IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – el texto bíblico nos deja en claro que la naturaleza de la religión no es decorativa o meramente funcional. La vida religiosa es una parte inherente al mundo y su orden. Por lo tanto, una sociedad completa y cohesionada es una sociedad religiosa.
“En el principio creó D-os los cielos y la tierra…” (Génesis 1:1).
Esta es, probablemente, la frase más famosa de toda la Biblia. Ha dado lugar a una gran cantidad de discusiones, controversias, ilustraciones, textos e, incluso, obras musicales.
Pero pocas personas se han dado cuenta que hay otra frase similar que tiene, en esencia, el mismo objetivo: “Estos son los orígenes de los cielos y de la tierra cuando fueron creados…” (Génesis 2:4). Se trata del inicio de, literalmente, otro relato de la Creación.
No son dos relatos complementarios. Son dos relatos distintos, que narran la Creación del universo y el hombre de dos maneras distintas, porque tienen dos objetivos distintos.
De este modo, lo que técnicamente muchos llaman “mitología hebrea” revienta la lógica de todas las mitologías y se pone en una condición única: el objetivo no es ofrecernos una bitácora de lo que sucedió en el principio –si se tratara de eso, sólo nos daría un relato–, sino un análisis de la naturaleza del ser humano, bajo la presunción inicial de que el individuo y la sociedad deben analizarse por separado.
No hay vuelta de hoja: el primer relato nos habla del hombre como sociedad, y el segundo del hombre como individuo. Nótese la diferencia:
Primer relato: “Creo D-os al hombre a su Imagen, a Imagen de D-os lo creó; VARÓN Y HEMBRA los creó” (Génesis 1:27).
Segundo relato: “Entonces Adon-i el Señor formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente… y dijo Adon-i el Señor: no es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea…” (Génesis 2:7 y 18).
La diferencia es clara: en el primer relato se habla de una creación colectiva, donde varón y hembra surgen al mismo tiempo. Incluso, la redacción del texto no nos obliga a asumir que sólo fue creado un varón y una hembra. La idea de una sociedad humana surgiendo al mismo tiempo en todo el mundo es perfectamente posible.
En cambio, en el segundo relato es muy claro que se habla de la creación de un individuo. Por eso, la imagen del “soplo del aliento de vida” en su nariz es la de D-os mismo, con aspecto antropomorfo, inclinándose sobre su escultura de barro para soplar directamente sobre su nariz y, de ese modo, darle la vida. La idea queda contundentemente demostrada cuando, más adelante, D-os mismo decide que ese ser no debe vivir solo. Luego entonces, se trata de un individuo.
¿Por qué es tan importante tomar en cuenta esta difrencia? Porque es la clave para entender las “contradicciones” entre los dos relatos de la Creación.
La más relevante es el orden de aparición de la vida.
En el primer relato, luego de crear los cielos y la tierra, la luz y las tinieblas, las luminarias mayores y menores, a partir de Génesis 1:11 se nos narra cómo fue apareciendo la vida en la Tierra: primero la hierba verde (versículo 11), luego la vida en los mares (versículo 20), luego en los cielos (idem), luego en la tierra (versículo 25), y finalmente el ser humano (versículo 27).
En el segundo todo es exactamente al revés: primero se señala que D-os hizo las plantas y la hierba del campo, pero que no nacieron de inmediato porque “todavía no había lluvia” (Génesis 2:5). Se da a entender que estaban en estado latente. Luego es creado un hombre o varón (versículo 7); luego, se planta el Huerto del Edén (versículo 8); acto seguido, aparece la vida vegetal, aunque sólo se menciona la del Huerto (versículo 9).
Hasta ese punto, esa es TODA la Creación: un hombre y un huerto. NO EXISTE ABSOLUTAMENTE NADA MÁS. Por eso es que D-os dice “no es bueno que el hombre esté solo” (versículo 18), y por ello son creados las bestias del campo y las aves de los cielos.
Los defensores de la idea del pastiche (esa que dice que “los relatos se complementan”) tienen que asumir que hubo dos etapas distintas en la creación de la vida animal: una anterior al hombre, y otra posterior. Pero el texto bíblico NO NOS PERMITE semejante disparate, porque dice de modo muy claro que DESPUÉS de haber creado al hombre, D-os creo “TODA bestia del campo y TODA ave de los cielos” (KOL JAYAT VEET KOL OF, en el hebreo).
Dado que el hombre no encuentra allí su “pareja idónea”, entonces D-os procede a crear a la mujer.
La razón de todas estas contradicciones es que el primer relato analiza la naturaleza de la sociedad humana, y el segundo analiza la naturaleza del individuo.
Y el análisis que hace en cada caso es, fuera de toda duda, una genialidad.
Vamos con el primer relato, el de la Creación de la Sociedad Humana. Si de entrada es EL PRIMER RELATO, es porque el ser humano debe entender que antes que otra cosa es miembro de una colectividad, y que sus intereses individuales deberán limitarse en función de los intereses colectivos. Toda la ética posterior de la Torá está claramente enfocada hacia ese objetivo. Ordenanzas como “no codiciarás las cosas de tu prójimo” tienen el definitivo propósito de disciplinar el deseo de expansión individual para garantizar la estabilidad colectiva.
Por ello, el ser humano debe entender que NO FUE LO PRIMERO EN SER CREADO. Es decir: en este relato, o en esta condición como sociedad, NO TENEMOS LA PREMINENCIA en la Creación. Fuimos lo último en ser creado.
Antes que nosotros está la naturaleza. Se sienta, por lo tanto, la base de una conciencia ecológica.
Hay otro elemento relevante: el orden. Antes de nuestra existencia, había un orden marcado por D-os mismo al distribuir su acción creadora en seis días. ¿Por qué, si estamos hablando de D-os, no fue todo creado en un solo instante? Es D-os. Se supone que puede hacerlo.
“Sí, puede hacerlo, pero D-os hace las cosas con orden”, es lo que parece querer decirnos el texto. Por lo tanto, el ser humano no surge en un ambiente anárquico o caótico. Surge en un mundo que si acaso en su inicio estuvo en esa condición, ya fue ordenado por D-os mismo. El ser humano –reitero: la sociedad– deben buscar, por lo tanto, el orden.
Se establece también el origen del conocimiento: “Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche; y sirvan de señales para las estaciones, para días y años” (Génesis 1:14).
Es un versículo descomunal, titánico, impresionante. Nos explica cuál es la naturaleza de la Ciencia y del conocimiento humano.
La astronomía (o, en el lenguaje del Génesis, la posibilidad de entender las estaciones, los días y los años) fue el origen de todo lo que hoy llamamos ciencia. La observación de los astros, en la antigüedad, se volvió fundamental justamente para que las primeras sociedades –todas ellas agrícolas– pudiesen medir correctamente las temporadas de siembra y cosecha y, con ello, garantizar su sobrevivencia. Sin la capacidad para medir las estaciones y los años, el ser humano probablemente hubiese desaparecido.
El estudio de la regularidad de los movimientos celestes fue lo que permitió al ser humano desarrollar su inteligencia hasta los niveles de hoy.
Este versículo, por lo tanto, nos habla de la naturaleza de la ciencia. Nótese, entonces, que la ciencia es mencionada en el relato de la sociedad humana, no en el del individuo.
¿Por qué?
Porque la ciencia, el conocimiento, DEBEN ESTAR AL SERVICIO DE TODA LA HUMANIDAD, no sólo de una persona o un grupo.
Poner la ciencia como posibilidad privilegiada de unos pocos es violentar el objetivo con el que fue creada por el Gran Científico.
Recordemos el momento en el que se redactó este relato: un poco después de terminado el exilio en Babilonia, a inicios del siglo V AEC. Ezra y los escribas judíos que se encargaron de reconstruir todo el patrimonio escritural del antiguo Israel para darle su forma definitiva a la Torá, habían conocido en Babilonia lo mejor de lo mejor de la ciencia astronómica. Pero seguramente también habían visto como esa ciencia estaba al servicio de una clase gobernante, no al servicio de toda la gente.
Por eso, esta idea es revolucionaria y sin parangón: la ciencia como patrimonio de toda la humanidad.
En el otro extremo de la creación, aparece el complemento de la ciencia: la religión. Después de crear todo lo que debe existir en un mundo ordenado y ordenable, aparece uno de los versículos más hermosos del texto bíblico, fundamental en la religión judía: “Fueron, pues, acabados, los cielos y la tierra y todo el ejército de ellos. Y acabó D-os en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo. Y bendijo D-os al día séptimo y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación” (Génesis 2:1-3).
Se trata de la primera expresión que tiene un perfil eminentemente religioso, que implica la observancia de una prescripción a partir de una idea vínculada con lo sagrado.
Es interesante notar que la idea no es que “D-os hizo toda la creación en seis días”, y luego “reposó en el séptimo día”. El texto dice que “acabó D-os en el día séptimo la obra que hizo”. Es decir: el reposo es parte de la obra de la Creación.
De ese modo, el texto nos deja en claro que la naturaleza de la religión no es decorativa o meramente funcional. La vida religiosa es una parte inherente al mundo y su orden. Por lo tanto, una sociedad completa y cohesionada es una sociedad religiosa.
Pero igualmente interesante es notar que lo religioso no queda determinado por lo cultual ni, mucho menos, por lo teológico. Es decir: D-os no pide doración en este momento, ni templos ni sacrificios. La base de la religión no es, por lo tanto, las construcciones rituales o litúrgicas.
La base de la experiencia religiosa necesaria, indispensable para la humanidad es, en este momento de la Creación, la capacidad para distinguir entre la santidad especial del séptimo día y la laboriosidad propia de los otros seis días. Si reducimos esa idea a sus contenidos básicos, se trata de la capacidad de entender que cada detalle de la vida tiene un momento y un lugar.
Entonces, la religión tiene ese objetivo: educar al ser humano, darle los referentes adecuados para que entienda el sentido de la existencia.
Nótese cómo nada de esto se menciona en relación a la ciencia, a la observación de las luminarias de los cielos.
Del mismo modo, nótese cómo en este momento de santificar el séptimo día se menciona nada relacionado con el conocimiento del cosmos.
Nuestra información sobre el Universo DEBE VENIR DE LA CIENCIA, no de la religión.
El sentido de nuestras existencias DEBE APRENDERSE EN LA EXPERIENCIA RELIGIOSA, no en los libros de ciencia.
Así es el ideal de la sociedad humana según el texto bíblico.
Una humanidad que entiende su lugar como parte de una Creación que también incluye a los demás seres vivos. De hecho, que COMENZÓ con los demás seres vivos.
Una humanidad que entiende que la ciencia es un patrimonio de todos y que, por lo tanto, sus resultados DEBEN BENEFICIAR A TODOS.
Una humanidad que aprovecha la experiencia religiosa para entender el sentido mismo de la existencia.
Y, sobre todo, una humanidad que entiende que la conciencia ecológica, la ciencia y la religión son dinámicas COLECTIVAS, no individuales. Deben entenderse, aplicarse y aprovecharse EN EL CONTEXTO DE LA COLECTIVIDAD.
¿Qué hay respecto al individuo y sus características y necesidades?
El texto bíblico, extendiendo su genialidad, lo analiza en el segundo relato de la Creación. A propósito, marca una serie de diferencias irreconciliables con el primero, justamente para dejar en claro que la lógica con la que se analiza al individuo es totalmente distinta a la que se usa para analizar a la sociedad.
Es decir: que vivimos en una permamente tensión entre lo que deseamos como individuos y lo que necesitamos como sociedad.
Sin duda, esa tensión estaba muy presente en la mente de Ezra y su grupo de escribas, enfrentados a que muchos judíos se habían establecido bien económicamente en Babilonia y no tenían intenciones de regresar a Judea.
Había, entonces, que explicarles por qué es más importante reforzar al grupo antes que satisfacer al individuo.
La próxima semana continuaremos con el análisis del segundo relato de la Creación, un brillante análisis de la naturaleza del ser humano en su identidad propia, única, individual.
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