ESTI PELED Y MORRIS STRAUCH PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO- Towers, quien ahora cuenta con 98 años de edad y por ello no pudo trasladarse a México, relató esta hazaña a través de una videollamada, proyectada en pantalla gigante, el domingo 4 de octubre, en el Salón de fiestas de Bet El, en presencia deJulio Botton, uno de los sobrevivientes del “Tren de la Muerte”.
Este emotivo evento fue organizado por Orly Beigel, Presidenta del grupo Segunda Generación de Sobrevivientes del Holocausto, cuya madre y tía, Yetti Halpern de Beigel, Z”L y Gizela Halpern Katz respectivamente, fueron rescatadas por el militar.
Por ello, Botton expresó: “La heroína de este evento no soy yo ni el Mayor Towers. Es Orly Beigel, quien realiza este evento en memoria de Yetti- pues no hay mayor homenaje que el de una hija a su madre”.
La conferencia contó con la presencia de los rabinos Marcelo Rittner y Leonel Levy, así como de una gran concurrencia integrada por familiares de sobrevivientes y miembros de la Comunidad judía de México.
Beigel conoció a Towers en Nashville, en el marco de una de las conferencias que éste ofrecía para relatar su experiencia. Como el militar no había recibido homenaje alguno por su obra, Orly decidió organizar un reconocimiento público en México.
Ésta es la transcripción de la videoconferencia:
“Quiero comenzar por relatar de dónde vengo y cómo es que tuve la oportunidad
de liberar el tren que Orly ha mencionado.
Yo nací y crecí en la Nueva Inglaterra.
En la década de 1930 se hablaba muy poco de Hitler y las tribulaciones de los
judíos en Alemania. Nosotros pensábamos que se trataba de una propaganda e
ignoramos los sucesos. Considerábamos que éste era un asunto de los europeos y
había que dejarlos resolver sus propios problemas.
El tiempo transcurrió. La diplomacia fracasó y fuimos arrastrados a la guerra.
Nuestro ejercito era mucho más débil que el de Hitler en Alemania. Hitler, los
japoneses y Mussolini unieron sus fuerzas, formando una maquinaria poderosa,
nada que pudieramos tocar. Por lo tanto, nos ocupamos de fortalecer nuestras
fuerzas armadas e incrementar nuestra marina. Eso tomó tiempo y dinero por
supuesto.
Hitler perseguía a los judíos e implementaba leyes discriminatorias. Los judíos
tenían prohibido adquirir bicicletas, automóviles. No podían utilizar el
transporte público, enseñar en escuelas, desempeñar cargos públicos. Muchos de
ellos protestaban y eran encerrados en campos de concentración. A través del
tiempo, más y más udíos fueron trasladados a campos de concentración.
En esa época, nosotros en Estados Unidos desconocíamos lo que acontecía. Pero
ocasionalmente aparecía un artículo en el periódico sobre Hitler castigando a
los judíos . En ocasiones, uno o dos de ellos se escapaban de los campos y relataban la historia de cientos de judíos que eran eran torturados y asesinados. Los rabinos no creían que los alemanes eran capaces de hacer esas cosas y que estos judíos estaban locos. Si estos rabinos no creían lo que estos hombres relataban, ¿por qué lo haríamos nosotros en Estados Unidos? Propaganda, dijimos.
El tiempo transcurrió, fortalecimos nuestro ejercito y yo fui reclutado en la
30a División de Infantería en 1943. Estábamos preparados para la guerra.
Cuando capturamos la ciudad de Brunswick el 10 de abril de 1945, aún no
existían evidencias de campos de concentración o del exterminio de judíos. Muy
cerca de donde nos habíamos estacionado se ubicaba Bergen Belsen, del cual
desconocíamos la existencia. Bergen Belsen fue uno de los principales campos
del sistema nazi, conocido por su tortura y trabajos forzados, con aproximadamente 6 mil judíos.
El campo no incluía cámaras de gas pero sí un pequeño crematorio. Los alemanes
sabían que el ejercito inglés se acercaba al campo y el comandante del mismo
no quería que los ingleses vieran en qué condiciones mantenían a los
prisioneros. Así que se construyeron barracas modelo con gente bien vestida y
alimentada, para que sean inspeccionadas por la Cruz Roja inglesa y puedan
disipar los rumores sobre el exterminio de judíos. Los ingleses observaron las
barracas limpias, pobladas por prisioneros bien alimentados y abandonaron el
campo. El comandante no les mostró las otras barracas. La intención era sacar
a los judíos de Bergen Belsen para ocultarlos del ejercito inglés.
El 7, 9 y 10 de abril, los judíos fueron colocados en tres trenes de 2500
personas cada uno para ser trasladados a Theresienstadt en Checoslovakia.
Theresienstadt tenía las cámaras de gas y los crematorios más eficientes del
sistema.
El primer tren arribó a Theresienstadt el 20 de abril. El segundo tomó otra
ruta y en la misma fecha fue capturado por el ejercito ruso. No sabemos qué
pasó con esa gente. Los rusos no querían a los judíos y no sabemos qué
hicieron con ellos. El tercer tren cruzó el río para llegar a su destino. En
el camino, los alemananes recibieron instrucciones de volver de donde venían
porque el ejercito ruso se acercaba. A su regreso, volaron el puente para
impedir que los rusos los alcanzaran. El tren se estacionó en un pequeño
pueblo llamado Farsleben.
Los trenes contenían 40 vagones para el ganado y dos o tres para pasajeros.
Nosotros utilizamos estos vagones en la primera guerra mundial para trasladar
a nuestras fuerzas. Estos eran llamados 40 y 8 porque podían contener un
máximo de 40 personas o 8 caballos. Los nazis transportaban de 70 a 80 judíos
amontonados como sardinas en cada uno de estos vagones: hombres, mujeres y
niños. En el rincón de cada vagón se ubicaba una cubeta que servía de
sanitario. Pero no había manera que los prisioneros llegasen a la cubeta
arrinconada así que se veían obligados a orinarse y la orina corría por sus
piernas y ropa. Mientras tanto, también se llenaban de piojos y contraían
enfermedades como el tifus.
El tren viajó siete días de Bergen Belsen a Farsleben. Sólo se podía viajar de
noche porque, durante el día, las fuerzass aérea americana e inglesa
bombardeaban a cualquier vehículo en movimiento. El tren se detenía una vez al día
para que los prisioneros recibieran su ración matutina de alimento, que consistía de una
taza de “sopa” y un pedazo de pan. La “sopa” era una cubeta grande con agua y
cáscaras de papa. Los prisioneros corrían con suerte si les tocaba una de
estas cáscaras. Eso era todo lo que recibieron en seis días.
Al acercarnos a Farsleben, nuestra división fue guiada por un batallón de
tanquistas americanos. Un grupo de refugiados que se dirigían al oeste
informaron a los comandantes que los alemanes nos habían preparado una
emboscada y mencionaron que habían huido de un tren estacionado en el pueblo.
Así que entramos al pueblo cuidadosamente -pero los alemanes habían abandonado
el lugar. Mientras el batallón se dirigía hacia Magdeburg, atravesó una colina y mirando abajo, hacia el valle, descubrió un tren estacionado. Los soldados del batallón se acercaron cuidadosamente y vieron que algunas personas que viajaban en los vagones de pasajeros, a la en la orilla de las vías, se encontraban afuera del mismo.
Los pasajeros observaron los tanques que se acercaban. En un principio, no sabían a quien pertenecían los tanques, pues nunca habían visto tanques americanos. Muy pronto, dos de ellos se acercaron a dos de los tanques e intentaron comunicarse en su lengua nativa: hablaban polaco o húngaro, así como una serie de idiomas que no conocíamos.
Entre ellos, se encontraba una joven de 20 o 21 años, Gina Rappaport, oriunda de
Varsovia. Ella hablaba siete idiomas- y también hebreo. Comenzó a hablar con
nuestro comandante en distintos idiomas que él no entendía, hasta que llegó al
yiddish. Resulta que uno de los comandantes norteamericanos era judío y sabía yiddish. Gina comenzó a relatarle la historia de los vagones originarios de Bergen Belsen. Le informó quiénes eran sus pasajeros, de dónde venían, cuánto tiempo habían viajado y demás detalles.
Nuestras fuerzas bajaron hacia el tren y abrieron los vagones. Los soldados
quedaron pasmados por las condiciones de los judíos en los vagones, que eran poco más que esqueletos. Cayeron del vagón y apestaban debido al
excremento y la orina acumulados durante seis días. Los soldados se voltearon
y vomitaron.
Logramos sacarlos de los vagones para ser atendidos por nuestros médicos.
Algunos de ellos estaban en situaciones físicas muy difíciles.
Debemos recordar que nos encontrábamos en una batalla contra los alemanes y
por lo tanto temíamos que estas personas fuesen dañadas. Aquí es donde yo
entré en acción. Tuve que organizar el transporte de esta gente….
Trasladé a las 2500 personas a Hilersleben, un buen lugar para ellos. Ahí
teníamos barracas y un hospital. Antes de ponerlos al cuidado del gobierno
militar estadounidense había que desvestirlos, ya que los piojos corrían por
su cuerpo. No había manera de lavar su ropa, así que fue arrumbada y quemada.
De pronto, teníamos ante nuestros ojos a 2500 personas desnudas, entre ellas niños pequeños que nunca habían visto un cuerpo desnudo.
Nuestros ingenieros instalaron duchas. Se escuchaban rumores de que los
alemanes sometían a estas personas a cámaras de gas para asfixiarlas en
cuestión de segundos. Así que temían que hiciéramos lo mismo. Nuestros hombres
se vieron obligados a ducharse para mostrarles que eran verdaderas.
Las personas se ducharon y se secaron para después rociarlas con DDT. Como
deben saber, actualmente el DDT es un producto prohibido en Estados Unidos porque causa cáncer. Pero, en ese momento, era el mejor remedio a nuestro alcance para deshacernos de los piojos.
Posteriormente les proporcionamos nueva vestimenta, algo para cubrir sus
cuerpos, lo cual fue donado a la Cruz Roja por los residentes de Hilersleben.
Luego colocamos a la gente en barracas. Aquellos que requerían atención médica
fueron enviados al hospital.
A estas alturas, todos estaban en buenas manos, protegidos por el gobierno
militar estadounidense y la Cruz Roja, así que me despedí de ellos y les deseé
suerte. Volví a mi unidad para continuar nuestra labor en Alemania. El
8 de mayo, finalizó la guerra. El grupo de refugiados en Hilersleben
estaba siendo procesado.
LOS SOBREVIVIENTES DESPUÉS DE LA GUERRA
Por otro lado, en la década de 1930, un grupo de judíos logró huir de manos de
los nazis. Ellos acudieron a varias embajadas en sus ciudades y pidieron
pasaportes para emigrar a países como Australia, Brasil, México, Estados
Unidos entre otros, donde quisieran aceptarlos.
Cabe mencionar que, en esa época, Estados Unidos era muy antisemita. Miles de judíos ya se encontraban en el país y no queríamos a más, así que les cerramos las puertas.
Hubo un caso en el que los judíos tenían pasaportes para Cuba. Cuando llegaron a su destino, sus pasaportes fueron declarados falsos y por lo tanto fueron rechazados. Entonces llegaron a Miami y Nueva donde también no se les permitió el ingreso. Finalmente, luego de una travesía de 90 días, arribaron de nuevo a Europa.
Otros judíos lograron conseguir pasaportes pero, antes de reunir a sus familias, cayó el telón de acero y quedaron atrapados. Cuando finalmente fueron liberados en Hilersleben tras el Holocausto, estos judíos conservaban sus pasaportes. Salieron de inmediato a Brasil, Chile, México y Australia. Otros que no tenían pasaportes fueron enviados a Israel. Es decir, a Palestina, antes de que Israel se convirtiese en Estado. Ellos se establecieron en nuevos asentamientos y comunidades en todo el país. Distintas familias llegaron a distintos lugares y probablemente nunca se volvieron a ver, pese a que habían permanecido juntos en Bergen Belsen durante 2, 3 o 4 años y luego en este tren. Nunca, realmente, se conocieron como individuos.
BUSCANDO A LOS JUDÍOS DEL “TREN DE LA MUERTE”
Judíos con o sin pasaportes se habían esparcido por el mundo. Hace unos años
comencé a preguntarme lo que había sucedido con cerca de 700 niños menores de 21 años que habían salido de ese tren. Los alemanes llevaban un registro meticuloso de los datos de los prisioneros. Cuando estas personas fueron colocadas en los trenes, llevaban su nombre, fecha y lugar de nacimiento. Así que hace algunos años, la Fundación Bergen Belsen me proporcionó una lista de estas personas. De acuerdo a las fechas de nacimiento, puedo identificar a los que eran niños. Así es como elegí a aquellos menores de 21 años, un total de 700 personas.
¿Qué sucedió con estos jóvenes y niños? Ellos crecieron en los países a donde
llegaron sus padres, dependiendo de sus pasaportes. La mayoría de los varones
conservaron sus nombres, por lo que fue relativamente sencillo identificarlos,
a diferencia de las mujeres.
Intenté contactarme con 275 de estos niños esparcidos por el mundo. ¿Qué
hacían? Les pregunté qué había sucedido con ellos desde que bajaron del tren
hasta hoy en día. ¿Qué había sido de sus vidas? ¿Dónde fueron educados? ¿Qué
hicieron?
Ha sido tan satisfactorio para mi encontrar a estas personas, descubrir qué
habían hecho, cómo llegaron a formar parte de nuestra sociedad: El Dr. Peter
Lantos, de Hungría, creció y ahora es un neurocirujano en Londres. Mikey
Tankovitz, médico originario de Varsovia: él es profesor en la Universidad del
Estado de Nueva York en Brooklyn. George Amgen, doctor en ingeniería ambiental
…y muchos más. La gran parte de estas 275 personas son grandes profesionales.
Uno de ellos tiene un doctorado en física nuclear de la Universidad de Rhode
Island.
Así que, saber que he proporcionado a esta gente una segunda oportunidad para formar parte de una sociedad es muy gratificante para mi. Soy el último conocedor de lo acontecido en este tren.
La madre de Orly Beigel y Julio Boton estaban en este tren. Probablemente hay otros sobrevivientes en México que aún no hemos contactado. Mientras tanto, continúo con mi investigación”.
Para leer la historia de la madre de Orly Beigel, haga click aquí.
Traducido y editado por Esti Peled, corresponsal en Haifa de Enlace Judío México.
Reproducción autorizada con la mención siguiente: © EnlaceJudíoMéxico
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