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jueves 21 de noviembre de 2024

La Torre de Babel y su trasfondo histórico

IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – “Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras. Y aconteció que cuando salieron de oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se establecieron allí. Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de mezcla. Y dijeron: Vamos, edifiquemos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue hasta el cielo…” (Génesis 11:1-4).

ZiguratGeneralmente, los primeros 11 capítulos de Génesis son vistos como una suerte de “pasado mítico”, ya que la información que se ofrece resulta completamente insuficiente para ubicar fechas o incluso lugares (como Sinar, por ejemplo), y además encontramos detalles fantásticos que no parecen tener una relación directa con la realidad (serpientes que hablan, gigantes imponentes, un solo idioma, etc.).

Sin embargo, las tradiciones y los mitos no salen de la nada. Por vagos que sean, siempre hay elementos que pueden rastrearse históricamente. Y en el caso de este párrafo, con el que inicia el relato de la Torre de Babel, hay varios.

Pero no es sencillo entenderlos. Para ello, hay que tomar en cuenta que este párrafo (al igual que todo el Génesis) pasa por tres etapas principales en su proceso de conformación. La primera es la versión original de cada relato (es prácticamente imposible que, originalmente, hayan sido parte de un solo libro); la segunda es la preservación –primero oral, luego escrita– del relato durante la etapa egipcia de los antiguos hebreos y luego la época de los reinos israelitas. Finalmente, la tercera es a partir de que, después del exilio, los escribas judíos fusionaron todo este material y le dieron la forma con la que los conocemos hasta la fecha.

El problema para detectar los posibles vestigios históricos es que tenemos que imaginarnos cómo habría sido la primera etapa, y es algo que nos conduce, inevitablemente, al terreno de la especulación, donde no podemos asegurar absolutamente nada.

Una cosa es segura: la redacción final –hecha por escribas judíos en el siglo V AEC, o cinco siglos después de la primera posible versión escrita y unos 1500 años después de las primeras versiones transmitidas oralmente– no refleja con precisión ciertos detalles históricos, como el orden cronológico o las anécdotas del relato.

Por ello, en vez de fijarnos en el detalle, tenemos que abstraernos hacia las ideas más esenciales. En este caso, tenemos tres:

1. Sólo existe “una lengua y unas mismas palabras”.
2. Un grupo humano se establece en Sinar.
3. Allí desarrollan las primeras grandes obras de arquitectura, especialmente “una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo”.

Lo primero es un fenómeno eminentemente lingüístico; lo segundo, uno geográfico; y lo tercero, uno artístico.

El primer punto es el que más nos obligaría a especular, y eso en un terreno nada firme. Sabemos que los diferentes idiomas del mundo se originaron en los antiguos lenguajes indo-europeos, pero el proceso para que aparecieran sus diferentes variantes (Semita-Cananeos, Anatolios, Iranios, Arios, Helénico, Itálico, Céltico, Germánico, Tojario y Balto-Eslávico) fue muy largo y en fases, de tal modo que no podemos decir que “todo sucedió en un solo episodio”. En consecuencia, no es información que, de entrada, nos ayude a ubicar el relato del Génesis en tiempo y espacio.

En contraste, el tercer punto nos remite a ideas concretas más seguras y fáciles de establecer, porque se habla del inicio de la era de las grandes construcciones en alguna zona del Medio Oriente. Al respecto, no existen dudas posibles: estaríamos hablando de la antigua Sumeria, la cuna de la civilización tal y como la conocemos.

Los sumerios protagonizaron una impresionante revolución cultural con la construcción de los primeros Zigurat, estructuras monumentales que se empezaron a levantar desde el III milenio AEC. Tal y como lo describe el texto bíblico, estaban construidos a base de ladrillo. La parte interna, donde se ubicaban los santuarios religiosos, usaba ladrillos cocidos al sol; la parte externa, en cambio, ladrillos cocidos en horno.

Los antiguos sumerios llamaban a estas estructuras ETEMENANKI, palabra que significa “fundación del cielo y la tierra”. Es evidente la referencia del texto bíblico: una torre que conecta la tierra con el cielo.

¿Qué hay sobre el lugar geográfico? No mucho, pero no deja de ser significativo: la Biblia habla de un lugar llamado Sinar. La arqueología jamás ha encontrado vestigios de un sitio llamado así, pero el asunto puede ser más sencillo: Sinar podría ser una corrupción de Sumer. El hecho de que en el texto bíblico Sinar sea el lugar donde se empezaron a edificar “torres que unían la tierra con el cielo”, y Sumer fuese el reino donde por primera vez se levantaron Etemenankis, nos indican con bastante seguridad a que Génesis 11 se refiere a la cuna de la primera civilización humana.

No es de extrañar: los Zigurat se siguieron construyendo hasta la época de los neo-babilonios o caldeos, los mismos que llevaron al exilio a los judíos entre los años 587 y 539 AEC. En Babilonia, los propios judíos pudieron disfrutar la vista del Zigurat más famoso de todos, el que albergaba los célebres Jardines Colgantes de Babilonia. Y, seguramente, quienes por cuestiones de negocios hayan tenido que viajar a las zonas aledañas, habrían tenido la alternativa de ver otros Zigurats, incluyendo las ruinas de los más antiguos.

Con ello habrían podido corroborar la información que seguramente se preservaba en las tradiciones israelitas, y que obviamente se mantenía en las tradiciones babilónicas: en ese lugar había existido una cultura muy antigua, ya enterrada, que había construido las primeras grandes torres que “llegaban hasta el cielo”. En esos tiempos, el país se llamaba Sumer o Sinar, y lo único que quedaba de ellos eran algunas ruinas.

Pero lo que más debió llamarles la atención fue el fenómeno lingüístico.

¿Qué contacto pudieron tener los escribas judíos del siglo V AEC con el idioma de los antiguos sumerios? En el más especulativo de los casos, es probable que hayan llegado a ver alguna tablilla con inscripciones cuneiformes, seguramente incomprensibles para esas épocas.

Pero también es probable que hayan visto tablillas acadias, gutues, elamitas, asirias y mitanias escritas exactamente con las mismas letras cuneiformes.

Ese es un hecho histórico perfectamente demostrado: los sumerios fueron los primeros en desarrollar un sistema de escritura. En consecuencia, toda las culturas circundantes (las ya mencionadas en el párrafo anterior) comenzaron a escribir sus propios textos (obviamente, en su propio idioma) usando las letras sumerias. Fue sólo después de varios siglos que cada grupo empezó a desarrollar un sistema propio de escritura.

Entonces, en este hipotético caso, la impresión que los escribas judíos –en realidad, todos los escribas de su época– pudiron haber tenido es que en la antigüedad sumeria SÓLO EXISTÍA UN IDIOMA, porque TODOS los pueblos escribían con las mismas letras (y es una deducción obvia: no tenían modo de saber que las mismas letras se usaban para diferentes idiomas, porque no tenían modo de reconstruir la sonorización de esos textos), y que luego –cuando esa civilización colapsó– cada uno empezó a escribir de otra manera.

Carentes de los conocimientos lingüísticos que nosotros sí tenemos, habrían supuesto que el modo de escribir reflejaba perfectamente al modo de hablar. Por lo tanto, si todos escribían con el mismo alfabeto, luego entonces todos hablaban el mismo idioma. Si luego empezaron a usar alfabetos diferentes, fue porque empezaron a hablar idiomas diferentes.

En ese caso, la versión “históricamente correcta” del relato de la Torre de Babel hablaría de que “todos tenían una misma forma de escribir”, y que despuués del colapso de Sumeria, cada pueblo desarrolló la propia.

Tiene sentido: el relato de la Torre de Babel termina con la confusión de lenguas, y de inmediato aparece el recuento genealógico que conecta a Set con Abraham, cuya historia empieza a narrarse en el capítulo 12.

Según el versículo 27, la familia de Teraj –padre de Abraham– fue originaria de “Ur de los Caldeos”. Aquí hay un anacronismo evidente: relacionar Ur con el pueblo de los Caldeos o Kashdim que, en realidad, son muy posteriores. Pero es un anacronismo lógico: los escribas judíos del siglo V AEC no tenían modo de saber que Ur había sido la última gran urbe de la cultura Sumeria.

Pero justamente por eso es interesante la referencia a Ur, ya que si nos limitamos a la narrativa anecdótica del Génesis y pasamos por alto las genealogías, el relato de la Torre de Babel se dirige hacia el colapso de la civilización Sumeria, que se puede ubicar con la caída de la última de sus grandes urbes: Ur. Dicha ciudad fue sitiada y destruida por una coalición de cananeos y semitas hacia el año 2000 AEC.

¿Cómo se le llamaba a los vándalos cananeos-semitas que vendían sus servicios militares al mejor postor? Hebreos.

Entonces, el colapso de Sumeria está íntimamente ligado a la debacle de Ur y a los Hebreos. Por ello, no nos sorprende que tan pronto como se nos cuenta que Babel (otro nombre anacrónico; en realidad, habría que hablar de Sumeria) quedó en ruinas, comience la historia de Abraham el Hebreo, que acepta el reto de salir de Ur y dirigirse a “una nueva tierra”.

No había mucha necesidad de esperar revelaciones mágicas para escoger la ruta: el colapso de Sumeria coincidió con el auge de Egipto, y los buenos negocios para nómadas que lo mismo se dedicaban al pastoreo, al comercio y a los servicios militares, estaba en Canaán, tierra de amorreos (parientes directos de los Hebreos) y punto de acceso al país de la pirámides, que empezaba a consolidarse como la mayor potencia mundial.

Todo esto nos permite identificar de un modo muy general, pero conciso en sus elementos más generales, una posible ubicación temporal y geográfica del origen de los relatos que, en el siglo V AEC, se convirtieron en parte del Génesis.

Y nos permite algo más: identificar los objetivos teológicos de los escribas que le dieron forma final a los textos bíblicos.

¿Cuáles eran sus inquietudes inmediatas?

Cuando Ezra y su generación reconstruyeron los antiguos relatos israelitas y le dieron su forma definitiva a la Torá, se estaban enfrentando a un reto descomunal. No sólo se trataba de reconstruir el patrimonio espiritual de Israel, sino convencer a los judíos de que valía la pena regresar de Babilonia.

Ya se sabía que el decreto de Ciro el Persa, emitido en el año 539 AEC y que permitió a los judíos reconstruir su nación, no tuvo una respuesta inmediata. En realidad, las primeras grandes migraciones desde Babilonia hacia Judea se dieron a inicios del siglo V AEC. Los últimos descubrimientos arqueológicos en Babilonia nos han revelado por qué: después de 50 años de exilio, las comunidades judías se habían adaptado bastante bien a la vida en Babilonia, y habían comenzado una fase de prosperidad importante.

Por ello, muchos judíos simplemente no querían regresar (de hecho, la mayoría no lo hizo; permaneció en Babilonia y fundó una comunidad que durante los siguientes mil años fue el centro económico, cultural y académico más importante del Judaísmo).

En consecuencia, no es extraño que el relato del Génesis se refiera a Babel como una ciudad donde colapsó la cultura. Dicho con otras palabras, no nos sorprende que se presente a Babel como una cultura decadente.

Y eso, sin duda, es una pauta para entender los primeros capítulos del Génesis, que comenzaremos a analizar a partir de la próxima nota.

En resumen, la idea es esta: el relato de la Creación-Caída del Hombre en el Génesis está claramente enfocado a demostrar que Babilonia es la encarnación perfecta de la peor decadencia posible del ser humano: la cultural. Para ello, el Génesis habla primero de la decadencia individual, luego de la decadencia social. Pero, a su vez, para ello primero habla también de la creación en esos dos mismos niveles: el individual y el social.

La consecuencia de ello es el fascinante, pero también desconcertante, relato de la Creación. O, para ser más precisos, de los dos relatos de la Creación que encontramos en el Génesis, completamente distintos y definitivamente incompatibles.

Pero no se trata de un error o un defecto. Se trata de un programa teológico muy bien pensado y sorprendentemente lúcido. Una genialidad que vale la pena revisar.

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