IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – El relato del Diluvio se convierte en el paradigma supremo de la Historia del pueblo judío: el mundo, generación tras generación, ve cómo todo desaparece de manera catastrófica. Sin embargo, en medio de la inundación, un bizarro barco con poca gente y más bien integrado por una fauna polifacética y que seguramente no sabe qué hace en ese hogar de madera, navega y sobrevive, una y otra vez, a los embates de la Historia.
La Parashá (sección) de la Torá correspondiente a esta semana lleva por nombre Noaj, la forma original en hebreo del nombre Noé. Se refiere, naturalmente, a la historia de Noé y el Diluvio, así como el reinicio de la humanidad.
Un detalle del relato sobre el cual suele hablarse poco –o nada– es que contiene, junto con otros mitos antiguos como el de la Atlántida, la noción de que hubo una etapa previa de la historia de la humanidad fuera de nuestra posibilidad de conocimiento, ya que algún tipo de cataclismo destruyó todos los vestigios de esa época.
El tema sigue fascinando a mucha gente proclive al sensacionalismo pseudo-histórico, y allí tenemos a muchos autores publicando no sólo acerca de los prodigiosos atlantes, sino también sobre los habitantes de los continentes perdidos de Lemuria y Mu. O, incluso y yendo más lejos, sobre extraterrestres llegados del fantasioso planeta Nibiru.
Hay un detalle distintivo del relato bíblico: a diferencia de los relatos de otras culturas, aquí no se habla del colapso de una gran civilización que, luego de haberse desarrollado hasta lo más alto posible, se colapsó por sus propios errores. Aquí sólo se habla de una sociedad decadente que, literalmente, todo el tiempo se comportaba mal.
¿A qué se debe el pesimismo de la narrativa Hebrea?
Hay una posibilidad interesante: al hecho de que los antiguos Hebreos estuvieron directamente vinculados con los grupos nómadas de Mesopotamia que más se resistieron al empuje civilizador que comenzó en Sumeria hacia el año 3500 AEC.
La Atlántida, Lemuria y Mu son mitos en los que se enfatiza el auge y declive de la civilización. Enfatizan, especialmente en el caso de la Atlántida, que de lo más sublime se puede llegar a lo más grotesco. Sin embargo, hay una clara intención de rescatar las bondades del desarrollo humano centrado alrededor de la urbe y de la ciencia.
En el texto bíblico no. Por el contrario: en los primeros capítulos, la construcción de ciudades está relacionada con personajes de perfil moral muy cuestionable, como Caín y Nimrod. La sociedad decadente que es destruida por el Diluvio en el Génesis no tiene nada memorable ni digno de ser mencionado favorablemente. Simplemente, es una sociedad corrompida que ya no se puede sustentar.
Los antiguos Hebreos fueron un grupo mixto que albergaba a personas de cualquier origen. Los registros arqueológicos recuperados en todo Medio Oriente confirman que hubo Hebreos de origen acadio, gutu, amorreo, elamita, mitanio y arameo, como mínimo. Dichos registros también confirman que su única característica en común era la obstinación para no asimilarse a las sociedades sedentarias que, empezando por Sumeria, estaban transformando el panorama social, cultural, religioso, político y militar en la zona.
Pero pareciera que todo esto le incomodaba a los Hebreos, y que para ellos no hubiese mejor condición de vida que el nomadismo.
De hecho, si tomamos en cuenta que los Sumerios ya eran una cultura establecida cuando se inventó la escritura hacia el año 3500 AEC, es notable el hecho de que hay documentos egipcios del siglo XIV AEC que todavía hablan de Hebreos nómadas dedicados a la rapiña y el pillaje. Estamos hablando de más de dos mil años de resistencia Hebrea al impulso civilizador que primero trajeron Sumerios y Acadios, y luego Egipcios y Babilonios.
No fue una resistencia pasiva: una coalición de amorreos y elamitas (dos grupos muy importantes en el origen de los Hebreos, especialmente los primeros) fue la que puso fin, de manera violenta, al esplendor sumerio de Ur.
De hecho, hoy sabemos que en la narrativa sumeria –la más antigua que existe–, el “diluvio” es una forma simbólica de referirse a la invasión de nómadas que trajo, en una primera etapa, a grupos emparentados con los acadios, y en una segunda etapa a los amorreos.
La posible lectura simbólica del Diluvio es correcta desde la perspectiva histórica: la inundación nómada incontenible efectivamente trastornó y puso fin a la primera civilización de la Historia, y apenas si sobrevivió una ínfima parte de todo ello, representada por Noaj.
¿Entonces Noaj es una representación de lo poco, casi nada, que sobrevivió de la civilización sumeria, la que fue tragada por el “diluvio” amorreo?
Es obvio que no, en el sentido de que los autores judíos que le dieron forma final al relato del Diluvio no estaban pensando en ello, porque no tenían conocimiento de la existencia de la civilización sumeria, para entonces enterrada en el absoluto olvido desde hacía miles de años.
Pero sí hay un rasgo preservado primero por la tradición oral y luego trasladado a las versiones escritas, que también puede evidenciar este trasfondo histórico: Noaj es el “héroe” bíblico menos apreciado por la propia tradición judía.
Pese a que se dice que era “perfecto en todos sus caminos” y “justo en su generación”, hay muchos rasgos de Noaj que no son, precisamente, los mejores. Por ejemplo –y acaso el más notable–, que se tarda todo un siglo en construir el arca, pero no logra convencer a nadie de que se una a su proyecto o cambie su manera de vivir y se salve. ¿No lo logró o ni siquiera lo intentó? El texto bíblico no nos da detalles. Luego, es el refundador de la especie humana, pero también el refundador del alcoholismo.
Por ello, los sabios judíos señalaron que la idea de que fue “justo en su generación” implica que en otra época no hubiera sido considerado un hombre justo, sino tal apenas un hombre bueno. Cierto: fue el mejor de su época, pero no era una época memorable ni sobresaliente.
Entonces, lo que se salva del Diluvio no es la maravilla andando. Simplemente, una pequeña luz que si se destacó fue porque vivió en un momento de oscuridad absoluta.
Regresemos a la perspectiva sumeria del tema: la idea de una civilización barrida por un “diluvio” fue la representación simbólica de la cultura sumeria barrida por la invasión de nómadas amorreos. ¿Qué se salvó de Sumeria? Poco, muy poco. Y eso, no gracias a los amorreos, sino a los babilonios.
Pareciera que de allí viene el trasfondo histórico de esa idea de que lo que se puede salvar de un diluvio no necesariamente es maravilloso, sino apenas lo rescatable de una sociedad decadente.
Eso le va a dar al relato hebreo otro matiz inexistente en las demás narrativas, ya sea que se traten de mitos paralelos como la Atlántida o Lemuria, o del mito del diluvio en otras culturas semíticas: la convicción de que lo que se perdió ni siquiera vale la pena recuperarlo.
En la mayoría de los mitos sobre ese pasado glorioso que se perdió hay una especie de nostalgia por aquello que se hundió bajo las aguas o, de uno u otro modo, fue destruido. Incluso, los aficionados a este tipo de temas sueñan, o incluso alucinan, con cuánto conocimiento científico y técnico pudo existir en la formidable ciudad de Atlantis, y no es extraño ver por aquí o por allá alguna ilustración donde sus habitantes manejan una tecnología incluso superior a la que conocemos actualmente.
No cabe duda que se trata de una conducta heredada de Babilonia, la primera cultura que hizo un esfuerzo notable por preservar lo mejor del conocimiento heredado de los ya desaparecidos sumerios. Como si el objetivo fuese derrotar al diluvio amorreo y no dejar que se perdiera la luz civilizadora que se inventó en las ciudades de la antigua Sumer. Por ello, las escuelas de escribas en el Imperio Paleo-babilónico usaban como ejercicios obligatorios los relatos sumerios (de hecho, conocemos la mitología sumeria más por las tablillas babilónicas que por las directamente sumerias).
Pero al pueblo Hebreo antiguo todo eso parece no importarle. En su propia versión del Diluvio, la destrucción del mundo antiguo debe ser total, y el único sobreviviente es un extraño, taciturno y casi ermitaño sujeto que, de todos modos, no parece vivir muy adaptado a su sociedad.
Hoy por hoy nos resulta imposible reconstruir qué fue lo que sucedió, pero lo que parece claro es que hubo un fuerte conflicto por parte de los antiguos Hebreos, herederos del nomadismo semítico-cananeo que tuvo en los amorreos que destruyeron Sumeria a su principal contingente, contra el concepto de civilización representado por Sumeria y, por ende, la antigua Acad.
Por eso el relato bíblico se dirige claramente a la idea de que todo eso que se llevó el Diluvio no merece ser recuperado. Es más, qué bueno que se lo llevó. En cambio, lo que Abraham tendrá que hacer a partir de la Parashá de la próxima semana es emigrar de la zona de influencia Sumeria –Ur, que por cierto fue la última gran urbe sumeria, cuyo colapso marcó el fin de esta civilización–, hacia la zona de influencia egipcia.
Y parece mentira, pero en realidad en la narrativa bíblica pareciera haber un trasfondo que nos dice “Sumeria no vale la pena; es mejor Egipto…”.
Así de complejo es el relato del Diluvio. En su versión más antigua, fue el modo en que los sumerios se quejaron amargamente de la “inundación” amorrea que, a la larga, significó el fin de la primera cultura de la humanidad. La versión hebrea, consolidada un par de siglos después, luego preservada como tradición oral durante unos mil años, puesta por escrito por primera vez hacia el siglo IX AEC, y registrada finalmente en el texto bíblico después del exilio en Babilonia, va hacia otro objetivo: Sumeria no valía la pena. Babilonia tampoco. Todo eso que desapareció con el Diluvio (da lo mismo si se entiende como algo literal y es una inundación de agua, o como algo simbólico y es una inundación de amorreos) ocupa ya el lugar que le corresponde en la Historia: el olvido.
Sí: los sumerios tienen el mérito de ser la primera civilización de la Historia, pero no eran ellos quienes estaban destinados a convencer a los Hebreos de civilizarse y sedentarizarse. Ese privilegio habría de ser para los egipcios.
Una cosa es segura: todas las narrativas míticas de la zona coinciden en que hubo algo grande, notable (qué tan bueno o qué tan malo, depende de quién lo cuente) que fue barrido por una catástrofe sin precedentes llamada “diluvio”, que puede ser interpretada de diferentes maneras. El parteaguas es radical, y la humanidad no volvió a ser la misma.
Y es cierto: la cultura sumeria fue civilizadora y le aportó al mundo acaso el más grande de los inventos en la antigüedad: la escritura.
Pero las dinámicas sociales y políticas que marcaron el rumbo de la civilización humana las determinaron las naciones que, de uno u otro modo, se rebelaron contra los paradigmas de Sumeria. Los primero fueron los Acadios, fundadores del primer Imperio en la Historia (y con ello, de la política de dominación que sigue siendo una fuente de dolores de cabeza para la humanidad); luego, los Egipcios y los Babilonios; más adelante, los Hititas, los Mitanios y los sanguinarios Asirios.
A la larga, todo eso generó la desaparición de los amorreos en la zona de Mesopotamia, que finalmente se asimilaron al entorno cultural babilónico y desaparecieron como identidad.
Los amorreos de Canaán corrieron con mejor suerte. Bajo el dominio egipcio, sus últimos sobrevivientes terminaron por asimilarse a un conglomerado de nómadas que empezaban a civilizarse hacia mediados del segundo milenio AEC, y que hacia el año 1000 AEC fundaron una monarquía que no sobrevivió mucho tiempo como estructura política, pero sí como cultura, religión e identidad: el antiguo Israel.
La importancia del origen parcialmente amorreo del antiguo Israel todavía la encontramos en el libro de Ezequiel: “Así ha dicho Adon-i el Señor sobre Jerusalén: tu origen, tu nacimiento, es de la tierra de Canaán; tu padre fue amorreo y tu madre hitita” (Ezequiel 16:3).
¿Acaso Noaj es una representación involuntaria de los amorreos?
Noaj fue la desgracia para su generación. Con él vino el Diluvio. Fue lo único que sobrevivió de ese mundo anterior, y el punto de partida para un nuevo comienzo de la humanidad. No era lo más maravilloso del mundo, pero –por decirlo de algún modo– era lo que había disponible.
Del mismo modo, los amorreos fueron la desgracia para sus contemporáneos los sumerios. Llegados como una inundación de nómadas a la antigua Mesopotamia, fueron uno de los componentes que sobrevivió al colapso de Ur hacia el año 2000 AEC, y aunque no eran lo más maravilloso del mundo, fueron buenos amigos de otros patriarcas Hebreos de origen semita, probablemente gutu, como Abraham (véase Génesis 14:13).
Siglos después, la narrativa bíblica los intenta rescatar otra vez, cuando los Gabaonitas –amorreos también– se acercan con Josué y le piden ser parte de Israel.
De ese modo, el relato del Diluvio se convierte en el paradigma supremo de la Historia del pueblo judío: el mundo, generación tras generación, ve cómo todo desaparece de manera catastrófica. Sin embargo, en medio de la inundación, un bizarro barco con poca gente y más bien integrado por una fauna polifacética y que seguramente no sabe qué hace en ese hogar de madera, navega y sobrevive, una y otra vez, a los embates de la Historia.
Sumeria se fue. Acad también. Gutus, Elamitas y Paleo-babilónicos tampoco sobrevivieron. Y si acaso algo se salvó de ese antiguo Egipto, de los hititas y de los amorreos , fue lo que se preservó en el pueblo de Israel. Asirios y caldeos no corrieron con esa suerte: hoy sólo son polvo arqueológico.
En contraste, ese pequeño grupo de hábitos nómadas y que todavía anda de aquí para allá por todo el planeta (aunque sin olvidar jamás su vínculo con su tierra de origen), goza de magnífica salud y sigue escribiendo libros.
Libros. Como si en los libros estuviese la salvación a todas las desgracias del ser humano.
Como si estuviésemos convencidos de que los libros son la verdadera Arca de Noaj.
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