ALAN GRABINSKY PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO
Después de haber consumido un poco de alcohol y otras sustancias en una fiesta de cumpleaños, un amigo me miró fijamente a los ojos y me dijo que estaba sumamente preocupado por los “ejércitos de árabes” que ISIS estaba mandando a Europa para colonizar el continente.
En el baño del Deportivo Israelita oí la siguiente frase: “el futuro es de los musulmanes, y los gays”. Algunos meses después, en la comida de Rosh Hashaná, un hombre de unos cincuenta años, perteneciente también a la comunidad judía de México, expresó una opinión similar: “Todos son igual de peligrosos, nos quieren matar”.
Y luego, esto:
“Ya sea por ignorancia o por estupidez, los europeos no están analizando que están haciendo fundamentalmente, y de un golpe, cambios en la población, los cuales llevarán en los próximos años a la desaparición de la tradición, la cultura y el progreso de sus países. En otras palabras, en el futuro no muy lejano vamos a ser testigos del fin de la Europa clásica y el establecimiento de una autoridad islamista en todo el continente.”
Este texto fue compartido en Facebook por un conocido mío, de México, que lleva ya seis años viviendo en Israel. Fue publicado en Ynews, una página de Internet de aquel país. Una foto muestra al autor. Un señor viejo, de pelo blanco, casi calvo. “Europeo”— podría decirse.
“Había parado un tren abarrotado de viajeros. Vagones de mercancías y vagones de pasajeros se sucedían sin distinción; en todos se apretujaba un gentío que miraba en silencio, pero inquisitivamente, hacia nosotros. (…)—Son… de Galitzia— dijo Schiebel, evitando la palabra ´judíos´ y añadiendo luego ´refugiados´.”
Esto sucedió en las afueras de Vienna, hacia 1915; así lo cuenta Elías Canneti, en la primera parte de sus memorias, La lengua salvada. La similitud con las imágenes de estas últimas semanas — ¡tomadas en la misma zona geográfica!— no podría ser mayor. El capítulo se llama “El origen del mal”.
Algunos años antes de Canneti, un joven liberal de la misma ciudad escribía— en su panfleto político más famoso— las siguientes palabras: “Nos sentimos, naturalmente, atraídos a lugares donde no somos perseguidos, pero nuestra presencia en esos lugares engendra más persecución”. Herzl— el ideólogo del Estado de Israel—reconocía que el problema del refugiado no se solucionaba por el desplazamiento, ya que éste trae más persecución por parte de elementos nacionalistas en el país de destino. La ironía es que, para muchos judíos etíopes y yemenitas, la solución de Herzl, tampoco fue la panacea, el miedo al extranjero, expresado también ante las comunidades de sudaneses y filipinos que viven en Israel, forma parte de cualquier nación. Hasta la judía.
El gran movimiento de población que supuso la creación del Estado de Israel— por lo menos 5 o 6 millones de perseguidos de Siria, Rusia, Alemania, etc. — cambió radicalmente la geografía del Medio Oriente y desplazó a mucha gente que vivía allá. Al autor de Ynet se le olvida que él mismo o su padre fue parte de esa masa de refugiados. Sin embargo, ¡he aquí que está defendiendo una idea de una Europa “clásica”, añorando la pérdida de una “pureza” cultural continental frente al influjo de inmigrantes musulmanes!
Me parece que a esta persona se le ha olvidado que ese tipo de narrativas—con términos raciales, no culturales— eran precisamente las utilizadas por los fascistas alemanes para justificar la limpia del elemento extranjero: el judío. ¡Y ahora, desde su orgulloso nacionalismo israelí, el autor defiende una integridad cultural de aquellos que lo expulsaron! Esto es, sin duda, una versión globalizada del síndrome de Estocolmo.
Y es que caminar como judío de la diáspora por el Museo de la Diáspora en Tel Aviv es sentirse convertido en objeto del pasado: los pasillos son grises, las fotos de los judíos de otras partes del mundo parecen sacadas de National Geographic. Todo es viejo, las maquetas de sinagogas destruidas en Polonia se cubren por capas de polvo. Esta historia de persecución y desplazamiento se cuenta como si hubiera sido resuelta de un golpe por un estado nacional.
Estamos caminando una línea floja, como judíos. La separación tan tajante entre la vivencia del refugiado y del israelí — o el mismo judío— era impensable para el mismo Herzl. En el ambiente de Cannetti, hace medio siglo, la palabra “judío” y “refugiado” eran intercambiables— él mismo tuvo que huir a Inglaterra, escapando de los nazis. En la misma Viena de hoy en día hay elementos de la comunidad que se pronuncian abiertamente xenofóbicos. La Europa clásica, dicen, está cambiando.
¡Qué fácil es olvidar!
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