Polémicas como la del cantante Matisyahu y el festival Rototom ponen de manifiesto que en España aún queda pendiente la reflexión sobre el estigma que rodea a lo judío como condición social, cultural o religiosa.
ALEJANDRO BAER / PAULA LÓPEZ
¿Es España un país antisemita? Si pregunta a los judíos españoles, la mayoría le diremos que nos sentimos integrados y no hemos vivido personalmente discriminación por nuestra ascendencia o condición judía. Pero al mismo tiempo añadiremos que los prejuicios, tópicos y estereotipos sobre los judíos forman parte de nuestra cotidianeidad.
¿Cómo se explica esta paradoja? En España no hay apenas judíos (aproximadamente el 0,1% de la población) pero sí una fecunda y prolongada tradición cultural antijudía. Esta pervive como resabio en el lenguaje y también en la cultura popular y religiosa (la “judiada”, “judío” como sinónimo de mala persona, festividades y tradiciones basadas en leyendas antijudías, etc.). Pero hoy en día es fundamentalmente en torno a Israel, el Estado judío, donde convergen las opiniones y actitudes frente a lo judío en España. El caso Matisyahu lo ha vuelto a poner en evidencia. Solo a este cantante, judío (que no israelí), el festival exigió una declaración política sobre Israel como condición para actuar en el Rototom. En este caso los confines entre lo israelí y lo judío eran evidentes. En otros pueden ser sutiles y borrosos.
Para muchos la condena genérica a la “política israelí”, en forma de demonización y deslegitimación del Estado judío, es un síntoma de antisemitismo. Pero el antisemitismo se manifiesta inequívocamente cuando las acusaciones y críticas trascienden a dicho Estado y se proyectan sobre “los judíos” como un todo global, homogéneo y permanente. Igualmente, cuando se recurre a los viejos tópicos y estereotipos. Y en la crítica a Israel, y con total independencia de su eventual pertinencia (es decir, la posible ilegitimidad o inmoralidad de las acciones puntuales que la motivan) anida con frecuencia el imaginario del antisemitismo.
Israel y el conflicto permiten la normalización de la opinión negativa sobre los judíos.
Viñetas que representan a niños palestinos crucificados a estrellas de David, artículos de opinión que hablan del “ojo por ojo” y el judaísmo como una religión del odio y el rencor, comentarios en los foros de los principales diarios con alusiones al poderío mediático y financiero judío o a la victimización y el chantaje a que estos someten al mundo.
¿Es España un caso singular? En Centroeuropa existe en determinados sectores de la población un antisemitismo latente que adopta el ropaje antiisraelí o antisionista, precisamente porque la memoria del Holocausto ha levantado unos muros de contención contra las formas más explícitas antisemitismo. En España, donde la memoria del Holocausto es débil, emerge un antisemitismo sin filtro. Aquí se pueden sostener abiertamente posturas antisemitas, muchas veces en el desconocimiento de que lo son.
Al mismo tiempo Israel y el conflicto permite la racionalización y la normalización de la opinión negativa sobre los judíos. Una reflexión que brilla por su ausencia es por qué la percepción de Israel es particularmente negativa en España y si tal vez intervienen en esta elementos culturales propios.
El antisemitismo sociológico español es tan pertinaz y extendido como poco analizado. Paradójicamente, el señalar el problema desencadena actitudes y reacciones objetivamente antisemitas. En 2009 participamos en una mesa redonda sobre racismo y antisemitismo en España en la Universidad Complutense. Los ponentes fuimos recibidos por un piquete de estudiantes que enarbolaban una bandera palestina y panfletos en el que uno de los participantes, el entonces presidente de la Comunidad Judía de España, era tildado de “adicto a la usura”.
Con seguridad los estudiantes solidarios con Palestina no se consideran antisemitas. Para ellos el antisemitismo es cosa del pasado (Franco, el nacional-catolicismo, el contubernio judeomasónico, etc.). Pero la crítica a Israel puede ser un cóctel explosivo nutrido de ingredientes de ese pasado, es decir que funciona gracias a sobreentendidos culturales que se han perpetuado. Muerto el perro no se ha acabado la rabia. Hasta la fecha se ha obviado una profunda reflexión sobre la ignorancia y el estigma que ha seguido rodeando a los judíos y lo judío como condición social, cultural o religiosa en el periodo posfranquista. La izquierda, que tiende a albergar las posturas antisionistas, tiene una responsabilidad especial.
Pero en no pocas ocasiones izquierda y derecha en España comparten la misma imagen estereotipada respecto a los judíos —poderosos, influyentes, inteligentes— y la misma percepción distorsionada del Estado de Israel, que es visto como un Estado étnica y religiosamente homogéneo que “sabe bien cómo mantener a raya al islam”. La izquierda condena y la derecha aplaude. Antisemitismo y filosemitismo son a veces dos caras de la misma moneda.
Según un conocido chiste judío, Isaac estaba leyendo Der Stürmer, el periódico nazi, en el gueto de Varsovia en 1941. Shlomo le pregunta por qué leía ese pasquín antisemita, Isaac le responde que porque le subía el ánimo: allí se decía que los judíos eran ricos y controlaban el mundo. Nada tienen en común la Europa nazi y la España democrática. Pero el análisis, la reflexión y la educación sobre el antisemitismo siguen siendo una asignatura pendiente en nuestro país.
*Alejandro Baer es profesor de Sociología en la Universidad de Minnesota (EE UU) y Paula López es socióloga.
Fuente:elpais.com
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