El 18 de agosto mi esposo, Leopoldo López cumplió un año y medio preso por haber hecho un llamado no violento, constitucional y democrático para pedir cambio de un gobierno corrupto, ineficiente y represor que viola sistemáticamente los derechos de sus ciudadanos. El gobierno alega que Leopoldo hizo “llamados subliminales a la violencia” aun y cuando ha sido incapaz de demostrar con pruebas o testigos los cargos de los que se le acusa. Para medir el tamaño de la injusticia, la realidad es que Leopoldo está preso por sus palabras.
El caso ha llegado a las conclusiones y la juez a cargo, Susana Barreiros, suspendió abruptamente el periodo probatorio del juicio prescindiendo de testigos y pruebas faltantes del Ministerio Público y de la Defensa, por ejemplo los discursos del 23/01/14, 02/02/14,12/02/14 (4 discursos) que son base de la acusación del Ministerio Público. La juez ha anunciado que dará su veredicto en los próximos días.
El juicio ha estado plagado de vicios de principio a fin. El presidente Maduro dijo al menos 11 veces antes que Leopoldo se entregara que “le estaba calentando la celda”.
Naciones Unidas ha dicho que Leopoldo debe ser liberado de inmediato. También se han sumado a ese pedido de liberación las organizaciones Internacionales Human Rights Watch, Amnistía Internacional, los presidentes Mariano Rajoy de España, Barack Obama de Estados Unidos, Juan Manuel Santos de Colombia, Ollanta Humala de Perú, Dilma Rousseff de Brasil y varios Parlamentos, incluyendo el de la Unión Europea.
Han sido tiempos muy duros, cargados de angustias. Persiguen a nuestra familia y a su partido, nos amenazan. Ser madre al frente de un hogar sola no es fácil. Mis hijos sufren esa ausencia cada día. Leosan, mi hijo de dos años, aprendió a caminar en la celda de su padre. Manuela, mi hija de 5 años, ha llegado a preguntarle a su padre si morirá en la cárcel.
La situación en Venezuela empeora dramáticamente con el paso de los días. Estamos a las puertas de una crisis humanitaria. La violencia es desmedida, la escasez de productos básicos resulta en el racionamiento de comidas, largas colas de espera y la transformación de supermercados en zonas militares. Los servicios de salud están colapsados y sin insumos para atender enfermedades básicas.
Esta batalla no es la batalla de Leopoldo, es la batalla por Venezuela y por los venezolanos, hasta lograr un cambio político profundo en Venezuela donde, como dice Leopoldo, “todos los derechos sean para todas las personas”.
La ONU y la CIDH han pedido la liberación inmediata de Leopoldo López. Al no hacerlo, el Estado incumple sus obligaciones constitucionales establecidas en el art. 23, que dice que los tratados, pactos y convenciones relativos a derechos humanos son de obligatorio cumplimiento.
Ante una sentencia inminente, la comunidad internacional tiene la obligación de redoblar esfuerzos para respetar y hacer respetar los tratados de derechos humanos. Como esposa, madre y ciudadana venezolana, aquí los convoco a hacerlo. De guardar silencio frente al abuso y la injusticia estarían siendo cómplices de una situación donde se han violado sistemáticamente los derechos de todos los venezolanos.
La única decisión que esperamos y que puede emanar del juicio es la libertad plena, para Leopoldo López y todos los venezolanos.