IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Imagínense esa posibilidad: cuando los antiguos Hebreos le contaban a sus hijos y nietos de aquellos tiempos, cuando los vanidosos y orgullosos hijos de Sumer se vieron abrumados con la llegada de los Hebreos, quedaron tan desconcertados, que lo llamaron “el Diluvio”.
Supongo que todos, de una u otra manera, estamos de acuerdo. Por ello, incluso hoy en día hay muchas sectas cristianas obsesionadas –literalmente– con interpretar cada detalle del Nuevo Testamento en su “contexto hebraico”. A veces logran una mejor comprensión de ciertas cosas, pero lo justo es decir que a veces sólo logran enredarse más en su confusión.
Entender las cosas “en su contexto original” no es sencillo. Requiere de un conocimiento amplio de ese contexto y de la forma en la que luego evolucionó.
Hay un detalle muy significativo que lo hace todavía más complejo: el “contexto original” del que estamos hablando está a más de 2600 años de distancia, y además en el otro lado del mundo. Si estuviésemos hablando de literatura española del Siglo de Oro –Cervantes, por ejemplo– existiría la misma dificultad, pero no sería tan extrema.
Pongamos un ejemplo: imagínense que dentro de 2600 años un grupo de arqueólogos de habla inglesa recupera un antiguo documento mexicano –en español, naturalmente– del cual sólo sobreviven algunas frases aisladas.
En algún punto se lee que “… y entonces les dije: ¡Ya nos cargó el payaso!”. En otro, “… era invitable: su amigo el fresa me cayó muy gordo”. Y un poco más adelante, “… y nos dimos el ranazo…”.
Por muy eruditos en el idioma español que nuestros amigos del futuro sean, no van a entender absolutamente nada. Incluso, cuando lo traduzcan van a lograr que absolutamente nadie, en lo sucesivo, entienda absolutamente nada.
La edición crítica de dicho documenta (imagínense algo como las ediciones críticas de los Rollos del Mar Muerto que se publican hoy en día) va a decir algo así como “… so, I said them: The clown carried us!… was unavoidable: his (their) friend The Strawberry fall on me so fat… and we gave ourselves the big frog…”.
Algún sesudo especialista dirá que, aparentemente, se trata de un relato donde un empleado de circo se encargó de transportar a un grupo de personas; luego un amigo de alguien (o de un grupo de personas), a quien simbólicamente y por alguna razón no aclarada, le llamarían “la fresa” aparentemente aplastó al autor del texto, o al personaje protagónico del texto, produciéndole severas lesiones, tantas como para enfatizar el detalle de su gordura; finalmente, el texto podría referirse a una buena merienda que los personajes principales se procuraron, tomando en cuenta que sabemos que en la época un platillo gastronómico relativamente frecuente eran las ancas de rana. Es posible que haya otras maneras de interpretar la expresión “we gave ourseleves the big frog”, pero por el momento nos resultan ocultas.
Cualquiera de mis lectores que hayan crecido o vivan en la Ciudad de México o algunos otros lugares de este país, seguro están riendo. Cualquiera que no conozca el español mexicano me dirá que exagero hablando de especialistas anglo-parlantes del futuro, porque mi texto es incomprensible.
Bueno. Imagínense que en ese momento, dentro de 2600 años, aparece un grupo de origen mexicano, diciéndole a los especialistas: “No, señores, no. La expresión ‘nos cargó el payaso’ era una forma coloquial que significaba ‘todo nos va a salir mal’, aunque en un sentido más bien lúdico; la expresión ‘su amigo el fresa me cayó bien gordo’ se refiera a una persona de actitud muy conservadora y cerrada que produjo una pésima impresión en el autor o en el protagonista del relato; y la expresión ‘nos vamos a dar un ranazo’ significaba que las personas involucradas estaban a punto de sufrir un buen golpe. Entonces, el texto se refiere a un grupo de personas que lo está pasando muy mal. Al principio prevén que las cosas van a discurrir inevitablemente mal, y que el amigo de alguien les ha resultado insoportable por su actitud cerrada y conservadora; en la parte final, todos se preparan para una caída o para recibir un buen golpe”.
Ya se pueden imaginar las respuestas: “¡No! El concenso de los especialistas dice otra cosa, y ustedes –aunque sean los descendientes directos de los autores de este documento– lo están tergiversando todo al decir que allí se habla de gente desafortunada. Nosotros somos los que entendemos el sentido correcto del texto, porque sabemos que es gente feliz que viaja con un payaso y al final se dan un buen festín”.
Igualito que hoy en día.
Vamos ahora con un ejemplo bíblico para mostrar lo complicado que es remitirnos a un contexto original y darnos cuenta de que, en realidad, un pasaje aparentemente claro podría significar cosas muy distintas.
Hablemos del Diluvio. Es un tema que implica varios debates, desde el perfil histórico o mitológico que puede tener el relato, hasta donde llega la influencia de la narrativa sumeria, o –en el caso de asumir que se deriva de eventos históricos– cuál fue el alcance de la inundación: ¿Todo el Medio Oriente se vio afectado, o sólo una parte?
Empecemos por lo primero: el relato del Diluvio no es exclusivo de la Biblia. En realidad, todas las culturas mesopotámicas de la antigüedad tuvieron su propia versión del Diluvio. De allí que se haya dicho que los judíos simplemente lo plagiaron de los sumerios.
Pero eso es una exageración. Simplemente, el relato es un patrimonio propio de todas las culturas de la zona y de esa época. Ciertamente los sumerios fueron los primeros en registrarlo por escrito (porque fueron los inventores de la escritura), pero eso no significa que estemos ante un plagio (un concepto que, además de todo, es moderno y anacrónico para la época de la que hablamos). En este tipo de casos, se debe hablar de influencias culturales más que de copias o plagios.
Lo cierto es que el relato sumerio es el modelo que, eventualmente, sirvió para todas las versiones del Diluvio. Y el relato sumerio tiene una característica muy interesante. Nótese lo siguiente:
“La literatura sumeria utiliza a menudo para catástrofes de todas clases (también para las conmociones provocadas por las invasiones de pueblos extranjeros) la imagen del ‘diluvio’, haciendo referencia a un fenómeno natural muy corriente en Babilonia. Los compiladores de la listas de reyes de Sumeria, al situar la ‘inundación’ en el momento de paso de la época primitiva a la época protodinástica, hacen referencia con esta imagen a la invasión de los pueblos acadios. Es difícil saber cómo los compiladores pudieron disponer de noticias sobre un acontecimiento tan antiguo; quizás su propia experiencia de las invasiones de tribus cananeas en Babilonia, la segunda gran oleada de pueblos de lengua semítica hacia principios del año 2000 AC, influyera en su descripción de los acontecimientos antiguos. En todo caso, difícilmente podían haber dado con una imagen más exacta para caracterizar los sucesos tal y como se presentaban a los ojos sumerios, como la inundación de su país por pueblos extranjeros” (Los Imperios del Antiguo Oriente, tomo I, página 42; Elena Cassin, Jean Bottéro y Jean Vercoutter, compiladores; Siglo XXI Editores, México-España 1970).
Imagínense. En el relato modelo, el sumerio, el Diluvio es la representación simbólica de una invasión de grupos semitas, que lo mismo incluyen a los antiguos acadios que a los posteriores cananeos.
No es una inundación de agua. No es un problema de proporciones catastróficas a nivel ecológico, sino de dimensiones sociales que trastornan por completo el orden predominante.
Los antiguos Sumerios compartieron el dominio de la antigua Mesopotamia con los Acadios. Entre los siglos XXIV y XX AEC, fueron los poderes predominantes. Los Sumerios nunca tuvieron la idea de construir algo definible como un imperio, sino que se organizaron en Ciudades Estado que tenían una cierta autonomía general, aunque se llegó a dar algún tipo de predominancia de unas por encima de otras. Los Acadios, en cambio, lograron la dominación de un amplio territorio a partir del año 2270 AEC, aproximadamente, cuando Sargón I de Acad se convirtió en rey.
Pero no hay registro de que Sumerios y Acadios vivieran en pleito. Por el contrario, sí hay registro y evidencia de que, en muchos aspectos, fueron grupos que se retroalimentaron culturalmente de un modo muy intenso. Eventualmente, los Sumerios desaparecieron de la Historia, y los Acadios se perpetuaron en todas las culturas semitas que se derivaron de allí (incluyendo al muy posterior Israel).
Así que “el Diluvio” no parece referirse a la aparición de los Acadios, sino a la de otros grupos semitas. ¿Quiénes, y por qué? Durante los siglos de dominación sumeria y acadia, fueron llegando a la zona muchos grupos nómadas identificables como hurritas y amorreos. Estos últimos, nómadas en un principio, fueron un constante dolor de cabeza para los Sumerios (de hecho, el colapso de Sumeria está marcado por la destrucción de Ur a manos de los amorreos y otros grupos similares), y hay abundantes registros que corroboran que se hacía un esfuerzo especial para asimilar a los grupos nómadas a la cultura sedentaria y, de ese modo, pacificarlos.
Entre los grupos nómadas o semi-nómadas que desde el siglo XXIII AEC estuvieron causando problemas, hubo uno en especial, no definido por su origen –porque lo mismo incluía amorreos que hurritas o elamitas y gutues–, sino por su ferocidad y resistencia a la asimilación.
No sabemos cómo los llamaron los Sumerios, pero los Acadios los llamaron Habiru, y los Egipcios los llamaron Apiru. Es la forma antigua para referirse a los Hebreos. Entonces, cuando Cassin, Bottéro y Vercoutter se refieren a “… las invasiones de tribus cananeas en Babilonia, la segunda gran oleada de pueblos de lengua semítica hacia principios del año 2000 AC”, se refieren a la invasión de la zona de varios grupos, entre ellos los Hebreos.
Ese es el sentido original, en su contexto histórico –me refiero al contorno Sumerio–, de “el Diluvio”: la inundación demográfica que trajo, entre otros muchos, a los Hebreos.
De eso trataba el relato original del Diluvio: entre otras grupos, de la llegada de uno particularmente reacio a asimilarse a los modos sumerios, mismo que después de un milenio dio a luz a la nación de Israel.
¿Estaban los antiguos israelitas conscientes de ese significado del relato del Diluvio? Resulta muy difícil contestar esa pregunta, pero lo cierto es que el antiguo Israel –fundado como monarquía hacia el año 1000 AEC– estaba más cerca de los Sumerios que de nosotros. Y sus antecesores, los antiguos Hebreos –entre los años 2000 y 1200 AEC– todavía más.
Pero entonces imagínense esa posibilidad: que cuando los antiguos Hebreos de la época de Abraham, Itzjak y Yaacov, al sentarse delante de una fogata bajo el cielo lleno de estrellas en la antigua Canaán, le contaran a sus hijos y nietos de aquellos tiempos, cuando los vanidosos y orgullosos hijos de Sumer, explotadores y opresores de los pobres –hay registros arqueológicos que muestran que en algunas etapas se dieron estas condiciones–, se vieron abrumados con la llegada de los Hebreos, un pueblo en donde todos tenían cabida, donde todos se ayudaban unos a otros, donde los esclavos volvían a ser libres –hay registros que confirman este tipo de comunismo primitivo entre los Hebreos–. Se sintieron tan abrumados, que su civilización desapareció y fue borrada de la faz de la Tierra. Quedaron tan desconcertados, que lo llamaron “el Diluvio”.
La saga original de Noaj sería, entonces, la del único personaje perdonado por D-os para preservar las cosas buenas que había tenido esa civilización condenada a desaparecer.
Todo esto implica muchas cosas desconcertantes, porque nos obliga a releer los relatos del Génesis.
Una cosa es definitiva: el Génesis tiene dos relatos de la Creación, pero también tres relatos de la Caída del Hombre. El enfoque es distinto en cada uno.
El primer relato de la Creación (capítulo 1 y versículos 2:1-3) habla de la creación de la sociedad humana; el segundo (a partir de 2:4) de la creación del individuo. Se trata de una construcción teológica de lo más compleja y sorprendente.
Del mismo modo, el primer relato de la caída –continuación del primer relato de la Creación– se refiere al fracaso del individuo, mientras que el segundo –el Diluvio– se refiere al fracaso de la sociedad. Finalmente, hay un tercer relato que nos refleja otra caída, la de la cultura, y es el de la Torre de Babel.
En este último, se habla de cómo los hombres se establecieron en Sinar –¿la antigua Sumer? Geográficamente, seguro que sí– y empezaron a construir una gran torre (en lenguaje técnico, un Zigurat). Y allí sus lenguas se confundieron, después de lo cual cada grupo se fue por su propio rumbo.
¿Se trata de una reminiscencia de que, originalmente, todos los pueblos usaron la misma escritura –la sumeria– pero tras el colapso de esta cultura cada uno empezó a desarrollar la suya propia? Entonces la Torre de Babel tendría como trasfondo ese episodio histórico: el colapso de la primera civilización.
En esencia, es lo mismo que nos cuenta el texto bíblico sobre Noaj y sus hijos: es una familia (así como en Babel sólo hay una lengua) que se divide primero en tres grupos básicos (Sem, Jam y Yefet) que luego se convierten en todos los grupos de la humanidad.
Naturalmente, el relato no está elaborado de tal modo que se nos hable del colapso de una civilización por culpa de la llegada de los Hebreos. Pero eso es porque el relato, tal y como lo conocemos, está redactado 1,500 años después de que los Sumerios habían desaparecido.
De todos modos, no deja de ser significativo que todos estos relatos de colapsos y renacimientos desmboquen en la aparición del Hebreo por excelencia, el que logró darle a todo ese espíritu de rebeldía una razón de ser que, a la larga, vino a ser una bendición para todas las familias de la tierra:
Abraham Avinu.
Tal vez algo de todo esto esté detrás de eso que todavía cantamos:
Kuando el rey Nimrod al campo salía
Miraba en el cielo y en la estreyería
Vido una luz santa en la djudería
Ke había de nacer Avraham Avinu
Avraham Avinu
Padre kerido
Padre bendisho de todo Israel
En la próxima nota, vamos a empezar a adentrarnos en los detalles que posiblemente sean el único vestigio documental que una cultura antiguo conservó del glorioso pasado de Sumer, su colapso definitivo, y la llegada de los Hebreos, un grupo que –a la larga– habría de transformarlo todo.
Colapso que, simbólicamente, fue llamado por esas culturas “el Diluvio”.
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