Es importante diferenciar entre antisemitas en su forma individual y el antisemitismo institucionalizado. El Profesor Haim Avni, en un clásico artículo, diferenció entre tres categorías de antisemitismo: el gubernamental (como el que se impulsa desde el gobierno chavista en Venezuela), el de instituciones (como por ejemplo en el ejército argentino durante la dictadura militar) y el popular (como el registrado en encuestas en España). Es verdad que no todas las criticas hacia Israel son muestras de antisemitismo, pero llama mucho la atención cuando una persona únicamente se moviliza para criticar al estado judío o cuando utiliza terminología demonizadora, únicamente contra Israel.
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El “Test 3D del Antisemitismo” es un conjunto de criterios para distinguir la crítica legítima hacia el Estado de Israel del antisemitismo. Las tres D corresponden a Deslegitimación [de Israel], Demonizacion [de Israel], y sometiendo a Israel a Dobles estándares, cada uno de los cuales o combinados indica que la persona sufre de judeofobia. El test fue desarrolado por Natan Sharansky, ex ministro de Israel y presidente de la Agencia Judía para Israel. Fue publicado en el Jewish Political Studies Review, en 2004. El deseo es contar con una herramienta conceptual para definir límites entre crítica legítima y crítica antisemita.
Como explica Natán Sharansky: “esconderse detrás de la chapa de la ‘crítica legítima de Israel’, este nuevo antisemitismo es mucho más difícil para exponer”. Una persona puede analizar una noticia, artículo de opinión o incluso una protesta y ver si las críticas cruzan la línea 3D.
La variable “Deslegitimación de Israel” se refiere a la negación del pueblo judío adecuado para autodeterminación (o negar que sea un pueblo). Esta afirmación discrimina a los judíos negando su derecho básico de autodeterminación como se determinó por el derecho internacional. Cualquier discriminación contra un grupo étnico, religioso, racial o nacional específico se considera racismo y la deslegitimación del derecho del pueblo judío a su autodeterminación es puro racismo contra los judíos, es decir, es antisemitismo o judeofobia.
El ex Primer Ministro de Suecia, Per Ahlmark, un destacado luchador contra el antisemitismo, escribió: “en comparación con la mayoría de los brotes antisemitas anteriores, este nuevo antisemitismo es a menudo menos dirigido contra judíos individuales. Ataca principalmente a las colectividades judías, o el Estado de Israel y luego esos ataques inician una reacción en cadena de asaltos a judíos individuales e instituciones judías. En el pasado los más peligrosos antisemitas eran los que querían hacer del mundo “Judenrein”, libre de judíos. Hoy, los antisemitas más peligrosos son aquellos que quieren hacer del mundo “Judenstaatrein”, libre de un Estado judío”.
El Profesor Irwin Cotler ha definido deslegitimación como uno de los nueve conjuntos de lo que él llama “Neoantisemitismo”. Cotler utiliza el término “antisemitismo político” para describir la negación del derecho del pueblo judío a la autodeterminación y la deslegitimación de Israel como un Estado. Criticar de forma obsesiva y deslegitimadora a Israel es antisemitismo puro.
La variable “Estándares Dobles” es juzgar a Israel con diferentes principios en situaciones similares. Si una persona critica a Israel y sólo Israel sobre determinados temas, pero opta por ignorar situaciones similares realizadas por otros países se está realizando una política de estándares dobles contra Israel. La aplicación de una norma moral diferente para judíos y para Israel en comparación con el resto del mundo discrimina a un grupo específico (es el judío) y se etiqueta como antisemitismo.
Thomas Friedman ha escrito que “criticar a Israel no es antisemita, y el que lo diga es vil, pero señalar a Israel por el oprobio y la sanción internacional fuera de toda proporción a cualquier otra parte en el Medio Oriente – es antisemita, y el que no lo diga es deshonesto”. El Profesor Irwin Cotler también ha definido estándares dobles como uno de los nueve conjuntos de lo que él llama “Neoantisemitismo”. Cotler ofrece la negación de Israel de forma igualitaria ante ley internacional (“la singularización de Israel para un trato diferenciado y discriminatorio”) como un nuevo patrón antisemita.
La variable “Demonización” se refiere a la representación de ciertos grupos como malos, demoníacos, o satánicos. Se expresa en el habla, la escritura, las formas visuales y acciones, y emplea estereotipos siniestros y rasgos de carácter negativos. Se deshumaniza al judío o al israelí, se lo demoniza y se hacen acusaciones mendaces estereotipadas acerca de judíos o sobre Israel. Refritan la conspiración judía mundial o aseguran que los judíos controlan los medios de comunicación.
El pensador Gustavo Perednik considera que un antisemita puede ser reconocido hoy por tres criterios: la obsesión, la coprolalia y el maniqueísmo. El maniqueísmo es que todo lo que haga Israel, es malo por definición. Para el judeófobo, como Israel siempre carga con todas las culpas, las agresiones contra los israelíes pasan olímpicamente inadvertidas. Miles de israelíes que sufrieron los atentados de suicidas en discotecas y fiestas de cumpleaños, son soslayados hasta el regodeo. El judeófobo es incapaz de ver ninguna injusticia o atropello que agreda al país hebreo. Todo es blanco y negro, e Israel es todo demoniacamente “negro”.
La obsesión significa que “sólo la conducta del hebreo es monitoreada con lupa por el judeófobo. Mientras pasa por alto conflictos que cobran cientos de miles de muertos, y atrocidades y excesos cometidos por muchas naciones, magnifica como si fuera una hecatombe cualquier muerte atribuible a Israel”. De todos los gobiernos del mundo, sólo contra el judío se hacen constantemente campañas para demonizarlo.
La coprolalia (usar el lenguaje insultante) tiene un objetivo: habituar a la gente a que el Estado de Israel pueda eventualmente ser destruido. La propaganda que otrora mostraba a los judíos como un virus infeccioso generó en Alemania un adormecimiento moral que facilitó el Holocausto. Hoy le toca al judío de las naciones: deslegitimarlo en su esencia permitiría, eventualmente, aceptar sin sobresaltos la andanada final de los ayatolás u de otros antisemitas para borrar a Israel del mapa.
El abuso del lenguaje cuando se trata de demonizar a Israel se ve especialmente en el término “genocidio”, acuñado por el abogado judío Rafael Lemkin para definir el martirio israelita en la Segunda Guerra Mundial. Hoy en día pareciera tener dos definiciones alternativas: a) la matanza sistemática y deliberada de cientos de miles de personas pertenecientes a un mismo pueblo, o b) la muerte de algunos palestinos. Eso si, la segunda alternativa se restringe sólo a aquellos casos en que la responsabilidad pueda atribuirse a Israel, en toda otra matanza de palestinos (como en Siria), la definición tampoco se aplica.
La coprolalia es que el judeófobo, muchas veces inconsciente de su odio, no puede evitar desbordarse en lenguaje soez. Sólo el judío genera en él una adrenalina que lo eyecta desde la discusión razonada hacia la terminología más desmesurada y el vituperio. Comienza planteando un problema (“la ocupación”) pero termina casi, irremediablemente, en el insulto puro y duro, describiendo a Israel como “país nazi”, “cáncer de Oriente Medio”, y otros epítetos que reserva, exclusivamente, para Israel (¿Qué casualidad?).
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