionales en Música y Teología. Como músico se ha desempeñado principalmente como profesor, conferencista y arreglista. Su labor docente la ha desarrollado para el Instituto Nacional de Bellas Artes (profesor de Contrapunto e Historia de la Música), y como conferencista se ha presentado en el Palacio de Bellas Artes (salas Manuel M. Ponce y Adamo Boari), Sala Silvestre Revueltas (Conjunto Cultural Ollin Yolliztli), Sala Nezahualcóyotl (UNAM), Centro Nacional de las Artes (Sala Blas Galindo), así como para diversas instituciones privadas en espacios como el Salón Constelaciones del Hotel Nikko, o la Hacienda de los Morales. Sus arreglos sinfónicos y sinfónico-corales se han interpretado en el Palacio de Bellas Artes (Sala Principal), Sala Nezahualcóyotl, Sala Ollin Yolliztli, Sala Blas Galindo (Centro Nacional de las Artes), Aula Magna (idem). Actualmente imparte charlas didácticas para la Orquesta Sinfónica Nacional antes de los conciertos dominicales en el Palacio de Bellas Artes, y es pianista titular de la Comunidad Bet El de México, sinagoga perteneciente al Movimiento Masortí (Conservador). Ha dictado charlas, talleres y seminarios sobre Historia de la Religión en el Instituto Cultural México Israel y la Sinagoga Histórica Justo Sierra. Desde 2012 colabora con la Agencia de Noticias Enlace Judío México, y se ha posicionado como uno de los articulistas de mayor alcance, especialmente por su tratamiento de temas de alto interés relacionados con la Biblia y la Historia del pueblo judío. Actualmente está preparando su incursión en el mundo de la literatura, que será con una colección de cuentos.