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jueves 21 de noviembre de 2024

Génesis y sus dos relatos de la Creación (parte I)

IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – El resultado final de esfuerzo titánico de Ezra fue un libro complejo, tan complejo como el pueblo que lo había generado durante los últimos 1500 años. Pero el objetivo estaba logrado: un Texto Sagrado donde todo Israel encontrase su lugar y su pertenencia, y que les recordara que, hebreos al fin de cuentas, eran un solo pueblo.

Adan y EvaUn error muy frecuente en el intento por entender el sentido o significado del texto bíblico es suponer que basta con leerlo, reflexionar, consultar algunos significados en un diccionario Hebreo-Español, y listo: el texto está correctamente interpretado.

El verdadero trabajo hermenéutico pasa por resolver una pregunta que no siempre es fácil: ¿Qué significado tuvo este texto para su autor y su público original?

Aquí es donde las cosas se pueden complicar con libros como el Génesis. La respuesta simplona es decir que el autor es Moisés, y que su público original fue el pueblo de Israel en el desierto durante el Éxodo. Y, en consecuencia, que el objetivo era instruirlo respecto al origen del mundo.

Error. El texto, tal y como lo conocemos, es la reconstrucción hecha por los escribas de la generación de Ezra, después del exilio en Babilonia. Cierto que el contenido se remite a siglos atrás, y no sólo a Moisés. Mucha de la narrativa que encontramos en el Génesis proviene de etapas anteriores, concretamente de la época de los Patriarcas, antes de que Israel se consolidara como identidad y los protagonistas todavía fueran Hebreos nómadas.

Pero, en lo inmediato, eso no es lo relevante, sino EL TEXTO ACTUAL, TAL Y COMO LO CONOCEMOS: ¿Cuándo y para qué fue escrito?

Ya lo mencionamos: durante la época de restauración posterior al exilio en Babilonia, una época en la que había que reconstruir todo un país, una religión, sus instituciones y su sentido de identidad. Peor aún: una época en la que la mayoría de los judíos había logrado posicionarse económica y socialmente en Babilonia y no tenían demasiadas ganas de regresar a Judea.

Entonces, no es un simple y sencillo texto que quiera “mostrarnos cómo fueron los orígenes del mundo”. Se trata de un texto que, como último objetivo, quiere restaurar el sentido de identidad de un pueblo, y convencerlo de que vale la pena regresar a un país desolado y empobrecido para hacerlo florecer otra vez.

Con eso en mente, comencemos por señalar un detalle que a muchas personas les resulta desconcertante, y que demuestra que la visión simplista de que Moisés quería mostrarnos cómo fue el origen de todo simplemente no funciona: el Génesis tiene dos relatos diferentes de la Creación. El primero va desde el inicio hasta el versículo 2:3. El segundo comienza con el versículo 2:4 y se extiende hasta el final del capítulo.

Muchos han intentado conciliar ambos relatos por medio de la técnica (“técnica” es un modo amable de decirlo) del pastiche, que se basa en la premisa de que “los relatos no se contradicen, sino que se complementan”. Entonces se procede a tomar un dato de aquí y otro de allá, y revolverlos a gusto del público.

Pero los relatos de Génesis son incompatibles. Hay una diferencia simple y llana que nos obliga a analizarnos de un modo más serio que la técnica del pastiche: en el primer relato, el ser humano es creado después del reino animal. En el segundo, el reino animal es creado después del ser humano.

La respuesta sorprendente que muchos nos dan es que D-os creo a los animales en dos tandas. Una idea totalmente inaceptable para la lógica narrativa del primer relato.

Seamos honestos y dejemos lo absurdo de lado: la realidad es que los relatos son incompatibles. ¿Por qué? La primera respuesta es tan simple como la pregunta: porque Ezra –según la tradición judía y según muchos especialistas–, en su papel de editor final del texto de la Torá, así lo quiso.

Si ya de por sí es ingenuo decir que “los relatos no se contradicen, sino que se complementan” (argumento de los creyentes más fanáticos), es todavía peor de ingenuo decir que “es un error en el texto bíblico y eso demuestra que es falso” (argumento de los ateos más fanáticos).

Es más simple que eso: las contradicciones son evidentes. Con todo y todo, los editores finales –con Ezra a la cabeza– así lo dejaron, porque así lo querían dejar.

Nuestra labor no es intentar eliminar una contradicción evidente, y menos aún levantarnos como jueces y descalificar el texto bíblico de un plumazo. Nuestra labor es entender por qué lo quisieron dejar así. Debieron tener razones demasiado buenas para ello, así que todo parece indicar que nos estaríamos perdiendo de algo demasiado bueno si no nos lanzamos al intento por descubrirlas.

Las ciencias bíblicas nos han ofrecido varias respuestas que nos resultan muy útiles. Sin duda, las aportaciones más significativas vienen de la llamada Hipótesis Documentaria o Hipótesis de las Cuatro Fuentes, una idea que fue evolucionando con el trabajo de destacados biblistas como Jean Astruc, Johann G. Eichhorn, Willhelm de Wette, Herman Hupfeld, J. K. W. Vatke, Edaouard G. E. Reuss, Karl H. Graf, Abraham Kuenen y, finalmente, Julius Wellhausen.

Ellos hicieron notar algo muy significativo: en el primer relato de la Creación se usa el nombre “Elohim” para referirse a D-os; en el segundo, se usa el Tetragramatón o Nombre Sagrado.

Poco a poco, conforme la información fue encontrando su acomodo, quedó en claro que eso se debía a que ambos relatos tenían orígenes diferentes: el primero había surgido en el seno de la Casta Sacerdotal, y es el que más directamente estaría relacionado con la labor de los escribas de la generación de Ezra. Por ello, se le conoce como “Fuente Sacerdotal”.

En contraste, el segundo relato proviene de una época más antigua, y sería parte de las tradiciones (orales y escritas) del antiguo Reino de Judea. Por su uso sistemático del Tetragramatón para referirse a D-os, se la ha llamado “Fuente Yahvista”.

Además, en los relatos de los orígenes del mundo habría estado involucrado un tercer relato, originado en el antiguo Reino de Samaria, y que fue llamado “Fuente Elohista”. Una cuarta fuente (que no participa en los relatos de los orígenes) fue identificada como la “Fuente Deuteronomista”, base del actual libro del Deuteronomio.

Poco a poco se fue aclarando un panorama complejo: al regreso del exilio, un “editor” o “redactor” final (si nos atenemos a la información tradicional, Ezra el Escriba) tomó la información de cuatro fuentes diferentes y a partir de una extraña fusión elaboró el acutal texto de la Torá.

¿Por qué decimos que “extraña”? Porque lo más lógico habría sido hacer una recensión. Es decir, una fusión de los elementos complementarios de todos los relatos para producir un nuevo relato, completo y aglutinante. En vez de ello, Ezra puso secciones enteras de alguna de las Fuentes, luego de otras, y en algunos casos literalmente “parchó” el relato Yahvista con fragmentos del relato Elohista.

Demasiado extraño. Pareciera más la labor de un museógrafo que quiere preservar lo mejor posible las diferencias entre los cuatro relatos anteriores, que la de un redactor profesional que quiere lograr una narración coherente y consistente.

Y volvemos al mismo problema: lo que hay que entender es por qué Ezra habría querido eso y no lo más sencillo, que hubiera sido elaborar un solo relato integrando los componentes de todos los anteriores.

El desarrollo de la arqueología bíblica nos ha ido brindando información para saber qué fue lo que sucedió en el proceso. En términos muy generales, la situación era esta:

1. Hacia el año 1000 AEC, el antiguo Reino de Israel se consolidó como una monarquía. No era un reino integrado por una etnia. Por el contrario: era el resultado de un complejo proceso de unificación en el que participaron muchos grupos, que lo mismo incluían a semitas llegados de Mesopotamia unos diez siglos atrás, cananeos (principalmente amorreos), hititas, y tres grupos llegados de Egipto en el transcurso de los cinco siglos anteriores.
2. Los semitas llegados diez siglos atrás y los cananeos eran una suerte de grupo local que nunca abandonó Canaán. Las fuentes documentales los llaman Habiru, que es lo mismo que Hebreos.
3. Los tres grupos llegados de Egipto habrían sido básicamente semitas (y, por lo tanto, Hebreos también). El primero arribó a Canaán hacia el siglo XVI AEC cuando Ahmosis I derrotó y expulsó a los Hiksos (semitas) de Egipto; el segundo, hacia el siglo XIV AEC, en el contexto de las crisis provocadas por las erráticas políticas económicas, militares y religiosas de Akenatón, y habría sido el grupo lidereado por Moisés; y el tercero, hacia el siglo XIII AEC, en el marco de la reconquista egipcia de Canaán dirigida por Ramsés II.
4. Hacia el siglo XII u XI, un grupo de sobrevivientes hititas (el Reino de Hatti estaba en pleno proceso de desaparición en ese momento) también encontró refugio en el antiguo Israel y se asimiló al entorno.
5. Cada uno de estos grupos debió tener su propia narrativa histórica y religiosa. Por decirlo de algún modo, su propia versión de la Biblia, cinco siglos antes de que se escribiera la versión definitiva.
6. Hay buenos elementos para suponer que el grupo Hikso y el grupo local fueron la base para la conformación del antiguo Reino de Samaria después de la muerte de Salomón. A partir de la fusión de sus propias tradiciones, habrían generado la Fuente Elohista.
7. Las mismas razones nos sugieren poderosamente que los grupos llegados con Moisés y con la conquista de Ramsés II habrían sido la base para conformar el reino del Sur. De allí habría surgido la Fuente Yahvista.
8. La aristocracia sacerdotal, heredera de un grupo originalmente educado en Egipto y, por lo tanto, con un nivel de conocimientos científicos y artísticos muy superior al del resto de la población, debió preservar sus propias versiones de cada relato, y de allí surgió la Fuente Sacerdotal.
9. Sin embargo, lo más significativo de su patrimonio escritural eran los códigos legales (estrictamente hablando, la base de la Torá) que luego quedaron plasmados, principalmente, en el libro del Levítico.

Entonces, hasta este punto, tenemos esto: hacia los siglos IX y VIII AEC, habrían existido tres versiones del origen del mundo en el contexto del antiguo Israel. Una sería la propia del Reino de Samaria; otra, la del Reino de Judá. Y una última, patrimonio de la intelectualidad sacerdotal, que además incluirían los códigos legales de la Torá.

Este panorama se vio brutalmente alterado con la invasión asiria que, en el año 722 AEC, asoló al Reino de Samaria.

La moderna arqueología ha demostrado que amplios contingentes de la población del reino del norte de Israel, ante la inminencia del ataque asirio, migraron hacia el sur a mediados del siglo VIII AEC. Sin duda, entre ellos debieron estar muchos sacerdotes y escribas que trajeron consigo sus propios textos (básicamente, lo que llamamos Fuente Elohísta). De ese modo, hacia mediados del siglo VIII AEC por primera vez los antiguos escribas israelitas tuvieron frente a frente las tres versiones.

Fue en este contexto que se generó un nuevo documento (nótese: no es nada más una tradición, sino un documento en concreto) que, eventualmente, se convirtió en la base del libro del Deuteronomio (por eso se le llama Fuente Deuteronomista).

Pero sucede algo curioso: los textos bíblicos que hablan de esa época identifican a los dos reinos israelitas como algo claramente distinto. No hay un registro específico de la migración de israelitas del norte, y menos aún una noción de que se hubieran reunificado como nación.

De ello se puede deducir que, aunque viviendo en el mismo territorio, mantuvieron una separación nítida.

Esta situación se mantuvo un poco más de siglo y medio, hasta que la invasión babilónica puso fin a la existencia del Reino de Judá. El nuevo exilio afectó a todos por igual.

Casi un siglo después, cuando Ezra y un grupo de escribas regresaron a Jerusalén y se dedicaron a reconstruir los destrozos dejados por los Babilonios, la situación era inédita.

En primer lugar, el decreto de Ciro había beneficiado por igual a todos los israelitas de sus dominios, y eso incluía a los que habían sido exiliados por los asirios casi dos siglos y medio antes. Por lo tanto, es de suponerse que al grupo de escribas de Ezra pudieron unirse escribas descendientes de los exiliados del norte. Por lo menos, I Crónicas 9:3 registra que familias de las tribus de Efraim y Menashé se establecieron en Jerusalén.

En segundo lugar, muchos de los descendientes de los exiliados del reino del sur estaban bien acomodados en Babilonia y no tenían intenciones de regresar a Jerusalén.

Todo ello debió ser una motivación extra para que Ezra optara por hacer un esfuerzo incluyente en donde todos los israelitas encontraran su lugar en la nación reconstruida. Ello implicaba lidiar con un problema generado por las políticas de los antiguos asirios: una buena zona del norte ahora estaba poblada por un grupo mestizo, mezcla de los israelitas que se habían quedado allí y varios grupos extranjeros traídos por los asirios. Situación que podía duplicarse en la zona de Jerusalén, según los libros de Ezra y Nehemiah.

Por ello, el texto que confeccionaron los escribas de inicios del siglo V AEC bajo la tutela de Ezra, fue uno en donde se reforzara la idea de que, a fin de cuentas, todos los israelitas eran un mismo pueblo. Por ello, en vez de fusionar los relatos para generar una nueva narrativa lineal y coherente, Ezra optó por intercalarlos. De ese modo, todos los israelitas que estaban dándole forma al nuevo Reino de Judea podrían sentirse parte de la misma nación.

En algunos pasajes (el de Noaj y el Diluvio es un ejemplo muy interesante), Ezra recurrió a los “parches”. Evidentemente, recuperó mucha información de lo que llamamos Tradición Yahvista, pero debió estar seriamente dañada y con lagunas en algunos detalles. Por ello, recurrió a la narrativa Elohísta preservada por los escribas descendientes de las tribus del norte, y simplemente insertó en una narración ciertos detalles de la otra.

Naturalmente, como escriba de la Casta Sacerdotal, Ezra impuso un solo código legal –en esencia, el núcelo de la Torá–, seguramente heredado de generación en generación por los Kohanim desde tiempos de Moisés. Pero para equilibrar la narrativa anecdótica, incluyó dos versiones del Éxodo. Una, la original del Reino del Sur; otra, la obtenida del Documento Deuteronomista.

Son casi idénticas, y eso refleja que la Tradición Elohista no tenía una versión propia del Éxodo. Es lógico: dicha tradición se había generado con el regreso de los Hiksos a Canaán, y eso sucedió dos siglos antes de Moisés. Por lo tanto, era imposible que tuvieran una tradición propia sobre el evento.

De todos modos, es evidente que Ezra quiso incluir el contenido del Documento Deuteronomista, y lo hizo por medio de un recurso literario tan sencillo como genial: el Deuteronomio fue colocado al final de la Torá como parte de los discursos finales de Moisés, en donde rememoró la historia de Israel durante el Éxodo.

El resultado final de este esfuerzo titánico fue un libro complejo, tan complejo como el pueblo que lo había generado durante los últimos 1500 años.

Pero el objetivo estaba logrado: un Texto Sagrado donde todo Israel encontrase su lugar y su pertenencia, y que les recordara que, hebreos al fin de cuentas, eran un solo pueblo.

Por eso, esta nueva y definitiva versión del Texto Sagrado comenzó con un relato claramente enfocado al objetivo maestro de Ezra: el relato de la Creación DE LA SOCIEDAD HUMANA.

Relato que vamos a analizar en la próxima nota.

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