La fotografía del niño sirio ahogado se ha convertido en icono del drama migratorio. | Otras fotografías también fueron en su momento la chispa que despertó a la sociedad.
JOSÉ AYMÁ
¿Y ahora ¿qué? Europa ya tiene su foto de la ignominia. El vocerío de los despachos, las explicaciones económicas y geopolíticas, acalladas por el silencio trasgresor de una fotografía. Para Nilüfer Demir ese día podría haber sido un día más. Sus fotografías de inmigrantes llegando a la isla de Kos se hubiesen distribuido de manera habitual a través de la agencia de noticias Dogan y engrosarían el aluvión de imágenes que llegan a las redacciones de los periódicos.
Con el foco informativo puesto en Hungría, los editores gráficos hubiesen seleccionado otras imágenes para sus lectores, familias de Alepo, de Kobane, de cualquier lugar de Siria pasando la frontera. Multitudes luchando por subir a un tren que los lleve a Alemania, huyendo del IS o de Bashar Asad. Pero ese día Nilüfer Demir vio al niño mecido por el oleaje y se le heló la sangre. Ningún grito, el silencio auguraba que no había nada que hacer. El mar ha arrojado al niño como diciendo esto es vuestro, a mí no me pertenece. Polo rojo, pantalón corto, zapatos, ropa cómoda que parece comprada para el viaje. La etapa más dura en la noche, la costa deseada y el sueño de alcanzar el sosiego de una vida normal.
Un tremendo dolor y tristeza se adueñan de Nilüfer. El sonido metálico del obturador descarga la impotencia y la devuelven al oficio. Ha sido testigo respetuoso y ha disparado con dolor su cámara. Ha hecho la foto que nunca le hubiese gustado hacer asumiendo el compromiso ético de mostrar una verdad incómoda.
Otros fotógrafos, en otros momentos de la historia también abrieron la puerta trasera. Don McCullin odiaba profundamente la guerra y luchó contra ella mostrando con su cámara la aflicción y la tragedia de los seres humanos. «Soy la personificación de la culpabilidad, soy el que carga con la culpa. No duermo bien… me despierto y pienso en cosas… La fotografía ha sido muy generosa conmigo, pero al mismo tiempo me ha afectado francamente». Chipre, Congo, Vietnam, miserias y muertes delante de la cámara, infectando al fotógrafo, sacudiendo a la opinión pública.
El icono del hambre
McCullin en Biafra fotografió los efectos de una terrible hambruna, niños que intentan mamar de pechos vacíos, cuerpos esqueléticos, hinchados por los parásitos. El icono del hambre, un muchacho albino encorvado, en extremo estado de desnutrición, apoya lo que le queda de vida contra una pared. Se aferra a unas latas de alimento, sin fuerzas para abrirlas, y quizás intentando recordar cómo se comía. The Accusting Face of Young sacudió al mundo, puso rostro al hambre y a las luchas poscoloniales por el poder. Aquellas 13 páginas publicadas en junio de 1969 en el Sunday Times Magazine provocaron tal horror que las gentes se lanzaron a las calles en manifestaciones y empezó a fluir dinero a África.
Cuando parecía que las fotos de McCullin en Biafra eran la definición gráfica e incontestable del hambre, llegó la foto de Kevin Carter. El reportero gráfico sudafricano fue devorado por el mismo buitre que fotografió. Carter llego a Sudán en 1993 acompañado de João Silva, iban incrustados en un contingente de Naciones Unidas. Aterrizaron en un campo al sur del país, donde solo permanecerían 30 minutos, tiempo suficiente para distribuir maíz y otros alimentos. Carter se quedó en las inmediaciones del avión mientras que João se alejó en busca de algún guerrillero al que fotografiar. Un montón de niños famélicos deambulaban por el campo mientras que sus padres recogían la comida del avión.
Era la primera vez que Kevin Carter se encontraba de frente con una situación tan brutal y se dedicó a disparar su cámara sin parar. Entonces un buitre que sobrevolaba el poblado, se posó cercano a uno de los niños que daba la sensación de estar muerto. Carter observó que tenía delante dos elementos explosivos para construir su imagen. Se acercó silenciosamente, a unos 10 metros e introdujo en el encuadre al niño moribundo y al buitre. Aplastó la imagen con el teleobjetivo y disparó.
En aquel pudridero humano, solo podía hacer eso, opinar con su cámara, rebelarse contra lo que estaba viendo y salir de allí con la prueba del horror en su carrete. El 26 de marzo de 1993, The New York Times publicó la fotografía de Carter. La polémica estaba servida, Carter recibió el premio Pulitzer por su foto y empezó la persecución moral, pública y despiadada del culpable de enseñar, de fotografiar el drama. «Estoy atormentado por los recuerdos vívidos de los asesinatos y los cadáveres y la ira y el dolor… del morir del hambre o los niños heridos…», rezaba la nota que encontró la policía tras su suicidio. De nuevo una fotografía sacude la opinión pública, ayudas económicas y miles de vidas salvadas.
Testigos incómodos
Algunos nunca quisieron testigos incómodos que obliguen a sentir el sufrimiento de otros. Lo que no sale, lo que no se publica no existe, no hace falta explicarlo. Mojigatos y especuladores intentaron vestir con trabas éticas y morales verdades incontestables. No es agradable echar un vistazo a lo que es insoportable. Una foto única, elección esencial, arrancada de una continuidad de hechos terribles, pero ya digeridos, se ha vuelto a colar por la rendija de lo inconveniente, escupiendo a la cara una realidad dura y evidente.
John Berger escribió: «Un instante fotografiado solo puede adquirir significado a medida en que el espectador pueda leer en él una duración que se extienda más allá de sí mismo. Cuando encontramos una fotografía con significado, le estamos dando un pasado y un futuro».
Todas estas fotos, llamadas icónicas, tienen un antes y un después, un significado en el tiempo. Una foto catalogada icónica solapa a otra, y cada una de ellas se ha convertido en prueba contundente de la condición de los hombres, impidiendo la negación de saber lo ocurrido. De ahí su importancia y la obligación que tiene la sociedad de mirarlas aunque aterren y revuelvan. Huir, encogerse de hombros, hacer penitencias raya la inmoralidad. A la misma velocidad que cambiaron cosas y removieron sensibilidades, estas fotografias fueron premiadas, colgaron en exposiciones y forman parte de los libros de Historia. En una triste metáfora, Vietnam fue la piel quemada de Kim Phuc, África fueron las costillas de Kong Nyong y Aylan Kurdi el irrealizable sueño de una vida normal en la Europa del bienestar. De sus viajes por África Don McCullin dijo: estas fotografías deberían reforzar nuestra determinación para poner fin a estas injusticias. El ojo vigilante del fotógrafo, guste o no guste.
*José Aymá es redactor gráfico de EL MUNDO
Fuente:elmundo.es
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