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viernes 22 de noviembre de 2024

Crónicas Intrascendentes. Parte CLXXVIII

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LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

 

Momento Existencial

Dos semanas atrás fui internado en un hospital del sur de la Ciudad de México, sangrando abundantemente por la nariz, manifestación de una fuerte crisis de hipertensión arterial. Allí permanecí 6 días; fue una experiencia difícil, física y emocionalmente: Me filtraron por la vía venosa un poderoso medicamento para poder estabilizarme, además de nutrientes y otras substancias; me cauterizaron un vaso en la nariz para poder contener el flujo de sangre.

La estancia en el hospital fue dura, gracias al internista y al cardiólogo que me atendieron pude salir adelante; el cuidado de las enfermeras de la sección de terapia intermedia, donde permanecí los seis días, fue eficiente y profesional; la comida mala y sin atender el régimen especial de alimentación que debía seguir y que tendré que mantener para el resto de mi vida, lo que indudablemente modificará mis hábitos; será difícil, sin alternativa. En muchos momentos sentí que estaba en la “antesala del infierno”. A punto de cumplir 75 años, los problemas de salud no solo afectan físicamente, también se registran daños emocionales.

Durante mi permanencia en el hospital estuve acompañado por mi familia; esposa, hijos, nietos y mi hermana, además de algunos miembros de la “nueva familia” de mi hijo mayor, Natan. Cabe mencionar que mi hija menor, practicante de la fe judía, vino al hospital en la víspera del sábado y permaneció hasta el final de este último día; fue muy reconfortante que ella estuviera allí, al final de cuentas hizo una mitzvá (precepto o buena acción) contemplada en la Torá (el libro sagrado de los judíos): velar por sus padres.

Después de salir, la familia se esfumó parcialmente. Por la crisis que experimenté, no pude asistir a la celebración de los 50 años de Natan, toda una vida, ni a la comida familiar de Rosh Hashaná (el año nuevo judío), tampoco a la de nuestros viejos amigos Bila y Abraham que nos invitan todos los años.

La compleja situación por la que he atravesado en las últimas semanas me ha llevado a una reflexión a fondo de cómo veo y siento mi existencia, en particular mi identidad judía. No obstante que en mi infancia mi familia no era practicante de la fe judía, siempre me sentí parte del pueblo judío, absorbí de mis padres el espíritu y las principales tradiciones del judaísmo, ellos salieron de un entorno completamente judío cuando emigraron de su natal Polonia a México en los treintas del siglo pasado. Me inscribieron en una escuela judía donde cursé la primaria; la enseñanza en ésta última tenía un buen contenido religioso. Asimismo, me desarrollé en el entorno judío de sus amistades, que era bastante estrecho. En esa época recibí un fuerte impacto del reciente Holocausto, tanto por las noticias que llegaban a mi casa sobre el exterminio total de mi familia, como por el contacto personal que tuve con los inmigrantes sobrevivientes de la Guerra que llegaron a México; más adelante reforcé mi identidad judía cuando viajé a estudiar a Israel a los 17 años, entonces el judaísmo e Israel estructuraron el núcleo de mi identidad. Posteriormente, sin separarme de mi entorno judío, la mayor parte de mi actividad social y profesional giró fuera de este último; fortalecí mi integración a la cultura y a los valores de México de los cuales siempre me he sentido orgulloso.

En el contexto actual experimento una especie de “depuración” de mi identidad judía ante el avance que se observa tanto en la comunidad judía de México, como en la ortodoxia del resto del mundo, que cada vez  se radicaliza más con prácticas intolerantes y de rechazo a quien no las acepta. En este sentido, sin cuestionar la esencia de mi judaísmo, estoy en contra de los principios que dan prioridad a rituales obsoletos y no a los verdaderos valores del judaísmo.

Por otra parte, también esta una creciente tendencia de convivir con un judaísmo “light” que adapta la religión y las tradiciones a una cultura superflua, acomodaticia y hedonista, que igualmente no resulta valiosa; de esta manera para un judío místico, como yo me evalúo, no existe mucho espacio “para donde jalar”, lo cual es desmotivante.

Una situación similar a lo que acontece en el judaísmo se advierte en otras religiones; mi percepción es que en la católica, por lo menos en lo que veo en México, la Iglesia tiene una posición ambivalente: conservadurismo frente a las predicas banales. Percibo que las homilías en un gran número de iglesias no atraen a muchos fieles y, frecuentemente son una droga sedante que induce al sueño a los mismos. Siempre he considerado al catolicismo como parte de la cultura de México; tengo una gran admiración por las tradiciones mexicanas impregnadas de lo católico que se mezclan con el paganismo de los ritos prehispánicos. Por lo demás, sin ser idolatra, soy un ferviente deleitante del arte religioso.

Siento pesar de que el catolicismo se desvanezca y pierda su esencia. No en vano el Papa Francisco ha hecho un llamado a los cristianos para que practiquen la piedad, la misericordia, la humildad, el amor y la tolerancia. Sin valores bien fincados en las raíces del hombre, existe el riesgo de cada vez más nos precipitamos a un mundo deshumanizado. Así, no se como afianzarme a mi identidad judía y mexicana sin tantos cuestionamientos.

 Una Omisión

En las Crónicas pasadas hice una reseña sobre la Función de Gala de la Orquesta Sinfónica de Minería en la que mencioné que gracias al apoyo de la UNAM y del INSEN, muchos mexicanos tenemos oportunidad de asistir a conciertos en los que presentan obras y músicos de renombre internacional, pagando precios sensiblemente inferiores a los que cobran en Broadway o en otras salas; lo cierto es que omití, involuntariamente, mencionar que hay muchos donantes, particulares, de empresas e instituciones que hacen posible la realización de los eventos artísticos.

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