Mientras las tensiones se siguen cocinando a fuego lento en la Ciudad Vieja de Jerusalem, Nahum Barnea va al Monte del Templo y habla con un jeque, quien explica los límites de la reconciliación, y con un ex comandante de seguridad israelí, que explica la importancia de la situación actual.
AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – El miércoles estuvo relativamente tranquilo en el Monte del Templo. A las 1:30 pm una fila de 70 visitantes se dieron cita en el extremo sur de la plaza del Muro de las Lamentaciones, cerca de una pequeña puerta de barrotes.
El calor era intenso, sofocante, como es habitual en Jerusalem a final del verano. Dos carteles de metal en hebreo y en inglés advertían: “Es contra la Torá entrar en el área del Monte del Templo debido a su santidad”. El Gran Rabinato firmaba la advertencia.
Pero Israel es Israel, cada indicación viene con un guiño. Junto al cartel que prohíbe la entrada cuelga una gran mezuzá, de modo que la persona que decida entrar de todos modos tenga algo para besar.
Un turista con una gran kipá negra, adecuada para visitar el sitio más sagrado de los judíos, para su sorpresa, es forzado por los guardias de seguridad a quitársela. Las kipás están prohibidas allí. Provocan la ira de los musulmanes.
Dos de los que estaban en la fila destacaban. Uno de ellos, vestido con una camisa de mezclilla, con una pequeña barba roja, llevaba artefactos prohibidos en su mochila. Cuando se le pidió que deje su mochila detrás, estalló una conmoción.
El segundo, en uniforme de trabajo de soldado del batallón religioso Najal Jaredí, sus peot en vaivén, un gorro de lana colgando descuidadamente sobre su cabeza, estaba al frente de la fila, como si fuera el dueño. La policía se reunió alrededor. No menos de doce policías de la Unidad de Patrulla Especial los rodearon.
Más adelante, Shlomi Tubul, comandante de la policía del Monte del Templo, los protegía. Los ojos de Tubul estaban rojos. Tuvo un Rosh Hashaná concurrido en el Monte del Templo.
Parecía un paseo de dos mafiosos de alto nivel en el patio de la prisión, o la gira de un primer ministro en el sitio de un ataque terrorista. Cada uno de los participantes sabía que participaba en una obra de teatro, que nada era real. Los dos jóvenes avanzaban a paso de caracol, haciendo su papel cerca de los policías y de los musulmanes que había en la explanada.
Hablaban en voz alta, por turnos, como si tuvieran una discusión. Hablaron sobre judíos, musulmanes, los muertos, las mezquitas. Sus palabras estaban destinadas a presionar a los policías, para impulsar la acción. Un policía filmó la procesión, paso por paso.
La primera parada fue la fachada de Al-Aqsa. Fuera de la puerta occidental de la mezquita había un grupo de mujeres de edad, vestidas de negro, en sillas de plástico. Cuando pasó la procesión, comenzaron a gritar “Allahu Akbar”. Los gritos eran parte de un ritual. Igual que el juego infantil “caliente o frío”, cuando el niño se acerca al objeto oculto, los demás gritan, caliente, caliente, quema, y cuando se aleja de él gritan frío, más frío, congelado.
Después de exactamente dos minutos las mujeres estaban tranquilas, y continuaron hablando con calma. Pero una niña de unos 12 o 13 años tercamente siguió la procesión hacia el este. Y gritó de forma clara, con voz potente: ¡Allahu akbar!, y el dúo tuvo lugar a ambos lados de Kerem Hazeitim, en el lado oriental de la Montaña. Escolares de uniforme observaban en silencio el espectáculo. Funcionarios del Waqf acompañaban la procesión desde una distancia segura.
Los seguí, atraído por la actuación, avergonzado por su desdicha. De este lado, la parte menos visitada del Monte, había una enorme pila de escombros de construcción, chatarra de hierro, un tractor averiado, techos derrumbados, y basura que esperaba en vano ser recogida. Si uno buscara piedras para tirar encontraría un verdadero tesoro aquí. Le pregunté a uno de los funcionarios del Waqf por qué no se deshacen de la basura, y respondió: “No nos dejan”.
Uno de sus amigos dijo: “Mira, dos personas están causando al estado todo este alboroto. No les importa nada. Mira cuántos soldados, cuánto dinero se gasta.
“Todo el mundo recibe dinero”, dijo, “la policía, los colonos, las mujeres que gritan. Todo son ingresos”.
El tiempo de visita estaba a punto de terminar. Los dos jóvenes intentaron subir la escalera que conduce a la Cúpula de la Roca. La policía les impidió el paso. Esto también es parte del ritual. Ambos dieron la espalda a la puerta Shalshelet, por la que se supone deben abandonar el lugar, y retrocedieron, haciéndose pequeños, transparentes. La policía los empujó casi sin tocarlos, avanzando, haciéndolos retroceder, en una especie de pasodoble del Monte del Templo.
“Ustedes son infieles”, uno de los funcionarios del Waqf les gritó en hebreo. Llevaba una camiseta negra con la palabra CastroMan.
Entonces el jeque Abu Zihad Halayel fue y dio una charla a los policías: “¿Queréis que se derrame sangre aquí, sangre judía, sangre árabe?” Tubul escuchó pacientemente el discurso. Se abstuvo de reaccionar.
El jeque se acercó a mí. Vestía una túnica marrón y una keffiyeh. Su mano izquierda sostenía un bastón y una túnica amarilla, cuidadosamente doblada. Su mano derecha sostenía una taza de café de papel. Parecía noble, salvo por la taza de papel. En vaso de papel, el café no es el mismo.
“Escúchame y escribe,” me dijo en buen hebreo. “Yo era vendedor ambulante de basura en Mea Shearim en Jerusalem. Una vez vi niños pequeños en una casa en llamas. Entré y los salvé. También me quemé un poco. Gracias a Dios llegó Maguen David Adom y nos llevó a mí y a los niños al hospital”.
“¿Cuando pasó esto?” Le pregunté.
“Cuando Olmert era alcalde”, dijo.
Es de la aldea de Dura, al sur de Hebrón. En su vejez ha encontrado reconocimiento – organiza ceremonias de reconciliación y sirve como conciliador y predicador a la entrada. “Los colonos, junto con la policía quieren crear el caos en Al-Aqsa”, dijo. “Quieren gritar, golpear, quieren acabar con nuestras vidas. Si quieren la paz deben impedir la entrada a los colonos. No deberían dejarlos entrar”.
Le pregunté por qué no conciliar entre los judíos y los árabes dado que es un experto en conciliaciones.
Se irritó. “¿Reconciliación? ¿Qué tipo de reconciliación? Tenemos 10.000 presos. Tenemos tierra que habéis robado. Tenemos niños pequeños que habéis quemado. Danos primero lo que es nuestro, lo que nos pertenece, y luego tendremos reconciliación”.
Se puso más furioso. “Netanyahu, ese perro …”, dijo.
Lo interrumpí. “¿Por qué maldices de esa manera?” Le dije: “Eres un hombre viejo y respetable”.
Vio que había dejado de escribir. “Escribe lo que te dije,” ordenó.
Niso Shaham, ex comisionado adjunto, conoce el Monte del Templo mejor que cualquier otro oficial de policía en Israel. Fue comandante de su seguridad tres veces – primero como oficial responsable de los lugares santos en Jerusalén, luego como comandante de la zona y una tercera vez como comandante del distrito.
Tejió relaciones excepcionales de confianza con todos los grandes factores en el Monte del Templo, empezando por el Waqf, el gobierno jordano, la Autoridad Palestina y terminando con los judíos que están más unidos al sitio. Le temían y lo respetaban. Más importante aún, aceptaban su autoridad, y a través suyo la autoridad del Estado.
Le pregunté qué pensaba de la situación sobre el Monte del Templo. Me dijo que estaba preocupado. “Durante Rosh Hashaná se encontraron tres bombas caseras en el Monte del Templo”, dijo. “En 20 años no ha habido nada igual”.
Le pregunté por qué estaba ocurriendo esto.
Me dio un curso intensivo sobre el status quo.
“Empecemos con los jordanos”, dijo. “Para ellos, el Monte del Templo es una oportunidad, además de una espina en su costado. Es una oportunidad, ya que les da prestigio e influencia. Una espina, porque la gente les va con quejas. Cualquier cambio en el status quo los amenaza”.
“Pero la situación actual cambia constantemente”, le dije. “Hubo un tiempo en que un judío religioso no se atrevía a ir al Monte del Templo, por la prohibición religiosa. Hoy van miles. Uri Ariel, un ministro del gobierno, quiere construir una sinagoga. ¿Cómo puede un país que predica la libertad de religión negarse a su petición?”
“Siempre hay poderes, del lado judío y de la parte árabe, que quieren cambiar el status quo”, dijo. “Los judíos son más difíciles de controlar, por razones obvias. Pero eso es trabajo de la policía. Hace falta un policía inteligente, que sepa ser generoso, pero también tenga un gran garrote. Uno nunca debe mostrar debilidad”.
Si entiendo a Shaham correctamente, el problema no deriva de la acción, sino más bien de la supervisión: un gobierno que evade el tema del Monte del Templo en tiempos de relativa calma, termina por encontrarse con él en los momentos difíciles, de sangre y fuego.
Shaham creía en una combinación de generosidad y agresividad. Solía decirle a Adnan Husseini, gobernador de Jerusalem, en nombre de la Autoridad Palestina, que lleva una camisa de fuerza cuando se reúne con él – porque si Husseini se enoja puede reaccionar con violencia. “¿Qué llevas puesto hoy?” Le preguntaba Husseini al comienzo de cada reunión, medio en broma y medio en serio.
“El Movimiento Islámico en Israel”, dijo Shaham, “el del Sheik Raed Salah, quiere tomar control del Monte del Templo. La Waqf palestina odia esto ya que perjudica su reputación. Los jordanos están enojados. Los salarios de los trabajadores del Waqf, incluidos los guardias de seguridad 164 en el Monte, son de Jordania. Salah recogería contribuciones y le daría a cada guardia $ 200 al mes extra. Esto acabaría con la dirigencia Waqf. ¿Sabes lo que eso hace a un joven de Silwan, que vive de un pequeño salario jordano en dinares?”
El Jeque Salah es de la ciudad de Umm al-Fahm. Su padre era policía israelí y su hermano oficial de la policía local. Su larga lucha contra lo que él considera intentos israelíes de expulsar a los musulmanes de Al-Aqsa causó mucho daño.
Personas de ambos bandos murieron en los enfrentamientos resultantes y en ataques terroristas. Nuestros lazos con Jordania y el resto del mundo árabe se vieron perjudicados. La monarquía del Reino Hachemita sufrió como resultado. Diputados árabes fueron arrastrados en el lodazal que él creó como respuesta a los diputados de derecha.
La campaña del jeque empezó como falsa incitación, y más tarde se convirtió en una profecía autocumplida. Controlar el Monte del Templo es tan importante en el fundamentalismo islámico como en el fundamentalismo judío. Así es como son las cosas en las guerras entre religiones, igual que las guerras enraizadas en el nacionalismo.
La tradición musulmana veneraba Jerusalem, ya que fue venerada por judíos y cristianos. La historia dice que el profeta Mahoma ascendió a los cielos de Jerusalem. Ató su caballo infame, Al Buraq, a las paredes de la ciudad.
Las generaciones recientes de musulmanes han cambiado la ubicación del caballo de la pared oriental del Muro de las Lamentaciones, por la reverencia de los judíos al Muro de los Lamentos. Las marcas dejadas por la cuerda todavía se muestran a día de hoy, en la esquina sur del Muro de los Lamentos.
“Deberías haber colocado al jeque Salah en la misma celda con Uri Ariel, en el fondo en la Prisión Nafha”, le dije a Niso Shaham. “Se han dado cuenta rápidamente lo similares que son uno al otro, en sus aspiraciones, métodos de trabajo y determinación, y se han hecho buenos amigos.
“Raed Salah es un genio”, dijo Shaham. “Una vez me dijo, ‘me puedes matar, pero no puedes matar el Islam”. Estableció la Murabitan, el grupo de ciudadanos israelíes hombres que se conflictúan en el Monte del Templo y el Marabitat, el grupo de mujeres. Solía llevarlos allí y les pagaba, yo quería detenerlos. Mis jefes me dijeron que me olvidara.
“Venían en autobuses, se sentaban bajo el olivo delante de Al Aqsa y escuchaban el sermón del Imam”, continuó. “Cuando veían un visitante de Israel empezaban a gritar. Asustaron tanto al Waqf como a los israelíes”.
“Cuando quería detenerlos, me preguntaban según qué artículo, yo les decía ‘según el artículo guimmel’, que en realidad no existe. Primero la seguridad. Después los artículos”.
“¿Cómo se explica el movimiento de los sionistas religiosos para visitar el monte?”, Le pregunté.
“Cuando los colonos comenzaron a visitar el monte, fui a los rabinos”, dijo. “Le pregunté de qué se trataba. Balbucearon respuestas. No sabían cómo tratar el tema. El fenómeno fue parte de la ruptura de la jerarquía religiosa. La ideología nacionalista tuvo prioridad sobre la ideología religiosa.
“Aquí es donde la policía entra en escena”, agregó. “Yo no permito que entren los políticos de derecha, le dije a uno de ellos, se puede ver el Monte del Templo en una película. No eres uno cualquiera. Eres un símbolo, no dejo que las personas que intentan cambiar el status quo suban al monte”.
“Pero tienen derecho”, señalé.
“Hay un tiempo y un lugar donde ni siquiera los derechos se deben cumplir”, dijo Shaham. “Por eso me opuse a la visita de Sharon en 2000. El Alto Consejo Musulmán aceptó escucharme. Les dije que era el jefe de la oposición. Era su derecho.
“El Mufti de Jerusalem encabeza el Consejo Superior”. Lo que más me entristece, y no entiendo”, dijo, “es cómo no podemos derrotaros. Sois una nación que no aprende la lección, haciendo tonterías todo el tiempo, y aun perdemos contra vosotros”.
“Si Sharon visita el Monte del Templo, aquí se derramarán ríos de sangre”, dijo el mufti,” recordó. “¿Quién trae a Ariel Sharon, una figura catastrófica para el mundo árabe, al Monte del Templo un día después del primer aniversario de la masacre de Sabra y Chatila?” Les dije que no entraría en las mezquitas. Me aseguraría de ello. Él respondió que a sus ojos todo el monte era una mezquita.
“Fui con eso a Barak, que era primer ministro en ese entonces”. “No habrá intifada”, le dije. Barak respondió: “tú lo dices, pero no hay inteligencia que lo demuestre”. “Cuando ocurra la visita habrá inteligencia”, le dije. Danny Yatom, jefe de gabinete de Barak me indicó que salga con la mano”.
“¿Por qué”, le pregunté, “es tan importante el status quo para vosotros?”
“Te contaré una historia”, dijo. “Un día, cuando era comandante del sector David, me llamó el patriarca franciscano. En nuestra reunión anterior me habló en inglés. Esta vez, insistió en hablar italiano, para el registro. Su ayudante traducía. “Usted bloqueó la entrada de la puerta nueva”, dijo. “El edificio de los patriarcas está cerca de la puerta nueva”.
Le dije que estaban haciendo obras de construcción por el nuevo tren ligero. No había otra alternativa.
“‘Hemos tenido derecho a entrar por esa puerta durante cien años”, dijo el patriarca. “Estás haciendo daño al status quo”. “Hace cien años, le dije, había carruajes tirados por caballos. Ahora hay un tren”. “El Status quo supera al tren”, dijo.
“¿Cómo terminó?”, pregunté.
“Había una cabina de policía junto a Getsemaní, en la propiedad franciscana. Al cabo de unos días, trajo una grúa, y trasladó la cabina lejos de allí”.
“¿Qué tiene que hacer Netanyahu ?”, pregunté.
“Tiene que ponerse firme y proclamar que el status quo del 1967 no se verá alterado. Tal como eran las cosas entonces es como deben permanecer. Quien intente cambiar el status quo será enfrentado”.
Fuente: Ynet / Nahum Barnea
Traduce y edita: Silvia Schnessel para Enlace Judío México
https://www.ynetnews.com/articles/0,7340,L-4701944,00.html
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