Robaban. Mataban. Pero muchos mafiosos judíos todavía veían la observancia religiosa como parte integrante de su identidad.
En Iom Kipur de 1929, Louis Fleisher, Harry Fleisher, y Henry Shorr asistieron a los servicios de la Congregación Ortodoxa B’nai David al noroeste de Detroit. Los tres hombres –todos miembros de la Banda Púrpura, la mafia de Detroit en su mayoría judía– para expiar: La Banda Púrpura controlaba el juego ilegal de la ciudad, el contrabando de licor durante la prohibición, y estaba involucrada en la mayoría del mundo del vicio de los bajos fondos de Detroit. La banda no dudaba en recurrir a la violencia – incendios, atentados, asesinatos – cuando sus operaciones se veían amenazadas. Eran supuestamente más despiadados que la banda de Capone de Chicago.
Los tres gangsters no se dieron cuenta de los otros tres hombres sentados en la parte posterior de la sinagoga: hombres G disfrazados con atuendos jasídicos negros que esperaba detener a los tres matones después del servicio. Pero cuando los hombres G no judíos encendieron cigarrillos durante el intermedio, sin saber que encender una cerilla o encender fuego está prohibido en Yom Kipur, su cobertura quedó al descubierto y los gangsters huyeron.
Los hombres de la Banda Púrpura no eran los únicos mafiosos judíos que observan los rituales judíos, incluso cuando cometían crímenes quebrando todos los Diez Mandamientos, como descubrí mientras hacía una investigación para mi libro sobre mafiosos judíos, Pero era bueno con su Madre: vida y crímenes de los Gangsters Judíos. Al examinar los archivos del FBI y entrevistar a los criminales judíos de antaño y sus familiares, encontré que un montón de mafiosos judíos rezaban en la sinagoga en Shabat, observaban las fiestas judías, mantenían los rituales religiosos, ayunaban en Yom Kippur, y asistían al Seder de Pesaj.
Sam “Rojo” Levine ofrece un ejemplo singular de esto. Levine era el asesino a sueldo favorito del gángster de la ciudad de Nueva York Charley “Lucky” Luciano. Según el libro de 1975 de Martin Gosch y Richard Hammer El último testamento de Lucky Luciano, Lucky llamaba a Rojo “el mejor conductor y asesino a sueldo que tenía”. Rojo tenía otra personalidad: era judío ortodoxo. Siempre llevaba una kipá debajo del sombrero, sólo comía comida kosher, y observaba el Shabat concienzudamente. Levine nunca planeó asesinar a nadie desde el ocaso del viernes hasta la puesta de sol del Shabat. Pero, según Gosch y Hammer, si Levine no tenía otra opción y tenía que hacer el golpe en Shabat, primero se ponía un talit, decía sus oraciones, y luego iba a hacer el trabajo.
Abner “Longy” Zwillman, conocido como el “Al Capone de Nueva Jersey”, reinó como rey de las raquetas en Newark en la era de la prohibición de la década de 1950. Junto a Meyer Lansky, era el jefe más prominente de la mafia judía en América. Llegó a esta cumbre a través del cerebro y la violencia. A pesar de su reputación de gángster despiadado, Zwillman permaneció sensible a su educación judía. Jerry Kugel-cuyo padre Hymie era buen amigo de Longy -me contó la siguiente historia cuando lo entrevisté en 1991: Cuando Hymie murió, Zwillman estaba fuera y no quería entrar en la capilla donde yacía el ataúd. Jerry no podía entender este desaire. Preguntó a Zwillman por qué no quería ir a la funeraria. Zwillman respondió que no podía. ¿Por qué, preguntó Jerry. “Porque soy un kohen“, dijo Zwillman;“como descendiente de la clase sacerdotal, tengo prohibido entrar en contacto con un cuerpo muerto”.
Hay otros ejemplos por todo el país de gángsters judíos que obedecían ciertas leyes judías. ¿Cómo se explica que matones, asesinos, viciosos y hombres violentos se adhirieran a ciertos mandatos bíblicos? ¿Qué pasa con el sexto mandamiento, “No matarás”, y el octavo mandamiento, “No robarás”? ¿Por qué esta paradoja en sus vidas?
Los Púrpura y la mayoría de los gángsters judíos durante la prohibición eran hijos de inmigrantes judíos de Europa del Este que habían venido a Estados Unidos entre 1881 y 1914. Los mafiosos habían nacido en América o llegaron de niños. Según Arthur Hertzberg, en su libro de 1997 Los Judíos de América, la mayor parte de sus padres no habían sido parte de la élite religiosa de sus comunidades- los judíos ortodoxos más piadosos y religiosamente ortodoxos hicieron caso a las advertencias de sus rabinos de que Estados Unidos era una ‘mediná trayfe’ (tierra no-kosher) y se quedaron en Europa. Sin embargo, los judíos que inmigraron venían de lugares donde la religión judía y las tradiciones judías persistían como parte integral del medio. Es probable que la mayoría de los inmigrantes no fueran ortodoxos según la ley judía, pero mantinían los patrones religiosos judíos tradicionales y llevaron esas prácticas con ellos a América. Por costumbre, un judío no creyente todavía podía observar las leyes dietéticas de la kashrut en casa, de vez en cuando ir a la sinagoga, y decir Kadish por los padres difuntos. Estos inmigrantes practicaban lo que el sociólogo Charles Liebman llama, en su libro de 1993 El Judío Americano ambivalente, una especie de religión popular judía.
Los mafiosos judíos crecieron en estos hogares tradicionales en barrios judíos que estaban infundidos con judaísmo popular, como el Lower East Side de Nueva York, el West Side de Chicago y el East Side de Detroit. Y al igual que muchos de sus compañeros no criminales, algunos continuaron estos patrones de comportamiento en la edad adulta. El ritual judío seguía siendo una parte indeleble de su identidad, una parte de quién y qué eran.
Tal vez la mayor influencia en la “judeidad” de estos hombres eran sus madres. Muchos de los principales mafiosos judíos, incluidos Meyer Lansky, Dutch Schultz, Lepke Buchalter, Longy Zwillman, y Mickey Cohen, así como los que entrevisté, veneraban a sus madres. Los familiares y amigos me contaron que estos hombres adoraban a sus madres y las trataban con la máxima amabilidad y respeto. En el libro de 1979 Meyer Lansky: Mogul de la Mafia, Lansky dijo al periodista israelí Uri Dan que su madre “odiaba verlos ir con hambre, y ella siempre estaba dispuesta a darnos su parte porque, como toda madre judía en el barrio, con mucho gusto se sacrificaba por sus hijos”. La relación de estos hombres con sus padres era más problemática. Parte de ello resultado de que los padres nunca se reconciliaron con la vida criminal de sus hijos.
Las madres judías se sacrificaban por sus hijos, pero esperaban algo a cambio. Una de sus peticiones era que sus hijos SEI Yidden (fueran judíos) y mantuvieran una conexión con la comunidad judía. Al menos durante la vida de sus madres, un buen número de estos duros mafiosos judíos obedeció. El mafioso de Detroit Harry Kasser me dijo en una conversación en 1986 que asistía a la sinagoga en las Altas Fiestas exclusivamente por complacer a su madre. Todos los mafiosos judíos de antaño que entrevisté sabían hablar yiddish y practicaban algunas costumbres judías. La mayoría de sus amigos más cercanos y socios en el crimen y fuera del mundo de la delincuencia eran judíos; se casaban con mujeres judías (al menos sus primeras esposas) en ceremonias realizadas por rabinos; contribuían a causas judías; asistían a la sinagoga en las Altas Fiestas; y circuncidaban a sus hijos y hacían bar mitzvá.
Otro factor que contribuye a la paradoja en la vida de estos hombres era su habilidad para separar lo que hacían para ganarse la vida – su “vida empresarial” – y la forma en que se comportaban en su vida personal. Los conductistas llaman a esto “compartimentación”: ser capaz de actuar de una manera en el mundo privado y de otra en la esfera pública, aunque el resultado fuera un comportamiento descaradamente incoherente. Esta paradoja me la expresó un delincuente llamado Myron (pidió que no utilice su apellido). Durante años, el FBI intentó sin éxito obtener una condena en su contra. Sin embargo, el Servicio de Impuestos Internos lo logró, y Myron acabó yendo a la cárcel por evasión de impuestos. Cuando hablamos en 1991, le pregunté si quería que su hijo siguiera sus pasos con todos los peligros que entrañaba. Respondió: “Le diría que yo elegí mi vida, que él elija la suya. Lo único es que elija lo que elija, le diría, tienes que ponerte tefilín cada mañana, tienes que comer carne kosher, y tienes que mantener ciertos principios”.
A lo largo de sus vidas, los mafiosos judíos siguieron siendo productos de sus hogares y los entornos en los que crecieron. Si creían en Dios o no, en la edad adulta continuaban las tradiciones judías que aprendieron de niños. No importa cuán vil sería su comportamiento posterior, en cada uno de estos hombres seguía habiemdo un pintele Yid, una chispa de judeidad. Meyer Lansky, el presunto padrino del crimen judío organizado, me dijo en 1980 que era no-creyente. Sin embargo, mantenía su membresía en una sinagoga, regularmente contribuía con dinero para su mantenimiento, y asistía a los servicios en las fiestas judías.
El mafioso laborista Lepke Buchalter muestra un comportamiento paradójico similar. Mandaba un ejército de mafiosos que aterrorizaron la industria del vestido de Nueva York. Las armas de su banda eran ácidos destructivos, porras, cachiporras, cuchillos, fuego, picos de hielo, y armas de fuego. En su apogeo, controló una gran variedad de empresas y sindicatos, incluyendo los controladores de panadería y pastelería, modistas, trabajadores de la confección, el mercado de aves de corral, el negocio de taxis, operadores de cine, y camioneros de la piel. A pesar de la brutalidad asesina ejercida en sus negocios, era un hijo considerado y un marido y padre cariñoso. Se describía a sí mismo como judío, contribuía con dinero a la sinagoga de su madre, asistía a los servicios de las Altas Fiestas, y, según el FBI, llevaba una vida familiar tranquila.
La paradoja en ocasiones duraba hasta el final de la vida del mafioso. Harry “Embudo de Sangre” Horowitz era un bruto cruel y asesino de enorme fuerza, al que no le importaba nada
romper la espalda de alguien para divertirse. En 1914, él y tres cómplices fueron condenados por asesinar al jugador Herman Rosenthal y fueron condenados a muerte. Según la edición del Forward del 18 de abril 1914, después de ser atado a la silla eléctrica de Sing Sing, Gyp recitó el Shemá. Cuando terminó, una descarga de electricidad se apoderó de su cuerpo, matándolo instantáneamente. Uno de sus cómplices, Louis “Lefty Louie” Rosenberg, murió en la silla eléctrica sostenienndo un chumash (Torá).
Muchos de los mafiosos judíos en la etapa tardía de sus vidas se extraviaron lejos de las tradiciones de su juventud. Pero casi todos ellos recibieron entierros judíos a su muerte. A pesar de la naturaleza brutal e ilegal de la vida que llevaron, a su desaparición muchas de estas figuras del hampa todavía permanecían atados a sus familias, su pueblo, y la tradición judía.
Fuente: Tablet / Robert Rockaway
Traduce y edita: Silvia Schnessel para Enlace Judío México
https://www.tabletmag.com/jewish-life-and-religion/176072/gangsters-on-yom-kippur
Reproducción autorizada con la mención siguiente: © EnlaceJudíoMéxico
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